Sociedad Española de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y del Adolescente

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El ADHD y los diagnósticos en la infancia: la complejidad de las determinaciones

PDF: janin-adhd-diagnosticos-infancia.pdf | Revista: 41-42 | Año: 2006

Beatriz Janin
Psicóloga psicoanalista, Directora de la Carrera de Especialización en Psicoanálisis con Niños de la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (en convenio con la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires), Directora de la Revista “Cuestiones de Infancia” y profesora titular de la Carrera de Psicología en diferentes universidades. Dirección: Av. Córdoba, 3431 10.º “A”. (1188) Argentina. Tel.: 4963-4729.

Resumen: Se plantea el tema del diagnóstico en la infancia, diferenciando diagnosticar y catalogar. Se desarrollan teóricamente algunas de las determinaciones de la hiperactividad en la infancia, considerando que en muchos de estos niños se encuentran alteraciones en momentos fundantes de la constitución psíquica.
Palabras clave: ¡Diagnóstico – Hiperactividad – Autoerotismo – Constitución psíquica – Actividad-pasividad – Angustia – Narcisismo – Fantasía – Psicopatología infantil.

Résume: Le ADHD et les diagnostics dans l’enfance: la complexité des déterminations On pose le problème du diagnostic dans l’enfance, en faisant une distinction entre diagnostiquer et cataloguer. Suit un développement théorique de certaines déterminations de l’hyperactivité, en tenant compte du fait que dans nombre de ces enfants on trouve des altérations dans les moments qui fondent leur constitution psychique.
Mots clès: Diagnostic – Hyperactivité – Auto-érotisme – Constitution psychique – Activité-passivité – Angoisse – Narcissisme – Fantasme – Psychopatologie de l’enfant.

Abstract Diagnosis in childhood: The complexity of determinations The subject of diagnosis in childhood is examined, and a distinction is made between diagnosis and classification. Some of the determinations of hyperactivity are discussed from a theoretical point of view. It is maintained that many of these children can be found to have suffered disturbances at crucial moments of their psychical constitution.
Key words: Diagnosis – Hyperactivity – Auto-erotism – Psychical constitution – Activity-passivity – Anxiety – Narcissism – Phantasy – Child’s psychopathology.

DIAGNOSTICAR NO ES CATALOGAR

Nos consultan… Padres que vienen, angustiados, desbordados, deprimidos, hablando de un niño que no es como ellos quisieran, que molesta, o que los deja expuestos a llamados permanentes por parte de la escuela. Un niño que hace de más o de menos, que los convoca en un punto en el que no pueden responder… Sus frases son, habitualmente: “No lo podemos parar”.

Y llegan al consultorio niños que sufren y que expresan de diversos modos su sufrimiento. Muchas veces, se encuentran con nosotros después de un largo peregrinaje por otros profesionales. Se les dieron diagnósticos, a veces se los medicaron… pero algo insistió. Y piden ser escuchados de otro modo.

Algunos ejemplos:

Consultan por un niño de nueve años. Muy buen alumno en cuanto al rendimiento, tiene dificultades para tolerar normas, es contestador y suele molestar en clase, sobre todo por sus actitudes de oposición y cuestionamiento a la autoridad. Se lo deriva al neurólogo, diagnosticándole ADD. El padre se opone a que lo mediquen. Después de varias entrevistas, en las que me encuentro con un niño inteligentísimo, que argumenta con una lógica impecable por qué se opone a ciertas actitudes del padre, de la madre y de la maestra (explica por qué pelea con cada uno, en tanto le prohíben el despliegue de su independencia o de su agresión) el padre dice: “Prefiero que sea así, que no se deje llevar por los otros. Un varón tiene que poder defenderse”. ¿Es signo de algún trastorno neurológico la actitud desafiante de este niño o se ha constituido en una trama identificatoria en la que ser varón es equivalente a oponerse al resto, sosteniendo criterios propios? Quizás este niño haga una especie de caricatura de la masculinidad, sosteniendo las diferencias al modo actividad-pasividad, como único modo de representarse a sí mismo como varón, frente a los que él supone otros que quieren someterlo y pasivizarlo, feminizándolo.

Un niño de seis años tiene dificultades para organizarse, para aprender y para quedarse quieto. La directora de la escuela dice que “no produce”. Es diagnosticado inmediatamente como ADD y medicado. Frena la actividad pero comienza a sentir terrores. Se desconecta del grupo, tiene una mirada perdida… Teme a todo lo que se mueve. Así, hasta una pelusa le provoca terror. La maestra se preocupa: “Prefiero que se mueva a que esté paralizado”, comenta. ¿Qué provocó en este niño la medicación, además de la idea de que era alguien cuyos movimientos debían ser controlados desde afuera? Provocó terror, afecto seguramente ligado a las fantasías terroríficas que lo asaltaban y que, con la “pastilla” dejaban de ser “fantasías actuadas” propias para transformarse en fantasmas que lo atacaban desde afuera. Así, la medicación producía un efecto de encierro, de chaleco de fuerza que lo dejaba a merced de los otros y todo lo que se movía pasaba a ser atacante. Una maestra que pudo registrar el terror frente al movimiento de los otros y que privilegió paliar el sufrimiento del niño a su comodidad, padres que pudieron preguntarse sobre lo que pasaba y repensar el abordaje, permitieron otra apertura.

Considero que una de las dificultades que tenemos hoy en día para la comprensión de la psicopatología infantil es la invasión de diagnósticos que no son más que un conjunto de enunciados descriptivos que se terminan transformando en enunciados identificatorios, diagnósticos que llevan a que un niño sea catalogado por los síntomas que presenta perdiendo así su identidad. Así, se pasa de: “tiene tics”, a “es un Gilles de la Tourette” o de: “tiene conductas compulsivas y reiteradas” a “es un TOC”, o en vez de un niño triste, hablamos de un trastorno bipolar… El más conocido es el Trastorno por déficit de atención, título con el que son catalogados niños que presentan diferentes características.

Lawrence Diller, pediatra norteamericano, afirma que desde los años setenta la psiquiatría norteamericana adhirió al modelo biológico-genético-médico de explicación de los problemas de comportamiento y que, en los ochenta, con la inclusión del Prozac, se banalizó el uso de medicación psiquiátrica en casos leves. El paso siguiente parece haber sido extender este criterio a los niños.

¿Dónde quedaron los niños y sus vaivenes, como sujetos en permanente devenir? ¿Dónde podemos ubicar sus deseos, sus temores y sus sufrimientos? ¿Por qué suponerlos “patológicos”, en lugar de pensarlos como sujetos con diferentes posibilidades, que están atravesando momentos difíciles? ¿Estamos patologizando y medicalizando la infancia?

Me parece que la pasión por denominar, por clasificar, por ubicar todo en cuadros, lleva a una contradicción fundamental: ¿cómo “encuadrar” el bullicio de la vida, esas exigencias que insisten, las diferencias entre los niños? Las dudas, las preguntas, el devenir mismo tienen que ser obturados lo más rápido posible. Lo que se pretende es que todos los niños respondan del mismo modo a lo mismo, sin tener en cuenta las situaciones particulares por las que está atravesando la vida de cada uno.

En los últimos años se ha generalizado el uso del DSM IV en los consultorios psicológicos y pediátricos e inclusive en el ámbito escolar es frecuente que los maestros diagnostiquen a los niños con los nombres que propone este manual.

Todo esto nos lleva a cuestionarnos acerca de las causas de las dificultades infantiles y también a preguntarnos sobre las consecuencias del modo en que los adultos y sobre todo los profesionales, podemos incidir en la evolución de esas dificultades. Ya desde la primera entrevista, el que ubiquemos tanto al niño como a los padres como sujetos pasibles de ser escuchados, puede modificar la situación.

Cuando se toma la singularidad del sujeto, cuando se puede soportar que sea un “otro”, un semejante diferente, se puede comenzar a pensar acerca de las causas, de los momentos, de qué es lo que hace que ese niño se presente de ese modo.

Por el contrario, cuando lo que se intenta es, rápidamente, hacer un diagnóstico, clasificarlo, lo más probable es que se dejen de lado las diferencias, se piense sólo en las conductas, en lo observable y se pase por alto el sufrimiento del niño.

El privilegiar la “conducta” (y muchos niños dicen “me porto mal, por eso me traen”), nos remite a la idea de que hay alguien que se “porta bien” y que hay quienes saben lo que es “una buena conducta”.

Además, la medicación dada para producir efectos de modo inmediato (efectos que se dan en forma mágica, sin elaboración por parte del sujeto), como necesaria de por vida, ¿no desencadena adicción psíquica al ubicar una pastilla como modificadora de actitudes vitales, como generadora de un “buen desempeño”? ¿No es la misma lógica que sostienen los adolescentes que afirman que toman tal “pastilla” para poder bailar diez horas seguidas?

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