Sociedad Española de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y del Adolescente

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El ADHD y los diagnósticos en la infancia: la complejidad de las determinaciones

PDF: janin-adhd-diagnosticos-infancia.pdf | Revista: 41-42 | Año: 2006

Desatención por retracción a un mundo fantasmático. Son niños que sueñan despiertos. Suelen jugar en clase, solos, aislados del resto. A veces, arman de este modo un mundo más placentero del que encuentran en el afuera.

Atención errátil como consecuencia de situaciones de violencia: estado de alerta permanente. Así como hay niños que quedan como dormidos, anestesiados, por la violencia, en estado de sopor, hay otros que quedan en un estado de alerta continuo, como esperando un golpe que puede llegar de cualquier lado. En estos niños predomina una modalidad de funcionamiento en circuito cerrado, con un bombardeo de cantidades pulsantes-excitantes que no pueden tramitar ni cualificar. Muchos niños que han sido adoptados después de haber estado en diferentes instituciones, o que han sufrido migraciones traumáticas, han sido diagnosticados como ADHD sin que se haya tomado en cuenta esta historia de violencias.

Desatención por desorganización grave del pensamiento, con confusión interno-externo. Hay niños que están haciendo una estructuración psicótica y que son diagnosticados como ADD/ADHD (lo que plantea la importancia de que el diagnóstico de qué ocurre con un niño sea realizado por profesionales con conocimientos en psicopatología infantil). En estos casos, la medicación incrementa los síntomas (2) y, lo que es igualmente grave, deja a un niño sin el tratamiento adecuado.

Constitución de las investiduras de atención y posterior retracción por duelo. Y nadie atiende a lo que los otros le demandan cuando está en estado de duelo.

LA HIPERACTIVIDAD O UN NIÑO QUE SE MUEVE SIN METAS

La hiperactividad sólo puede tomarse como síntoma cuando es un movimiento desorganizado, con el que el niño puede dañarse, que, generalmente, está acompañado de torpeza motriz.

Si un niño se mueve mucho, pero porque desarrolla muchas actividades (y no salta de una a otra sino que las finaliza) no se podría decir que presenta un síntoma. Simplemente, es un niño muy activo (lo que actualmente es muchas veces una exigencia social).

Tampoco se podría plantear que tiene una conducta descontrolada aquel niño que se opone a las normas, pero mantiene una excelente motricidad y un buen nivel de aprendizaje, aunque su relación con los adultos sea desafiante y transgresora.

Sabemos que la complejidad de la estructuración psíquica en relación al dominio del propio cuerpo y del desarrollo de la motricidad, así como del control de los impulsos, es tal que merece que vayamos paso a paso para pensar las determinaciones de un movimiento sin rumbo y de respuestas inmediatas, sin freno.

Iré desarrollando los diferentes tipos de perturbaciones que se expresan en la “hiperactividad” infantil, teniendo en cuenta diferentes perturbaciones posibles:

  1. Dificultad en el armado de una protección antiestímulo

    Sabemos que estamos bombardeados por estímulos externos e internos. Que de los internos es muy difícil la huída, pero que hemos aprendido a lidiar con ellos y que hemos construIdo un sistema de protección frente a las excitaciones del afuera. Y que el requisito para que esto se construya es la posibilidad de diferenciar adentro-afuera.

    ¿Cómo se construye aquello que nos protege, los filtros que nos posibilitan no quedar inmersos en un cúmulo de excitaciones e incitaciones imparables?

    Para que el niño diferencie adentro-afuera y que, además, recepcione sólo algunos de los estímulos, filtrando otros, es imprescindible que haya podido constituir un “tamiz” por el que pasa sólo lo tolerable y una “piel” que lo unifique y diferencie simultáneamente. Y para esto es fundamental que haya habido adultos que registraran sus propios afectos, que metabolizaran su propio desborde afectivo sin confundirse con el niño y que lo ayudaran, por ende, a registrar sus propios afectos.

    Pero en los niños que se mueven sin rumbo suele haber una dominancia de una relación dual, madre-hijo, marcada por la persistencia de un vínculo erotizante, con un niño que queda excitado y que fracasa en las posibilidades de construir un sistema para-excitación y para-incitación (protección hacia fuera y protección hacia adentro).

    Son niños que viven los estímulos externos como si fueran internos y hacen movimientos de fuga frente a los mismos.

    Por ejemplo, cuando tienen hambre o frío o sueño pueden no registrarlo como una urgencia interna y moverse como si tuvieran que huir de un estímulo que los amenaza desde el afuera.

    Así, la agitación pasa a ser en algunos casos una defensa frente al desborde pulsional. Intentan huir de sus propias exigencias pulsionales a través del movimiento. Y como lo pulsional insiste, se mueven cada vez más sin lograr arribar a la meta buscada.

    Lo que predomina es la urgencia, como si estuvieran sujetos a exigencias que los golpean desde un interno-externo indiferenciado.

  2. Fracaso en el armado autoerótico y en el dominio del propio cuerpo

    A veces, lo que predomina es la dificultad para construir un mundo deseante, en el que el placer sea posible.

    Si el placer se construye en base a ritmos, que se van armando tempranamente, en el vínculo con otro, cuando el otro irrumpe imponiendo sus propios ritmos, la posibilidad de placer se cae.

    Son golpes dados a los cimientos mismos del autoerotismo, en su lazo con la sexualidad infantil y con el lugar que toma el objeto, lo que lleva a un intento siempre fallido de dominar el mundo.

    Gerard Szwec (1993), entre otros, habla de los procedimientos autocalmantes, que son un intento de lograr la calma por una excitación repetitiva, pero que no conducen a la satisfacción. Muchos movimientos, del tipo del golpeteo reiterado o los movimientos con el pie, muestran modos en los que lo que predomina es el principio de constancia por sobre el de placer.

    Si bien todos utilizamos estos mecanismos (fundamentalmente en situaciones de tensión), cuando son los predominantes en un sujeto nos encontramos con una degradación del funcionamiento deseante. Paul Denis (2001) sostiene que en estos casos el principio de placer deja la prioridad al principio de constancia.

    Un niño que no puede satisfacer sus deseos, que está en un “más allá” de la satisfacción, va a realizar un intento fallido de aplacar sus pulsiones a través de movimientos que le traerían una calma anhelada, pero que lo dejan insatisfecho.

    Más que de un deseo a cumplir hay una excitación a calmar. Esto pasa con algunos video-games, que exigen acciones repetitivas y vacías de sentido, sin intervención creativa por parte del que lo “juega”.

  3. Fantasmas de exclusión en una relación dual

    Muchas veces (y esto se combina con lo anteriormente desarrollado) la hiperactividad del niño es el intento de asegurarse la posesión de una escena en la que sería el único protagonista. Es decir, el niño supone una escena de la que él puede ser expulsado, pero no en los términos de la conflictiva edípica (donde él podría ocupar un lugar) sino en un vínculo narcisista en el que la expulsión supone un no-lugar (la inexistencia para el otro). Así, se mueve como para evitar la exclusión-anulación que vendría desde el otro. Este funcionamiento defensivo puede suscitar en el entorno un aumento de la hostilidad, en tanto los otros queden atrapados por este fantasma de exclusión y reaccionen imponiendo su presencia.

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