Sociedad Española de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y del Adolescente

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Conceptualización teórica acerca de las denominaciones de la violencia juvenil

PDF: conceptualizacion-teorica-violencia-juvenil.pdf | Revista: 51-52 | Año: 2011

3. Caracterización Psicodinámica de la Violencia

En este apartado, se expondrá la caracterización psicodinámica de la violencia. En este sentido, la dinámica intrapsíquica de la violencia puede incluirse dentro de las patologías que incluyen comportamientos autodestructivos o destructivos hacia los otros, en los que se jerarquiza el acto por sobre la palabra. A continuación se incluirán las ideas principales de los desarrollos metapsicológicos freudianos acerca de la violencia y los desarrollos postfreudianos acerca de la conceptualización de la misma. Asimismo, dentro de este último punto se expondrán los desarrollos psicoanalíticos más importantes acerca de la relevancia que adquiere la díada vincular primaria en la estructuración del psiquismo y sus consecuencias directas en la aparición de las patologías actuales o de la autodestrucción a partir de las fallas en la constitución de la subjetividad que se presenta en las mismas.

3.1 Desarrollos Metapsicológicos Freudianos acerca de la Violencia

Los desarrollos metapsicológicos freudianos acerca de la violencia remiten a uno de los conceptos fundamentales de la obra de Freud: el concepto de agresión. El mismo ha  sido especificado en diferentes momentos de la obra freudiana a partir de diversas conceptualizaciones. En este sentido, se destacan los aportes de Laplanche y Pontalis (1996), por un lado, y Zadjman (1985), por otro, quienes han diferenciado los distintos períodos en que se localiza el concepto de agresión.

En principio, Laplanche y Pontalis sostienen que la conceptualización de la agresión en la obra freudiana se puede ubicar en tres momentos, específicamente en los textos Tres ensayos para una teoría sexual (1905), Pulsiones y destinos de pulsión (1915c) y Más allá del principio del placer (1920). Estos momentos se delimitan a partir del concepto de pulsión de apoderamiento en el primer texto, del par antitético actividad-pasividad y el sadismo como la humillación y el dominio por la violencia del objeto en el segundo texto, y por último del concepto de pulsión de muerte que pone el acento en la destrucción y ya no en el apoderamiento en el tercer texto. Por otra parte, Zadjman realiza una síntesis del concepto de agresión en la obra freudiana, subdividiendo estos desarrollos en cuatro etapas, ya que agrega un primer período, previo a 1905 a diferencia de Laplanche y Pontalis. En este sentido, el autor sostiene que en la primera etapa (1894-1904), el impulso agresivo es entendido como un componente sádico de la pulsión sexual; en la segunda etapa (1905-1915), el impulso agresivo es entendido como un componente necesario en la dominación del mundo externo: pulsión de dominio; en la tercera etapa (1915-1920) relaciona la agresión con las pulsiones de autoconservación; y por último en la cuarta etapa (1920-1939) al producir la reclasificación de las pulsiones en pulsiones de vida y pulsiones de muerte, la agresión es considerada como la manifestación exterior de la pulsión de muerte.

Asimismo, es interesante considerar los desarrollos acerca de la agresión en las etapas del desarrollo libidinal que ha realizado Valls (1997) al estudiar la terminología freudiana y el significado de cada uno de sus conceptos. En este punto, entiende que en la etapa oral la acción de incorporar devorando es una modalidad del amor compatible con la supresión de la existencia del objeto como algo separado y por lo tanto resulta ambivalente. En la etapa sádico-anal, la diferenciación del objeto se presenta bajo la forma de pulsión de dominio o de apoderamiento, en la cual rige la lógica del daño o la aniquilación del objeto; esta forma de vínculo que se corresponde con la etapa previa del amor es apenas diferenciable del odio para Freud. En la etapa fálica correspondiente al erotismo fálico-uretral se observa con mayor claridad la diferencia entre el amor y el odio, dado que esta fase que se corresponde con la estructuración del Complejo de Edipo en su aspecto positivo y negativo hace que el amor se exprese en el vínculo con el objeto y el odio se exprese en el vínculo con el rival. En este recorrido, se puede observar que en las primeras etapas, el odio se encuentra “mezclado” o formando parte de la pulsión sexual y sólo se separa como un opuesto en la etapa fálica. Asimismo, considerando otra dimensión, la pulsión de agresión se manifiesta unida a la pulsión de autoconservación y toma como parte del cuerpo la musculatura como forma de luchar por la vida, por ejemplo, en el comer y devorar para crecer.

Para comprender el origen psicodinámico de las patologías de la autodestrucción (entre las que se incluye a la violencia juvenil), Quiroga (1994, 2001) retoma la teoría del dualismo pulsional planteada por Freud en 1920, en la cual se le atribuye a Eros, cuyo representante es la libido, la función de ligadura entre representaciones, y a la pulsión de muerte la función de desligar. Afirma que en un comienzo Eros tiene como función neutralizar la pulsión de muerte a través de la ligadura en el interior del organismo para constituir así el masoquismo erógeno primario; si se consiente alguna imprecisión, la pulsión de muerte actuante en el interior del organismo (el sadismo primordial) sería idéntica al masoquismo. En un segundo momento, una parte de la pulsión de muerte se traslada al exterior sobre el objeto y deviene un componente de la libido mientras que en el interior permanece como su residuo el genuino masoquismo erógeno que sigue teniendo como objeto al ser propio. Así, ese masoquismo erógeno sería un testigo y un relicto de aquella fase de formación en que aconteció la liga, tan importante para la vida, entre Eros y pulsión de muerte. En este punto, la autora relaciona estos conceptos con lo planteado por Green (1986) quien sostiene que no sólo se trata de ligar y desligar, sino de objetalizar (pulsión de vida) y desobjetalizar (pulsión de muerte). La pulsión de vida con su función objetalizante puede hacer advenir al rango de objeto lo que no posee aún las cualidades o atributos del mismo a través de una “investidura significativa”. Este proceso de objetalización se refiere a modos primarios de funcionamiento de actividad psíquica, para que en el límite soma-psique la investidura pulsional misma sea objetalizada. La pulsión de muerte, en cambio ha de cumplir la función desobjetalizante que, por medio de la desligazón, ataca la relación con el objeto. Esta manifestación de la destructividad propia de la pulsión de muerte es la “desinvestidura”, lo cual permite pensar que ciertas manifestaciones destructivas de patologías narcisistas psicóticas y no psicóticas se relacionan con el empobrecimiento del yo que es producto de esta desinvestidura.

Este punto resulta de fundamental importancia para comprender el funcionamiento psíquico de los adolescentes violentos, en los cuales el yo se ve empobrecido debido a esta desinvestidura, producto de la función desobjetalizante, que impide el trabajo de duelo. Como consecuencia, en estos pacientes se observa un tipo de duelo sin cualificación que se podría denominar un “no duelo”, dado que carece de dolor, de subjetividad y de conciencia y que se relaciona con el concepto de Freud (1926) de “darse de baja a sí mismo”, esto es, dejarse morir o morir de muerte propia. Por otra parte, la autora sostiene que en este tipo de duelo se pierde la subjetivación del dolor, lo que podría denominarse un dolor sin sujeto; son estados que aparecen como estados hemorrágicos carentes de representaciones donde se ha perdido el enlace entre el yo y su investidura narcisista. Finalmente, agrega que Green (1990) entiende que este estado constituye lo que él llama “narcisismo negativo”, donde el objetivo es el “vacío” o la ”nada”, un estado de reposo mortífero, como consecuencia de la imposibilidad para elaborar pensamientos, característica esencial de los adolescentes violentos.

Por último, siguiendo los postulados freudianos, Maldavsky (1992) retoma el concepto freudiano de estasis libidinal, el cual consiste en un desvalimiento anímico y motor para procesar la libido, por falta de una adecuada ligadura entre Eros y pulsión de muerte. Cuando la libido no ha establecido aún el elemento afectivo y/o sensorial al cual fijarse como forma de hacer conciente lo inconciente o de hacer conciente una realidad dolorosa, es posible pensar en la existencia de una fijación a un momento lógico elemental, primario, que se corresponde con la libido intrasomática y con el yo real primitivo. Desde esta lógica, se produce una alteración de la autoconservación debido a la permanencia en la fijación de la libido intrasomática. Esta libido improcesable es derivada al soma como en el caso de los psicosomáticos o a la acción como en el caso de los adolescentes violentos que se analiza en este trabajo.

3.2 Desarrollos Post freudianos

3.2.1 Desarrollos Post freudianos acerca de la Violencia

Los desarrollos postfreudianos apuntan a definir a la violencia como producto de un entorno social y de un ambiente familiar poco favorable, en el cual la misma tiende a  perpetuarse transgeneracionalmente. En la línea de la escuela inglesa de psicoanálisis, se destacan los aportes de Winnicott y Bowlby quienes coinciden en considerar los vínculos tempranos como fundamentales en los primeros momentos de la vida. En este punto, Winnicott (1990) realiza desarrollos de gran importancia en la conceptualización de la violencia, a la que define como producto de un contexto desfavorable y de un ambiente familiar poco facilitador. El autor recurre al concepto de deprivación para explicar lo que denomina tendencia antisocial, la cual lleva a cometer actos delictivos en el hogar o en un ámbito más amplio, a través de dos orientaciones. La primera orientación es el robo, en la cual el niño busca algo en alguna parte y, al no encontrarlo, lo busca por otro lado si aún tiene esperanzas de hallarlo. La segunda orientación es la destructividad, en la cual el niño busca el grado de estabilidad ambiental capaz de resistir la tensión provocada por su conducta impulsiva, es decir, que busca un suministro ambiental perdido, una actitud humana en la que el individuo pueda confiar y que, por ende, lo deje en libertad para moverse, actuar y entusiasmarse. Por su parte, Bowlby (1989) postula la existencia de un ciclo intergeneracional de violencia y maltrato que se perpetúa transgeneracionalmente. Este ciclo describe el modo por el cual la violencia paterna engendra violencia en los hijos, en un ciclo espiralado que tiende a perpetuar el patrón de adaptación de una generación a la siguiente. De esta manera, un niño maltratado se convierte en una persona que maltrata y hostiga agresivamente sin motivo evidente, incluso al adulto con el cual comienza a establecer un vínculo de apego.

Desde la escuela francesa de psicoanálisis, se destacan los aportes de Aulagnier y Anzieu acerca de la violencia o agresividad primaria. Por su parte, Aulagnier (1975) encuentra la idea de imposición en su conceptualización de la violencia, ya que designa violencia primaria a la acción mediante la cual se impone a la psiquis de otro una elección, un pensamiento o una acción motivados en el deseo de quien lo impone. En este sentido, el discurso de la madre es intrusivo y violento en la medida en que le atribuye significaciones y deseos que están más allá de sus posibilidades de comprensión. Si bien ésta es una forma de violencia inevitable y necesaria para la organización del psiquismo del niño y para su acceso al orden de lo humano, es fundamental que esta primera forma de otorgamiento de significaciones deje lugar a que el niño encuentre y exprese sus propios significados y deseos, ya que si ésto no ocurre, la violencia primaria se convertirá en violencia secundaria. En la misma línea, Anzieu (1983) plantea la necesidad de pertenencia del individuo a un grupo, ante todo familiar y después social, para poder contener la agresividad psíquica primaria (el odio envidioso y destructor), y de esta manera, interiorizar experiencias reguladoras. El autor destaca que si ésto no ha ocurrido, el individuo no puede controlar la tentación de abusar de su fuerza en algún campo donde sea el más fuerte, ni oponer un doble esfuerzo de firmeza y reflexión a las violencias de las que es testigo o víctima. Por lo tanto, entiende que la única manera de obtener un equilibrio psíquico es la referencia a la Ley de un grupo real o simbólico, que permita que la vida cotidiana se inserte en los encuadres grupales o sociales en los cuales la violencia sea depositada.

Uno de los psicoanalistas argentinos que más ha trabajado en la conceptualización de la violencia es Berenstein (2000), quien plantea que la misma se refiere a una cualidad de ciertas acciones y fuertes emociones ligadas a la agresión, en la no tolerancia en el límite ofrecido por otro sujeto, su mente y, en especial, su cuerpo. Propone referirse a la violencia a través de los distintos espacios mentales en los que habita el sujeto: individual, vincular y social (Puget, 1988; Berenstein, 1990). Desde el punto de vista individual (intrasubjetivo), la violencia surge de una acción que irrumpe desde el interior del mundo interno, lo cual incluye lo corporal y lo mental, llevado a cabo por un objeto interno a un Yo del cual no tolera la separatividad y que tiene como base un conjunto de imposiciones en situaciones infantiles de inermidad. Desde el punto de vista vincular (intersubjetivo), la violencia consiste en los actos que se realizan entre un sujeto y otro vinculados, consistentes en el despojo de su carácter de ajenidad y al intento de transformarlo en semejante o idéntico a sí mismo. Este tipo de violencia se asocia al borramiento de la subjetividad del otro e implica hacerlo desaparecer como un Yo distinto. Por último, desde el punto de vista social (transubjetivo), la violencia incluye el arrasamiento del sentimiento de pertenencia de un conjunto de sujetos o parte de la comunidad por parte de otro conjunto o parte de la misma comunidad. La violencia transubjetiva originada en lo sociocultural atraviesa los vínculos interpersonales y al propio Yo con el objetivo de hacerlos dejar de pertenecer, ya sea a través del traslado súbito, la expulsión o la matanza.

En relación con las definiciones planteadas en segundo punto Desarrollos acerca del concepto de violencia, podemos vislumbrar algunas diferencias. En aquel apartado, las ideas centrales acerca de la violencia estaban vinculadas en forma directa con el ejercicio del poder y la fuerza (aún desde la perspectiva psicodinámica), destacándose la eficacia que la violencia ejerce en el otro así como también la imposibilidad de advertir la presencia del ejecutor del daño. En este apartado, se puede observar que el acento de las conceptualizaciones postfreudianas se centra en la consideración de las características intrapsíquicas e intersubjetivas del sujeto. Por lo tanto, estas conceptualizaciones implican considerar no sólo los aspectos descriptivos y los factores de riesgo que participan en la aparición del comportamiento violento sino también el surgimiento del mismo a partir de la estructuración psíquica del infante. En este punto, se entiende que tanto el ambiente familiar, los vínculos tempranos, la función de la violencia primaria y los distintos espacios mentales en los que la misma se impone, se relacionan en forma directa con la transmisión transgeneracional de la violencia.

3.2.2 Díada Vincular Primaria

Dentro de los desarrollos postfreudianos, resulta importante considerar el estudio de la díada vincular primaria que permite rastrear la constitución de las representaciones o sus fallas así como también los primeros momentos en el pasaje de la cantidad a la cualidad. En este apartado se presentan los desarrollos de la escuela inglesa y americana que se realizaron a partir de la teoría kleiniana de las relaciones objetales. Asimismo, se incluyen los aportes de diferentes autores en la comprensión de esta temática, incluyendo una breve referencia a la Teoría del Apego y al concepto de Función Reflexiva.

En principio, en esta línea de desarrollo, es fundamental considerar la teoría de las relaciones objetales desarrollada por Klein (1932,1952), en la cual se enfatiza la determinación pulsional de la experiencia de la relación con el objeto, concentrándose la atención en el objeto interno y su efecto determinante sobre la vida posterior del sujeto. A partir de esta teoría que incluye la presencia de un otro desde el inicio de la vida, surgieron nuevas conceptualizaciones que apuntaron a comprender la constitución de la subjetividad.

En primer lugar, desde la escuela inglesa, se destacan las conceptualizaciones teóricas de Bion y Winnicott acerca de la importancia de la presencia temprana de la madre. En este sentido, Bion (1962) propone que la capacidad de reverie es entendida como la capacidad de la madre para contener los estados afectivos intolerables para el niño y de responder de una manera tal que sirva para modular los sentimientos inmanejables. Por su parte, Winnicott (1990) afirma que la falta de integración familiar interfiere en el desarrollo emocional, en tanto que la relación madre-hijo constituye el contexto donde se desarrolla la personalidad del niño. Para este autor, cuando no se cuenta con una madre empática, se establecen vínculos adhesivos como manera de enfrentar el vacío y  aparece como consecuencia el miedo al derrumbe (Winnicott, 1963). El miedo al derrumbe es entendido como una falla en la organización de las defensas que sostienen el self; el yo organiza defensas para evitar el derrumbe de su organización psíquica cuando ésta es amenazada pero nada puede hacer contra la falla ambiental, en tanto la dependencia es un hecho inevitable. Cuando el miedo al derrumbe se transfiere al miedo a la muerte, el paciente busca compulsivamente la muerte que ya ocurrió pero que no fue experimentada.

Por otra parte, desde la escuela americana, Kernberg (1987, 1994) retoma las ideas kleinianas acerca de las relaciones objetales intrapsíquicas y realiza aportes significativos en el campo del narcisismo y los trastornos de la personalidad. En este punto, el autor advierte  la predominancia de defensas particulares como la escisión y el acting-out, siendo la agresión individual el fundamento de la violencia. Esta agresión se expresa en la activación de afectos agresivos bajo situaciones de frustración, de trauma y de dolor, independientemente de los afectos positivos y amorosos. Por lo tanto, para el autor, lo importante es que la activación de los afectos positivos y negativos lleva a una organización escindida de la experiencia emocional primitiva, dividiendo la experiencia interna en un segmento idealizado y otro segmento agresivo, peligroso y persecutorio que es proyectado en los objetos externos. Asimismo, es interesante considerar lo que plantea Kernberg (2003) desde la experiencia clínica, acerca de la naturaleza de las transferencias más regresivas de pacientes cuya vida mental está dominada por el odio, es decir, por relaciones objetales agresivamente determinadas, típicas del síndrome del narcisismo maligno. En este tipo de relaciones objetales, sólo la destructividad mutua parece dotar de significado y de proximidad, quedando rastros muy reducidos del investimento libidinal.

Entre los autores que se destacan en este campo se encuentran Kohut y Mahler. Por un lado, Kohut (1971) plantea que ante la falla reiterada de empatía, es decir, ante el fracaso por parte de los padres de cumplir la función de objeto-self, la búsqueda original de respuestas empáticas por parte del niño se dirige a través de canales disfuncionales tales como la agresión, los síntomas neuróticos, la desviación sexual, la grandiosidad, etc.  Por su parte, Mahler, Pine y Bergman (1975) enfatizan la importancia de la conducta parental en el desarrollo temprano y sostienen que el camino que un niño siga será el resultado de la interacción entre sus propias necesidades y la personalidad de sus padres: si las funciones de regulación no resultan exitosas, es imposible una separación progresiva de la madre y por lo tanto aparecen sensaciones de indignidad, vacío e impotencia.

En los últimos tiempos, diferentes autores han realizado valiosos aportes acerca de la importancia de la díada vincular primaria. En este punto, dio Bleichmar (2000) plantea que la intersubjetividad se ha estabilizado actualmente como paradigma del origen y la estructuración del psiquismo a partir de los hallazgos de investigaciones sobre la relación temprana entre la figura parental y el niño (Stern, 1985; 1991; Beebe, Lachman y Jaffe, 1997; Fonagy y Target, 1998). En este sentido y en relación con las patologías de la autodestrucción, Quiroga (1994, 2001), señala que autores como Spitz, Bowlby, Klein, Winnicott, Meltzer y Tustin coinciden en afirmar que una deficiencia en la relación materna es el origen del trastocamiento de la autoconservación, lo cual compromete seriamente la vida del bebé, ya que la falta de un objeto al cual investir convierte la investidura paranoide de la identificación proyectiva en desinvestidura de objeto y de las funciones del yo, con su consecuente empobrecimiento y peligro de muerte física y psíquica. La autora establece una correlación entre las ideas propuestas por Winnicott acerca del miedo al derrumbe, y lo enunciado por Marty como depresión esencial, Kreisler como depresión fría y Green como Complejo de la madre muerta, en donde la madre se declara ausente para el bebé y no puede ofrecerse como objeto de satisfacción de las necesidades. De esta manera, describe que la depresión esencial planteada por Marty (1968) se presenta con una disminución de la investidura libidinal tanto narcisista como objetal, ya que es una manifestación de la pulsión de muerte. Este tipo de depresión es menos espectacular que la depresión melancólica en la cual hay una variada tonalidad afectiva como dolor, tristeza, abatimiento y culpabilidad, pero sin embargo, tiene más probabilidades de llevar al sujeto a la muerte. Por otro lado, la depresión fría planteada por Kreisler (1976) se inscribe en la patología de la ausencia y es producida por insuficiencia relacional cuantitativa materna. Esta depresión se  despliega en el contexto de una madre con una descompensación depresiva mentalizada clásica, causada por una situación traumática que afecta la organización de las funciones de crecimiento físico y psíquico del niño y el adolescente. Esta situación reviste gravedad dado que dichas funciones quedan desinvestidas en este período que es el de mayor vulnerabilidad psíquica debido a que se está constituyendo el narcisismo primario, que es el fundamento del sentimiento de sí. Por último, el Complejo de la madre muerta planteado por Green (1972) no remite a la pérdida real de la madre, sino a un período precoz de la vida en que la madre viva había dejado de serlo para el niño. El estado depresivo de la madre produce la desinvestidura del hijo, quien tras luchar con la angustia catastrófica (pánico) por medios activos como el insomnio o la agitación motriz recurre al más devastador de los afectos que es la desinvestidura de la madre, es decir, el asesinato psíquico del objeto que es llevado a cabo sin odio. El resultado de esta desinvestidura es la constitución de un agujero en la trama de las relaciones con la madre, produciéndose una identificación negativa con el agujero de la ausencia y no con el objeto.

Una línea de desarrollo que ha cobrado fundamental importancia en la actualidad es la iniciada por Bowlby (1973, 1989) a través de la Teoría del Apego. Esta teoría apunta a considerar que cada individuo construye en su interior modelos operativos del mundo y de sí mismo, que le permiten percibir los acontecimientos, pronosticar el futuro y construir planes. En la construcción de este modelo operativo, una característica clave es su idea de quiénes son sus figuras de apego, dónde puede encontrarlas y cómo puede esperar que respondan. En el desarrollo de la Teoría del Apego, el autor ha considerado los trabajos iniciados por Ainsworth, et.al. (1978, 1985) y ampliados notablemente por Main y sus colaboradores (1985), Sroufe (1983, 1985) y Grossmann, et.al. (1986) así como las tres pautas principales de apego, descriptas en primer lugar por Ainsworth y sus colegas en 1971 y que son presentadas a continuación. La Pauta de apego seguro alude a que el individuo confía en que sus padres (o figuras parentales) serán accesibles, sensibles y colaboradores si él se encuentra en una situación adversa o atemorizante. La Pauta de apego ansioso resistente indica que el individuo está inseguro de si su progenitor será accesible o sensible o si lo ayudará cuando lo necesite. A causa de esta incertidumbre, siempre tiene tendencia a la separación ansiosa, es propenso al aferramiento y se muestra ansioso ante la exploración del mundo. La Pauta de apego ansioso elusivo señala que el individuo no confía en que cuando busque cuidados recibirá una respuesta servicial sino que, por el contrario, espera ser desairado. Esta pauta es el resultado del constante rechazo de la madre cuando el individuo se acerca a ella en busca de consuelo y protección.

Uno de los autores contemporáneos más importantes en esta área es Fonagy (1997), quien a partir de la Teoría del Apego desarrolló el concepto de Función Reflexiva, sobre la base de la Entrevista de Apego en el Adulto- AAI, elaborada por Main. Para el autor, la adquisición de la Función Reflexiva tiene lugar en el proceso del desarrollo temprano. En este punto, sostiene que lo más importante para el desarrollo de una organización cohesiva del self es el estado mental del cuidador que capacite al niño para encontrar en su mente una imagen de si mismo motivada por creencias, sentimientos e intenciones. De esta manera, la psicopatología en el adulto se relaciona con una baja capacidad de reflexión, y ésta se hace aún más marcada en cuadros graves como individuos con antecedentes penales o con un diagnóstico de personalidad borderline. En este sentido, Fonagy (2000) considera que la Función Reflexiva y su contexto de apego son la base de la organización del self y por ello, entiende que los sujetos con Trastornos de la Personalidad, siendo infantes tuvieron a menudo cuidadores que estaban dentro del llamado “espectro borderline” de los trastornos de personalidad severos (Barach, 1991; Benjamín y Benjamín, 1994; Shachnow, et.al., 1997) y lo afrontaron rechazando captar los pensamientos de sus figuras de apego, evitando así tener que pensar sobre los deseos de sus cuidadores de hacerles daño.

Considerando los diferentes desarrollos acerca de la díada vincular primaria, se puede pensar en la posibilidad de una ausencia parental real en los adolescentes violentos. En este sentido, el predominio de la acción por sobre la palabra y la búsqueda de la muerte física exponiéndose en forma permanente a situaciones de riesgo, darían cuenta de la presencia de una ausencia marcada en la mente de los  padres de sus hijos adolescentes.

A continuación se presentará un caso clínico de un adolescente que fue atendido en el Programa de Psicología Clínica para Adolescentes de la Universidad de Buenos Aires que permite observar estas consideraciones.

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