Sociedad Española de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y del Adolescente

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El continente perdido (historia de una búsqueda)

PDF: grinberg-continente-perdido.pdf | Revista: 31-32 | Año: 2001

Alberto Grinberg
Psicoanalista. Miembro del comité directivo de iPsi “Centre d’atenció, docencia i investigació en Salut Mental” de Barcelona.

Trabajo presentado en el 2.º coloquio interdisciplinario “Transformaciones: psicoanálisis y sociedad”. Barcelona 2000.

Desaparición y exilio son palabras que nos remiten, en el contexto sudamericano, a un momento histórico concreto: el de las dictaduras militares de los años setenta y a una metodología represiva: el terrorismo de Estado.

La violencia de ese período, caracterizado como verdadera catástrofe social dejó huellas imborrables en los individuos y en los grupos humanos. Desde entonces numerosos psicoanalistas han respondido al impacto de estos hechos ocupándose, tanto clínica como teóricamente, de abordar los efectos de estos acontecimientos traumáticos sobre el psiquismo.

María Lucila Pelento y Julia Braun de Dunayevich, entre otros, estudiaron profundamente las consecuencias emocionales de las desapariciones de familiares y las características particulares que adquiere el proceso de duelo en estas circunstancias. Califican a éstos como “duelos especiales” y destacan que en estos casos faltan tres elementos en los que se apoya el proceso de duelo habitual: a) la información necesaria para un examen de realidad, b) elementos simbólicos como rituales funerarios y prácticas comunitarias, y c) una adecuada respuesta desde el saber social.

Estas condiciones no solamente vuelven mucho más penoso y difícil el trabajo de elaboración sino que pueden comportar una real amenaza para la integridad del aparato psíquico inundado bruscamente por un sufrimiento ilimitado que desborda los diques de la racionalidad, la simbolización o los lazos sociales.

Si pasamos a considerar ahora el hecho migratorio, vemos que el exilio constituye una forma especial de migración en la cual todas las pérdidas y duelos inherentes al abandono del país deben tramitarse en un contexto interno y externo altamente desfavorable. Por su carácter forzoso, perentorio y a veces clandestino, la partida de los exilados suele carecer de despedidas. León y Rebeca Grinberg destacan la necesidad del ritual de la despedida para poner un marco protector a la tensión que se crea en ese punto límite “que divide el estado de unión del estado de separación, entre el que se va y el que se queda, entre presencia y ausencia”. Si el exilio es una partida sin despedida, los desaparecidos son como se ha dicho acertadamente, muertos sin sepultura.

En ambos casos faltan aquellos indicadores que funcionando como puntos de referencia ayudan a organizar, procesar y aceptar la nueva realidad.

Quienes se acercaron clínicamente a estas problemáticas en los años 70 y 80 comenzaron pronto a preguntarse por los efectos de estos trágicos acontecimientos en las siguientes generaciones. Qué ocurriría en aquellos casos en que los padres han congelado el duelo, cómo se transmitiría a los hijos el hecho traumático que no pudo ser pensado y simbolizado, cómo se expresaría en el entramado identificatorio el “agujero” dejado por un progenitor desaparecido.

Hoy, a la distancia de mas de veinte años y miles de kilómetros, estos interrogantes se actualizan cuando en nuestras consultas aparecen hijos de aquellos desaparecidos, crecidos en el exilio y con una edad similar a la que alcanzaron sus padres.

El objetivo del presente trabajo es compartir la experiencia clínica del tratamiento realizado en Barcelona, de un adolescente al que llamaremos Manuel.

Tiene 21 años. Pide consulta, tras haber sufrido un episodio ansioso-confusional unos meses atrás. Aunque se trataba de un hecho aislado que no se repitió en los meses siguientes, Manuel se quedó muy impresionado por lo que le había ocurrido y temeroso de que pudiera volverle a pasar. En cualquier caso no decidió buscar tratamiento hasta pasado cierto tiempo y su motivación no era tanto aclarar la crisis de angustia que había sufrido, como resolver cierto malestar o insatisfacción con diversos aspectos de su vida que le resultaban difícil de explicar.

Manuel es hijo de un desaparecido uruguayo. Su madre, estando embarazada, se vio obligada a dejar Uruguay y trasladarse a Israel donde nació él. Cuando Manuel tenía 4 años emigraron a Barcelona. Al cabo de un tiempo la madre se volvió a casar con otro uruguayo, este matrimonio tuvo dos hijos y se separaron hace 8 años.

En los primeros meses de tratamiento Manuel se refería muy poco a su pasado o a su contexto familiar. Traía sobretodo preocupaciones “existenciales” sobre la soledad, la amistad, la pareja, etc. No estaba contento con su forma de ser, se hacía interminables preguntas sobre cómo debía comportarse o sobre cómo pasarla bien. Introvertido, racionalizador, le costaba relacionarse y en especial el contacto afectivo profundo. Con su novia el problema permanente era su incapacidad para decirle lo que sentía.
Estudiante de matemáticas, se interesaba especialmente por las asignaturas que exigían el mayor nivel de abstracción, en ese terreno era donde más seguro se sentía.

En ocasiones su dificultad en los exámenes consistía en plasmar en el papel lo que tenía en la cabeza. Le apasionaba la resolución teórica de un problema pero se desmotivaba y bloqueaba a la hora de formalizarlo, de escribirlo de manera que resulte comprensible para los demás. “Si ya lo tengo resuelto en mi cabeza pierdo todo interés por el tema y me cuesta muchísimo esfuerzo pensar cómo explicárselo al profesor. Esa obligación de bajar del mundo de las ideas es como un peso tremendo”. Argumentos parecidos le impedían expresarse en el campo de los afectos: “Para qué tengo que decirle a mi novia que la quiero o cosas así, se supone que eso se expresa con toda nuestra conducta, en ese caso sería redundante y si no se lo estamos transmitiendo, cualquier cosa que digamos con palabras sería falso”.

Estos mecanismos eran en parte ego distónicos y se lamentaba de funcionar como una máquina, a veces se refería a su tratamiento como un intento de “humanizarse”. Los conflictos con su novia o con su madre le hacían sentir muy culpable y confuso. “Sé que con mi forma de comportarme les hago daño pero no lo puedo remediar, me piden algo pero no termino de entender qué esperan de mí”. Justamente en muchas situaciones sociales se veía representando un papel y se preguntaba continuamente acerca de cómo sería él en su forma auténtica.

En la relación con su madre había poco lugar para las expresiones afectivas, era una mujer bastante fría y exigente que sobrevaloraba los aspectos intelectuales.

Se instaló con relativa facilidad en la situación terapéutica (psicoterapia de 1 sesión por semana) predominando la transferencia positiva. En el comienzo, no obstante, sus mayores resistencias se centraban en verme demasiado próximo a su madre (ambos éramos sudamericanos, probablemente yo también exilado) en ocasiones se refería con cierta ironía a los argentinos o a las teorías psicoanalíticas.

A medida que fue sintiendo mas confianza conmigo aumentaron sus críticas o sus quejas con respecto a su madre, sobre todo se lamentaba de que “hiciera poco de mamá” refiriéndose a los cuidados, gestos afectuosos, etc. Por lo que recordaba nunca había sido una madre cariñosa. Toleraba mal ser crítico con ella y solía añadir siempre alguna reflexión autoinculpatoria del estilo “tampoco yo debo ser muy buen hijo”.

Al cabo de unos meses comenzó a hablar del pasado. Uno de los primeros temas fue la separación de su madre de X. y la marcha de éste a Uruguay: “Yo no lo quería mucho, pero al marcharse, sentí que me faltaba algo”.

En esa época para sorpresa de todos incluido él mismo, decide hacer el “bar-mitzvá” (no tenían educación ni práctica religiosa) “Buscaba algo y no sabía qué, todavía lo ignoro, solo sé que me hacía bien me daba tranquilidad. Me hacía sentir menos perdido en el mundo. Mientras me preparaba me parecía tener un objetivo importante, hacer una prueba, algo que para millones de personas desde miles de años representa un paso importante en sus vidas, por unos meses mi vida estaba ordenada y tenía un sentido trascendente.
No me importaba el aspecto religioso pero me fascinaban las charlas con el rabino. No estoy seguro de que me interesara mucho lo que me decía pero si recuerdo la sensación de paz que me transmitía. Lo veía como alguien seguro, que cree profundamente en lo que dice”
Estableció una relación muy especial con el rabino que a diferencia de X era una persona en quien se podía confiar.

A nivel transferencial también yo empezaba a infundirle mas confianza, tal vez no tanto por lo que le decía, sino por el tipo de vínculo que podía establecer.

El “bar-mitzvá” parecía haberle ofrecido un marco de pertenencia al menos transitorio en un momento de crisis en su medio familiar que a la vez remitía a una crisis mas profunda de su identidad y a los aspectos más difíciles de su historia.

Se lamentaba de haber perdido completamente el hebreo y de no tener casi ningún recuerdo de su vida en Israel (hasta los 4 años y medio). El estudio con el rabino le puso en contacto con ese idioma olvidado y de alguna manera con un trozo de su pasado.

Solía repetir que él no era de ninguna parte “no soy uruguayo porque no nací allí, no me siento israelí porque no conservé ni el idioma y la verdad es que tampoco me siento muy español ni catalán” Decía que a veces veía esto como una ventaja, algo que le hacía superior a los demás, como estar mas allá de las nacionalidades; otras en cambio se sentía como un extraterrestre.

El tema de su padre desaparecido estaba “desaparecido” de su terapia, fue un dato que no trajo espontáneamente en las primeras entrevistas y que yo introduje porque lo conocía previamente. Muy pocas veces hacía referencia a esto y en general eran comentarios superficiales.
Contratransferencialmente sentía la necesidad de entrar en esta problemática pero los primeros intentos no resultaron muy fructíferos. Él sabía muy poco de su padre, había preguntado muy poco y no parecía desear preguntarse mucho más.

En una sesión en la que hablaba de un trabajo de investigación para la facultad comentó que tenía muchas ideas pero que cuando rastreaba la bibliografía y veía que en todos los temas había estudios anteriores se desanimaba, él sabía que no podía plantearse ser totalmente original y pionero y que tenía que partir de trabajos anteriores, pero no podía evitar un sentimiento de frustración al tener que remitirse siempre a lo que antes hicieron otros.

Este material permitió ver sus fantasías de no tener progenitores, de haber sido autoengendrado. Asociativamente fue trayendo nuevas fantasías sobre no tener orígenes, tanto en su versión maníaca: “no tener lastre de ningún tipo, ser mas libre”, como en otras en las que predominaban aspectos depresivos y sobre todo confusionales. Aparecieron recuerdos infantiles sobre su interés por la astronomía y la geografía, su curiosidad por el nacimiento de la tierra y los planetas, la separación de los continentes y un cuento que escribió de pequeño situado en la Atlántida, el continente perdido. A partir de todo este material se pudo aproximar al hecho de tener un padre perdido, desaparecido y desconocido.

También surgieron algunos elementos persecutorios, un sueño infantil en el cual el mundo, el globo terráqueo, era envuelto por una manta o almohadón que lo apretaba hasta destruirlo completamente, él se salvaba porque lo miraba desde fuera (extraterrestre) pero se sentía impotente para salvar la tierra. Era una pesadilla que le había quedado muy marcada y recuerda que luego en los juegos dramatizaba la escena onírica pero dándose la oportunidad (reparatoria) de ser un héroe y salvar la tierra.

Decía que nunca había querido hablar con su madre de estas cosas porque ella se ponía triste, (y él?). Tenía una sola foto de su padre pero no quería mirarla, no sabía muy bien dónde estaba guardada o perdida.

En esta época tuvo el primer sueño que recuerda en el que “aparece” su padre.

No lo ve pero escucha su voz como si fuera hablando por un altavoz y lo hace de una forma muy tranquila y pausada, no recuerda las palabras pero es sumamente comprensivo y tolerante con todos, especialmente con él.

En este contexto recibió una propuesta de sus abuelos maternos para viajar a Uruguay. Esto le generó grandes dudas y conflictos. Cuando finalmente decidió aceptar la invitación sintió una mezcla de miedo y emoción, consciente de que se trataba de un evento de enorme transcendencia. A partir de ese momento comenzó a interesarse por la historia reciente del Uruguay y por la realidad socio-política en la que tuvo lugar la represión y las desapariciones. Por primera vez se acercaba a libros y publicaciones sobre estos temas, que por otra parte siempre habían estado a su alcance en la biblioteca de su casa.

Para esa misma época había colocado la recuperada foto del padre en su mesa de noche. Buscar similitudes y diferencias, calcular edades o adivinar circunstancias, pronto la foto se convirtió en verdadero soporte visual para el despliegue de los procesos identificatorios.

Una de las cuestiones más movilizadoras en este período fue su intención de escribirle a “las hermanas” ambigua denominación con la cual se refería a las hijas que su padre había tenido en un matrimonio anterior y que años atrás se habían puesto en contacto epistolar con él sin obtener respuesta. Ahora quería anunciarles su viaje y su deseo de conocerlas personalmente, pero esta tarea resultaba sumamente penosa y difícil. Numerosas sesiones giraron en torno a la preparación de esta carta. El principal obstáculo parecía ser la culpa y la disculpa por no haberles contestado nunca. Esta culpabilidad manifiesta permitió acercarnos al complejo entramado de fantasías y sentimientos persecutorios que le dificultaban el contacto con los objetos perdidos y la elaboración de los duelos pendientes.

Por momentos temía el rechazo y la críticas de estas “hermanas” desconocidas, quienes sí habían conocido a su padre y podían acusarle de ser un intruso, un hijo de segundo nivel. Otras veces expresaba la sensación de poder encontrar en ellas una comprensión y una complicidad especial. Durante varias semanas la escritura de la carta fue su principal ocupación y preocupación y las sesiones se convirtieron en un marco idóneo para contener, organizar y analizar los intensos emergentes emocionales que le producía esta tarea.

La elaboración de la carta mostraba a pequeña escala todas las vicisitudes del trabajo de elaboración del duelo. Producía, se estancaba, borraba y recomenzaba, descorazonándose a veces pero también experimentando alivio y satisfacción cuando sentía que había logrado avanzar. En una sesión comentó: “Me doy cuenta que todo lo que estoy escribiendo son sentimientos que ya tenía pero que nunca había pensado cómo poner en palabras.”

Las dificultades para hablar de estas vivencias, para transformarlas en palabras habían dejado su aparato psíquico “huérfano” de recursos para pensar, simbolizar y en definitiva llenar de significación el vacío dejado por las pérdidas.

Comenzar a encontrar enunciados capaces de contener sus emociones y pensamientos le permitía a su vez capacitarse para buscar nuevos contenidos articulados a través del trabajo asociativo. De esta manera entiendo que se ponía en marcha un proceso generador de sentido que hacía posible acercarse a aquellos territorios de lo nunca dicho, lo impensable, de alguna manera lo que Bion denomina “terror sin nombre”.

Probablemente la madre de Manuel sumergida en sus propios duelos suspendidos, se vio limitada en su capacidad para recibir y mitigar los sentimientos dolorosos de su hijo (capacidad de “reverie”). La falta de significantes para el sufrimiento dejaba los contenidos psíquicos traumáticos aislados y desmembrados.

La zona de silencio de la madre habría impuesto un sesgo también a la memoria. Los mecanismos disociativos operando sobre evocaciones y recuerdos le dificultaron producir relatos y explicaciones que ayudaran a soldar las fracturas de la historia familiar. La discontinuidad atraviesa la vida de Manuel marcando su historia, su “geografía” y su genealogía. Antes de nacer ya tiene un padre desaparecido y él mismo ha emigrado, filiación y nacionalidad dos ejes de la identidad quedan comprometidos en su mismo origen. (Y reactivados por los duelos posteriores). La consolidación de la identidad depende en gran medida de las primeras relaciones objetales y para Manuel estas llevan el sello del “objeto ausente”. Los sentimientos de “individuación”, “mismidad” y “pertenencia” que se corresponden con las interrogaciones “quién soy yo?”, “sigo siendo el mismo? (a pesar de los cambios)” y “de dónde soy?”, se ven todos ellos afectados por las sucesivas pérdidas y le exigen un especial esfuerzo en la búsqueda de elementos de cohesión de su identidad.

Cuando al comienzo de su tratamiento hablaba de su deseo de “humanizarse” creo que no se refería solamente a su intento de contactar con sus afectos y poder expresarlos, sino también al hecho de sentirse humano en oposición a extraterrestre, es decir alguien que sabe de su origen, de su lugar en el mundo y de su lugar en su propia historia.

Para terminar, a modo de epílogo, aunque tiene más de apertura que de final, quisiera referirme brevemente al viaje de Manuel a Uruguay (viaje a su pasado como él lo había bautizado). Sin duda para él significó vivir unas experiencias de altísimo impacto emocional, especialmente el encuentro con sus hermanas y el descubrimiento de una parte importante del mundo de su padre, el escenario podríamos decir, donde situar su vida y su muerte. Como síntesis de este evento prefiero reproducir la que el propio Manuel hace a su regreso en la primera sesión:

“Lo más importante fue que mis hermanas me contaron que mi padre les había hablado de mí. Recordaban que les había contado muy ilusionado que iban a tener un hermano. Me impresionó saber que yo había llegado a existir para mi padre, de alguna manera”.

El proceso terapéutico continuó con sus vicisitudes y dificultades, pero creo que éste fue un momento singular que constituyó un punto de inflexión, un salto cualitativo en el trabajo de elaboración. Haber existido en “la cabeza” de su padre, haber habitado sus pensamientos, le permitió comenzar a hacerle un lugar a su vez a su padre en su propia mente. Descubrirse en sus palabras le ayudó a restablecer una conexión desaparecida. Continente y continuidad marcarían la dirección de una búsqueda.

Pienso que el proceso elaborativo en este tipo de duelos requiere la construcción de unos continentes internos y externos que ayuden a limitar, organizar y cohesionar un universo psíquico marcado por las rupturas traumáticas, el desmembramiento y el vacío.

Dice Rene Kaes que: “El agujero de la desaparición provoca efectos patológicos no solo actuales sino también sobre varias generaciones, conmueve en cada uno las fundaciones del vínculo, del pensamiento y de la identidad”.

Si pensamos que a diferencia del vacío un agujero tiene límites, tiene contorno, podemos considerar que una de las funciones de la elaboración en estos casos es precisamente lograr transformar los vacíos en agujeros.

Pero, ¿hasta qué punto es posible llegar a delimitar una “ausencia”, se pueden tender puentes en el abismo? Estas son sólo algunas de las muchas preguntas que quedan en el camino.

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