Sociedad Española de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y del Adolescente

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Hiperactividad y trastornos de la personalidad II: sobre la personalidad límite

PDF: lasa-hiperactividad-trastornos-personalidad2.pdf | Revista: 34-35 | Año: 2003

Como describí en la primera parte ya citada, haciendo una revisión histórica del concepto de hiperactividad, desde el siglo XIX y a lo largo del XX se observan dos líneas claramente diferenciadas. Una la constituida por la psiquiatría franco-alemana, que tiende a describir entidades nosográficas “estructurales” basadas en la comprensión de mecanismos psicopatológicos, y la otra, la de la psiquiatría anglosajona, que prefiere el pragmatismo de la observación directa de síntomas y su descripción semiológica. En ambas se desarrolla una preocupación “moderna” por conceptualizar un problema clínico de extensión progresiva, la existencia de trastornos de carácter y conducta y de “personalidades patológicas” que no pueden ser incluidas en las categorías bien conocidas de neurosis y psicosis.

En la psiquiatría francesa y alemana son numerosos los autores que necesitaron acuñar términos nuevos para designar cuadros clínicos atípicos que no encajaban en la categoría de demencia precoz/esquizofrenia, descritas por Kraepelin y Bleuler, que se mostraron reacios a la individualización de lo que para ellos eran formas clínicas “atenuadas” o intermitentes” de la entidad que habían descrito. Pero no pensaba así MAGNAN (1893), que describió los “delirios curables” cuya evolución denotaba para él que se trataba de una enfermedad diferente. Asimismo KAHLBAUM (entre 1885 y 1890), diferencia las “heboidofrenias” de las demencias precoces, caracterizándolas por su propensión a la delincuencia y la prevalencia de trastornos caracteriales que no se acompañan de deterioro progresivo. KRETSCHMER (1921), describe un carácter patológico, la “esquizoidia”, ligado al biotipo leptosomático predisponente a la esquizofrenia, en el cual la inhibición asociada a la impulsividad conduce a la inadaptación social, sin que se presente proceso disociativo alguno. También MINKOWSKI (1924), en Francia, desarrolla este concepto y CLAUDE (1924) el de las “esquizosis”, que sitúa entre psicosis y neurosis, y entre las que individualiza la “esquizomanía”, caracterizada por la desadaptación a la realidad, la impulsividad, las bizarrerías de comportamiento y el autismo (posteriormente y aún en la actualidad el término de “esquizomanía” describe un cuadro clínico con sintomatología mixta, –en parte esquizofrénica y en parte maníaca–, incluible para ciertos autores dentro del espectro esquizofrénico e incluso aceptada como forma clínica “mixta”, “afectiva” o “esquizomaníaca” de la esquizofrenia).

CLAUDE (1939) y luego EY (1955), desarrollan el concepto de “esquizoneurosis”, estados caracterizados por la coexistencia de comportamientos neuróticos con descompensaciones psicóticas en forma de “bouffées” delirantes o de episodios discordantes (disociativos), que para Ey suponen “el final de un proceso que entraña la dislocación brusca de un sistema neurótico hasta entonces bien organizado”.

La existencia de formas clínicas de transición, entre psicosis y neurosis, también es reconocida por otros autores, que sin embargo, prefieren mantenerlas vinculadas a una naturaleza de tipo esquizofrénico: “esquizofrenia ambulatoria” de ZILLBOORG (1941), “esquizofrenia pseudoneurótica” de HOCH y POLATIN (1949), “estados mixtos y transicionales esquizofrénicos” de PALEM (1958).

Todos los autores citados describen, en síntesis, dos tipos de estados mixtos “esquizoneuróticos”: los que conllevan la transición desde la disociación “esquizofrénica” a una adaptación a la realidad “neurótica” y los que se caracterizan por una “inestabilidad estable”, es decir permanente, que no conllevaría un grado de disociación comparable a los anteriores.

La ausencia de disociación es aún más clara en otros cuadros clínicos: “psicópatas” y “mitómanos” de DUPRÉ, “personalidades psicopáticas” de SCHNEIDER, “paranoia sensitiva” de KRETSCHMER, descripciones más semejantes aún a las personalidades límite actualmente descritas.

Desde una perspectiva psicoanalítica, es a partir de los años 40 y en los Estados Unidos cuando el concepto de patología borderline resurge para distinguir neurosis y psicosis. En particular por la constatación de la aparición en los tratamientos de pacientes neuróticos, de formas de transferencia que, por distorsionar la percepción de la realidad y dificultar extremadamente la relación terapéutica, se asemejaban al funcionamiento psicótico. La necesidad de detectar los elementos clínicos que permitían predecir el riesgo de una “psicosis transferencial” y su manejo técnico, se convirtió en una prioridad teórica y clínica.

STERN, en 1936, consagra el término “borderline” describiendo las características de estos pacientes: sentimiento difuso de inseguridad, hiperestesia afectiva, desfallecimiento de la estima de sí mismos, todo ello atribuido a una carencia narcisista fundamental.

Helene DEUTSCH (1935,1942), describió bajo la denominación de personalidades “como si” (“as if”) sujetos que, bajo apariencia de normalidad, presentan una falta de autenticidad en sus relaciones, derivada de serias distorsiones en la interiorización (2) de relaciones de objeto precoces. También WINNICOTT desarrollaría posteriormente la descripición de las personalidades “falso self” caracterizadas por una hiperadaptación a las exigencias externas, una falta de sintonía con sus sentimientos íntimos y un “desconocimiento” de los aspectos más auténticos de su propia personalidad.

EISENSTEIN (1949, 1951) Y BICHOWSKY (1953), insistieron en el riesgo de descompensaciones psicóticas transitorias, sobre todo cuando el tratamiento psicoanalítico se realiza sin preparación previa.

Posteriormente ciertos autores se preocuparon por distinguir las personalidades límite de las psicosis, puesto que se describían bajo este concepto tanto pacientes con una sintomatología psicótica que remitía rápidamente, como otros que de forma estable se mantenían en un funcionamiento intermedio entre psicosis y neurosis. WOLBERG (1952) y FROSCH (1964) precisaron que presentaban, de forma estable, en sus relaciones interpersonales mecanismos repetitivos de índole sadomasoquista, semejantes a una relación padre-niño ambivalente, así como un predominio de defensas más arcaicas que las utilizadas por pacientes neuróticos y, contrariamente a los psicóticos, un criterio de realidad preservado. PARKIN (1966), insistió en que no son sus síntomas lo característico, sino el estado permanente de transición en el que los mecanismos neuróticos sirven de defensa contra la desorganización psicótica.

Otros autores trataron de definir las características del Yo del borderline para postular que sólo una definición metapsicológica permite confirmar el diagnóstico. KNIGHT (1953) insistió en la alteración de las funciones normales del Yo: debilitación severa de los procesos secundarios de pensamiento, de la integración, de la capacidad de elaborar proyectos realistas, de la adaptación al entorno, del mantenimiento de relaciones objetales, y de las defensas contra impulsos primitivos inconscientes. SCHMIDEBERG (1959) describe los estados límite como una organización “estable en su inestabilidad”, “limítrofe de las neurosis, de las psicosis psicógenas y de la psicopatía”, insistiendo en “el defecto de modulación emocional y de tolerancia de la angustia y afectos depresivos, sus comportamientos excesivos y tendencias a la acción destinados a luchar contra el vacío interior, su intolerancia a la frustración y sus trastornos en la capacidad de realizar juicios razonables”. MODEL (1963) propone la descripción del comportamiento del “puerco espín” para ilustrar el estilo de relación anaclítica en la que coexisten la necesidad de protegerse ante la angustia, que acompaña a cualquier acercamiento, y la fragilidad identificatoria. GRINKER, WERBLE y DRYE (1968) tras un análisis multifactorial identifican cuatro componentes fundamentales: agresividad, modo de relación anaclítica, trastorno de la identidad y un tipo particular de depresión.

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