Sociedad Española de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y del Adolescente

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La institución, el equipo de trabajo y la psicoterapia de grupos

PDF: hebe-institucion-equipo-trabajo.pdf | Revista: 39-40 | Año: 2005

LA INSTITUCIÓN Y EL EQUIPO DE TRABAJO COMO SOSTÉN PARA EL ABORDAJE PSICOTERAPÉUTICO

Los diseños psicoterapéuticos para los diferentes grupos investigados, fueron implementados en el Centro Interdisciplinario de Servicios de la Universidad Nacional de San Luis, cuya atención psicológica es gratuita y está dirigida a una población no mutualizada y de bajos recursos económicos.

En primer lugar, tal como lo señalamos en comunicaciones anteriores la modalidad de trabajo y el análisis del material clínico se delineó partiendo de considerar que en todos los grupos psicoterapéuticos el desarrollo transferencial, la interpretación de dicho proceso y la modalidad de coordinar e intervenir del o los terapeutas y del observador, se ven transversalizadas por:

  • Las características de la institución, históricamente configurada,
  • La modalidad relacional que se desarrolle en el interior del equipo de trabajo como un todo y de éste con la institución en la que se incluye,
  • La relación que entablan los terapeutas entre sí o el terapeuta con el observador,
  • El interjuego de las identificaciones proyectivas del grupo terapéutico con la institución y con el equipo de trabajo,
  • La dinámica misma del grupo psicoterapéutico, y de los objetivos que se persiguen,
  • Las posibilidades emocionales de los terapeutas, su formación teórica, su experiencia clínica.

La transferencia y contratransferencia trascienden al grupo psicoterapéutico y se depositan también en la institución en la que se desarrolla la tarea y por lo tanto deben ser incluidas en el análisis del material y elaboradas tanto dentro de dicho grupo terapéutico como en el equipo de trabajo.

No podemos dejar de hacer notar que la consulta por problemas de aprendizaje y/o dificultades vinculadas a la adaptación a los requerimientos académicos se desarrolla en la institución universitaria, a partir de sus programas de extensión a la comunidad, lo cual le otorga a la solicitud de ayuda un tinte particular. En el mismo escenario se despliega el fracaso que excluye, que frustra y el pedido de auxilio. Así, lo persecutorio y la posibilidad de recibir el cobijo necesario para hacerle frente, se combinan de una manera peculiar. El deseo de “saber-no saber”, de “aprender-no aprender”, de responder a las exigencias en una relación asimétrica que frecuentemente acompaña las consultas en diferentes ámbitos, en este contexto se hace más evidente, funcionando como un modo de acercarse, buscar, conocer y simultáneamente de resistirse. El trabajo en grupo irá permitiendo reconocer que el saber lo detentan todos y cada uno de los miembros, y que al compartirlo se podrá amplificar paulatinamente. Así, cada integrante influye en el otro estableciendo una red relacional que se convierte en un continente de las diferentes dificultades y modos de resolverlas y que lleva a desdramatizar el conflicto. Cuando se introyectan nuevas modalidades relacionales, surge una sensación de alivio que hace posible pensar, buscar activamente otros modos de estar y de vincularse.

En otras palabras, hemos podido observar que en los momentos iniciales del trabajo psicoterapéutico la institución se constituye en el primer continente sobre el que se proyecta un objeto idealizado vivido como una gran madre que sostiene y envuelve, por lo que deberá ser objeto de señalamientos, e interpretaciones que den lugar a la paulatina integración de aspectos disociados y proyectados en la misma. Esto permite comprender las diferentes modalidades en que se presenta la dependencia, las necesidades de cuidado y las fantasías que se despiertan al ingresar y permanecer en el grupo terapéutico. A medida que disminuyen las fantasías persecutorias más primitivas movilizadas por el ingreso a un grupo, las proyecciones idealizadas realizadas a la institución quedan como telón de fondo del espacio central que ocupa el aquí y ahora grupal, donde surgen los deseos de fusión y los posteriores procesos de discriminación.

El equipo como continente

Un abordaje psicoterapéutico grupal, requiere necesariamente de un equipo de trabajo y de un caudal importante de consultas, lo que fue propiciado por la institución pública en la que desarrollamos nuestra actividad.

Desde esta perspectiva, el trabajo de la dinámica de las relaciones que se gestan dentro del propio equipo, se constituye en el pilar que sostiene lo asistencial y la investigación. Cuando el grupo de trabajo se configura en un continente para los terapeutas y observadores, es capaz de receptar y metabolizar el despliegue de los procesos de proyección, identificación e identificación proyectiva, así como las necesidades de dependencia, de fusión y separación, de los pacientes y de los terapeutas, ampliando las posibilidades de tolerar más fácilmente tales procesos. De ese modo el equipo se constituye en un recurso terapéutico en sí, en la medida que sea capaz de mirarse a sí mismo y de esa forma elaborar las fantasías que surgen como defensas frente al impacto de la locura, de la perturbación social, de la fantasía de muerte y de los cambios catastróficos, entre otros.

El trabajo en equipo que aquí proponemos se organiza alrededor de lo asistencial y la investigación. El interjuego de ambas instancias amplía las posibilidades de que cada integrante pueda mirarse en relación a sus compañeros y al lugar que ocupa en el equipo, a su modalidad de ser y estar en un grupo y cómo esto trasunta en su propia práctica psicoterapéutica.

A los efectos de sostener este principio básico de “constituir un equipo de trabajo que se piense a sí mismo” en su hacer asistencial tanto como en la actividad de investigación, es condición necesaria el análisis individual y grupal de cada uno de sus integrantes, así como el desarrollo de una organización interna con seminarios, controles individuales y grupales, ateneos clínicos y grupos operativos. Es importante señalar que el grupo de trabajo se alimenta tanto de las intervenciones
de expertos externos al proyecto, a través de supervisiones y cursos de perfeccionamiento, como de la incorporación de profesionales jóvenes en formación.

Proceso de formación y constitución de la pareja terapéutica

En nuestro equipo de trabajo el proceso de formación de los profesionales noveles se inicia con el estudio del marco teórico y la visualización de sesiones filmadas de un grupo psicoterapéutico por el espacio de un año. Esta primera actividad permite a los nuevos integrantes una compresión más cabal de la dinámica de los grupos, y al mismo tiempo posibilita al equipo en su totalidad, repensar la modalidad de intervención y el proceso psicoterapéutico. En nuestra experiencia este procedimiento de mostrar permite mirar y mirarse, repensar y repensarse, convirtiéndose en un proceso recíproco y continuo de aprender y enseñar.

En un segundo momento los profesionales en formación se integran como observadores dentro de grupos de padres o de adolescentes y luego como co-coordinadores en el grupo de niños.

La presencia del observador se constituye en un recurso que funciona como sostén para el terapeuta, atenuando el impacto del material clínico, ayudando en su análisis, en una relación continente-contenido que permite el pensar las diversas emociones e identificaciones proyectivas vivenciadas en el grupo.

Coincidimos con Bastos y otros (1997) cuando refiere que la relación de dependencia y por ende asimétrica que se entabla entre “el que sabe” como terapeuta y el que se “prepara para…” en el rol de observador, es una fuente de intensas movilizaciones. Señala que esta situación es, en sí misma, una experiencia regresiva, que remite a la conflictiva edípica en un escenario cuyos protagonistas son: el grupo, su terapeuta y luego el observador. Asumir el tercer lugar supone un momento de ansiedad que necesita ser negado, de ahí que haciendo uso de los movimientos regresivos, el observador tienda a concebir al grupo como una situación dual, en la que se siente excluido. En este rol tanto en la fantasía como en sus sensaciones se oscila entre los deseos de ser un paciente más y el verse como un profesional, ser “como” el terapeuta. Frente a los temores que se generan al iniciar un grupo, frecuentemente el observador se siente abandonado y preso de procesos signados por la fragmentación y la idealización, que deben ser trabajados dentro del equipo para que paulatinamente se gesten mecanismos más evolucionados que permitan tolerar la frustración. Este proceso va posibilitando la adquisición de la identidad de observador, la disminución de la culpa, la puesta en marcha de mecanismos de reparación, creación y de sublimación, así como también un ajuste perceptivo que posibilitará una visión más global del acontecer grupal. La posibilidad de elaborar la situación de “tercero” es central para aprender del coordinador y colaborar con él, sin olvidar que el vínculo de ambos frente al grupo es esencialmente distinto. Por lo tanto, la observación no es un lugar neutro de aprendizaje, por el contrario, el candidato en formación se ve confrontado con su propio mundo interno, altamente movilizado en el aquí y ahora, desarrollando fuertes procesos contratransferenciales a partir de ser impactado por la dinámica de las relaciones establecidas con el equipo de trabajo y por el grupo terapéutico que observa.

Es importante consignar que en el coordinador, al desarrollar a su vez el rol de formador, también se movilizan intensas ansiedades edípicas que lo remiten a lugares arcaicos y ponen a prueba su capacidad de tolerar sus temores frente a la idealización, la envidia, la voracidad, la dependencia y la rivalidad tanto de su acompañante dentro del grupo, como de todos y cada uno de sus integrantes. El rol de formador moviliza fantasías y ansiedades referidas a la particular modalidad con que se puede ocupar un lugar materno de acogida y contención y, simultáneamente paterno al señalar normas y exigencias que posibiliten el cumplimiento de metas o expectativas delineadas en la tarea asistencial, en la investigación y en el proceso de formación en sí mismo. Por lo tanto, cabe reiterar: el tratamiento personal y la supervisión del material clínico se tornan imprescindibles.

Nuestra experiencia previa a la constitución del proyecto de investigación con grupos psicoterapéuticos, nos ha llevado a adoptar modalidades diferentes para organizar la intervención grupal. Así, con los padres y adolescentes, se incluye un coordinador y un observador participante; por el contrario los grupos de niños son coordinados por un terapeuta y un coterapeuta.

Especialmente con niños y púberes, hemos comprobado que es necesaria la presencia de una pareja de terapeuta y coterapeuta que pueda contener al grupo y atender las oscilaciones que se van presentando en la dinámica transferencial misma, en sus movimientos de búsqueda de una relación dual a una más grupal. Partimos de considerar, tal como lo señala Abadi (1997), que el desarrollo de la transferencia lejos de ser inespecífica, es convocada por configuraciones concientes e inconcientes de los terapeutas. De este modo, la pareja de terapeutas estimula la recepción de proyecciones que refieren a las figuras parentales, más fácilmente aún cuando se constituye como una pareja mixta.

Al conformarse las parejas de terapeutas es importante que se tengan en cuenta las posibilidades concretas de entablar una relación históricamente simétrica entre ellos. Cabe recordar que resulta muy difícil revertir las fantasías que se ponen en juego al iniciar una relación. Por lo tanto, es conveniente que la pareja se constituya entre compañeros de formación y no entre terapeuta formador y terapeuta en formación. Cuando la relación previa ha sido asimétrica, habitualmente uno de los coordinadores se convierte más bien en un observador participante, quedándose en un lugar intermedio.

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