Sociedad Española de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y del Adolescente

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Interacciones precoces padres-hijos; reflexiones a propósito de la prevención y detección precoz de los trastornos del desarrollo en el bebé

PDF: larban-interacciones-precoces-padres-hijos.pdf | Revista: 39-40 | Año: 2005

Juan Larbán Vera
Psiquiatra y Psicoterapeuta.

La prehistoria de la maternidad y paternidad se inscribe en el curso de los diferentes estadios o fases de desarrollo infantil de la futura madre y del futuro padre. Condiciona el desarrollo del deseo de tener un hijo, de ser padres y también el desarrollo del embarazo y del parto así como de las primeras relaciones madre-hijo y padre-hijo.

Para ser padres, padres responsables, no basta con tener hijos y punto. Ser padres es un proceso evolutivo dinámico alimentado por el deseo y necesidad de desarrollar la función parental, fundamental para la supervivencia y desarrollo del hijo. Dicha función parental, tanto materna como paterna, es un proceso de aprendizaje continuo en el que el camino se hace al andar y que, como la vida misma, sólo se termina con la muerte.

Los padres “hacen” al hijo con lo que tienen: las identificaciones primarias y secundarias, conscientes e inconscientes hacia lo maternal y femenino así como a lo paternal y masculino presentes en el mundo interno de ambos padres. Las circunstancias internas y externas son siempre diferentes con cada hijo. Esto hace que con cada hijo seamos padres diferentes. A su vez cada hijo es diferente para los padres, no solamente por lo que puede despertar en ellos como personas, como pareja y como padres sino también por su “capital” bio-psicosocial constitucional, el potencial de sus competencias y su vulnerabilidad. “Capital” del bebé que modula los investimientos de los padres y también la relación con ellos. En cierta medida el hijo también “hace” a los padres.

Podemos ver las interacciones precoces padres-bebé como un proceso relacional y comunicacional recíproco y asimétrico que mediante su sincronización y regulación progresivas crea y desarrolla un área de mutualidad psíquica compartida que puede desembocar en una espiral interactiva de alto potencial evolutivo o en una serie de círculos cerrados generadores de trastornos precoces en la relación padres-hijo y también en el niño. Con el grave riesgo de cronificarse y de constituir núcleos defensivos y patológicos en el niño mayor y en el adulto.

Ser padres forma parte de la identidad del sujeto y de su personalidad. En el proceso de filiación que supone el hecho de ser padres, los hijos también se inscriben en un proceso interactivo similar que les lleva a ser hijos más allá del hecho de tener padres.

Ser padres supone asumir la reactivación de una doble identificación presente en el mundo interno de todos los padres. Por un lado, reactivación de la identificación latente a la imagen interna del niño que hemos sido, del hijo que somos internamente y del que hubiésemos querido ser. Por otro lado, reactivación de la identificación latente a la imagen interna de nuestros propios padres, los que hemos tenido, los que tenemos internamente y los que nos hubiese gustado tener.

La reactivación identificativa se efectúa también con respecto a la imagen de la función parental interiorizada (tríada) y a la imagen de la función materna y paterna también interiorizadas (díada). Tríada: relación a tres. Díada: relación a dos.

Ser padres es también asumir que nuestro hijo va a desarrollarse como fruto de una serie de proyecciones psíquicas parentales (expectativas, deseos, miedos y fantasías conscientes e inconscientes) que el bebé despierta en ellos por su aspecto y las características iniciales propias de la interacción precoz que se establece con ellos. Proyecciones con las que el bebé se va identificando, introyectándolas y constituyendo así el núcleo de su identidad primitiva. Proyecciones empáticas y anticipación creadora que posibilita el desarrollo sano del bebé. Pero también proyecciones conflictivas y más o menos patológicas que bloquean y limitan su potencial de desarrollo.

Podemos distinguir cuatro etapas en la génesis de la maternidad:

  1. Constitución de lo maternal durante las primeras relaciones de la futura madre y padre con su propia madre.
  2. La etapa de separación en la que el niño/a aprende a hacerse progresivamente autónomo.
  3. La etapa de auto-atribución de la función materna y paterna en la que la niña y el niño reproducen con sus juguetes y sus juegos, solos o con sus camaradas, las actitudes de su propia madre y de su padre.
  4. En el transcurso de su desarrollo, la presencia del padre confirma a la hija la capacidad de ser madre y al hijo en la capacidad de ser padre.

Como vemos, la constitución de lo parental, de lo materno y de lo paterno, es fruto de las identificaciones conscientes e inconscientes de los hijos hacia sus padres. Esas identificaciones, así como las experiencias de amor-odio y también de deseo que se viven y aprenden en el seno de la familia de origen, serían, pues, los elementos fundadores de la futura familia de los hijos.

Incluso si el deseo de ser madre o ser padre se presenta como un proceso consciente y programado, está siempre infiltrado de significados y deseos inconscientes.

El deseo de tener un hijo, nacido de exigencias personales inconscientes y de exigencias sociales a la vez conscientes y relacionales, es ambivalente. Forma parte de la realización de la familia y de la micro-estructura emocional que la constituye. Puede también enmascarar otros deseos; por ejemplo, el de comprobar su fecundidad y para ello quedarse embarazada o provocar un embarazo “no deseado”. Puede ser también la expresión del deseo de encontrarse con su propia infancia. El deseo de tener un hijo está ligado a la pulsión de vida, al deseo de inmortalidad y a la transmisión transgeneracional.

En la prevención del embarazo no deseado en la adolescencia sería muy importante tener en cuenta todo esto y evitar caer en la trampa de confundir la información con la formación.
El hijo del deseo es un hijo maravilloso, un niño ideal; pero el hijo de la realidad parece siempre diferente con respecto al que hemos fantaseado consciente o inconscientemente.

Cuando no hay verdaderamente el deseo de tener un hijo, sino solamente el deseo de quedarse embarazada, este deseo se corresponde más bien a una fantasía de necesidad de plenitud y de verificación del buen funcionamiento del aparato reproductor.

Sería, pues, un deseo de tipo narcisista en el que se buscaría acabar de sentirse mujer o sentirse completa como mujer. Teniendo un hijo, la mujer se encuentra y “toca” a su propia madre, llega a serlo y la prolonga.

En el análisis consciente y sobre todo inconsciente del deseo de quedarse embarazada, de tener un hijo y del origen de la maternidad, se pueden encontrar factores de riesgo y en cierta forma, indicadores predictivos sobre el desarrollo del embarazo, del parto y de las primeras relaciones madre-hijo o padres-hijos.

El embarazo provoca en el plano emocional cambios radicales en la futura madre y en el futuro padre que se corresponderían con una crisis de identidad. Abstracciones como fertilidad, realización de sí mismo y duelo, se hacen nociones más “encarnadas”, más inmediatas y personales.

A pesar del acompañamiento familiar (sobre todo del marido) y de la preparación al parto que se realiza durante el embarazo, la madre suele vivir toda una serie de amenazas sobre su propio cuerpo (deformaciones, sobrepeso, senos deformados, estrías) que la llevan a sentir un profundo miedo de sentirse pesada, estropeada y desvalorizada ante sus propios ojos y los de los demás. Estos miedos se atenúan y compensan por la vivencia de completud narcisista que experimenta la madre y por los cuidados especiales que necesita la regresión transitoria y parcial que la madre suele vivir a través de la identificación que hace con el fruto de su vientre, es decir, con su futuro hijo. El acceso a nuevas funciones y “roles” tanto familiares como sociales valorizan y compensan de todos estos temores a la futura madre y al futuro padre.

La crisis de identidad durante el embarazo, desencadena modificaciones de la personalidad y del carácter, ya que todo el mundo interno de la mujer embarazada cambia. La madre tiene una sensación de vulnerabilidad importante, dejando de tener una idea precisa de los límites de su cuerpo y de su apariencia para los demás, es decir, de su imagen.

El embarazo sería para la madre como una serie de tareas sucesivas de incorporación, diferenciación y separación del feto. Aceptarlo primero en su propio cuerpo, luego darse cuenta de que no forma parte de ella misma y posteriormente separarse de él. A este proceso le correspondería la ambivalencia del primer trimestre, la presencia del otro en su cuerpo muy vivida en el segundo trimestre y el duelo y la separación que serían por anticipación vivencias esenciales del tercer trimestre de la mujer embarazada. Hacia el final del embarazo, aparecen muy frecuentemente miedos a que el hijo no sea normal y a no soportar el dolor del parto. Tras estos miedos subyacen las dificultades de separación de los dos cuerpos y la necesidad intensa de sentirse protegida y segura además de sentirse cuidada por la familia, el marido y el sistema sociosanitario.

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