Sociedad Española de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y del Adolescente

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Las intervenciones del psicoanalista en psicoanálisis con niños

PDF: janin-beatriz-intervenciones-psicoanalista-ninos.pdf | Revista: 53 | Año: 2012

Muchas veces el niño desestima o desmiente algo de lo percibido o pensado y eso retorna de diferentes modos. Resumiendo, a través del tratamiento de los padres se posibilitan ciertos caminos: desprendimiento de fijaciones pulsionales, apertura del narcisismo (en tanto se modifique la estructura narcisista de los padres), inhibición de la repetición compulsiva (en tanto aquellos puedan ligar, resignificando, el accionar del hijo), entre otros, sin poder prever los avatares posteriores.

Con los niños, operamos sobre los tiempos mismos de la constitución psíquica. Es diferente pensar la estructura como dada a pensar que el niño nace en una estructura, que el lenguaje lo antecede, pero que él mismo se va a ir constituyendo en una historia y que el lenguaje opera como reorganizante a posteriori, fundando el preconciente.

Si como analistas debemos mantener la atención flotante, con los niños, con quienes esto se hace bastante difícil, podemos hablar, como hacía Rodrigué, de una disponibilidad a jugar. O, mejor aún, de una disponibilidad a registrar las propias pasiones, afectos, recuerdos, de mirar y escuchar sin quedar atrapados en el pedido de los padres ni en objetivos pedagógicos. Y así podremos organizar el material de acuerdo a la secuencia, a las reiteraciones y a la historia. ¿Qué se repite, cuándo interrumpe el juego ese niño, cómo se ha armado esa historia?

Armar una trama es diferente a develar una historia. Armar una trama implica, muchas veces, develar muchas historias para poder construir una diferente.

Ser el disparador de un armado: de la represión primaria y de la diferenciación intersistémica, del registro y la expresión de afectos, de la ligazón como freno a la pura descarga pulsional, estableciendo redes de pensamiento, de la puesta en juego de filtros para el exceso pulsional (de sí mismo y de los otros) es una meta diferente a: que donde era Ello advenga el Yo.

Función estructurante del analista, que implica ligar (a través de la contención, de los imperativos categóricos, del funcionamiento en espejo, del poner en palabras, etc.) aquello que ha dejado huellas que incitan a la repetición del movimiento desinscriptor.

En el Hombre de los Lobos, Freud dice: “En la psicología del adulto hemos logrado separar con éxito los procesos anímicos en conscientes e inconscientes y describir ambos con palabras claras. En el niño, esa diferenciación nos deja casi por completo en la estacada. A menudo uno se encuentra perplejo para señalar lo que debiera designarse como consciente o como inconsciente. Procesos que han pasado a ser los dominantes, y que de acuerdo con su posterior comportamiento tienen que ser equiparados a los concientes, nunca lo han sido en el niño. Es fácil comprender la razón: lo conciente no ha adquirido todavía en el niño todos sus caracteres, aún se encuentra en proceso de desarrollo y no posee la capacidad de trasponerse en representaciones lingüísticas.” (Freud, 1918, pág 95, 96)

Descifrar palabras, acciones, juegos, dibujos, pero también silencios y gestos supone conocer la estructura psíquica que determina esa producción y que, como vimos antes, seguramente excede al niño mismo. También aquí operamos con representaciones, pero éstas tienen características diferentes a las del adulto, por ejemplo, por el predominio de los componentes visuales y cinéticos.

El frente a frente, casi un cuerpo a cuerpo, plantea cuestiones a ser pensadas. Gestos, pequeños movimientos, estados de ánimo, se exponen frente a la mirada del niño que es mirado.

Deseos, defensas, identificaciones pueden expresarse de diferentes modos.

En relación a la palabra, es necesario reflexionar sobre los diferentes lenguajes en los que está inmerso un niño (el lenguaje familiar, íntimo, que puede ser más o menos diferente al social, al de la cultura). El niño retrabaja el lenguaje de la cultura más el de la familia a partir de su propia erogeneidad y de sus defensas, realizando transacciones, lo que se debe tener en cuenta para la interpretación y para el valor que se le otorga a las palabras. El niño se puede apropiar del lenguaje, hacerlo suyo desde sus propios deseos, o no.

Y está el juego… Pero hay niños que no juegan, ni dibujan, ni hablan. Es como encontrar algo de la insistencia de la muerte allí donde uno esperaría encontrar sólo vida. Pero esto mismo lleva a una fuerte tentación de irse. Si él no se conecta, si él no establece ningún vínculo, el analista piensa en otra cosa, mira para otro lado, deja pasar el tiempo. Este es el mayor riesgo que se plantea con este tipo de pacientes. Por esto mismo, para estar, hay que proponérselo, intentar sostener el vínculo desde uno, acercarse… es un trabajo de “despertar” a un otro que permanece en una especie de estado de somnolencia. A la vez, ese sacudir a un niño para que despierte, nos enfrenta con una suerte de actitud violatoria, intrusiva, y nos hace asomar a un abismo. Y digo abismo porque cuando logramos despertarlo, no aparecen los cuentos de hadas ni las historias heroicas sino que lo que estos niños nos muestran son fragmentos detrás de las murallas. Atravesamos la barrera (que no es represión sino más bien un movimiento de rechazo de todo lo que no pueda ser englobado en el sí mismo precariamente armado) y nos encontramos con islas representacionales. Y a la vez, debemos tener en cuenta que un despertar brusco puede ser desorganizante. El despertar al otro es aquí una intervención estructurante en tanto tome en cuenta los tiempos y los ritmos del niño.

También están los niños que permanecen en medio de una constelación sensorial, magma indiferenciado que los deja confundidos con el medio. Parecen navegar entre sensaciones confusas. Se conectan pero sin poder diferenciar ni diferenciarse. Allí el analista deberá ir estableciendo diferencias y sosteniéndolas. Es común que estos niños muestren una sonrisa vacía o se mimeticen con el analista. A veces, acercarse de un modo conectado y marcar diferencias comienza con un trabajo de ritmos (chicos que hacen sonidos y que sólo responden cuando se les repite el sonido que fueron haciendo). Tiempo de construcción autoerótica, de armado de placeres…

Muy distinto a los niños en los que predomina la desmentida, con los que tendremos que ver qué es lo intolerable y cómo retorna lo desmentido. Son los niños en los que una intervención de contenidos sin haber trabajado previamente la desmentida, desencadena un ataque de odio.

O aquellos otros que tienden a hacer activo lo vivido pasivamente y a hacerle sufrir al analista sus propios avatares. En estos casos, es fundamental jugar la situación para posicionarse en el lugar que ocupa el niño, y desde allí intervenir nombrando los afectos que el propio niño no puede decir, para, en un segundo momento, salirse del juego e interpretar la incidencia de esa situación en el niño mismo.

Las intervenciones del analista con el niño podrán abarcar un amplio repertorio de intervenciones no-verbales: acciones, operaciones lúdicas (participación en el juego e interpretación a través del mismo), apelando al dibujo o al modelado, así como intervenciones verbales (señalamientos, verbalizaciones, interpretaciones y construcciones), teniendo en cuenta el tono de voz, la modulación, etc.

Desde ir cambiando de a poco un juego repetitivo, seguir un ritmo y armar un diálogo con sonidos, nombrar afectos, nombrar partes del cuerpo, delimitar espacios, diferenciar el cuerpo propio del cuerpo del niño, posibilitar el despliegue lúdico, hasta instaurar imperativos categóricos,… todas estas son intervenciones posibles.

En relación a la interpretación, es interesante la posición que toma Bion: hacer el “vacío” en nosotros y asumir una función “continente” de transformación interna de lo que el otro le aporta al analista. Es decir, tomar en cuenta las sensaciones, sentimientos y asociaciones del analista. (Bion, 1991)

Siguiendo esta línea, André Missenard e Ivonne Gutiérrez, hablan de “trabajar/elaborar lo que el paciente nos da para vivir, sufrir, experimentar; y esta elaboración no necesariamente tiene que ser objeto de interpretación, al menos durante un tiempo”. (Missenard y otros, 1991, pág 101)

Se puede pensar en intervenciones como las interpretaciones y en intervenciones estructurantes. Estas últimas tienen que ver con posibilitar un armado, son intervenciones que tienden a generar una posibilidad, abrir un espacio. El psicoanalista opera de catalizador.

Tustin habla de empatía con sus aflicciones (hacer contacto), y subraya la importancia del tono de voz, la firmeza, las intervenciones activas, directivas. (Tustin, 1989, 1992)

Retomando, hablamos hasta ahora de varios tipos de intervenciones. En primer lugar, están las intervenciones verbales, que tienen mucha importancia con estos pacientes en tanto sean coherentes con los gestos, actitudes y acciones.

En segundo lugar, la contención, el “sostén” que plantea Winnicott, que implica posibilitarle al otro un despliegue pulsional sin desorganizarse. El analista debe funcionar como aquel que pueda recibir y devolver en forma modificada el estallido del otro (al modo de la función alfa de Bion). (Winnicott, 1992)

En tercer lugar, y ligado a esto, la ligazón con los afectos: el nombrar los afectos, el devolverle una imagen de sí que lo conecte con lo que le pasa, es fundamental con estos niños, implica ubicarlos como seres vivos, que sienten y ayudarlos a conectarse con esos afectos; presupone pasar del afecto al sentimiento, a través de la identificación.

En cuarto lugar, el armado de una trama que permitirá luego la construcción de una historia. Una trama que funcione como un sostén interno que permita no sólo la diferenciación intersistémica sino una base para poder enfrentar los avatares de la vida.

Las marcas que deja en el psiquismo tanto la sexualidad como el rechazo maternos, serán religadas, reorganizadas, entrarán en nuevas conexiones, o pasarán a formar por vez primera una trama a partir del decurso del análisis. Y es que sólo se pueden encontrar las vías de ligazón de lo traumático a partir de las posibilidades ligadoras que da un semejante privilegiado, alguien que pueda ir otorgando un otro sentido, que pueda ir poniendo eslabones mediatizadores (ternura, palabras, etc.) al devenir mortífero. Es necesario el encuentro con otro que pueda sumergirse en los abismos de las pasiones, del dolor, de las angustias, para que la elaboración tenga lugar.

Palabra, juego, dibujo,… serán modos diferentes de articular, de dejar traslucir, aquello que insiste… ¿desde la marca, como insistencia pulsional? ¿o desde el agujero, un vacío que reclama ser zurcido?. A partir de las señales sensoriales se irá tejiendo una trama, ligando lo que nunca tuvo palabras.

Armado de una trama, de una red representacional que opere como sostén, como garantía frente a la irrupción pulsional, frente a la insistencia de lo no-representado… ¿será el fin del análisis o tan sólo su comienzo? Fin de un análisis… posibilidad de otro… Un recorrido estructurante posibilita un espacio en el que “hacer consciente lo inconsciente” tendrá lugar.

En quinto lugar (y no es un orden jerárquico), podemos hablar de construcciones.

Muchas veces, es desde el trabajo psicoanalítico con los padres que esto se va posibilitando, en tanto se develan historias que, en su silencio, obturan conexiones en el niño mismo.

Construcción de la historia que permite ubicar al pequeño paciente en un antes y un después, diferenciar un pasado y un futuro. Armado de un mito que sostenga y dé cuenta de los avatares posteriores.

Con diferentes intervenciones, a lo que tenderemos es a que se pase del devenir expulsor al entramado de Eros, del cortocicuito ciego, la tendencia al cero, a la mayor complejización posible.

A este tipo de intervenciones, yo las llamo intervenciones estructurantes. Así, cualificar la excitación, nombrar afectos, ser disparador del armado fantasmático, son tareas del analista que trabaja en momentos privilegiados de la estructuración. Es en este sentido que podemos decir que operamos sobre “lo constitucional”, sobre lo que será “prehistoria”.

Simbolizar, traducir, resignificar, abrir nuevos recorridos en una complejización creciente, conectar, arborizar, es tarea de Eros.

Lo fundamental es no silenciar al niño ni silenciarse uno mismo. Si el niño es aplacado, no podrá ser y si el analista no puede pensar (si funciona “con censura previa”) no analizará.

Interpretaciones, construcciones, señalamientos… Palabras, gestos, movimientos del analista irán produciendo desfijaciones, desidentificaciones, posibilitando el entramado de redes, mediatizaciones, la instauración del principio de placer, la ligazón de lo traumático. Tanto a través del trabajo con los padres, o con uno de ellos, como con el niño de lo que se trata es de ir deconstruyendo-construyendo, modos de funcionamiento en los que predomina el sufrimiento por otros más creativos y placenteros.

Un psicoanalista de niños debe escuchar, mirar, jugar, hacer…y posibilitarle al niño un espacio verbal, lúdico y gráfico. Así, realizar aquellas acciones que espejen o contengan el accionar del niño, poner en palabras lo que se hace, “meterse” en el juego y representar papeles, investigar y preguntar acerca de un dibujo, pidiendo asociaciones, son sólo algunas de las intervenciones posibles.

Una palabra, un gesto, una acción del analista, pueden tener un efecto privilegiado operando como disparadores, articuladores, como apertura a lo innombrable, posibilitando el armado de una historia. Quizás una de las cuestiones fundamentales es esa: no se trata muchas veces de develar una historia (aunque puede tratarse de ello) sino de posibilitar que se arme una, que se despliegue una trama, un sostén interno que permita la constitución de las instancias como diferenciadas.

Bion dice que el analista “debe ser capaz de construir una historia, pero no sólo eso: debe construir un idioma que él pueda hablar y el paciente entender”. (Bion, 1991, pág 31)

Entonces, si la cura presupone el hacerse cargo de las propias pasiones, en los niños también implicará la constitución de un espacio en el que la pasión pueda advenir, pueda tener lugar como propia, que no queden exclusivamente inundados por pasiones ajenas que desatan en ellos sensaciones incontrolables.

Que pueda ubicarse como sujeto, que soporte embates al narcisismo, que pueda apelar a diferentes modalidades defensivas según las circunstancias y, fundamentalmente, que la compulsión a la repetición ceda dejando lugar a la creación.

Es nuestra tarea hacer consciente lo inconsciente (un preconsciente que puede ser cinético o visual), pero también, en muchos casos, posibilitar la estructuración del pensamiento secundario, la diferenciación yo-otro, la relibidinización de la imagen corporal o la construcción de la misma, la narcisización y/o la consolidación de la represión primaria.

Diferentes tipos de representaciones inconscientes y de ligazón entre ellas, diferentes tipos de representaciones preconscientes nos exigen afinar nuestros instrumentos para intervenir produciendo modificaciones.

Entonces, curar no es hacer que el otro responda al modelo propio, tampoco al de los padres, ni al de los maestros, ni implica obturar o tapar conflictos. Por el contrario, implica que cada uno arme “su” propio camino. Y esto no implica un invento novedoso sino el desarrollo de las máximas posibilidades traductoras, ligadoras, mediatizadoras, para la asunción de sus propias determinaciones.

Por consiguiente curar, a veces, será construir, estructurar, instaurar diferencias, transformar en recuerdo, “ligar” lo innombrable (aquello que, como marca dolorosa, retorna sin traducción).

Esto implicará tomar caminos imprevistos, que pongan en movimiento un proceso que reestructure lo coagulado.

Bibliografía

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