Sociedad Española de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y del Adolescente

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La obesidad infantil: una forma de manifestación del malestar en la cultura

PDF: martin-gomez-obesidad-infantil-manifestacion-malestar-cultura.pdf | Revista: 53 | Año: 2012

1. B – Factores ambientales

B. 1 – Familiares 

Se han descrito determinadas características en el entorno familiar del niño obeso como un interés particular en la comida en detrimento de otros intereses como pueden ser los intelectuales.

El riesgo de ser adultos obesos en los niños se duplica si uno de los padres lo es (Whitaker, Wright, et al. 1997). Se encuentran altas tasas de trastornos de la conducta alimentaria (anorexia, bulimia y trastorno por atracón) en los familiares de primer grado de los pacientes con trastorno de la alimentación. Las evidencias sugieren que factores genéticos y ambientales actúan juntos para que se encuentre esa agregación en los familiares de pacientes anoréxicas y bulímicas (Lilenfeld, Kaye, Greeno, et al., 1998).

Diferentes estudios relacionan las conductas alimentarias de los padres y las de sus hijos. Jacobi (2001) en un estudio realizado en niños desde el nacimiento hasta los 8 años donde investigó predictores de TCA extrajo las siguientes conclusiones:

a) La influencia del trastorno alimentario en la madre es mucho mayor que las actitudes paternas y el trastorno alimentario del padre, y esto se refleja ya muy tempranamente.

b) El TCA (sobre todo obesidad) se asocia a situaciones en las que uno de los padres es muy obeso y el niño percibe que el otro padre otorga una gran importancia a la delgadez.

Con relación a la transmisión parental queremos recordar las aportaciones de Palacio, Manzano y Zilkha, (1999) en relación a las proyecciones narcisistas de los padres.

Bruch, (1947) describe un marco familiar frecuente: el niño se utiliza abusivamente para compensar las imperfecciones de la vida de los padres, por lo general, insatisfechos el uno del otro. La madre impone su propia representación de los deseos al niño. No está segura de sí misma y combate su angustia y su culpa con una protección excesiva. La sobrealimentación le otorga a la comida un valor de afecto y dedicación. El niño se muestra incapaz de ser autónomo en la vida cotidiana y aumenta sus demandas de alimento, equivalente de amor, a medida que sus otras demandas, en especial de reconocimiento y seguridad, no son percibidas por los padres. El padre permanece distante, interviene poco o adopta un papel materno, lo que refuerza la disfunción. El niño es un objeto de valor está bien cuidado, pero no debe expresar su personalidad.

La obesidad también garantiza un estatus de niño pequeño con la persistencia de cuidados corporales y una relación más cercana y dependiente de la madre y un menor grado de exigencia por parte del padre. Winnicot (1936) señala como ya desde los 9 o 10 meses, el bebé puede mostrar suspicacia hacia la comida, dudar de la comida, como medio de ocultar la duda del amor.

Lacan y otros autores (Hekier, Millar, 1994) sostienen que la demanda de los pacientes con TCA, sobre todo anoréxicas y bulímicas, es de amor. Según Lacan: dar amor es dar lo que no se tiene, “Se pide que el otro dé justamente lo que no tiene y, en eso, dar algo de su ser”. La ignorancia de esta demanda de amor por el Otro materno ofreciendo el objeto que satisface la necesidad “… se constituye como un engaño que aplasta la demanda de amor en juego”. Esto tiene consecuencias clínicas entre las que están, la anorexia, bulimia y la obesidad entre otras.

En la anorexia la respuesta del sujeto cuando el Otro materno dice: “lo único que necesitas es comer más”, es decir No y negarse a ser nutrida y con ello desplaza al Otro de su lugar de omnipotencia. En el niño obeso se acepta la respuesta del Otro y se dice: “lo que necesito es comer más” y se aplasta la demanda de amor y se silencia el deseo con la satisfacción oral, lo que puede dar lugar a baja autoestima y conduce a esa apariencia de pasividad y falta de voluntad.

Traemos un ejemplo clínico de cómo el alimento sirve como signo de amor: Una mujer, obesa desde la infancia, sometida a cirugía bariátrica recordaba con orgullo algunos momentos de su infancia: “Mi madre me mandaba siempre un buen bocadillo al recreo lo que envidiaban las otras niñas, porque mi madre me quería y a ellas las suyas no”.

B.2. Sociales

Entre los factores sociales asociados a obesidad infantil se citan las situaciones de abandono y abuso y un ambiente que aporta escaso soporte socio-familiar. En el estudio prospectivo realizado a lo largo de diez años por Lissau y Thorkild (1994) se encontró una fuerte asociación entre obesidad y factores psicosociales desfavorables y se concluyó que un factor de alto riesgo para la obesidad en el adulto joven es la negligencia en los cuidados recibidos en la infancia. Este factor de riesgo es independiente de la edad, IMC en el niño, del sexo y del nivel social. Citamos aquí el caso de una niña de 18 meses con un peso de 49 kg que le producía importantes apneas del sueño. Entre otros factores familiares, estaban las ausencias de la madre donde quedaba a cargo del cuidado de sus hermanas mayores, estas le ofrecían alimento ante cualquier signo de inquietud, sin plantearse siquiera que la niña precisase de otras atenciones, canalizando de este modo también los sentimientos de envidia fraterna que el bebé les suscitaba.

Fellitti, (1993) encuentra una mayor incidencia de abuso sexual en la infancia entre los adultos que acuden a tratamiento.

Socialmente la gente obesa está estigmatizada por su condición y se les atribuyen múltiples características negativas que influyen en su propia imagen y autoestima. Los niños manifiestan actitudes negativas hacia sus pares obesos incluso desde la guardería. Según algunos estudios (Zametkin, Alan et al 2004) los niños prefieren como compañero de juegos un niño discapacitado de una enfermedad física, que a uno obeso.

Por otra parte, la obesidad puede tener una función de protección ante determinadas actividades e intercambios sociales que el niño vive como costosos. Para Schmit, G. (1990) “La obesidad instituye de entrada unas limitaciones admitidas por todos. Evita a los niños numerosas situaciones en las que se ponen en juego la competición, la agresividad, y también los deseos libidinales o sexuales. Soslayan así numerosas decepciones y, eventualmente, se favorecen unos ensueños totalmente apartados de la realidad, una omnipotencia imaginaria basada en el supuesto: “si yo fuera delgado”. Existe también un goce masoquista por todas las situaciones penosas a las que se ven sometidos: dietas, intervenciones y exploraciones médicas, burlas vejaciones (…) Tienden a volver la agresividad contra sí mismos.”

La escasa movilidad de estos niños podría tener también una función de protección ante frustraciones y servir de adaptación a un entorno tremendamente normativo y restrictivo del espacio como es la vida en las ciudades.

Todos estos beneficios intervienen en la persistencia del síntoma sobre todo si se incluyen en un acuerdo tácito y estable entre el niño y su entorno.

Estos elemento presentados, recuerdan la necesidad de volver a situar el síntoma en el contexto de un sistema económico familiar y social con el fin de apreciar lo que está en juego y los riesgos del cambio.

2 – ¿Cómo se articula lo psicológico con lo sociocultural?

Coincidimos con Schmit, (1990) en considerar que a la vez que aumenta la frecuencia de obesidad en el mundo desarrollado como consecuencia de factores socioeconómicos debido a la abundancia de alimento, los cánones estéticos y éticos le atribuyen un valor negativo y así, de simbolizar el poder y la abundancia pasa a significar la ausencia de voluntad, la dejadez y el abandono a las pulsiones más primitivas.

Las enfermedades dependen del imaginario que domina en cada época, los modos de presentación de los pacientes se moldean con las modas imperantes. Las denominadas por la medicina enfermedades del siglo XXI o TCA, son manifestaciones de nuestro tiempo. En palabras de Hekier y Miller (1994) “son los ropajes con que ciertos posicionamientos subjetivos se presentan en la clínica, lo importantes inferir la estructura en la que subyacen”. “Son manifestaciones del malestar en la cultura”.

“Si la anorexia y la bulimia se han convertido en una patología paradigmática de nuestro tiempo es porque, predominantemente, nuestra cultura está objetalizada. Se intenta responder a un ideal de completud, abundancia y progreso a través de una economía de mercado planetarizada, donde el valor de intercambio es aquello que cubre el orden de la necesidad, pero no aquello que responde al orden del amor” (Hekier, Miller, 1994).

La obesidad desde el punto de vista social apunta a una forma de goce que es a la vez promovido y denostado. Muestra la incongruencia de alcanzar un estado de bienestar a través de los objetos de consumo y en la degradación del sujeto a ser también él mismo un objeto de consumo, un valor de intercambio. El obeso halla una forma de transformar y neutralizar su angustia siguiendo las leyes de la psicosomática en afección corporal, y a la vez denuncia que ese modo de “goce”, social y familiarmente permitido, produce un malestar al sujeto, enfermándolo de múltiples modos.

Freud en “El problema económico del masoquismo” (1924) nos dice: “el retorno del sadismo contra la propia persona se presenta regularmente con ocasión del sojuzgamiento cultural de los instintos, que impide utilizar al sujeto en la vida una gran parte de sus componentes instintivos destructores”.

Traemos aquí un ejemplo cinematográfico donde se ilustra el empuje social hacia la obesidad y también una forma ingeniosa y subjetiva de respuesta para sustraerse a ese empuje. Se trata de la historia de Maggy la protagonista de la película dirigida por Clint Eastwood “Million Dolar Baby” para quien la única salida es dedicarse al boxeo. “Son pobres, su padre ha muerto, su hermano está en la cárcel y su madre es una obesa de más de 120 kg. En este contexto Maggy dice que su destino sería encerrarse en su cuarto a ver televisión y a atragantarse de galletas. Su madre le pide que viva apropiadamente, que se busque un hombre, que tener una hija boxeadora le da vergüenza y los vecinos se burlan de ella. Pero Maggy no está dispuesta a seguir los eslóganes de lo políticamente correcto e intentar esconder su castración y su fallida existencia escondiéndose en su habitación. Decide no someterse, cuando socialmente todo está preparado para que lo haga, numerosos grupos de apoyo la esperan para instalarla en alguno de ellos y tener un lugar social y una ayuda económica. No se conforma con el masoquismo para tener un lugar en el mundo. Resulta curioso que ella se permite elegir y no busca un padre, ni un marido, bajo quién cobijarse, sino un entrenador, hace una elección ética no material” (Miller, 2000).

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