Sociedad Española de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y del Adolescente

Teléfono: 640 831 951sepypna@sepypna.com
Domicilio social: C/ Sta. Isabel, 51 - 28012 Madrid
Aula formación: C/ Montesa, 35 - 28006 Madrid

Violencia, aniquilación y desobjetalización

PDF: macias-violencia-aniquilacion-desobjetalizacion.pdf | Revista: 33-34 | Año: 2002

VIOLENCIA DE LA SEPARACIÓN DEL OBJETO PRIMARIO

“Creer que un cielo en un infierno cabe, eso es amor, quien lo probó lo sabe”
(LOPE DE VEGA)

El bebé sueña con la ilusión de formar un todo, una unidad narcisista con la madre, hasta que confrontado a la frustración de la separación y de la espera descubre la existencia individualizada del otro. Herida narcisista fundamental por la que descubre que no es el centro del universo de su madre, ni el único de quien ella se ocupa, descubrimiento del Otro diferente, junto con la percepción de un mundo interior que grita necesidades fundamentales de dependencia, desnudando su propia angustia, impotencia y vulnerabilidad. Fuera de la unidad primordial con la madre, se siente realmente castrado, amenazado de muerte, aniquilado. Así se gesta la angustia de pérdida, de la ruptura, del duelo, en la relación diádica del niño con su madre que va a determinar la esencia del alma humana, dividida por la ambivalencia, el deseo y el miedo, el cariño y el odio, la necesidad del otro y el rechazo del otro. El odio, la agresividad, pero también la envidia, los celos, el deseo de posesión, todos estos sentimientos se derivan de esta experiencia primitiva inconsciente. El sentimiento de separación es el detonador de un movimiento profundo que, mediatizado por la experiencia ulterior de la castración, va a ser determinante en la generación de la angustia de muerte. Pero si la madre, por su bondad y su altruismo, sabe responder de manera adecuada a la angustia y a la rabia destructora de su hijo, ella le permitirá curarse o al menos compensar la herida narcisista fundamental que le inflige.

René HENNY sitúa en 1967 la agresividad en su relación a la corporeidad y a las funciones corporales, bucales, anales y genitales, donde se manifiestan tanto la ternura sexualizante como el sadismo de morder, ensuciar y penetrar. La agresividad se manifiesta en todas las actividades humanas como una expresión dinámica que tiende también a la satisfacción del deseo del objeto. Ejemplo de lo que puede ser un pensamiento en movimiento, en 1995 al final de su conferencia de Sevilla, pone en cambio el acento en la inadecuación de los cuidados maternos y en el fracaso de la función de para-excitación. La incapacidad de la madre a apaciguar y a calmar la tensión del bebé conduce a este a un estado de desbordamiento que puede desorganizar su propio funcionamiento mental, y ser el origen de numerosas expresiones somáticas o no mentalizadas de sufrimiento mental. Lo cito: “Si unida a su propio desorden la madre (…) desborda la capacidad de restauración del propio niño, es entonces el caos, y este caos es el que va a desencadenar la violencia, violencia que desgarrará la vida del hombre y de la sociedad, y esto desde el comienzo del mundo hasta hoy mismo”.

Haciendo hincapié en la ontogénesis de las angustias originarias, de separación y de castración, ponemos el acento en el mundo interior como principio generador de la angustia de muerte, mundo del que también emerge la pulsión de muerte y sus derivados, como el Trabajo de lo negativo de GREEN. En realidad la secuencia dinámica se presenta en otro sentido, puesto que es primero de la pulsión que emerge el deseo y la apetencia del objeto (pulsiones de vida), o su rechazo y destrucción (pulsiones de muerte). Tanto monta monta tanto. La pulsión necesita al objeto como el objeto a la pulsión. Para desplegarse la pulsión precisa de un objeto que no tiene posibilidad de existir y ser investido como tal sin la existencia de un movimiento pulsional.

Sin embargo, aunque la cuestión pulsional ha sido objeto de numerosos estudios, no existe una idea unívoca sobre el origen de la violencia. Incluso entre los mismos psicoanalistas surgen algunas contradicciones. FREUD sitúa en una confrontación dinámica las pulsiones de vida con las pulsiones de muerte, la actividad con la pasividad, el sadismo con el masoquismo, etc.. puesto que incluso la expresión de la violencia sádica se articula con el movimiento contrario masoquista que le confiere el dualismo pulsional. Pero de hecho, hasta fechas relativamente recientes el vocabulario psicoanalítico apenas usaba el término de violencia, invocando en su lugar el odio, la agresividad o la destructividad. Debemos a Jean BERGERET la revalorización de una noción, la violencia, que surge una sola vez en la obra de FREUD, concretamente en su correspondencia de 1933 con EINSTEIN.

Jean BERGERET formula la Violencia fundamental en una posición originaria de la que deriva el movimiento de vida libidinal, violencia pura por la que se manifiesta únicamente el movimiento destructor del objeto. Cuando describe los fenómenos relacionados con las fases pregenitales y preedípicas en los que se manifiesta la violencia, BERGERET, no evoca una hipotética pulsión de muerte, sino que la atribuye a la violencia fundamental, es decir a “un instinto violento, natural, innato,
universal y primitivo”. Dicho instinto (la palabra no es elegida al azar) es consustancial con la vida misma. Trata por consiguiente BERGERET de describir el movimiento violento puro, sin intrincación libidinal, formulación que opera una desviación de la concepción freudiana del equilibrio entre los instintos sádicos y masoquistas, la violencia apareciendo siempre, en la teoría de FREUD, connotada por un movimiento libidinal.

No debe pasarnos desapercibido en esta perspectiva que la violencia implica el deseo de controlar y dominar al otro, ni debemos subestimar la dimensión de placer relacionada con el ejercicio de la coacción. Placer que parece más relacionado con el hecho de dominar que con el de infligir sufrimiento. Sabemos que el lenguaje erótico opone placer y dominación, lo que no es totalmente cierto, ya que en realidad la dominación se refiere a un deseo de satisfacción que puede no concluir en orgasmo sexual, sino en una forma de gozo narcisista.

Se puede constatar durante el análisis de las estructuras border-lines como el analista no es utilizado sino por sus carencias. La transferencia refleja que la carencia principal del objeto-analista es la de haber impedido que el niño viva sus pulsiones de manera tolerable, de haber fracasado en su papel sin duda contradictorio que no se limita a satisfacer sus necesidades, sino a despertarlo a la vida, tolerando sus movimientos pulsionales profundos al mismo tiempo que le ofrece un receptáculo donde se expresa su sentimiento de libertad y de vitalidad. El objetivo es que el self pueda vivir sus pulsiones sin miedo de destruir el objeto, o de vivir una nueva experiencia de pérdida del holding o del continente sin que se hunda el objeto. A fin de cuentas, el verdadero self es el self pulsional, hecho de amor sin piedad, de crueldad egoísta, de destructividad inconsciente, sin límites.

EL CONFLICTO EN PSICOANÁLISIS

La confrontación de ideas y el conflicto entre personas forman parte del mismo movimiento psicoanalítico, hasta el punto de que cuesta concebir la posibilidad de progreso en el conocimiento de nuestro oficio sin recurrir a una dialéctica permanente de las ideas y conceptos que manejamos. Desde las controversias en ocasiones virulentas entre kleinianos y anafreudianos en la Inglaterra de la post-guerra, pasando por las batallas (por emplear el título de la obra histórica de Elisabeth ROUDINESCO -La batalla de los 100 años) con las generaciones sucesivas de lacanianos, batallas que finalizan con el estallido en múltiples grupúsculos del movimiento fundado por Jacques LACAN, la confrontación de las ideas no puede hacer la economía de un cierto grado de beligerancia. En este sentido la filiación ideológica es también una forma de militancia que se expresa y se combate con más o menos ardor, pero siempre con la pasión que otorga el sentir lo que se piensa. Nos referimos en particular a la pasión con la que André GREEN ha defendido sus posiciones en contra por ejemplo de lo que él llama la deriva del lacanismo (Este asunto ha sido ampliamente desarrollado por nosotros en otro contexto).

El conflicto se sitúa en la misma base del funcionamiento pulsional. Entre fuerzas opuestas (conflicto entre pulsiones), entre la fuerza pulsional y el Yo (conflicto que opone el principio del placer y el principio de realidad), entre instancias psíquicas (entre el Ello como representante de las pulsiones y el Yo, entre el Ello y el Superyo. No es por nada que FREUD sitúa el conflicto psíquico en el núcleo de la emergencia del síntoma, conceptualizando este como una “solución de compromiso” que es preciso delimitar, disecar y descubrir. Un psicoanalista debe encontrarse cómodo en el conflicto en el que le sumerge el paciente. Conflicto interno del psicoanalista, conflicto interno del paciente, pero a veces también conflicto con el paciente, contratransferencia como movimiento opuesto, como reacción emotiva inconsciente a la transferencia, pero a veces también violencia de la interpretación como reflejo de la violencia de las representaciones de cosa del paciente en la cabeza del psicoanalista.

La tesis del conflicto pulsional fundamental responde en FREUD a una exigencia. La de mostrar que el conflicto es repetible, desplazable, transformable, y que su permanencia resiste a todas las modificaciones del aparato psíquico. Dicha constatación obliga a FREUD a postular teóricamente un conflicto original fundamental que enfrenta las formas más primitivas de la actividad psíquica (pulsión de vida y pulsión de muerte), lo que explica su inflexibilidad en todas las discusiones que mantuvo sobre el dualismo pulsional.

André GREEN (a quien nos referiremos más tarde) ha sido y es un psicoanalista apasionado, enfático en sus gestos, ardiente en su escritura. Sus contribuciones a la clínica de los pacientes border-lines, su metánalisis de las grandes tragedias Shakesperianas, su interés por la pulsión de muerte y la destructividad, e incluso los títulos de sus obras reflejan esa violencia fundamental de quien se ha mostrado siempre cercano de sus fuentes pulsionales: “ La locura privada”, “ La madre muerta”, “Hamlet”, “el trabajo del negativo”, “La desvinculación”… El mismo ha sido protagonista de numerosas controversias, siendo uno de los más beligerantes contra el “inconsciente estructurado como un lenguaje” de Jacques LACAN. Algunas de estas controversias dieron lugar a encontronazos públicos, como cuando discutió públicamente con LEBOVICI sobre el estatus de las psicoterapias con los bebés. Más cerca de nosotros, rebatió con acritud las críticas que hace Daniel STERN (quien ha mostrado como el bebé busca activamente los estímulos externos) de la idea de FREUD (“Más allá del principio del placer”) según la cual el bebé experimenta la excitación como un displacer.

VIOLENCIA POLIMORFA

Dominadas por la refriega constante entre Eros y Tanatos, las relaciones humanas son esencialmente ambivalentes. El amor va de la mano del odio, el orden sigue a la guerra, la calma al bullicio y la paz a la violencia. Si los efectos de encuentro son generadores de amor, los efectos de desencuentro provocan rechazo, odio y violencia.

Paradigma de la relación ambivalente de Amor / Odio es la RIVALIDAD FRATERNA, típico reflejo de agresividad que en caso de desbordamiento puede llegar a producir la muerte del hermano, convertido en rival y en enemigo (mito de Caín y Abel).

Durante la adolescencia el conflicto entre padres e hijos reviste una destructividad que sin embargo continua siendo ambivalente y perpetua un vinculo afectivo con los padres odiados / amados, como pudimos constatar en esta observación clínica:

C., 19 años, 140 de C. I., es un joven psicópata que no respeta norma ni ley. Insulta a sus padres, les agrede, hace lo que le viene en gana. Sus padres se enfrentan ante nuestros ojos sobre la manera de abordar la situación ¿Cómo controlar a C.? Se enzarzan en una terrible discusión. Pienso en ese momento que un psicoanalista no es un bombero. Debe dejar estallar el conflicto y que se radicalicen las posiciones entre padres e hijo. El fragor de la confrontación puede entonces propiciar la separación de C. como medida terapéutica que ponga fin a la violencia destructora en la familia.

Permítanme una observación un tanto más prosaica. Un Profesor de psiquiatra de cuyo nombre no quiero acordarme, buscando explicaciones que fueran más allá del biologicismo imperante en la psiquiatra española de la época había erigido en etiología fundamental la existencia de una agresividad reprimida en los enfermos mentales. A nivel de la cabeza la agresividad reprimida generaba cefaleas y migrañas. A nivel del corazón ansiedades, palpitaciones e infarto. Y a nivel del vientre todo el cortejo psicosomático de manifestaciones digestivas, cólicos, ulceras, colitis, etc. Excesivamente simplista, por su cercanía con las concepciones hipocráticas de los humores, esta teoría reflejaba sin duda algo evidente. La psicopatología implica una forma de violencia, el síntoma es una agresión contra sí mismo, contra los otros. Ataca el funcionamiento psíquico, lo destruye, en algunos casos conduciéndolo hasta la
sideración psíquica de la esquizofrenia o de otras formas destructivas del sujeto, tanto a nivel psíquico como somático.

Las observaciones clínicas nos revelan como el germen de la violencia se sitúa también a nivel transgeneracional en las historias de abusos sexuales, de malos tratos, en las patologías parentelas severas, psicopatías, psicosis, en la falta de cuidados, el abandono, la marginalidad, en las patologías del vínculo y de la dependencia a drogas y alcohol. La destructividad de los progenitores encuentra su paradigma en los procesos de parentificación, mediante los que responsabilizan al menor de las dolencias de los adultos, culpándolos de un destino que no les pertenece y depositando en ellos la solución de una problemática que les desborda.

Pero si hay un período en el que la violencia ejerce su influjo destructor es en la adolescencia. Es bien conocido que la mortalidad y la morbilidad durante este período se relacionan con factores psicosociales y con el entorno. El concepto de “nuevas morbilidades” engloba estos problemas que afectan principalmente a los jóvenes como la violencia auto y heteroagresiva, los accidentes de tráfico, la depresión, el suicidio, las Enfermedades Sexualmente Transmisibles, los embarazos no deseados, el consumo de drogas, de alcohol, y los trastornos de la alimentación (anorexia-bulimia).

La violencia es la fuerza bruta empleada para someter o destruir a otro, a quien se niega sus derechos como persona, en última instancia su derecho a la Vida. Resulta por lo tanto paradójica una forma de violencia en la que no se trata de suprimir la vida sino de prolongarla artificialmente. La violencia estriba, en estos casos, en la prolongación artificial de una vida que ha dejado de tener sentido para el sujeto. Violenta es la prolongación de una vida que ya no reúne las condiciones para ser vivida con un mínimo de placer y dignidad. Es por ello que, en la medida en la que interrumpe el sufrimiento y la degradación injustificada del sujeto, la eutanasia o ayuda para morir, no es una forma de violencia puesto que restituye al moribundo su dignidad como persona.

Sucede el infanticidio como una consecuencia de la negación de la humanidad del bebé. Por eso la joven madre infanticida rehuye todo contacto físico con él. No lo pone sobre su vientre, protegiéndose de todo resquicio de vínculo, de cualquier forma de sensaciones corporales erógenas, susceptibles de devenir significativas y fuentes de representación mental. El no contacto protege de esta manera a la joven de cualquier pensamiento o representación de un sujeto al que se le niega su derecho a la existencia. El bebé es entregado inmediatamente a la persona encargada de desembarazarse de él, tirándolo a la basura o descuartizándolo. Se depositan en él todas las atribuciones de fecalidad que, como recuerda SOULE, son en general atribuidos a la placenta. Si en las situaciones fisiológicas normales se tira la placenta y se guarda el bebé, que puede ser investido positivamente, aquí el bebé‚ equivale a un despojo planetario. No se opera el clivaje entre el bebé‚ idealizado y la placenta fecalizada, sino que el proceso de desobjetalización del bebé‚ lo convierte en un residuo insignificante del que es preciso librarse con premura.

Por último, en situaciones menos dramáticas como son las intervenciones psicoterapéuticas, el no show (pacientes que no asisten a la cita concertada previamente) representa a menudo una forma de agresividad contra el terapeuta y el marco que representa. Suele tratarse de personas con bajo nivel cultural y dificultades de verbalización, por lo que encontramos muchas patologías psicosomáticas, pacientes depresivos con la agresividad muy contenida, pacientes abandónicos como los descritos por Germaine GUEX, que parecen indicar al terapeuta con su ausencia “te maltrato a ti como me han maltratado antes a mi, sufre el abandono que yo he sufrido, te fustigo con mi indiferencia”.

Páginas: 1 2 3 4 5 6 7 8

Subir