Sociedad Española de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y del Adolescente

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Adopción

PDF: munoz-adopcion.pdf | Revista: 33-34 | Año: 2002

Maite Muñoz Guillén
Psicólogo. Dirección de correspondencia: Maite Muñoz, calle Estrella Polar, 18 4º D. 28007 Madrid.

ENCUENTRO ENTRE DOS DUELOS
“Aunque la adopción resulte exitosa, siempre implica algo distinto de lo habitual, tanto para los padres como para el niño”, son palabras de Winnicott que me parecen sugerentes y un buen punto de partida sobre el que poder reflexionar.

La adopción será exitosa en la medida en que los problemas y avatares que conlleva vayan pudiendo solventarse sin un nivel de conflicto mayor que el que la propia situación genere, porque, espero que estemos de acuerdo, adopción exitosa no es aquella que no presenta problemas. Sospechosa sería la ausencia de éstos.

Pero también nos indica Winnicott que la adopción implica algo distinto de lo habitual, lo que nos lleva a preguntarnos por “lo habitual”. Cierto que lo habitual es el modo previsto por la naturaleza para tener hijos. Adoptar, por lo tanto, es plantearse y llevar a cabo la paternidad desde otros presupuestos que no son los biológicos. Desde ahí es “algo distinto” porque no se puede –ni se debe– negar que ese hijo/a ha llegado a esa pareja o a ese padre o madre por un camino diferente, lo que, indudablemente, también va a provocar en los padres vivencias diferentes.

Los padres adoptantes van a vivir el júbilo, la emoción y las ansiedades que comporta la paternidad como cualquier pareja de padres, la vida les va a cambiar como a cualquier pareja de padres. La paternidad remueve todo el mundo interno y los conflictos infantiles no resueltos van a reactualizarse. Esperanzas, expectativas, anhelos y deseos pueden verse colmados o frustrados.

A veces también asumir el hecho de ser padre/madre… la responsabilidad que ello comporta… puede ser fuente de graves descompensaciones psíquicas si el YO no es lo suficientemente fuerte como para poder tramitar el monto de afectos que se desencadenan ante la experiencia de la paternidad. Y todo este movimiento afectivo interno afectará tanto a padres biológicos como a padres adoptantes. Es lo habitual.

Pero en la adopción se dan circunstancias distintas de las habituales. Se es padre y/o madre de un hijo concebido por otras personas, la mayoría de las veces desconocidas. Esto no es habitual.
Hay una ruptura en la continuidad de la cadena generacional en la que ese niño estaría insertado y va a ser incluido en otra biológicamente ajena. Esto no es habitual.

Los hijos adoptados son muy deseados. Los padres tienen que pasar por un largo proceso interno personal y de pareja y también por un largo y costoso proceso de trámites legales, burocráticos, papeleos, etc., lo que está hablando de la fuerza del deseo que les mueve. Pero también, no lo olvidemos, los niños adoptados suelen tener tras de sí una historia de abandono y de rechazo. Se entrecruzan las historias de unos padres que desean fervientemente tener un hijo y unos progenitores que han rechazado su condición de padres. Y las historias convergen en la persona del niño. Esto tampoco es habitual.

La nueva familia empieza a construir su historia en común, pero es una historia en la que no están ausentes las fantasías respecto a los antecedentes biológicos-hereditarios y sociales del niño. Los padres se hacen preguntas y les crea incertidumbre pensar en los posibles factores genéticos que puedan aparecer más adelante. Para el niño, sobre todo en el momento de la pubertad, los padres biológicos pueden ser vividos internamente y a nivel imaginario, idealizados y denigrados. Idealizados porque se recrea la fantasía de haber sido hijo de alguien muy poderoso e importante, como ocurre en algunos cuentos de hadas en donde el pobre campesino resulta ser un príncipe. Pero también los padres biológicos son objeto del odio y la denigración por la vivencia de abandono a que sometieron a su hijo/a. Mencionemos aquí, cómo la agresividad hacia la madre biológica puede servir, incluso, para salvaguardar un mínimo de autoestima narcisista. Me refiero a ese narcisismo necesario que todos tenemos que poner en marcha como preservador de la vida. Sería una defensa frente a los sentimientos dolorosos que produce el pensar que no se ha tenido el suficiente valor afectivo como para haber sido conservado por la madre.

Este narcisismo puede ponerse en marcha como parte del proceso de elaboración de este punto doloroso que, sin duda, configura parte del duelo de partida del niño/a que será entregado en adopción.

La mayoría de las veces la razón por la que una pareja acude a la adopción es a causa de una esterilidad en alguno de los cónyuges y esto supone un primer momento difícil que la pareja tiene que tratar de resolver internamente, para poder acudir a la adopción sin culpas ni resentimientos y con el duelo por la renuncia a la propia capacidad reproductiva lo más elaborado posible.

La adopción no puede presentarse como un tapón que viene a obturar o a tapar, negando maníacamente el sentimiento de castración. Es muy importante, por lo tanto, que las parejas que acudan a la adopción tengan asumida su esterilidad biológica, pues cuando no es así puede condicionar negativamente las relaciones con el hijo adoptado. El deseo frustrado puede ser sublimado por la adopción, cuando ésta no es un recurso para tapar un “agujero”.

El reconocimiento de la propia esterilidad no es fácil tanto para el hombre como para la mujer, pues entran en juego sentimientos muy profundos que chocan con las presiones sociales que ensalzan y fomentan los roles de la paternidad y, sobre todo, de la maternidad.

Para el hombre y la mujer el no ser productivos, biológicamente hablando, puede lesionar gravemente el narcisismo que cuestiona y pone en tela de juicio el orgullo de ser “hembra o varón”. La mujer porque no “da la talla” en el cumplimiento de esa excelsa tarea que se espera de ella de ser transmisora de vida. En el hombre, el sentimiento de inferioridad puede verse aumentado cuando prejuicios sociales o incluso aspectos personales llegan a confundir esterilidad con impotencia, con lo que no es sólo la capacidad reproductiva la que entra en cuestión, sino la sexualidad, cabe decir, el ejercicio de la misma.

¿Esterilidad o infertilidad? Aunque a veces se nos funden estos conceptos en el lenguaje cotidiano, sabemos que no es lo mismo. Es cierto que la esterilidad conlleva la infertilidad, pero no al contrario. La esterilidad se asienta en lo biológico, a veces desde lo violentamente traumático como puede ser una histerectomía. La infertilidad nos remite más a lo psicógeno, a lo que no encuentra justificación desde el campo médico. Son esas parejas que se han hecho todo tipo de exploraciones que no dan cuenta de la ausencia de embarazo. Este punto abre un apasionante campo de reflexión desde el psicoanálisis, que nos puede llevar a la interpretación de la infertilidad como síntoma del conflicto neurótico inconsciente escenificado en el cuerpo, con toda una serie de derivaciones: ¿síntoma conversivo?… ¿psicosomático…?

También acude al pensamiento, ¿cómo no?, el apabullante progreso de la Ciencia que permite manipular el proceso de la fecundación haciendo fértil el útero infecundo y filigranas procreadoras de mayor envergadura con las que, a veces, corremos el riesgo de asentarnos en posicionamientos omnipotentes tratando de enmendarle la plana a la biología.

Quiero conducir estas reflexiones hacia otros derroteros igualmente apasionantes que nos plantea la adopción, sin dejar de lado apuntalar la importancia que tiene el que la pareja haya podido enfrentarse con su vivencia de castración, que, como todos sabemos, no es patrimonio de las parejas infértiles, pero que adquiere rasgo específico en ellas.

La adopción comienza con una separación y pérdida. Comienza con un duelo, lo que es una situación de conflicto, y partir de un conflicto, puede dificultar el posterior desarrollo del proceso consiguiente. En el caso que nos ocupa, puede dar lugar a dificultades de los padres para aceptarse como adoptantes y dificultades del niño para elaborar su condición de adoptado. La elaboración de un duelo –como sabemos– no está exenta de tener que circular por etapas depresivas normales.

El niño adoptado es una conjunción de un “no deseo” de padres biológicos con un “deseo” de padres adoptivos. Es un niño para el que no ha habido lugar, inicialmente. Si, posteriormente, prevaleciera el “no deseo” de origen, pensamos que puede dar lugar a actitudes de resentimiento y hostilidad. Si, en cambio, el “deseo” de los padres es capaz de organizarse con suficiente fuerza, permitirá al niño/a reconciliarse con la vida.

DUELO EN LOS PADRES

La adopción se construye casi siempre sobre el encuentro de dos sufrimientos, supone la confirmación de verse frustrado el ejercicio de una función para la que está preparado el cuerpo de la mujer y, como queda dicho, en el hombre se produce una herida narcisista a la potencia masculina desde unos prejuicios sociales tendentes a identificar virilidad con fertilidad.

La mujer podría llegar a vivir su incapacidad para la procreación como un castigo frente a fantasías infantiles de ataques al cuerpo de la madre durante la infancia. Si adoptar se convierte para ella en un “acto salvador”, cabe pensar en la posibilidad de fantasías reparatorias reactivas de aquellas otras destructivas.

También tienen que enfrentarse los padres con el duelo que supone la pérdida de los proyectos hechos en común, tal como el proyecto de una familia biológica que puede complicarse si hay, a su vez, fuertes expectativas o exigencia con respecto a los propios padres, como por ejemplo, expectativa de “hacerles abuelos”

El duelo bien elaborado transforma la infecundidad biológica en fecundidad afectiva, la madre y el padre adoptivos son fecundos desde el afecto aunque no desde lo biológico.

DUELO DEL NIÑO

El nacimiento es la primera gran carencia, se trata de una separación traumática. Las satisfacciones primarias que brinda el cuerpo de la madre se ven bruscamente interrumpidas. El reencuentro con el cuerpo de la madre neutraliza y apacigua las primeras sensaciones de inseguridad y desprotección. No siempre los niños adoptados han podido tener ese reencuentro corporal inmediato al parto.

El niño adoptado tiene un doble desprendimiento, intra y extrauterino. El vínculo corporal queda definitivamente perdido. Quizá resida aquí la base de mayor sensibilidad en situaciones de separaciones posteriores ante el temor de volver a ser abandonado. Es la gran fractura inicial.

En el niño dado en adopción el “no deseo” ha marcado toda la gestación, no es un embarazo que precede al “bienvenido” sino al “adiós”, es un embarazo de duelo, lo que no deja de ser una expresión contradictoria.

Es también una herida narcisista para el niño. Es un niño abandonado por una mujer que, probablemente, también a su vez fue abandonada por un hombre. Es una historia repetida. El niño debe elaborar el duelo por la separación de su madre biológica y elaborar el tránsito a su madre adoptiva.
Si no ha habido posibilidad de elaboración, estas experiencias traumáticas pueden cristalizarse en un futuro, en fuertes sentimientos de agresión. Si ésta (la agresión) es introyectada generará sentimientos de culpa… fantasías de haber dañado a la madre biológica… desvalorización… miedo a recibir un castigo… o conductas de sometimiento al adulto para encubrir la hostilidad. Si, por el contrario, es proyectada, se produce un alivio de la culpa. Los otros son los “malos” y, por lo tanto, se les puede atacar.

Michel Soulé dice: “Es preciso hablar de la fecundación y mostrar que es esto lo que no se ha podido realizar, pero que las relaciones sexuales de los padres tienen unos vínculos y unas actividades normales. Los padres adoptivos deben saber hablar de su esterilidad, sin mostrar al niño que ellos están heridos aún. Es preciso que esta esterilidad y la herida del amor propio sean superadas, ya que si no, el niño adoptado tendrá siempre la impresión de que está aquí para llenar alguna cosa y no por él mismo”.

Tal vez algo de esto se instala (me refiero a no haber podido resolver el duelo por la infertilidad) en la pareja que no quiere revelar al hijo su condición de adoptado, pretextando que al niño se le evita así un sufrimiento y que “es por su bien”, cuando lo que parece más bien es que silenciando la historia del niño, son los padres los que están tratando de recomponer la herida narcisista que supone para ellos la infertilidad. No informar sobre la adopción significa una dificultad en la aceptación de su carácter de padres adoptivos y un no aceptarse distintos a otros padres.

Eva Giberti dice “Cuando la negativa a informar dimana de los padres adoptantes, dicha negativa constituye un síntoma grave referido a la propia omnipotencia que los lleva a fingir que el niño fue concebido por ellos, negando tanto la esterilidad que padecen como el duelo pendiente y causado por la misma”

Estos padres no van a permitirse ni van a permitirle al hijo recorrer juntos ese camino que va de la pérdida al encuentro y en el que ambos, padres e hijo pueden ayudarse mutuamente. Sólo cuando el duelo está elaborado se fragua un verdadero deseo de paternidad que cristaliza en la adopción. Si no es así, la demanda vendrá cargada de formaciones reactivas y el hijo adoptado será el testimonio actual de la privación anterior. No podrán darle a su hijo el entorno afectivo necesario. Los conflictos no resueltos serán interferencias para poder establecer el vínculo.

Hay algunas diferencias entre las adopciones tempranas y las tardías; lo fundamental es que cuando la adopción se realiza tempranamente los adoptantes son los primeros objetos de amor e identificación. En las tardías, el niño ha acumulado experiencias, ha establecido relaciones objetales bien con la madre o con la figura que la sustituye. En estos casos el desprendimiento y la separación tienen una mayor relevancia que en las tempranas. Hay una discontinuidad en las relaciones objetales y el niño/a atraviesa una doble situación de duelo. En cualquier caso, la adopción es otra forma de ejercer la paternidad que, además. no se circunscribe a parejas estériles. Cada vez son más las parejas que teniendo hijos biológicos aumentan la familia incorporando un hijo o hija adoptado/a. Esto quiere decir que la adopción ya ha dejado de ser una especie de “solución” para estas parejas y se ha transformado en una opción de paternidad. No es un derecho a ejercer por los adultos, sino una restitución al único derecho en el que cabe pensar: el del niño a tener una familia.

Lo que sí se les plantea a los padres como un problema que les llena de ansiedad es el cómo y el cuándo revelar a su hijo/a que ha sido adoptado. Estamos hablando, fundamentalmente, cuando la adopción se ha llevado a cabo con bebés o niños muy pequeños. Aunque también hay que decir que los niños que son adoptados ya mayorcitos, adolescentes incluso, que, naturalmente, saben cual es su historia necesitan la palabra de los padres que venga a llenar los espacios vacíos que han podido formarse a raíz de los interrogantes que se abren para cualquier ser humano que ha sido abandonado y no olvidemos que el sentimiento de pérdida y abandono modela la vida del adoptado.

Esta es la gran herramienta con que cuentan los padres adoptantes para poder construir la historia de esta nueva familia: la palabra. Eva Giberti dice, con una hermosa frase, que los padres adoptantes ponen palabras allí donde los progenitores pusieron óvulo y esperma y Michel Soulé dice que “un padre se hace con el deseo y la determinación con más seguridad que con un espermatozoide”.

Lee M. Silver, catedrático de Biología Molecular, Ecología y Biología Evolutiva: “Al final, el que un niño sea propio o no, está determinado simplemente por la forma de sentir de un padre, independientemente, de dónde o cómo tuvo lugar la diferenciación de gametos o el desarrollo fetal”.

Rosolato, otro autor que ha reflexionado sobre la adopción: “La paternidad es una organización que sólo funciona bien si se basa en la palabra dada, esencialmente la palabra expresada por la madre, según la cual este niño es el que ella ha deseado de este padre.”

El hijo adoptado es hijo del deseo y la palabra de sus padres adoptivos. Unos progenitores engendraron un bebé, son los artífices de una constante biológica pero serán los padres adoptivos los que le den entidad como persona, los que le reciban y le acepten, dándole soporte para constituirse en un ser humano, los que le dan un reconocimiento que implica una pertenencia social a un linaje, una filiación con los lazos afectivos, los deseos y los ideales, los deberes y los derechos.

Para el niño, la filiación es una clave de pertenencia básica, recibe un apellido y un nombre que le van a incluir para siempre en una familia que, a su vez, está inserta en una sociedad con costumbres propias y esta inclusión en la vida de esta familia y, sobre todo, en el deseo de esta pareja, es lo que le va a dar sus señas de identidad.

Los orígenes biológicos también ocupan un lugar en la vida del niño y tiene todo el derecho del mundo a conocerlos. Un niño adoptado al que no se le informe de tal condición, es un niño al que se le está robando algo que le pertenece muy íntimamente y tratar de comenzar una vida sobre una gran mentira no es una buena indicación. El secreto guardado celosamente bloquea la espontaneidad en la relación con el hijo. Lo no dicho siempre estará planeando amenazadoramente sobre esa familia.

Los padres siempre vivirán en un temor continuo a que en cualquier momento pueda serle revelado al niño su verdad y éste pueda pedirles cuentas. Si el silencio sobre el origen del niño es roto bruscamente, la verdad se le presenta al niño como algo violento y dañino. Se produce una inversión en los conceptos. Es la ocultación y la mentira lo que ha funcionado como base de la realidad vivencial, asociada, por lo tanto, a la estabilidad en la que el niño ha vivido hasta ese momento, convirtiéndose entonces lo auténtico y verdadero en elemento de dolor y generador de conflictos.

La confianza del niño hacia sus padres se ve abruptamente resentida, se sentirá traicionado y todo lo que hasta entonces ha servido para sentar las bases de la convivencia, en la confianza de sentirse afectivamente cuidado y protegido podrá ser puesto en cuestión con el consiguiente riesgo de que aumente la ansiedad persecutoria respecto del adulto.

El niño pensará que Unos (los progenitores) lo abandonaron, y Otros (los padres adoptivos) le hicieron crecer en una realidad equivocada. De pronto se da cuenta de que no es quien creía ser. La decepción se instala como un nuevo sentimiento en el mundo infantil frente al que es posible que trate de protegerse transformando esta actitud de los padres adoptivos en una especie de permiso para mentir. Si los padres no han sido capaces de abordar una verdad como ésta ¿qué importancia puede tener que él diga mentiras o haga pequeñas o grandes trampas? La palabra de los padres, esa herramienta tan valiosa, ha quedado inservible.

Los padres que no revelan los orígenes quizá piensan –desde su propia fragilidad narcisista– que la frustración que va a vivir el niño pueda ser peligrosa para su desarrollo. No se dan cuenta de que dificultan seriamente la capacidad del niño de poder desplegar vínculos de confiabilidad que le permitan introyectar buenos objetos internos que van a ser los soportes de una buena estructuración psíquica.
Viven en un continuo estado de ansiedad ante el riesgo de que el niño se pueda enterar por otras personas, lo que configura un clima familiar artificial, lleno de inquietudes y de intranquilidad que, naturalmente, el niño detecta pero no puede codificar. La palabra está negada y él, por lo tanto, tampoco dispone de ella para poder tramitar y metabolizar todo el cúmulo de ansiedades que impregnan el ambiente familiar.

Llevado al extremo puede dar lugar a situaciones tales como cambios continuos de domicilio, ocultación de documentos, etc., que no harán sino aumentar la inestabilidad.

Cuando la preocupación por el ocultamiento impregna la convivencia impide el que padres e hijo puedan encontrarse llevando a cabo una tarea común en la que ambos pueden ayudarse mutuamente aún sin ser conscientes de ello. Es la tarea que parte de la pérdida para concluir en el encuentro. Padres e hijos adoptivos pueden compartir el sentimiento de pérdida por el que pasan ambos. Los padres, la de los hijos biológicos; y los hijos, la de los padres biológicos. Ambos comienzan la andadura en común a partir de un proyecto de vida, de un proyecto de creación de grupo familiar, generador de espacios afectivos a los que vincularse y en los que insertarse, pero en este proceso de acoplamiento mutuo y de integración, en ocasiones tendrán que transitar por etapas depresivas que les remitirán a ese punto de partida enlazado con la pérdida que para el niño siempre va a ser una pérdida múltiple, de padres, de orígenes… Y en caso de adopción internacional también lo va a ser de país y cultura, etc.

En un trabajo de 1982, Rebeca Grinberg establece estrechos puntos de contacto entre la adopción y la migración. El niño adoptado, dice, tiene que emigrar de unos padres a otros, y pasa, por lo tanto, por un proceso de duelo por la pérdida y por un proceso de integración en la nueva realidad. El emigrante busca un país nuevo de acogida en donde, en ocasiones, pueden colocarse funciones protectoras parentales. Para el niño adoptado también hay una nueva pareja/país que le va a acoger. Por cierto que, “tierra de adopción” o “país adoptivo” son expresiones frecuentes utilizadas por las personas cuya vida transcurre fuera de su país de origen.

CUÁNDO

Los padres se preguntan a qué edad se le debe decir a un niño que es adoptado. Desde los primeros momentos los padres pueden expresarle al niño la satisfacción que les produce tenerle con ellos. Disponen de la palabra, y la palabra va cargada de afecto.

Algunos autores cifran hacia los cinco años la edad en la que el niño empieza a entender qué es la adopción. Es entonces cuando puede mentalizar el concepto, cognitivamente hablando. Afectivamente, el camino puede irse preparando y el momento de la revelación no tiene por qué significar el momento del “gran descubrimiento”. Será una puesta en realidad, una constatación de una historia que ha venido diciéndose desde el principio a través de introducir el término “adopción” en el lenguaje cotidiano mediante sinónimos tales como “ir a buscarte” “recogerte” “tenerte con nosotros”, etc., siempre asociados a una expresión de afecto positivo.

No obstante, pienso que es importante que se haya establecido ya la relación objetal con la figura materna y en este sentido hay que decir que el vínculo de apego no depende de que la madre sea, necesariamente, madre biológica. La madre “suficientemente buena” que describe Winnicott no conlleva la exigencia de haber parido al hijo.

La relación objetal se va a ir consolidando en función de la gradual internalización de una imagen constante. Un objeto permanente capaz de recibir y hacerse cargo de las angustias del niño para podérselas devolver convenientemente metabolizadas.

Establecida ya la relación objetal, la madre es ya una figura materna internalizada, es decir, no es ya sólo un objeto externo que puede estar presente o ausente, ahora es ya un objeto interno estable y confiable. Haber introyectado este objeto interno supone que el niño ya se ha estructurado como hijo y como persona en relación a sus padres adoptivos.

Hacia los tres años comienza a surgir en el niño el interés por conocer cosas. Es cuando aparece la curiosidad sexual sublimada en curiosidad intelectual. Sus intereses se dirigen hacia el tema de la procreación y hace preguntas al respecto. Puede ser un buen momento para comenzar a brindar información sobre la adopción.

Cada niño y cada pareja de padres tiene sus propios tiempos de maduración y es importante respetarlos, pero no es prudente prolongar excesivamente el momento en el que encarar la tarea informativa, por ej., esperar a la edad escolar, que podría producir un bloqueo en la función de aprendizaje, que en ese momento debe estar libre y disponible para asimilar los conocimientos escolares.

En general la mayoría de los autores aconsejan abordar el tema de la revelación de los dos/tres años a los cinco que, como ya hemos dicho, es la edad en que el niño empieza a hacerse preguntas sobre su nacimiento. Naturalmente la tarea informativa no se circunscribe al momento de verbalizarlo ya que el niño necesita de cierta madurez para poder asimilar los diferentes aspectos que conforman el proceso de la adopción, es por eso que los padres deben propiciar un sentimiento de apertura que permita la libertad de hacer preguntas y de retomar el tema cuantas veces surja.

La información, y considero este término más adecuado que el de “revelación” que es demasiado solemne, es algo que se va facilitando a través de los años, forma parte de los cauces de comunicación entre adoptantes y adoptados.

También dice Soulé que “esperar a la pubertad para dar la información es un error grave, es durante y sobre todo, después de la pubertad cuando los accidentes son peligrosos, la personalidad está más desarrollada y, en cambio, la posición en la vida está todavía incierta”.

QUIÉN

Respecto a quién debe dar la información, no cabe la menor duda de que los padres son las personas indicadas para ello. Ya hemos dicho que es la palabra de los padres la que aporta al niño confiabilidad y seguridad. Una información que proviniera de otra fuente socavaría profundamente la credibilidad de los padres. El no haber gestado al hijo no les merma sus derechos y deberes como padres.

El hijo adoptado desea que sus padres le demuestren que son sus verdaderos padres y que actúan como tales ofreciéndole la seguridad y el afecto que necesita. Las actuaciones inseguras por parte de los padres adoptivos pueden ser utilizadas por el adoptado para crear enfrentamientos y conflictos utilizando, en ocasiones el hecho de ser adoptado como algo que disminuye los derechos de los padres con frases como “no me puedes regañar porque no eres mi verdadero padre” o “no tengo por qué obedecerte”, etc., es la respuesta que da el hijo a lo que puede ser sentido como la inseguridad de los padres.

Habría que tratar de ver si en una situación así, no es una falta de convicción por parte de los padres lo que se transmite. Tal vez, padres que no se atreven a serlo, que no han podido desprenderse de su culpa por no haber podido engendrar un hijo biológico y se viven a modo de “padres postizos”, que no han comprendido todavía que su infertilidad biológica se puede transformar en fertilidad afectiva o que viven su paternidad con fantasías de robo.

La convicción con la que se manejen los padres es la que les será de gran utilidad en el momento de encarar la tarea de dar la información que forma parte del proceso educativo del niño y es importante para el desarrollo equilibrado de su personalidad.

Es importante no sólo informar sino que todos los miembros de la familia puedan hablar con naturalidad de la adopción.

CÓMO

Con respecto al cómo, la mayoría de los autores coinciden en utilizar la propia historia del niño empleando relatos o cuentos infantiles que sirvan para introducir el tema. Cada pareja de padres podrá encontrar la forma de comenzar el diálogo personalizándolo e imprimiéndole su propio estilo. No hay receta que pueda generalizarse y servir para todos, puesto que cada historia de adopción es diferente.

La “revelación”, por otra parte, implica dos aspectos: la información en torno a la condición de adoptado y la información sobre los orígenes. La mayoría de padres adoptivos asume el primero, no ocurre lo mismo con el segundo, donde también entre los profesionales hay disparidad de opiniones.

Hay algunos trabajos publicados que han tratado de valorar los factores que han ejercido influencia en el deseo de búsqueda de los orígenes por parte de adoptados. Las investigaciones que hay hasta la fecha no permiten generalizar resultados en las áreas que se han tratado de explorar, pero sí ha habido dos rasgos que parecen ser significativos:

  1. Las personas que demostraron mayor interés en tratar de encontrar a sus padres biológicos eran aquellas que se mostraron menos satisfechas de los cuidados que habían recibido de sus padres adoptivos y
  2. El deseo de búsqueda de los orígenes guardaba relación con el hecho de haber recibido una información traumática. Parece que son los adoptados que no se han sentido suficientemente bien cuidados los que mayor insistencia muestran en buscar a sus padres biológicos.

Tal vez no terminan de entender algo que ya Freud en su “Moisés” apuntaba cuando decía que en todo mito y en toda leyenda, los padres que son descritos como los cuidadores, son de hecho los “verdaderos padres” y que los otros son padres ideales del fantasma a los que se les recubre de una sobrevaloración narcisista.

M. Soulé también manejó la expresión “verdaderos padres” para referirse a los que proporcionan los cuidados y transmiten el afecto por lo que los adoptantes tienen que concederse el derecho de ser “verdaderos padres” puesto que es con ellos con quienes el niño/a va a organizar su Novela Familiar.

La Novela Familiar es esa construcción fantasmática en la que el niño modifica imaginariamente sus lazos con sus padres, sus orígenes. Los padres son inicialmente la única autoridad, la fuente de toda creencia y de mayor quiere ser como ellos. Pero a medida que avanza en su desarrollo intelectual, establece un contacto con los padres menos idealizado, conoce a otros padres y los compara con los suyos, dudando de todas aquellas cualidades únicas que les había adjudicado y sus experiencias de frustración e insatisfacción en relación con los padres le incitan a criticarlos. Cuando el niño se siente menospreciado, que no recibe el pleno amor de sus padres o también que tiene que compartirlo con otros hermanos, elabora la fantasía, con frecuencia recordada conscientemente en épocas posteriores, de que en realidad no es hijo de esos padres, sino adoptado o recogido.

La Novela Familiar sirve, dice Soulé, para poder atravesar el Edipo. Y los niños adoptados construyen también su Novela Familiar igual que los demás niños y no especialmente por ser adoptados. Todos hemos fantaseado con nuestros orígenes ¿quien no ha tenido, de niño, fantasías de haber sido adoptado?, ¿de haber tenido unos padres nobles y ricos?.

Así pues, los verdaderos padres son los padres del Edipo y de la Novela Familiar. Es atravesando los avatares del conflicto edípico donde nos organizamos como personas: contactamos con la angustia de castración, configuramos nuestra conciencia moral, hacemos la renuncia a la bisexualidad infantil, y sobre todo hacemos las identificaciones con las figuras paternas que nos van a permitir incorporar nuestro rol sexual que nos dará, a su vez, la clave de nuestra sexualidad genital adulta. Esto tiene que apuntalar en los padres su convicción de tales, ya que es con ellos con quien el niño vive sus deseos sexuales prohibidos y sus celos y no, con los que le han concebido. Pero cuando se siente poco valorado por los padres que le han acogido, poco incluido en la intimidad familiar, es cuando puede volverse hacia sus padres biológicos idealizados queriendo ver en ellos los padres ideales, poderosos y buenos. Entra en una contradicción insoportable puesto que, contra toda realidad, adjudica virtudes e idealiza a unos genitores que le han rechazado, negado y abandonado.

Algunos trabajos de M. Soulé y Jeanine Noël referidos al tema de los orígenes, concluyen indicando que, en ocasiones, las exigencias de búsqueda y reencuentro con los padres biológicos pueden hacerse acuciantes, y sentirse como una necesidad no exenta de inquietud. Pero que, la búsqueda de los padres biológicos raramente es llevada hasta su término, la mayoría de las veces se abandona cuando está a punto de llegar a su fin y cuando se consigue es a menudo más angustiosa que satisfactoria, siendo excepcional que se extienda a relaciones continuadas y beneficiosas. La confrontación con los padres biológicos idealizados, pero a menudo sórdidos, sin cualidades o simplemente reales y ordinarios, es normalmente dañina.

Pero los niños que han sido adoptados por unos padres que los han deseado y los han querido, han encontrado una reparación narcisista al abandono sufrido y han sentido en sus acogedores a sus verdaderos padres. La idea de padres se teje con el hilo del amor y no de la sangre en la compleja riqueza de los sentimientos cotidianos. Como dice el Dr. José Rallo, los padres afectivos son los padres efectivos.

La revelación de nombres, fechas, lugares, etc. que no han tenido una significación real para el niño no va a constituirse en un elemento estructurante de mayor importancia que la experiencia, esta sí que real, de haber recibido el amor y la aceptación sin reservas de sus padres acogedores, padres que han deseado un niño, no que han tenido necesidad de un niño. El deseo y la necesidad se funden en lo que llamamos un proceso de adopción. El deseo de los padres y la necesidad del niño de tener una pareja parental.

Recordemos que la gestación del niño dado en adopción ha venido marcada por un “no deseo”, por lo que la capacidad de empatía de la madre adoptiva (apoyada por su marido) va a ser fundamental para que se establezca la simbiosis afectiva que permita al niño el cambio del registro del “no deseo” –que puede relacionarse con los sentimientos hostiles a que puede dar lugar en no haber tenido suficiente valor afectivo para la madre biológica– para pasar a ese saberse deseado, que le reconciliará con la vida.

Finalmente, concluimos estas reflexiones señalando una idea que a veces quizás se nos escapa pero que es importante recordar de vez en cuando. Todos somos adoptados, todo ser humano tiene que ser adoptado por sus propios padres para constituirse verdaderamente en “el hijo de…….”

Los hijos biológicos también son hijos adoptados. El hecho de nacer no es suficiente para ser hijo de nuestros padres y el hecho de que tengamos hijos no es suficiente para que nos constituyamos como padres. Hay que dar un paso más trascendiendo a la biología para poder entrar en el terreno del afecto y el amor en el que incluir a ese niño/a.

Todo padre o madre hace un movimiento interno de orden inconsciente por el que –de alguna manera– “adopta” a ese hijo en el momento en el que lo reconoce como propio y lo incluye en su proyecto de vida insertándolo en una trama amorosa que va a ser fuente de satisfacción para ambos.

La madre, lo adopta antes y de una forma muy directa, debido a las particularísimas vivencias que una mujer embarazada va enlazando en su psiquismo a través de su propio cuerpo que se convierte en alojamiento del hijo. El padre sigue otro proceso diferente, que pasa por la palabra de la madre que le dice “este es tu hijo y es el hijo que yo he querido tener contigo” es entonces cuando lo tiene que adoptar y –valga la expresión– hacerlo suyo porque se trata de una adopción en el deseo.

Pero también los padres han de ser adoptados por sus hijos. También el hijo interioriza que éstos son sus padres, no sólo porque le han dado la vida o le han adoptado sino porque se reconoce a sí mismo como hijo de esos padres que son los que él quiere.

Lamentablemente, a veces vemos padres que jamás han adoptado a sus hijos, lo que posteriormente puede dar lugar a conflictos emocionales de mayor o menor envergadura de patología. Se han quedado en lo puramente biológico y creen que tienen hijos, pero no los han adoptado y no se ha podido establecer esa auténtica filiación que configura la urdimbre en la que –como hemos dicho hace un momento– tejer la idea de paternidad.

De la pérdida al encuentro…. La pérdida para el niño… Lo no tenido, para los padres que en alguna parte de su psiquismo se inscribe como pérdida. Ambos (padres e hijo) en proceso de duelo, que puede manifestarse en lo consciente o circular en lo inconsciente. Pero también ambos, con una hermosa tarea por delante en cuya realización van a ir enlazando sus vidas, y el duelo de partida se podrá ir elaborando y finalmente –como en todos los duelos– se podrá dar la reconciliación con lo perdido, que no se habrá transformado en elemento persecutorio sino en elemento propiciador del encuentro. Del encuentro entre dos esperanzas, la de un niño que necesita una familia y la de una familia que desea un niño.

El niño perdió a sus genitores pero recibió de ellos el regalo de la vida. Los padres –los verdaderos padres– reciben de ese hijo el regalo de la paternidad con el que transformar la infecundidad biológica en fecundidad afectiva. Ya no son pareja en interacción dual sino familia donde poder vivir la triangulación edípica con todos y cada uno de los hijos que puedan ir teniendo.

Desde luego que no todas las parejas que adoptan lo hacen por impedimentos biológicos. Hemos visto un significativo número de padres que habiendo procreado uno o varios hijos quieren adoptar. Estos padres no tienen que elaborar duelo por renuncia a hijos biológicos que ya tienen, pero han de recorrer igualmente el camino del encuentro con el nuevo hijo y adoptarlo como también tuvieron que adoptar a sus hijos biológicos para constituirse en verdadera familia y no ser simplemente un grupo de personas que viven juntas.

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