Sociedad Española de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y del Adolescente

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Un amor narcisista de un padre hacia su hijo

PDF: carballeira-amor-narcisista-padre-hijo.pdf | Revista: 47 | Año: 2009

Carballeira Rifón, Yolanda
Doctora. Psiquiatra-psicoterapeuta. Unidad de agudos del Hospital de Calde (Lugo).

Comunicación libre presentada en el XXI Congreso Nacional de la Sociedad Española de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y del Adolescente (SEPYPNA) que bajo el título “Períodos de transición en el desarrollo e intervenciones psicoterapéuticas” tuvo lugar en Almagro del 17 al 18 de octubre de 2008.

Esta comunicación es fruto de un trabajo psicoterapéutico con un niño de cinco años al que llamaré Pedro. La terapia duró tres años y medio.

VALORACIÓN INICIAL DE PEDRO

Pedro consulta por consejo del colegio, pues es un niño que está muy agitado, perturba al resto de la clase, necesita que lo encuadren constantemente. Presenta un retraso en la adquisición del lenguaje, en francés y en español (a señalar que la terapia fue realizada en castellano, en Ginebra, donde el idioma oficial es el francés), y no hace ninguna adquisición a nivel del aprendizaje.

Pedro es un niño de origen peruano, corpulento para su edad, vestido de forma descuidada.

No juega con los otros niños, tiene más bien la tendencia a inmiscuirse en los juegos de los otros niños, apropiándose de los juguetes, que lanza al aire. Está mal socializado, come con las manos y se muestra muchas veces inadecuado tanto con los niños, a los que suele morder y pegar, como con los adultos, con los que suele guardar una relación exclusiva.

Conmigo, se muestra muy agitado e inseguro, su juego está desorganizado, y no es simbólico, coge los juguetes y los tira por el aire, correteando a mi alrededor. Se comunica conmigo con algunas palabras en español y con gestos.

En otros momentos parece ausente, cansado, temeroso, como cortado de la realidad. A pesar de su corpulencia, tiene algo de frágil y desvalido, me transmite un importante sentimiento de malestar, de desesperación, y me conmueve desde un principio.

PEDRO Y SU PADRE

El padre de Pedro me relata que él y su hijo llegaron ilegalmente a Suiza, por Alemania, haciendo muchos trayectos a pie, “siempre juntos”, dice que “juntos vivieron muchas aventuras”, y que por fin consiguieron llegar a Suiza, con la idea de que Pedro tuviese un futuro mejor que el suyo, para “poder darle a su hijo lo que él mismo no pudo tener en Perú”. Efectivamente, viene de un medio socio-económico muy modesto, de una familia de ocho hermanos, y ha tenido que trabajar desde su infancia para poder ayudar a sus padres.

La madre de Pedro vive en Barcelona, tiene dos hijos de un primer matrimonio, a los que abandonó. El padre de Pedro convivió poco tiempo con ella, siendo el embarazo de Pedro no deseado para la madre, no ocupándose nunca de su hijo, y abandonándolo cuando éste tenía tres meses de vida. Desde entonces no saben nada de ella.

Relata que, en Perú, nunca se separaba de su hijo, trabajó como portero en un colegio, como fotógrafo en bodas, y vendiendo sándwiches, y siempre se lo llevaba con él, “siempre juntos”.

Según el padre, Pedro tuvo un buen desarrollo psicomotor, comenzó a caminar al año de edad, llevó pañales hasta los veintiún meses, adquiriendo enseguida la continencia tanto para el día como para la noche, comenzó a decir las primeras palabras a los dos años, presentando un retraso en el lenguaje.

Cuando llegaron a Ginebra, Pedro comenzó a ir a una guardería, pues al padre no tenía con quien dejarlo mientras trabajaba, “a Pedro le costó mucho quedarse, lloraba, no paraba de llorar, se mostraba colérico e irritable”, y el padre se iba muy intranquilo, pero al parecer hizo progresos en la adquisición del lenguaje, y el comportamiento del niño era adecuado, según señala el padre.

Unos meses después, conoció a una mujer suiza con la que se casa en Perú. Habla de este matrimonio como de “un sacrificio que hizo por su hijo”, para poder estabilizar su situación en Suiza, y tener a alguien que se ocupase de él. Obtiene un permiso de residencia para él, pero no para Pedro, al que deja en Perú con uno de sus hermanos, durante un año y medio, hasta que obtiene un permiso de residencia para su hijo. El padre relata esta separación como algo muy penoso, no advirtiendo a su hijo que lo va a dejar algún tiempo con su tío. Le dice que va a comprar un paquete de cigarrillos, cuando en realidad va a coger un avión para Ginebra. Al año, cuando vuelve a buscar a su hijo, lo encuentra muy cambiado, agitado, irritable, llora fácilmente, tiene pesadillas, miedo a la oscuridad. Cada vez que el padre se tiene que separar de él, hace grandes crisis de llanto y cólera. El padre afirma que su hermano no se ha ocupado bien de su hijo, y que ésta es la razón de que su hijo esté tan perturbado. Se separará de su nueva esposa a los dos años de matrimonio, denigrándola y descalificándola como mujer y como madre. Es cierto que esta mujer, que acompañó alguna vez a Pedro a las sesiones, parecía tener problemas psíquicos importantes.

CONTEXTO EN EL QUE SE DESARROLLA LA TERAPIA

Comencé una psicoterapia con Pedro a una frecuencia de tres veces por semana.
Al mismo tiempo, se integra en un centro de día.

El padre acepta la terapia y el centro de día con reticencia, “todo esto me duele, porque a mi hijo no le ocurre nada, es inteligente, todo es culpa de mi hermano”. Habla de su hijo como un “niño ideal”, del que espera mucho, y hace responsable a su hermano de los problemas que presenta.

Durante el primer año, el padre o su esposa lo traen regularmente. Después, comienza a faltar a algunas sesiones, pues el padre me dice que no están siempre disponibles para acompañar a Pedro. A veces incluso tardan una hora en venir a recogerlo. Negociamos una disminución de la frecuencia de las sesiones a dos veces por semana, pero continúa faltando a muchas sesiones, y Pedro parece muy cansado, descuidado, frecuentemente está enfermo.

En una ocasión presenta un dolor en una pierna, el padre lo acompaña al hospital, y en el hospital lo encuentran muy descuidado, con micosis en el vientre y manos. Lo abandonan en el hospital, y no van a recogerlo, con la excusa de que no pueden ir a buscarlo inmediatamente. El padre hace responsable a su esposa de no ocuparse bien de Pedro, de ser una “mala madre”.

Tras una reunión en el centro de día que Pedro frecuenta, se decide que se va a denunciar la situación al servicio de protección de la infancia, integrándose rápidamente Pedro a un internado, y guardando contacto con su padre los fi nes de semana.

El padre se encontró muy herido en su narcisismo, “es lo que más quiero, no entiendo nada… pero si él no tiene ningún problema, y yo siempre me he ocupado bien de él, todo lo hago por él…”. A continuación, proyectará en todas las personas que se ocupan de su hijo su impotencia, y su sentimiento de sentirse un mal padre.

Yo intento citar al padre con regularidad, intentando establecer una relación terapéutica, pero se muestra siempre desconfiado y descalifi cador.

A partir del momento en que Pedro es integrado en el internado, lo van a traer regularmente a la terapia.

PEDRO Y YO: HISTORIA DE UNA TERAPIA

Voy a ilustrar el funcionamiento psíquico de Pedro con el relato de una de las primeras sesiones.

Pedro viene acompañado de su padre, tarda en dejarlo varios minutos. El padre le anima a que venga conmigo, yo le digo que su padre le va a esperar en la sala de espera.

Se esconde debajo de la mesa durante algunos segundos, y a continuación comienza a manipular los juguetes.

Coge dos coches, uno de bomberos y otro de policía, los deja en el suelo y coge una pequeña casa, donde mete varios personajes de una familia. Deja la casa, y vuelve a coger los coches y un helicóptero. Entonces se dirige por primera vez a mí, y me dice no de forma muy comprensible, “el helicóptero es el papá de los coches”. A continuación introduce los coches y el helicóptero dentro de la casa, y coloca cada coche sobre una cama, “duermen”. Me transmite ansiedad y agitación en un juego que no es simbólico, el helicóptero no representa al papá, “es el papá”.

Deja todos estos juguetes de lado, y coge un camión, con el que juega algunos minutos, y que termina lanzándolo contra la pared, para a continuación comenzar a corretear alrededor de mí.

Tengo la impresión de que se inquieta por el padre, así que le digo que seguramente se pregunta si su padre continúa en la sala de espera, que quizás tema que se vaya y que lo deje conmigo, como cuando lo dejó con su tío en Perú.

Se sienta a mi lado y dibuja unos garabatos sobre un papel, enseguida coge uno de los coches y me da el otro, pronuncia las palabras “volar” y “papá”, y hace como si su coche volase. Se acerca a mí y hace como si su coche chocase con el mío, pronuncia las palabras “papá muerto” y “niño malo”.

Yo le digo que cuando su papá se marchó a Suiza, y que él se quedó solo en Perú con su tío, pudo sentirse un “niño malo”, como si hubiese “matado” a su papá. Pedro me responde enfadado que no, no captando el “como si”, y sintiéndose más bien acusado por mi interpretación.
Le explico que él no ha matado a su papá, que su papá se fue simplemente a Suiza, pero que en aquellos momentos se sintió tan “malo” que creyó haber “matado” a su papá.

Pedro me escucha con atención, me dice: “coche roto papá”, y aparta el coche hacia un lado, y a continuación me pregunta si su papá sigue esperándolo, haciendo una confusión entre el coche roto y el papá.

Muestra una culpabilidad muy grande, “el coche papá queda roto”, es irreparable.

Es el final de la sesión, corretea un momento alrededor de mí antes de volver a la sala de espera, donde se encuentra el padre.

Muchas de las primeras sesiones transcurrieron de esta manera. Pudimos crear un cuadro terapéutico para que Pedro pudiese expresar también la transferencia negativa, para que me pudiese vivir unas veces como un objeto presente y bueno, y otras como un objeto ausente y malo. Y así fuimos reconstruyendo su historia, y enlazándola a los afectos.

Al principio su juego no es simbólico, y soy yo misma quien tengo que ponerle palabras a las emociones que él vivió y vive, en los diferentes momentos de su historia, haciendo hincapié en lo que vivió durante la separación temporal con el padre.

Vemos como aparece enseguida la culpabilidad de haber destruido a su padre, siendo una culpabilidad masiva, no aceptando al principio mis interpretaciones al respecto. En esos momentos, me vuelvo, para Pedro, un mal objeto, proyectando en mí el sentimiento que tiene de ser “malo”.

Pero poco a poco, mi identificación a su sufrimiento, a sus miedos a ser abandonado, a su sentimiento de ser “malo”, entre otros aspectos, me permitió interpretar la transferencia negativa, sin que se sintiese acusado.

Durante los primeros meses, Pedro adopta una actitud imitativa hacia mí, identificándose a mí. Puede expresar cada vez mejor unos fantasmas, por momentos muy crudos, sin desorganizarse, en un juego cada vez más rico.

Las dificultades de separación fueron abordadas al fi nal de cada sesión, antes de las vacaciones, y durante sesiones enteras fueron el tema principal.

Pedro se esconde durante sesiones enteras, no dice nada, expreso en su lugar el miedo a no ser encontrado, a ser olvidado, a desaparecer, y la tristeza y la cólera que debió de sentir. De esta manera se identifica también al padre que desapareció.

Repite mis palabras, me observa con atención, y poco a poco reconstruimos su historia.

Al final del primer año de terapia su juego se enriquece, Pedro juega con frecuencia personajes todopoderosos o agresores, y me pide que yo juegue personajes abandonados, débiles.

El segundo año de terapia fue difícil debido al contexto exterior ya citado.

Durante el último año podemos elaborar la posición depresiva, Pedro necesita menos situarse en una posición de todo poder, pudiendo desarrollar capacidades de reparación.

CONCLUSIONES

Para terminar, me gustaría reflexionar sobre las repercusiones que esta relación de tipo narcisista entre padre e hijo ha podido tener sobre el psiquismo del niño.

Pedro establece con su padre una relación de tipo simbiótico en un contexto familiar donde la madre está ausente, y en que el padre presenta carencias narcisistas importantes.

Pedro establece con su padre una relación muy indiferenciada, representando para su padre un objeto ideal, una prolongación de sí mismo.
Pedro se siente “malo”, responsable de haber destruido el objeto amado, de ahí su sentimiento de persecución, y su fi jación a la “posición esquizoparanoide”. Se siente perseguido por un “mal objeto” e idealiza un “buen objeto”. Para que Pedro llegue a adquirir la ”posición depresiva”, debe tomar consciencia que se trata de un mismo objeto, diferente de él mismo, objeto que puede amar y odiar a la vez, objeto que puede reparar.

La imagen que Pedro tiene de su padre es la de un padremadre, que ha respondido de manera muy discontinua a sus cuidados y necesidades (exceso o ausencia de cuidados).

Esta “preocupación maternal primaria” o bien excesiva o bien ausente ha impedido la creación de un espacio transicional entre el padre y el niño, principio de una separación y de la aparición de la actividad simbólica.

Pese a una presencia excesiva a veces, el padre no ha podido contener las emociones “insoportables” para su hijo.

Éste busca un “buen objeto” parexcitante que lo contenga, a veces en la proximidad física de la piel.

Gracias al cuadro terapéutico establecido, Pedro ha podido proyectar sus emociones insoportables, ha podido expresar tanto una transferencia positiva como negativa, pudiendo vivir al psicoterapeuta tanto como un “objeto idealizado”, como un “objeto malo”.

Fue posible crear un espacio intermediario de juego, espacio de expresión y de simbolización.

Los ataques al cuadro terapéutico fueron frecuentes. El objeto que ha resistido a estos ataques, y que ha podido ser reparado y recreado, se ha transformado en un objeto total, bien diferenciado del paciente.

La terapia finalizó tras terminar mi trabajo en el servicio donde realicé esta terapia.

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