Sociedad Española de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y del Adolescente

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Aportes del psicoanálisis al conocimiento de la mente del niño: El juego

PDF: colas-aportes-psicoanalisis-juego.pdf | Revista: 25 | Año: 1998

EL JUEGO Y SU RELACIÓN AL MOMENTO EVOLUTIVO DEL NIÑO

Inicialmente el bebé carece de un yo, o es tan rudimentario que funcionalmente no es claramente perceptible. Esta situación obliga a la madre u objeto maternal, a que haga sus funciones por él. La madre tiene que intuir y entender lo que le ocurre, para atenderle y darle lo que necesita (alimento, limpieza, abrazaron, compañía, atención médica,…), para ello las madres desarrollan desde el embarazo una capacidad, la “preocupación maternal primaria”, descrita por Winnicott, permitiéndola con su empatía colocarse en el lugar del hijo, funcionando como un yo auxiliar del bebé. Esta relación madre bebé, establecida por ella es una forma de “locura”, o de relación “loca” natural, muy investida narcisísticamente.

Siendo el bebé y su cuerpo como un juguete de la madre (Gutton). La interacción fantasmática sirven de guía, a todos los elementos sensoriales corporales, que van a ir relacionándose entre el bebé y la madre, (el diálogo tónico – postural, el contacto visual, la mirada, la mímica, los tonos de voz y sonidos,…). Todo ello sobre una base de interacción intersensorial observada ya desde el nacimiento. (Brazelton, Cramer, …).

En esta relación (juegos tontos, en palabras de Lorenz), se establecen las bases de la comunicación humana y el acceso a la socialización futura. La madre juega con sus sonidos, gestos, manoseos, besos, caricias, etc. Todo su cuerpo participa, y asimismo estimula y busca la comunicación del bebé, creando vías de contacto con el exterior a través de los sentidos. Sabemos por Spitz y otros autores como D. Anzieu, que los sentdos sirven de base para el desarrollo de funciones del yo, tanto para el contacto cercano (piel – tacto, gusto), como para el contacto lejano (aéreo – olfato, vista, oído). Siendo frecuentes las manifestaciones clínicas psicosomáticas, expresión conflictiva de desajustes o mala relación entre ambos. Así como las alteraciones graves en la organización del yo en las psicosis.

Es la experiencia repetitiva de sentir el bebé que alguien entendió y satisfizo sus necesidades, lo que permite ir incorporando esta función del yo auxiliar, o potenciando el rudimentario yo con el que se nace, (existen discrepancias entre los psicoanalistas). Esta evolución del yo es descrita por M. Mahler como el paso del yo autístico al yo simbiótico, sobre los dos meses aproximadamente, observándose cuando el niño empieza a percibir y reconocer a la madre, con su primera sonrisa (primer organizador de Spitz). Es a partir de los tres meses aproximadamente cuando el bebé puede ir desarrollando sus primeras actividades pre-lúdicas, pues realmente no es juego como tal, por faltar la simbolización.

La ausencia gradual de la madre despierta unas actividades que suplen temporalmente a la misma, surgen cuando el bebé echa en falta a la madre. En este momento la relación gira alrededor de calmar necesidades básicas de la fase oral, junto a la satisfacción de calmar la tensión del hambre, existe un placer apegado a los estímulos sensoriales (gusto, tacto, olfato, oído), o tan primario como el balanceo al ser mecido (por estímulo de la zona vestibular).

Ph. Gutton (El juego de los niños), deslinda claramente las actividades autoeróticas y las actividades pre-lúdicas, que intentaré resumir:

  • Actividades autoeróticas: por ejemplo cuando el niño chupetea su propio dedo, como si su propio cuerpo (el dedo) sustituyera a la madre.
  • El pre-juguete: por ejemplo el chupete, que no pertenece a su cuerpo, es un objeto dado por la madre y que la sustituye.

Depende de la calidad de la relación entre la madre y el niño, que podrá estabilizarse la figura del pre-juguete, como un objeto externo que la supla. Experiencias repetitivas de pérdida o de separaciones que superen el límite tolerable para el bebé, pueden llevar a una pérdida de la actividad pre-juguete, por la autoerótica. O en situaciones más carenciales llegar a perder esta actividad autoerótica. La figura del pre-juguete dará acceso al juguete y por tanto al juego, a diferencia del niño que sólo tiene actividades autoeróticas, donde es únicamente el cuerpo el depositario de su satisfacción. Los primeros niños tienen más fácil el camino para la simbolización, el lenguaje, el aprendizaje y la socialización.

La presencia de una madre garantiza y da estabilidad al pre-juguete. La madre lo introduce, pero el bebé sólo será capaz de aceptarlo y utilizarlo, si conserva un recuerdo suficientemente bueno de ella, para poderse entretener con el chupete. La ausencia excesiva de la madre, como realidad frustrante, puede romper la ilusión que el niño tenía en el placer del chupeteo con el chupete, y llorar reclamándola en la realidad. Es la capacidad de ilusión por tener a la madre, en el chupete, sin tenerla en la realidad, la que va consolidándose progresivamente. Esta ilusión que permite la recreación fantaseada de la madre, es la base para llegar a la simbolización y el desarrollo del juego y de otras facultades, como la creatividad, indispensables para un crecimiento psicológico del niño.

Intentaré mostrar la relación entre determinados juegos, con la ansiedad y el conflicto al que tiene que hacer frente el niño, tanto por el momento evolutivo presente en ese momento, como de circunstancias externas a las que tenga que enfrentarse.

Los juegos se dejan y pierden sentido cuando el motivo interno desaparece. Pueden volver a surgir ante situaciones regresivas, y convivir con juegos que intentar afrontar conflictos y ansiedades genéticamente más evolucionadas. En palabras de A. Aberastury (El niño y sus juegos), “en la medida en que va creciendo surgen nuevos intereses, nuevas situaciones de cambio, y los juegos se modifican”.

El juego del primer año:

Está determinado por el progresivo grado de separación con la madre, con todas las ansiedades que ello despierta. De forma paralela a esta separación, e interrelacionado con este proceso, el yo del niño va madurando, permitiéndole reconocer totalmente a los seres familiares de los extraños (el llanto ante el extraño, entre los seis y ocho meses, segundo organizador descrito por Spitz). Junto a estas adquisiciones del yo, el niño, puede empezar a reconocer y explorar su propio cuerpo como inicio de su propia identidad personal.

Todo ello es iniciado espontáneamente por la madre, que empieza a jugar con el niño a, “La escondida”, ella se tapa y se descubre la cara o cabeza con las manos, o con una sábana, o detrás de una puerta, etcétera. Acompañado de sonidos de sorpresa y exclamación. El juego puede reducirse sólo, a taparse y descubrir la madre sus ojos. Paralelamente el juego se entremezcla con ser el bebé el “tapado y descubierto”.

Pasando a ser el propio bebé el que se tapa y destapa bajo la sábana, haciendo desaparecer y aparecer el mundo que le rodea, la madre y demás objetos. Es un juego que despierta una gran expectación en la desaparición de la madre y un inmenso júbilo al volverla a ver o aparecer. Su función es ir introduciendo la idea de que tras una despedida, una separación, existe un reencuentro, es decir que la separación es temporal, no es para siempre. Va afianzándose la imagen de permanencia de la madre, aunque no la vea o esté separado de ella.

El niño juega con la madre a tirar juguetes u otros objetos para ser recogidos por ella, tiene la misma finalidad de ir elaborando y comprobando que algo que desaparece de su vista, al ser tirado, vuelve a aparecer. Existe el juego de aparición y desaparición de sonidos, como el sonajero, donde es él mismo, el que puede activamente hacerlos aparecer o desaparecer. Con la madre existe otro juego donde se entremezcla la aparición y desaparición de sonidos, la capacidad activa de ser el propio niño que restablece el contacto, ensayándose la comunicación oral como forma de conexión con el objeto deseado. También está presente el juego del “laleo”, inicialmente como un juego en espejo, donde el niño imita a la madre, a veces entremezclado con el “tapado y descubierto”, donde la madre aparece físicamente o responde con su voz al sonido del hijo. Frecuentemente mientras el niño juguetea con sus sonidos, como lo hace con el sonajero, y su sonido, se entremezcla con exploraciones de su cuerpo, mirándose y chupándose sus dedos u otras partes de su cuerpo.

Es importante la disposición de la madre, para ir introduciendo estos juegos con su bebé. Existen madres que tienen dificultades de irse separando de esta relación tan estrecha que mantienen con su hijo. A veces te dicen, que sienten pena de que sus hijos vayan creciendo, y por tanto separando y no necesitando tanto de ellas. El tipo de relación de pareja, incide igualmente en la disposición de la madre a irse separando, para establecer estos juegos con su hijo. Es lo habitual que las relaciones sexuales y la disposición hacia el marido vayan restableciéndose gradualmente, pasados unos meses después del nacimiento. Algo que ayudará a la mujer, siendo rescatada de una relación dual, narcisista con su hijo, justamente para ir facilitando esta separación gradual entre ambos.

El papel del marido, su capacidad de tolerar la nueva situación, con la llegada del hijo, tolerar a una mujer menos entregada a él. Su disposición a servir de ayuda y apoyo a la madre. Así como para atender a su propio hijo, jugar con él, juegos habitualmente diferentes a los propuestos por la madre, con mayor frecuencia de actividad motórica (la pierna hace de caballito, de alzarle al aire, etc.), marcará la pauta de una presencia para el hijo, que servirá para que el niño vaya separándose también de la madre.

Toda esta situación familiar, donde va gestándose la idea necesaria de progresiva separación del bebé de la madre, es la condición necesaria para que surja el juego, como una propuesta tácita por la madre. Propuesta amorosa, paciente, realizada espontáneamente, con el mensaje “te voy a enseñar a conservar mi recuerdo, como algo amoroso, que te quiere, para que aprendas a ir cuidando de ti mismo y tolerar estar solo”. Todo ello queda plasmado gráficamente, cuando la madre introduce intuitivamente el “osito de peluche”, o equivalentes, descrito por Winnicott, como un objeto transicional, planteado por la madre como un sustituto de ella, que le permite tolerar la separación, fundamentalmente por la noche, poder dormir sabiendo que no está, no la ve, no la oye, pero tiene la ilusión de estar con ella (es el osito). Muñeco del que no se desprende, al desplazarse, irse de viaje, ir a la guardería, … Osito que le permite jugar a, consolarle, es el muñeco el asustado y él lo cuida y protege.

Conforme el niño va adquiriendo un mayor dominio psicomotor, puede sentarse, coordinar sus movimientos, aparece un juego de meter y sacar, o vaciar objetos o, juguetes de algún cubo o recipiente. Todo ello tiene que ver con el poder conservar, retener y guardar sus objetos. Se va perfilando la capacidad de un espacio contenedor, capaz de conservar y guardar en su interior, espacio que podrá cuidar el recuerdo de la madre en la laboriosa tarea de separación de ella.

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