Sociedad Española de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y del Adolescente

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Estilos de crianza y ambientes familiares en menores y jóvenes violentos. Un modelo psicoterapéutico de apoyo para la intervención

PDF: estilos-crianza-jovenes-violentos.pdf | Revista: 48 | Año: 2009

Ángel Estalayo, Olga Rodríguez y Juan Carlos Romero

Comunicación libre presentada en el XXII Congreso Nacional de SEPYPNA que bajo el título “Nuevas formas de crianza: Su influencia en la psicopatología y la psicoterapia de niños y adolescentes” tuvo lugar en Bilbao del 22 al 24 de octubre de 2009. Reconocido como actividad de interés científico-sanitario por la Consejería de Sanidad y Consumo del Gobierno Vasco.

RESUMEN

El presente artículo pretende mostrar una propuesta de psicoterapia de apoyo destinada al abordaje de la involuntariedad del tratamiento en contextos no ambulatorios con población que cursa con violencia. Así se parte de la generación de un ambiente validante fruto de la interacción entre variables individuales (estilos de apego, estilos de relación o crianza y emociones) que permita la maduración del paciente a través de una serie de etapas.

Palabras clave: psicoterapia de apoyo, involuntariedad, violencia, ambiente validante.

INTRODUCCIÓN

La consideración de los estilos de crianza como un factor importante en el desarrollo madurativo de un niño supone una cuestión que a priori parece indiscutible. No obstante, el análisis de dicha influencia como elemento causal que produce contenidos consecuentes dependientes del contenido y forma de dicho estilo pudiera entrar en debate, según nuestra experiencia. A lo largo de este texto intentaremos exponer nuestra postura acerca de las dinámicas relacionales que generan respuestas funcionales o, en su defecto disfuncionales y los motivos que en nuestra opinión lo posibilitan.

De esta manera, nuestro modelo de intervención (Psicoterapia de Vinculación Emocional Validante) parte de la premisa de una bidireccionalidad entre los estilos de crianza o educativos de los padres o educadores con los respectivos estilos de apego que presentan y los estilos de crianza o educativos percibidos por los hijos o educandos según sus propios estilos de apego y las experiencias de relación acumuladas en su entorno familiar.

De idéntica manera, partimos de considerar que dichas dinámicas contribuyen a generar un ambiente familiar que constituye un sistema que responde a un principio holístico desde el que el todo supone una entidad diferente a la suma de las partes y de sus causalidades relacionales. Así, dicho ambiente acaba influyendo a cada uno de sus componentes que no suelen ser conscientes de dicha influencia. Una de las consecuencias suele ser la contribución a generar un aprendizaje, adecuado o no, en la gestión, regulación o representación mental de los estados emocionales que se encuentran tras las respuestas funcionales o conductuales que se emiten.

Habida cuenta de todo lo anterior, la VEV se presenta como un modelo que pretende articular respuestas educativas, incluso pudieran reconsiderarse de re-crianza, para pacientes o usuarios que siguen una trayectoria de respuestas disfuncionales y trasgresoras. Se trata de un modelo que pretende articularse como una psicoterapia de apoyo destinada a los profesionales que intervienen en contextos de protección o de control con un encuadre intensivo, es decir, residencial. También se destina a la intervención psicosocial con personas que cursan su psicopatología con violencia expresada hacia ellos mismos o hacia los demás.

En este sentido, nuestra experiencia se basa en la intervención con adolescentes que presentan dinámicas de trasgresión de la norma o que requieren la articulación de un entorno convivencial de referencia sustitutivo al familiar de cara a su protección y adecuado desarrollo personal y social, y que además suelen presentar comportamientos violentos.

LA COMPRENSIÓN DE LAS DINÁMICAS FAMILIARES DESDE LA VEV

Nuestra postura respecto a los menores con los que nos relacionamos se basa en la concepción de que los estilos de crianza se pudieran corresponder desde su aspecto más funcional con los estilos educativos familiares tradicionales:

  • Democrático: control alto, afecto y comunicación alto.
  • Autoritario: control alto, afecto y comunicación bajo.
  • Permisivo: control bajo, afecto y comunicación alto.
  • Negligente: control bajo, afecto y comunicación bajo.

En este sentido, queremos subrayar que dentro de la modalidad de psicoterapia de apoyo que postulamos con nuestra propuesta vinculación emocional validante partimos de que las dinámicas familiares se componen de los estilos de crianza de los padres y de sus estilos de apego adulto por un lado y de la percepción de dichos estilos por parte de los hijos e hijas y de sus propios estilos de apego. Entre estos factores se daría una comunicación e influencia que partiría de una bidireccionalidad diferente al posicionamiento causal de influencia de los padres sobre los hijos, tal y como defienden otras posturas.

Así, entendemos que la elección paterna de un tipo de estrategia educativa disciplinar es el antecedente más que el consecuente de la conducta del hij@ (Hoffman, 1994).

De igual forma, partimos de una concepción de bidireccionalidad en la que se afirma la afectación e influencia mutua tanto de expresión afectiva y temperamento como de tipo de conducta parental e infantil (Grazyna Kochanska).

La interacción entre el temperamento y reacción infantil y la forma de socialización parental provocaría interacciones diferentes con efectos positivos y negativos:

  • El temperamento del niñ@ puede ser causa también de un tipo de relación y actitud paterna.
  • Dicha bidireccionalidad se concreta en los estilos cognitivos de representación interna de l@s niñ@s de su experiencia relacional.
  • El objetivo de la educación es posibilitar un marco de relación que facilite un apego seguro.

Así las cosas, partimos de un concepto de apego seguro que se mantiene de forma estable como garantía de disponibilidad por parte de la figura de crianza, que proporciona en el niñ@ la anticipación de conductas de crianza satisfactorias, adecuadas a sus necesidades y prontas en sus respuestas, generando una base de confianza y tranquilidad que le permita potenciar la exploración de su entorno y la interacción con los otr@s. (Bartholomew, 1990).

No obstante, este tipo de apego no siempre se da en padres o educadores, y por supuesto tampoco en los menores. Los estilos de apego de los que partimos serían los siguientes:

  • SEGURO: Cómodo con la intimidad y la autonomía; buena imagen de sí mismo y de los demás.
  • PREOCUPADO: Ambivalente, demasiado dependiente; buena imagen de los demás, baja de uno mismo.
  • RESISTENTE: Negación del apego, contra-dependiente; mala imagen de los demás, alta de uno mismo.
  • TEMEROSO: Miedo al apego, evitativo; mala imagen de los demás y de sí mismo.

En el análisis de la bidireccionalidad entre estilos de apego adulto y estilos de crianza ejercidos, entre esta dinámica descrita y los estilos de apego de los niños, recogemos la perspectiva de Sroufe que destaca la importancia de las relaciones diádicas, en los cuales el constructo del individuo sobre sí mismo y de otros hace surgir reacciones predecibles en otros que refuerzan y mantienen patrones de comportamiento y modelos internos.

Por otra parte, Magai e Hunziker, al contrario de Sroufe atribuyen la continuidad de los comportamientos relacionados con el apego a la estabilidad del ambiente en que se desarrolla el niñ@.

Con todo lo anterior, la dinámica entre todos los factores descritos genera ambientes familiares como resultante de un principio holístico de relación. Dicho ambientes pueden ser funcionales o validantes de las emociones de sus componentes o invalidantes. De esta forma un ambiente invalidante es muy nocivo para el niño con una alta vulnerabilidad emocional. A su vez, el individuo emocionalmente vulnerable y reactivo provoca la invalidez de un medio que de otra manera sería sustentador. Una característica del ambiente invalidante es la tendencia a responder errática e inapropiadamente a la experiencia privada (por ejemplo, a las creencias, pensamientos, sentimientos y sensaciones del niño) y, en particular, a ser insensible frente a la experiencia privada no compartida con el grupo. Los ambientes invalidantes tienden a responder de una manera exagerada (por ejemplo, reaccionar exageradamente o demasiado poco) a la experiencia que sí es compartida por el grupo. LINEHAN, Marsha; 2003: 22, Paidós: Barcelona).

Creemos que este tipo de ambientes se encuentra detrás de muchos síntomas y estructuras relacionales disfuncionales que presentan menores o jóvenes que cursan su sufrimiento con violencia y trasgresión.

La Psicoterapia de vinculación emocional validante procura establecer ambientes educativos validantes, en los que la figura del educador tiene, ante la gravedad de los problemas presentados, una labor de reeducación o quizá, permitiéndonos cierta licencia de recrianza.

DESARROLLO DE LA INTERVENCIÓN

Partiendo de la idea anterior en que el ambiente invalida las emociones y las respuestas recíprocas entre los miembros del sistema familiar, nuestra experiencia en contextos de control destinados a jóvenes y adolescentes nos hace ver que la conducta transgresora de este tipo de jóvenes viene acompañada en todos los casos de la aparición de conductas violentas.

Habida cuenta de ello, y teniendo en cuenta que dicho componente violento supone un factor importante a tener en cuenta, dentro de nuestra intervención y como antecedentes de las fases del modelo de psicoterapia de apoyo que proponemos, hay una serie de aspectos que tenemos muy presentes, y que pueden resumirse en:

  • La conducta problemática siempre nos comunica dificultades bien a nivel individual del propio joven, o bien a nivel del marco relacional que establece con su propia familia o con el contexto al que pertenece y en el que se relaciona.
  • La conducta problemática es una expresión de sufrimiento para el/la joven y el contexto al que pertenece.
  • La conducta violencia es una alternativa entre muchas opciones de respuesta a las exigencias del entorno.
  • La conducta violenta es una conducta adaptativa del ser humano al contexto en el que se desenvuelve, y que será natural cuando se produce en su contexto, pero que resultará disruptiva cuando se produce fuera del mismo.
  • Hay que conseguir distinguir la realización de un hecho violento de la necesidad de violencia como proceso.
  • Es más importante actuar sobre la necesidad, sin que ello impida intervenir sobre los actos violentos concretos.
  • Siempre debemos tratar de romper la muy a menudo, e inicialmente, incomprensibilidad de la conducta violenta para el/la joven.
  • El problema de la intervención no está en los actos violentos en sí, sino en la respuesta que el/la joven da a los mismos.
  • Es por ello que debemos ampliar la comprensión por parte del joven acerca de su conducta e introducir nuevas lecturas comprensivas sobre la conducta violenta que manifiesta, cambiar la narración-problema con que se presenta a una narración que permita al joven comprenderse desde otra perspectiva y cambiar su comportamiento.
  • La intervención pasa por elaborar respuestas que reflejen las huellas que el/la joven ha dejado en su comunicación.
  • La respuesta tiene en cuenta que el control no se adquiere de una sola vez, sino que se adquiere procesualmente, a través de fases de control parcial y de descontrol, es decir, se trata de un proceso madurativo.
  • La respuesta y su importancia subraya la figura del profesional que interviene en estos casos.
  • Para establecer una respuesta adecuada hay que concretar sus características, partiendo de lo más general, para llegar a lo más concreto.
  • Partiendo de lo anterior, el diseño de la respuesta parte de la comprensión del acto violento. También de los modelos representacionales y del estilo de relación del sujeto, así como de las características del entorno.

En cuanto a la comprensión del acto violento en general, partimos de la consideración de la violencia desde la perspectiva que ofrecen Caprara y Pastorelli, que diferencian entre:

  • Violencia REACTIVA: Se trata de una violencia de tipo afectivo-impulsiva, que surge de una alta susceptibilidad por parte del individuo, con gran irritabilidad y con una pobreza en su repertorio comportamental ante la respuesta a situaciones de frustración.
    También se caracteriza porque los individuos que presentan este tipo de violencia posteriormente manifiestan un miedo al castigo o a las posibles consecuencias que se pueden derivar de su uso, al tiempo que también manifiestan una sincera necesidad de reparación sobre el daño que pudieran haber ocasionado.
  • Violencia INSTRUMENTAL: A diferencia de la anterior, se trata de una violencia de tipo cognitivo-social. Es un tipo de violencia controlada, donde el individuo es consciente de que obtiene beneficios ante su empleo, por lo que manifiesta una alta tolerancia hacia la misma, con muy poco miedo hacia las consecuencias que puedan derivarse de la misma, que, por otra parte, en muchas ocasiones, con mayor o menor acierto, ya han sido calibradas por el propio individuo. Es por ello que, al contrario que con la anterior, el/la joven manifiesta una baja necesidad de reparación y desempeño moral.

A pesar de esta diferenciación que establecen estos autores, en nuestra experiencia es muy difícil, por no decir imposible, hablar de tipos puros de violencia, observando que lo común es que ambos tipos de violencia convivan en un mismo joven, aunque, eso sí, con una mayor prevalencia de uno de los tipos sobre el otro.

También en nuestra intervención tenemos muy presente que no todos los comportamientos transgresores tienen el mismo nivel de gravedad, situando el mismo en un continuo.

Así las cosas, cruzando los tipos de violencia con un continuo de gravedad en los trastornos que normalmente cursan violencia expresada, obtenemos el siguiente cuadro:

De todo ello se deriva que una parte fundamental del trabajo inicial con este tipo de jóvenes radica en observar su comportamiento y formas de relación y situarlos en el cuadrante correspondiente. Cada cuadrante conlleva unas estrategias específicas de intervención.

Forma parte de nuestra comprensión sobre el trabajo con este tipo de población que es muy difícil trabajar con un/a joven que manifiesta un uso primordial de la violencia instrumental y que es condición necesaria para el éxito en este tipo de intervención el volver a etapas anteriores y reactivar esa violencia instrumental, debemos pasar de una violencia instrumental a una violencia reactiva, aun a costa, y lo decimos claramente, de adoptar decisiones con respecto a él o ella que pueden resultar “conscientemente injustas” y que, si bien en un principio pueden ocasionar un agravio comparativo, no son lesivos de sus derechos, hacen inútil el control consciente y calculado sobre su conducta por parte del propio/a joven, generando frustración y a la larga generando un beneficio mayor.

Con todo lo anteriormente expuesto, nuestro modelo de intervención propugna la generación de un ambiente validante que se caracterice por presentar una serie de aspectos que posibiliten validar la experiencia emocional de los jóvenes y donde, a través de la relación de una figura adulta, que es el/la profesional y que actúa como guía, transiten en la relación hacia la movilización de su modelo de apego originario hacia un apego seguro, de tal manera que ese tipo de relación con esa figura basada en un apego seguro sean capaces de generalizarlo en un futuro en aquellas relaciones que mantengan una vez que esa figura adulta haya desaparecido.

La generación de este tipo de ambiente validante y de esta movilización del estilo de apego originario hacia un apego seguro lo articulamos en cuatro etapas, cada una de ellas definida por una serie de fases, de tal manera que es condición indispensable y necesaria que el joven haya superado los aspectos fundamentales de cada una de las fases para que el profesional se plantee iniciar con garantías la siguiente, puesto que la fase anterior es el cimiento indispensable sobre la que se apoya la posterior.

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