Sociedad Española de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y del Adolescente

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La evolución del lugar del padre a través de la historia y en la consulta terapéutica. Cambios en la estructura psíquica del niño actual

PDF: evolucion-padre-historia-terapeutica.pdf | Revista: 48 | Año: 2009

Yolanda Carballeira Rifón
Psiquiatra psicoterapeuta. Unidad de Agudos del Hospital de Calde (Lugo).

Comunicación libre presentada en el XXII Congreso Nacional de SEPYPNA que bajo el título “Nuevas formas de crianza: Su influencia en la psicopatología y la psicoterapia de niños y adolescentes” tuvo lugar en Bilbao del 22 al 24 de octubre de 2009. Reconocido como actividad de interés científico-sanitario por la Consejería de Sanidad y Consumo del Gobierno Vasco.

RESUMEN

Este artículo trata de cómo ha ido evolucionando el concepto de padre a través de la historia, en el psicoanálisis y en la consulta terapéutica.

Abordo las diferencias entre el padre y la madre en las interacciones con el bebé, y propongo una visión del padre como proceso, un elemento de una dinámica psíquica a lo largo de diferentes etapas del desarrollo.

Por último, abordo el concepto de coparentalidad y los cambios en la estructuración psíquica del niño actual.
Palabras clave: espacio paternal, paternidad, representaciones culturales de la paternidad y de la infancia, coparentalidad, estructuración psíquica del niño.

ABSTRACT

This article deals with the idea of how the concept of father has been developed in the history, in both the psychoanalysis and the therapeutic consult.

I will study the differences between the father and the mother in the interactions with the baby, and I propose a vision of the father as a process, an element of a psychic dynamic on the different steps of the development. To end up, using the concept of coparentality and the changer in the psychic structure of the actual child.

Keywords: parental space, paternity, cultural representations of the paternity and of the childhood, coparentality, psychic structuring of the child.

EL PADRE A TRAVÉS DE LA HISTORIA

El concepto de padre a través de la historia ha ido evolucionando paralelamente al de familia.
Antes del padre existía el cabeza o jefe, fundador de una tribu o un clan. Después vendrá el hombre que pueda tener hijos con una mujer. Nace el concepto de padre y de aquí el de familia.

En Grecia y en Roma no era suficiente la paternidad biológica, el padre debía reconocer al hijo o hija y podía hacerlo con uno que no fuera biológico. El padre era un rey, un emperador, tenía un poder ilimitado, teniendo derecho de vida y muerte sobre su familia.

Durante el cristianismo, el lugar del padre continuo siendo hegemónico. Desde los orígenes del cristianismo, la familia fue considerada como una monarquía por derecho divino. El padre, el marido, es un amo que tiene como función explicar y hacer aceptar la obediencia absoluta al Padre universal.

Durante el primer milenio después de Cristo, la mujer representa las tentaciones de la carne y está considerada como un ser inferior, negándosele el derecho a pertenecer al grupo de los que piensan.

Hay que esperar hasta el siglo XI para que se condene el repudio y el concubinato y para que la mujer pueda acceder a tener un lugar en la familia.

En la Edad Media, la familia se diferencia según el nivel económico y social:

La familia urbana constituye un modelo de familia occidental, el hijo mayor hereda los bienes, otro hijo será sacerdote y a las hijas se les organiza el matrimonio.

En la familia aristocrática, el padre no se ocupa de los hijos, los confía a maestros, y sólo los conoce cuando los chicos han cumplido 15-16 años.

En la familia rural, la descendencia es abundante, el niño es un bien precioso que hay que proteger, pero cuando la descendencia es muy numerosa el infanticidio es frecuente, y la violencia paterna forma parte de la vida cotidiana (cf. la historia de “Garbancito”).

En el discurso humanista la educación y la relación afectivas irán muy ligadas.

Rousseau introduce la idea de que el niño necesita su medio natural para desarrollarse. A través de la unión estrecha con la madre, el niño entrará en contacto con el padre.

Desde el Renacimiento a la edad moderna, el padre siguió teniendo autoridad total sobre la mujer y los hijos, y es a partir del siglo XIX que empieza a tener ciertas limitaciones.

Por un lado, se encuentra bajo presión de las reivindicaciones de las mujeres y los hijos y por otro, el Estado va a ejercer una mayor tutela, sobre todo en las familias más carenciadas, como forma de proteger a los hijos de la negligencia paterna. El hijo empieza a tener derecho y el padre, obligaciones hacia él.

Esto supone un debilitamiento del status de padre, pero es de destacar, que aunque el Estado empiece a limitar los poderes del padre, su figura en el imaginario social seguía permaneciendo como el “padre terrible”, el padre burgués.

Un ejemplo paradigmático de esta situación es “Carta al padre” (Kafka, Franz, 1919), carta que nunca llegó a manos de su padre, donde se percibe la sumisión a la autoridad despótica de un padre arbitrario, sádico y la culpa y el odio que Kafka experimentó hacia él.

Sería el padre que en vez de representar la ley, según Lacan, es ley absoluta, lo cual impide la castración simbólica.

El discurso naciente del psicoanálisis corta con la representación médica del niño, de la madre y de la sexualidad. La influencia de Freud sobre las concepciones de la infancia, permanece marginal. Para Freud, el concepto de paternidad está directamente vinculado al complejo de Edipo, donde encontramos en su obra, dos elaboraciones sucesivas, la primera, en las cartas de Fliess(1897) y en “La interpretación de los sueños” y la segunda en “Psicología de las masas y análisis del yo”, cap. VII “La identificación”, 1921; la cual reviste mayor interés puesto que manifiesta que durante el periodo preedípico, el niño se interesa especialmente en su padre, quiere parecerse a él; sería la identidad de género que está adquiriendo el niño varón.

Con lo cual, para Freud es importante la figura del padre como modelo a imitar por parte del niño, además de cumplir con el rol de “castrador”, figura de interdicción respecto a los deseos incestuosos respecto a la madre.
“Tótem y tabú” (1913) es otra de las obras de Freud donde menciona al padre de la horda primitiva y el banquete totémico sería una forma de asumir la identificación con el mismo por parte de los hijos.

En “El yo y el ello” (1923), el sujeto se constituye como tal, a través de las identificaciones parentales, y el superyó es el heredero del Edipo, es la internalización de esas figuras edípicas, sobre todo en relación con el progenitor del mismo sexo.

En “El caso de Leonardo de Vinci” (Freud, 1910) considera que la presencia del padre asegura una adecuada identificación sexual.

En “El análisis de una fobia de un niño de 5 años, el pequeño Hans” (Freud,1909), no se basaba sobre el niño en sí, sino que fue realizado a través de la colaboración con el padre del niño.

Son los sucesores de Freud, su hija Anna, Melanie Klein, Françoise Dolto, Jenny Aubry… quienes desarrollen la orientación psicoanalítica de la infancia.

Anna Freud seguía una técnica centrada sobre la pedagogía del yo, postulaba que el psiquismo infantil era demasiado frágil para analizarlo. Minimizaba la relación arcaica con la madre, y dando más importancia a la relación con el padre.

Es Melanie Klein quien inventa, en los años 20, una técnica específica de tratamiento psicoanalítico de niños, sin interesarse en ninguna perspectiva pedagógica parental. Una de las dimensiones fundamentales de su orientación es la importancia que le da a la relación arcaica con la madre, minimizando el papel del padre, al que Freud concede más importancia. Utiliza como método el psicoanálisis del niño con una técnica inédita, el juego. De este modo, reconstruye el pasado del niño. Parte de la teoría freudiana de las pulsiones, que va a reelaborar completamente. Distingue una posición esquizoparanoide y una posición depresiva durante el primer año de vida del bebé, y que reaparecen todo a lo largo de la vida. Crea la noción de superyó precoz, resultado del clivaje entre el bueno y malo objeto, es un perseguidor externo responsable de todo lo que el niño vive de desagradable.

Para M. Klein existe un Edipo precoz, al final del primer año de vida, como consecuencia del deseo de incorporación del objeto libidinal y prohibición, en forma de angustia de devoración, que puede suponer un castigo.
En una ocasión, durante una reunión científica, le dirá su hija Melitta: “¿Dónde está el padre en tu obra?”, el sentido de este reproche se puede entender en todas sus dimensiones (biográfica, transferencial, teórica).
Es verdad que en los textos de M. Klein el padre está ausente, sólo presente a través de su penis, devorado y atacado. En general, es lo masculino que parece ausente.

Pero es importante recordar que el complejo de Klein es esencialmente preedípico y que padre toma su lugar y su importancia en fases edípicas y postedípicas, como Freud lo describió muy bien. Por esta razón, creo que las proposiciones Kleinianas deben ser integradas en una teoría más vasta, como segmento de una teoría y no como una teoría completa.

Winnicott será alumno de M. Klein. Su método es el psicoanálisis remodelado a través de la comunicación directa a través del juego, el dibujo (“squiggle”) o el lenguaje, o la comunicación indirecta hablando con la madre en presencia del niño. Crea conceptos como “preocupación maternal primaria”, el “holding”, el “espacio intermediario”, también la noción de “self”. En Winnicott no se distingue bien la figura del padre, la madre forma un “todo”, y sus conceptos se refieren exclusivamente a la madre y al niño. Sostenía: “No se puede afirmar que sea bueno que el padre aparezca pronto en escena… Las madres pueden hacer entrar a su marido en escena, si lo desean… No es el papel de un hombre ocuparse de un bebé, los que se ocupan de bebés no son viriles, y están celosos de las madres…”.

Para Lacan, al igual que Serge Leclaire, Philippe Julien y Françoise Dolto, entre otros, la paternidad es considerada como función simbólica, minimizando, por lo tanto, la presencia real del padre. Su concepción está centrada en la función paterna en su carácter fundamentalmente simbólico, en el sentido de que es a través de ella que se accede a la ley de la cultura, que es la prohibición del incesto. Por lo cual no tiene importancia la figura que la encarne, e incluso puede ser ejercida por una institución, en relación a lo cual la madre queda ubicada como no siendo la ley, en el sentido de que hay algo que desea más allá del niño. O sea, que la función paterna tiene como cometido básico separar al niño de su madre, realizar la castración simbólica.

Cuando Lacan habla de padre y madre, se refiere a determinadas posiciones que puede ocupar un personaje, o mejor aún, las funciones que realiza.

Para los pediatras de la época, el bebé es un ser que tiene esencialmente necesidades fisiológicas. La irrupción de los problemas sociales desencadenados por la guerra y la masividad de patologías presentadas por bebés privados de los cuidados de los padres, hacen que se (re)descubra el mundo afectivo del niño.

Hay que destacar los trabajos del psicoanalista R. Spitz (1945) sobre el hospitalismo y de J. Bowlby, psiquiatra y psicoanalista interesado en la etología. Las carencias en el desarrollo del niño fueron primero identificadas como maternas. La carencia de cuidados paternos no se cuestionaba tanto, pues el modelo de familia occidental entonces operante era el de la “madre única”, y las observaciones estaban regidas por esta focalización (Le Camus, 1995).

Hospitalismo es un término creado por R. Spitz en 1945 para designar “un estado de alteración profunda, física y psíquica, que se instala progresivamente en los bebés durante los 18 primeros meses de vida cuando hay una situación de abandono parental o una permanencia larga en un hospital”.

En 1958 distingue el término de “depresión anaclítica”, consecutiva a una privación afectiva parcial de un bebé que había tenido una relación normal con su madre, y sería una depresión reversible (Laplanche, Pontalis, 1967), al contrario del “síndrome de hospitalismo”, que sería una carencia afectiva total (retraso del desarrollo corporal, mutismo que puede ir hasta el autismo y la psicosis). Ya en 1946, R. Spitz afirmaba que había una edad particularmente importante entre el 8.o y el 18.o mes de vida, en la que la relación de objeto con la madre le es indispensable, y la pérdida sería funesta.

Bowlby (1969), a través de la observación comparada de especies animales, llega a la siguiente conclusión: “La teoría de Spitz ha tenido ciertas consecuencias nefastas. Entre otras, considerar que la angustia del 8.o mes es el primer indicador de una relación objetal auténtica. Las observaciones confirman que los comportamientos de vínculo, y la discriminación de figuras familiares se producen en los bebés mucho antes de que lleguen al 8.o mes”. Además, para Bowlby la madre no es la única a ser considerada como objeto principal del vínculo con el bebé, “incluso si el comportamiento de vínculo está primero dirigido a la madre, en algunas especies puede estar dirigido hacia el padre también. En los humanos, puede estar dirigido hacia un pequeño número de personas”. Afirma que, a los 18 meses, el niño está vinculado al menos a otra figura que la madre, y la del padre sería la primera a tener en cuenta.

Jenny Aubry (1903-1978), psicoanalista, a la vez en la línea de Ana Freud y amiga e inspiradora de Françoise Dolto, realiza en los años 50, en un centro infantil de ayuda social, con niños entre 13 años, un tratamiento psicológico apropiado que tendrá resultados espectaculares. Ella y su equipo hacen tentativas de humanizar los cuidados, además de organizar una guardería terapeútica y una psicoterapia individual para niños tan gravemente afectados por el hospitalismo, que no podían ser dirigidos hacia una familia de acogida.

Un efecto ambiguo en los trabajos sobre las carencias maternales es la marginalización del lugar del padre. Y es esta marginalización teórica (que refleja una situación social) la que constituye uno de los elementos centrales de las resistencias actuales a una teorización de la igualdad parental en la educación de los niños.

R. G. Andry señala en 1960 la marginalización del lugar del padre en la educación del niño, realizando varios trabajos sobre la importancia de la carencia paterna en las situaciones de delincuencia. Para Andry, más que la ausencia de padre o madre, es “la existencia de una relación perturbada entre padre e hijo”, la que se podría poner en relación con un eventual comportamiento delincuente del niño.

Pero todo esto cobra poca importancia en los años 60 y 70 en los que continua la marginalización teórica de la plaza del padre ligada a la preponderancia acordada a la madre en la educación, también son años de crítica virulenta hacia la posición patriarcal del hombre en la familia.

El crecimiento económico se acompaña de movimientos culturales y políticos que van, de una manera o de otra, a criticar un modelo de sociedad profundamente burguesa en su estructura socio-económica y en la organización “patriarcal” que le corresponde.

Diferentes trabajos filosóficos, históricos, sociológicos, etnográficos, feministas dejan entrever una nueva relación parental, donde el padre comienza a encontrar un nuevo lugar.

Es una época en que muchas certezas se cuestionan, y se buscan nuevos lugares para el niño, para la madre, y, sobre todo, para el padre.

A destacar Françoise Dolto, lacaniana, y bastante independiente en sus puntos de vista, de sus predecesores (M. Klein, A. Freud, D. Winnicott), concibe una orientación de la infancia que se podría definir según los paradigmas indicados por los títulos de ciertas de sus obras: “Au jeu du désir”, “Tout est langage” et “La cause des enfants” (1981, 1987, 1985).

Su orientación está basada fundamentalmente sobre el lenguaje, lo que implica “parler vrai”, como actitud hacia el niño. La originalidad de Dolto es el establecer con el niño un diálogo particular, y mostrar que este diálogo puede ser establecido por todos, tanto por el padre como por la madre, sin establecer diferencias en este diálogo. No supone que el niño vaya a comprender todas las palabras de forma innata, pero que reconoce una comunicación a través del lenguaje, reconociendo los afectos subyacentes, y los hechos de su historia. Dolto afirmaba: “Que los padres sepan que no es por el contacto físico, sino por la palabra, que pueden ser amados y respetados por sus niños”.

Después de los años 70, en los que las mujeres ganaron en autonomía, comienzan a precisarse las inquietudes sociales en relación a la paternidad.

Con la llegada de los años 80, el modelo patriarcal de familia parece estar superado, la mujer tiene responsabilidades profesionales, lo que implica la separación cada vez más precoz del niño con su madre. Al mismo tiempo el niño es el centro de la vida familiar y de las preocupaciones públicas, encontrándose la conciencia de la infancia “exacerbada”.

Bernard This, psicoanalista lacaniano, compañero de F. Dolto, en “Le père, acte de naissance”, insiste sobre el hecho de que el bebé existe ya antes del nacimiento, y que el padre presenta frecuentemente manifestaciones psicológicas durante el embarazo de la madre. Esto recuerda la “couvade”, conocida de ciertos etnólogos, por la que los padres participan simbólicamente al embarazo y al parto. Esta participación inconsciente del padre a la gestación, reactiva de alguna manera los fantasmas infantiles de embarazo, aunque algunos autores se resisten a reconocer esto. “El nacimiento del bebé le hace vivir al padre emociones arcaicas que no pueden más que somatizarse” (This, 1980). This insiste sobre la importancia de la voz como primer objeto de nuestras pulsiones, cuestionando la teoría de Freud y sus sucesores que decían que es el pecho materno el primer objeto capaz de satisfacer las necesidades.

Diversos trabajos han mostrado que, en el útero, el bebé escucha primero las voces graves, es decir el padre antes que la madre (J. Feijoo y M. C. Busnel).

Para This, la paternidad está esencialmente relacionada con el hecho de hablar, “… es la palabra quien nos constituye como padre, hijo o hija. Es la palabra quien nos hace nacer. Existimos como sujetos en tanto que estamos representados por un significante…”.

Según Eugénie Lemoine, si el marido ha acompañado demasiado a su mujer durante el embarazo, pueda tomar un papel femenino. B. This se opondrá a esta posición, así como otros psicoanalistas, p. ej. Olivier (1994) afirmará:

“¿Cómo poder decir o escribir que un padre no podrá ser querido a través del contacto físico, si ésta es la única manera de entrar en la burbuja del bebé, que durante los primeros meses sólo se puede guiar por el olor del cuerpo del otro, por el holding (la manera de coger al bebé) del otro, la canción que hace la voz del otro…?

Geneviève Delaisi de Parseval, psicoanalista y etnóloga, en su libro “La part du père”, enuncia que “en relación a la procreación, el hombre y la mujer, el padre y la madre, tienen un funcionamiento psíquico parecido. Son seres humanos antes de ser seres sexuados. Hombres y mujeres tienen en común la misma bisexualidad de origen (primero embriológica y después psíquica), y su dependencia hacia la madre” (1981). En términos psicoanalíticos, pone el acento sobre elementos pregenitales.

La autora realiza comparaciones etnológicas, y encuentra que “las diferencias y ventajas de un sexo en relación al otro divergen según las sociedades, son construcciones, fruto de factores ideológicos y culturales… parece que las sociedades judeo-cristianas han puesto mucho énfasis sobre el vector úterus, confundiendo maternidad, embarazo y parto. Paralelamente, han identificado paternidad con el esperma fecundante”.

Las teorías de la carencia de cuidados maternos vinieron a formalizar sobre el plan conceptual esta determinación histórica inscrita en nuestra cultura. De esta manera, el padre se encontró amputado de una parte de su paternidad, la más afectiva, la más arcaica, no pudiéndose permitir los fantasmas ligados a su estado, durante el embarazo de su mujer.

Pero la madre también se encuentra “atrapada” en una experiencia de embarazo presentada como maravillosa, gloriosa, en un parto que tiene que pasar como si se tratase de un examen, y en un postparto que se supone que tiene que ser ideal, en una fusión simbiótica con el bebé. Muchas madres no se reconocen en esta descripción idílica, y muchos padres se quejan de sentirse excluidos de esta relación privilegiada madre-bebé.

La autora, como psicoanalista y etnóloga, pone en evidencia la importancia de los dos fluidos, leche y esperma, que son para muchas sociedades, substancias equivalentes en el hecho de ser padre o madre.

Actualmente, en los nuevos modelos de familia, influenciados por las transformaciones sociales, la procreación es fruto de la reflexión, e implica una relación más afectiva, menos autoritaria del padre con sus hijos. No obstante, la diversidad de situaciones parentales es grande, y no siempre son aceptadas todas (PMA, familias mono parentales, parejas homosexuales, etc.). En este trabajo no voy a desarrollar estas situaciones.

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