Sociedad Española de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y del Adolescente

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Las nuevas procreaciones y sus retos

PDF: nuevas-procreaciones-retos-fernandez-galindo.pdf | Revista: 48 | Año: 2009

Marian Fernández Galindo
Psiquiatra Psicoterapeuta. Miembro de SEPYPNA.

Ponencia presentada en el XXII Congreso Nacional de SEPYPNA que bajo el título “Nuevas formas de crianza: Su influencia en la psicopatología y la psicoterapia de niños y adolescentes” tuvo lugar en Bilbao del 22 al 24 de octubre de 2009. Reconocido como actividad de interés científico-sanitario por la Consejería de Sanidad y Consumo del Gobierno Vasco.

Épocas futuras traerán consigo nuevos progresos, acaso de magnitud inimaginable… y no harán sino aumentar la semejanza con un Dios. Ahora bien… no debemos olvidar que el ser humano de nuestros días no se siente feliz en su semejanza con un Dios. — Sigmund Freud, El malestar en la cultura (1929)

RESUMEN

En la segunda mitad del siglo XX, la eficacia de los métodos anticonceptivos ha ofrecido a las mujeres una extraordinaria libertad para decidir cuándo y en qué circunstancias, quedarse embarazadas.

Separada definitivamente la sexualidad de la concepción, sin embargo, esta capacidad de elegir y de controlar se ha convertido gradualmente, para muchas mujeres, en fuente de ansiedad y culpa.

La demora en la decisión de procrear, unida a la disminución de la fertilidad a partir de los treinta ha supuesto un enorme auge en la aplicación de las técnicas de reproducción asistida. Asimismo se han incorporado al uso de dichas técnicas mujeres solas, sin pareja, y mujeres en pareja homosexual.

En el presente trabajo se reflexiona sobre el deseo de hijo y sobre el discutible concepto de esterilidad psicógena así como de las posibles consecuencias psicológicas de las técnicas de reproducción asistida tanto en los usuarios como en su descendencia. Palabras clave: Fecundación asistida. Deseo de hijo. Esterilidad psicógena.

ABSTRACT

In the second half of the twentieth century, the effectiveness of contraceptive methods has offered women an extraordinary freedom to decide when, and under what circumstances, to become pregnant.

This has separated the concept of sexuality from that of conception, however, this ability of choice and control has gradually become, for many women, a source of anxiety and guilt.

The delay in the decision to have children, coupled with declining fertility after the age of thirty has resulted in a huge increase in the application of assisted reproductive techniques. These techniques are also being used by single women without partners, and homosexual female couples.

This paper focuses on the desire for a child and the debatable concept of psychogenic infertility and the possible psychological consequences of assisted reproduction techniques in both users and their offspring.

Keywords: ART. Desire for a child. Psychogenic infertility.

Desde hace ya varios años, todo terapeuta ha atendido pacientes con problemas de fertilidad y su dificultad consiguiente para afrontar la dolorosa herida narcisista que representa y para elaborar el duelo, o pacientes que van a abordar o están ya inmersas en procesos de fecundación asistida, con sus muy diversas variedades de programas desde la simple inseminación artificial hasta la más sofisticada fecundación in vitro con donación de óvulo, y solicitan ayuda psicológica para soportar el notable estrés, físico y psíquico, que comportan esos procesos. Por eso, pensaba que mi experiencia clínica bastaba para hacer una reflexión sobre las consecuencias presentes y futuras de la tecnologización de lo que, hasta hace muy poco tiempo, ha formado parte del misterio de la vida.

Pero dos circunstancias me hicieron despertar de mi ingenuidad y asumir que no es nada fácil desde el lugar de un terapeuta, de un clínico, entender los procesos psíquicos que se ponen en juego.

La primera fue que, prestando atención a los contenidos de las fantasías, conscientes e inconscientes, presentes en las pacientes en proceso de conseguir un embarazo asistido médicamente o de las ya embarazadas con ayuda clínica, no se encuentra ninguna diferencia, ninguna especificidad respecto de los embarazos “naturales”. Las ansiedades, fantasías y expectativas son las mismas que las de cualquier otra embarazada.

Y el encarnizamiento de las intervenciones sobre el cuerpo de una mujer que espera embarazarse por métodos artificiales es vivido como podría serlo cualquier otra intervención médica.

La segunda fue que, a solo 30 años (1) de la aparición de estas técnicas, el propósito inicial, es decir, paliar –que no curar– la esterilidad, ha sido completamente desbordado. El uso actual de las técnicas de fecundación asistida no se limita en absoluto a ayudar en su deseo de hijo a parejas (o mujeres) estériles. Mujeres sin pareja y sin propósito o expectativa de tenerla, parejas de lesbianas, mujeres postmenopáusicas, es decir, con una esterilidad fisiológica, solicitan y reciben la ayuda de los institutos de “infertilidad” (que eufemísticamente se siguen llamando así cuando deberían llamarse institutos de inmaculada concepción, con todas sus resonancias míticas).

Y si de los embarazos tecnológicos que se someten a la observación un psicoterapeuta tiene poco que decir, con mayor motivo de todos estos otros de los que, o bien nos enteramos por la repercusión mediática que siempre genera la transgresión o nos los encontramos en la vida que existe fuera de nuestros gabinetes y de la que a veces, poco, participamos. Son casos (es abusivo llamarlos “casos”… son situaciones) que conocemos en o por la familia, los amigos… y que observamos sin poder ni querer eludir nuestra visión psicológica (o psicologizada).

Suelo visitar, durante las vacaciones, a unos amigos que tienen una casa en la playa, dentro de una pequeña urbanización en la que las relaciones de vecindad son intensas. Se comparte el jardín y la piscina y los niños corren entre una casa y otra. Es por esa intimidad que tuve ocasión de conocer la historia de unos vecinos:

Jorge y Arturo son hermanos, tienen 3 años y medio y 15 meses respectivamente. Su familia se compone de los siguientes miembros:

Alicia, la madre, es médico y está casada con Rosa, que es enfermera. Jorge y Arturo han sido concebidos mediante inseminación artificial con semen donado por Armando, que es hermano de Rosa, es homosexual y vive con su pareja.

Ambas parejas son vecinas y también viven en la misma urbanización los abuelos paternos (y también maternos, puesto que Rosa no es madre biológica pero sí legal de Jorge y de Arturo y su hermano Armando es el padre biológico).

La abuela, la encargada de cuidar de los niños durante las largas jornadas laborales de sus madres, orgullosísima de sus nietos, es la que explica con toda naturalidad a sus vecinas la filiación de los chicos, extendiéndose (como todas las abuelas…) en su carácter, sus gracias y sus parecidos.

Todos los que contemplan la situación se sienten confrontados en lo más profundo de su ideología, de su ética y de su tranquilizadora seguridad en el orden de la realidad. Pero para un psicoanalista es un reto mayor.

Las interrogaciones que uno se plantea son inevitables: ¿Cómo y por qué caminos estructurarán el Edipo estos niños? ¿Cómo circularán sus identificaciones, identificaciones de género comprendidas? ¿Alguien se atrevería a anticipar una patología en el desarrollo de estos niños?

Para un psicoanalista, “¡qué extraordinario guiño a las teorías sexuales infantiles son estas cocinas científicas!” (Delaisi de Parseval, 1993).

Es desde esta perplejidad desde la que comencé a reflexionar sobre el tema y también a leer textos. Y es desde esas lecturas, que recorren un período largo ya, desde las que creo que el centro de mi reflexión, que voy a compartir con Vds., ha de ser la necesidad de mantener como profesionales una ética permanentemente “puesta al día(2).

Al confrontarse con estos temas, hay tres aspectos diferenciables que saltan a la vista y que motivan la reflexión:

  1. La cuestión de la demanda. La infertilidad. Sus consecuencias (¿o causas?) psicológicas. Las nuevas demandas de ayuda a la procreación. El cuestionamiento ético del profesional.
  2. La cuestión del sufrimiento psicológico (y/o psicopatología) de los padres (y/o madres).
  3. La cuestión del destino psicológico (o psicopatológico) de los hijos concebidos en esas condiciones.

Trataré de dar cuenta de esos tres aspectos.

INTRODUCCIÓN

En la segunda mitad del siglo XX, la eficacia de los métodos anticonceptivos ha ofrecido a las mujeres (en nuestro mundo desarrollado, bien entendido) una extraordinaria libertad para decidir cuándo y en qué circunstancias, quedarse embarazadas.

Separada definitivamente la sexualidad de la concepción, sin embargo, esta capacidad de elegir y de controlar se ha convertido gradualmente, para muchas mujeres, en fuente de ansiedad y culpa.

No está claro por qué, pero así sucede, la fertilidad comienza a declinar a partir de la tercera década de la vida. (Lester, 1995).

Al mismo tiempo, parece demostrado que factores de contaminación ambiental perjudican a la fertilidad masculina (y femenina también).

La incorporación de la mujer a la formación superior y al mundo profesional en igualdad de condiciones, cada vez más conseguida, con sus colegas varones, y en entornos muy competitivos, han hecho que las mujeres pospongan, y cada vez más, la realización de su deseo de tener hijos.

La edad media para tener el primer hijo está en la actualidad, en nuestro entorno, en casi los 30 años (de media, es decir que, para muchas mujeres su primer embarazo tiene lugar pasados los 35…). Lo que implica que el segundo hijo, programado también, llegará, si llega, pasados los 35 o rondando los 40…

De manera que, para las mujeres y también para sus parejas, se ha generado un nuevo conflicto, pulsional y yoico: el que enfrenta su deseo de tener hijos con su deseo de desarrollo y presencia social.

EL DESEO DE HIJO

Se han propuesto muchas teorías, desde el psicoanálisis y desde otros paradigmas, para explicar los motivos del encarnizado deseo de las mujeres de tener hijos (o de ser madres… quizá habría que distinguir ambos supuestos…).

Levobici, por ejemplo, lo plantea del siguiente modo. Él sostiene que hay diferentes hijos “en la cabeza” de la madre, es decir, que respondiendo a la pregunta: ¿qué quieren las mujeres cuando dicen que quieren tener un hijo o cuando están ya embarazadas? tendríamos:

  1. El hijo imaginado, esencialmente preconsciente, elaborado durante el embarazo.
  2. El hijo de la fantasía, esencialmente inconsciente, que remite a las raíces infantiles del deseo de hijo.
  3. El hijo mítico, portador de la sombra cultural y del pasado de la madre y de su sistema imagoico. Lo que correspondería, en el fondo, a la sombra de la madre proyectada sobre el hijo.
  4. El hijo del narcisismo (Her magesty the baby, de Introducción al narcisismo).

También Monique Bydlowski se interna por esos caminos. Ella, reflexionando sobre la representación inconsciente del embarazo, piensa que el hijo puede ser el hijo del padre, la sombra de la madre, el sustituto de un ausente obturando el proceso de duelo y desarrollando una fantasía de inmortalidad, deseo de embarazo por el propio embarazo lo que reasegura sobre la capacidad de procreación y proporciona un sentimiento de plenitud, no saturación del deseo de hijo por el hijo real, es decir, el objeto real que no satisface la representación ideal… (M. Bydlowski, 1998).

Silvia Tubert lo plantea del siguiente modo: Ella propone establecer una diferencia entre deseo de hijo y deseo de maternidad.

El primero sería el resultado de la constitución del Ideal del Yo como resolución de la configuración edípica en la niña…, …que conduciría… en el tercer tiempo del Edipo, a la identificación con los emblemas culturales correspondientes al propio sexo y asumidos como modelo a seguir. (Tubert, 1991)

El deseo de maternidad, por el contrario, correspondería a… la exigencia de fusión con el Yo Ideal formado a partir de las identificaciones primarias, fusión que conduciría a restituir la posición narcisista de la niña, en la que aún no se reconocía como diferenciada de la madre.

El deseo de hijo supone el reconocimiento de la castración en tanto que el deseo de maternidad, procediendo de una identificación primaria, es pre-edípico (lo que, en la comprensión lacaniana de la autora, supone una dimensión simbólica para el deseo de hijo, en tanto que el deseo de maternidad corresponde a una dimensión imaginaria).

En el primer caso se trata de tener (un hijo); en el segundo, lo que está en juego es ser (madre).

En el orden simbólico hay triangulación, hay corte tanto con respecto al Otro (la madre) como con respecto al sujeto mismo (escisión impuesta por la represión que estructura al sujeto como sujeto del Inconsciente). En el orden imaginario hay unicidad y unidad ilusorias, fusión con el Otro, lo que permite gozar de una supuesta plenitud. (Tubert, 1991).

Mi propia opinión al respecto es que no hay motivo humano que no sufra de la tensión de estos dos vectores: la necesidad narcisista y la necesidad objetal (3).

En condiciones normales, estos dos aspectos de los motivos para tener hijos permanecen fusionados en un único movimiento, de manera que el embarazo y el hijo, que es su consecuencia, representan una restauración narcisista –dañado el narcisismo por la castración– y un cumplimiento edípico (como Freud pensaba, tener un hijo del padre como única reparación posible de la falta de pene).

Pero cuando el deseo resulta frustrado por la incapacidad para embarazarse, ambas vías quedan separadas y la herida narcisista descubierta, al aire.

Es por la existencia de este doble y diferenciado deseo de hijo y de maternidad que Apfel & Keylor, dos autoras a las que me referiré varias veces, consideran que hay amplia evidencia de que, por ejemplo, la adopción no resuelve la herida de la infertilidad y su impacto dañino sobre el sentido del self de una mujer…, …incluso la existencia de un hijo biológico no protege del agudo estrés de la infertilidad secundaria… (Apfel & Keylor, 2002).

Es evidente que la infertilidad interrumpe la vía que lleva desde la fantasía infantil de ser madre hasta el preconsciente de la mujer embarazada, impide la filiación cultural de la mujer y daña profundamente su narcisismo (4).

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