Sociedad Española de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y del Adolescente

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Nuevos modos de crianza y la contratransferencia en la psicoterapia de adolescentes

PDF: modos-crianza-contratrasferencia-psicoterapia-adolescentes.pdf | Revista: 49 | Año: 2010

CONSECUENCIAS

¿Qué tiene todo esto que ver con la psicoterapia del adolescente y la evolución en los métodos de crianza? Una primera consecuencia es la necesidad de considerar no sólo lo que podríamos llamar aspectos externos, logísticos, de los métodos de crianza: ¿quién hace qué y cuándo? sino las implicaciones fantasmáticas y emocionales de lo que se hace y de lo que no se hace, de quién lo hace y de cómo se hace. La segunda consecuencia importante, de la cual me voy a ocupar con preferencia, concierne la contratransferencia del psicoterapeuta.

Señalé al principio la interdependencia entre nuestra comprensión de la manera en que concebimos cómo un individuo puede enfermar y la manera en que pensamos que se puede curar. Esto nos obliga a considerar nuestros modelos explícitos e implícitos de proceso terapéutico. Dicho de una manera muy resumida, en el contexto del modelo hidráulico que hemos descrito, Freud consideró en un principio la neurosis como resultado de la represión de experiencias traumáticas infantiles de seducción sexual. En consecuencia, el objetivo de la cura no podía ser otro que la rememoración la más completa de las experiencias traumáticas reprimidas. Sin embargo, con el tiempo, Freud tuvo que renunciar a esta ilusión inicial. Así, paulatinamente Freud llego a la conclusión de que la rememoración completa es imposible y esto en razón de dos impedimentos mayores. Por un lado, tuvo que rendirse a la evidencia de que frecuentemente los recuerdos de un paciente no son otra cosa que el producto de sus fantasmas. Por otro lado, las experiencias muy precoces no son inscritas en tanto que recuerdos de carácter verbal, de donde deriva la imposibilidad de su rememoración bajo la forma de recuerdos verbales.

Freud se encontró así en un callejón sin salida. Según el modelo de la neurosis que había construido, la solución reside en la rememoración. Sin embargo, la rememoración es imposible. La salida de este dilema vino del descubrimiento del valor de la transferencia: lo que el sujeto no puede recordar, lo reproduce en su relación con el analista (5). Dicho en palabras de Freud: “lo reproduce no en tanto que memoria, sino en tanto que acto”. Freud da varios ejemplos: el paciente no se acuerda de haber desafiado y criticado a sus padres, pero actúa de esta forma con su analista. No recuerda el doloroso fracaso de su curiosidad infantil pero se queja de no lograr nunca nada en la vida. No recuerda haberse avergonzado de ciertas actividades sexuales infantiles, pero esconde cuidadosamente a su entorno el hecho de que está en análisis.

De esta forma, Freud encontró solución al problema técnico encontrado: lo que no puede ser rememorado será deducido, “reconstruido” a partir de la transferencia. ¿Y cuál será la actitud del analista que mejor puede facilitar esta reconstrucción? La respuesta de Freud es clara, el analista debe comportarse como un espejo capaz de reflejar la transferencia del paciente de la manera más exacta y más libre de contaminación posible. Consecuentemente el analista debe controlar su contratransferencia, dejar de lado sus propios sentimientos y fantasmas, con el fin de no deformar la imagen proyectada por el paciente. Esta concepción es solidaria del paradigma hidráulico, el sistema puede y debe ser entendido en sí mismo, la referencia al exterior debe mantenerse lo más discreta posible.

Con el paradigma más actual, que resalta la imposibilidad de comprender el desarrollo del sujeto fuera de la consideración de sus relaciones de objeto, el valor atribuido a la contratransferencia cambia de manera importante. Pensamos ahora que el analista y el psicoterapeuta no pueden funcionar como un espejo que devuelve con completa neutralidad lo que se ha proyectado en él. Por el contrario, damos por descontado que el terapeuta reaccionará a lo que le envía su paciente con un entramado complejo de emociones y fantasmas, en gran parte inconscientes. Más aún, consideramos que estas emociones y fantasmas contienen un valor informativo de importancia fundamental. Dicho en otras palabras, no es sólo que suponemos de antemano que un terapeuta no puede mantenerse insensible a su paciente, es que, si esto fuera posible, supondría una perdida gravísima para el tratamiento.

Sin embargo, y esto es fundamental, sentir no implica actuar. El terapeuta debe aplicar el doble precepto freudiano: atención flotante, neutralidad benevolente no sólo a lo que viene del paciente sino a lo que surge en sí mismo. En ambos casos el objetivo es el mismo, ampliar la escucha al máximo, dejar la puerta abierta a toda posibilidad nueva, no juzgar de antemano. Hay una idea propuesta por Bion y desarrollada posteriormente por la escuela post-kleiniana inglesa, en particular por Betty Joseph, Feldman, Steiner y Britton, que me parece particularmente útil en este contexto. Se trata de la idea que el paciente no sólo va a revivir con su analista aquello que no puede rememorar, sino que empujará inconscientemente a su analista a adoptar ciertos roles coherentes con sus paradigmas relacionales inconscientes.

Es decir, retomando el ejemplo de Freud, el paciente que no recuerda haber desafiado en su infancia no sólo se va a mostrar desafiante hacia su terapeuta sino que empujará inconscientemente a este último a actuar de una manera particular frente a su desafío. No es suficiente comprobar que el paciente desafía. Hay muchas maneras de desafiar, y sobre todo, hay muchos objetivos diferentes que podemos perseguir cuando desafiamos. El hic de la cuestión es que el mejor revelador de la naturaleza profunda del fantasma del paciente es precisamente la respuesta contratransferencial del terapeuta, a condición desde luego de que la sienta, la piense y no la actúe.

Así, frente a un paciente retador, podemos reaccionar, por ejemplo, con una actitud de reto, de retorsión o de sumisión masoquista, de indiferencia, de desprecio o, al contrario, de más o menos disimulada admiración. Nuestra visión actual de la contratransferencia se aleja de la de Freud en el hecho de que hoy día consideramos que estas reacciones emocionales del terapeuta no suponen una pérdida en su función de espejo sino que, por el contrario, permiten acceder a aspectos fundamentales del fantasma inconsciente del paciente, aspectos que de otra manera se perderían (6). En otras palabras, la comprensión detallada de la experiencia emocional del paciente deriva no sólo de lo que el paciente nos dice sino de los aspectos más arcaicos, con frecuencia preverbales, vehiculados por los roles que paciente y terapeuta se ven obligados a adoptar.
Volviendo a mi paciente. Es difícil saber qué hizo que Luis se decidiera a consultar en el momento preciso en que lo hizo. De una manera o de otra, se rompió en ese momento el equilibrio defensivo que le había permitido ir tirando hasta entonces. Entiendo por equilibrio defensivo la negociación, por parte de cada individuo, entre las necesidades pulsionales y narcisistas, por un lado, y las exigencias provenientes tanto de su superyo como de la realidad externa.

En un momento dado Luis necesitó construir un nuevo equilibrio defensivo y vino a la terapia con ese objetivo. Hay una pregunta que me parece importante. Cuando una persona consulta a un psicoterapeuta, ¿por qué lo hace?, ¿es porque quiere cambiar? En realidad pienso que no. En realidad, en una situación de conflicto y de crisis, lo que de verdad querríamos es que cambiasen los otros, que cambiase el mundo para adaptarse mejor a nuestras necesidades. Y con frecuencia es únicamente cuando comprobamos finalmente que el mundo no va a cambiar, que nos resignamos a intentar cambiar nosotros. Pero cambiar es un trabajo costoso y doloroso, de manera que, inevitablemente, intentamos construir una situación más tolerable pero con el menos gasto posible. Es decir, cambiar porque no hay otro remedio pero cambiar lo mínimo.

En el contexto de una psicoterapia, esta búsqueda de un cambo mínimo conduce inevitablemente a intentar utilizar al terapeuta, inconscientemente, de una manera que podríamos llamar ortopédica. Es decir, intentaremos utilizar la terapia no tanto para transformarnos como para obtener los complementos y las gratificaciones que necesitamos. Así, si nos sentimos solos, esperaremos que el terapeuta esté ahí para acompañarnos; si sufrimos de falta de amor o de autoestima o de masoquismo, imaginaremos que el terapeuta es todo bondad o que nos admira o que nos castiga. Y empujaremos necesariamente al terapeuta, de manera inconsciente pero con frecuencia con gran habilidad, en la dirección deseada.

Retomemos les tres elementos de lo que podríamos llamar el plan de salvamento de urgencia que trae Luis a la terapia. Su fuerte motivación y su declaración de ilimitada confianza: “usted es la psiquiatra que mejor me ha entendido nunca, con usted la terapia va a funcionar”, no pueden dejar insensible al terapeuta. Podemos suponer en Luis una intencionalidad seductora inconsciente, cuyo objetivo es ganarse la alianza del terapeuta al tiempo que le señala el papel que se le atribuye en dicho plan de salvamento: el de un personaje ideal y salvador. Esta idealización era seguramente necesaria a Luis para mantener su motivación en un primer momento, pero no estaba desprovista de riesgos. Riesgos para Luis y riesgos para el terapeuta, riesgos para la terapia. Me parece, en efecto, que, para un terapeuta dotado de las habituales e humanas necesidades narcisistas y reparadoras, en gran parte inconscientes, es éste un tipo de tentación particularmente difícil de resistir. Ser el mejor terapeuta, el único que ha comprendido a un adolescente con serios problemas, el que le va a salvar. Y es precisamente el hecho de percibir en sí mismo la tentación narcisista de querer creerse el “mejor psiquiatra” lo que permite al terapeuta identificar más finamente el aspecto de su mundo interno que Luis esta actuando en el momento presente. En otros términos, están, por un lado, las palabras de Luis, pero las palabras pueden esconder motivaciones diversas. ¿Cómo orientarse entre las diversas posibilidades? La experiencia emocional del terapeuta es precisamente lo que le ayuda a precisar, entre los varios contenidos posibles, aquel que parece más probable.

Por otro lado, escuchando la declaración de total confianza de Luis, me vino a la mente la imagen del amigo boxeador y el viejo refrán: “Cuando veas las barbas de tu vecino pelar, pon las tuyas a remojar”. Era como si Luis me estuviera advirtiendo inconscientemente, recordándome el carácter frágil y efímero de la mayor parte de las idealizaciones. O mejor dicho el fracaso inevitable de tan tentadoras ilusiones de salvación.

Otro elemento importante de la declaración programática de Luis es su teoría “traumática”: la culpa es de los padres, que no le han querido suficientemente, que no se han ocupado de él como debían. Este tipo de acusaciones a los padres es frecuente, trans-cultural y trans-temporal. Ya en 1932, en las Nuevas lecciones introductorias al psicoanálisis, (7) Freud había señalado el carácter universal del fantasma de haber sido injustamente tratado por la madre. Analizando el rencor hacia la madre y las reivindicaciones despertadas en la niña por el destete, y tras reconocer la posibilidad de elementos de realidad, Freud concluye: “Pero cualquiera que hayan sido las circunstancias reales, es imposible que el reproche de la niña sea justificado tan frecuentemente como lo hallamos. Parece más bien que el ansia de la niña por su primer alimento es, en general, inagotable, y que el dolor que le causa la pérdida del seno materno no se apacigua jamás. No me sorprendería que el análisis de un primitivo, amamantado hasta una época en que ya sabía hablar y corretear, extrajera a la luz el mismo reproche… La exigencia de cariño del sujeto infantil es desmesurada: demanda exclusividad y no tolera compartirlo.”

Como lo señala Freud, en el caso de Luis hay ciertamente elementos reales: sus padres han estado muy ocupados, a nivel logístico por sus carreras y sus diversas actividades, a un nivel más profundo probablemente por los duelos de dos niños muertos y de un nacimiento prematuro; las filles-au-pair se han sucedido al ritmo de una por año. Pero están también los elementos emocionales y fantasmáticos, tanto aquellos pertenecientes al mundo interno de los padres como los que nos interesan más particularmente en el contexto de esta psicoterapia: las emociones y fantasmas de Luis, su pulsionalidad, la manera como ha gestionado tanto su realidad externa como las exigencias inagotables y desmesuradas de cariño que Freud describe en cada niño.

Y finalmente están también, en lo que concierne a la psicoterapia, los conflictos y las identificaciones inconscientes del terapeuta: la manera como él mismo ha gestionado sus propias exigencias desmesuradas, la manera como siente haber reaccionado a las demandas de sus propios hijos, la manera como hubiera querido haber podido gestionarlas y finalmente su reacción ante las demandas inagotables del paciente que tiene en ese momento delante.

Aquí es donde puede intervenir el efecto desestabilizador de condiciones sociales en mutación, que privan al individuo de puntos de referencia establecidos. Con frecuencia, los métodos de crianza vigentes en la infancia del terapeuta difieren grandemente de los que ha proporcionado a sus hijos y aún más de los que ve utilizar a sus pacientes. Pueden reanimarse en el terapeuta conflictos y duelos narcisistas mal resueltos: lo que ha vivido de niño y lo que le hubiera gustado vivir; lo que ha sido y lo que le hubiera gustado ser; lo que es y lo que quisiera poder ser.

En una tal situación de tormenta interna, las comunicaciones del paciente pueden convertirse en la gota que desborda el vaso contratransferencial y el terapeuta puede caer en dos escollos opuestos: por un lado, el de compartir implícitamente con su paciente la condena de los padres; por el otro, a la inversa, el de justificarlos y no poder prestar suficiente atención a lo que el paciente ha vivido. En ambos casos el terapeuta entra en colusión inconsciente con aspectos del mundo interno del paciente y corre el riesgo de reforzar los clivajes. Por ejemplo, alimentando el fantasma: “los padres de este chico son deficientes y él es una pobre víctima. Yo por el contrario soy mejor padre y mejor terapeuta”, o bien, en el extremo opuesto: “pobres padres que este chico acusa probablemente de forma exagerada, de la misma manera que yo puedo ser injustamente acusado en tanto que padre o en tanto que terapeuta”.

Se podría decir que todo esto es lo propio de la psicoterapia en todas las edades, no sólo en la adolescencia. Probablemente sea cierto. Quizá el elemento que agudiza el conflicto contratransferencial en las terapias de adolescentes sea el temor al paso al acto. Por otro lado, en el caso particular de Luis, es probable que la presión resentida por el terapeuta, presión a sentir, a identificarse y a actuar, aumentara como consecuencia de la fuerte idealización. Era como si el chico me hubiera transmitido varios mensajes implícitos y urgentes. El primero: “necesito idealizarte”, el segundo “si no compartes mi versión sobre mis padres no podré idealizarte”, y el tercero “si me fallas, si no te puedo idealizar y fracasa esta terapia, no me quedará más solución que el suicidio”.

En los casos extremos, frente a modalidades de crianza que nos resultan particularmente chocantes, el terapeuta puede sufrir una especie de parálisis traumática del pensamiento de carácter defensivo. Se ve entonces tan sumergido por sus emociones y sus fantasmas que el aspecto chocante se convierte en la lente permanente a través de la cual considera al paciente, con el resultado de focalizar y reducir su escucha. Así, puede ocurrir que durante un cierto tiempo, el adolescente sea visto bajo el prisma único, o predominante, del “niño que pasó seis semanas en la incubadora”, o “el niño que cambiaba de fille-au-pair cada año” y que todo lo que el paciente cuenta sea visto bajo este prisma. El terapeuta evita así el esfuerzo, a veces importante, de mantenerse en contacto con aspectos contradictorios de la realidad y puede caer en la tentación de refugiarse en certitudes tranquilizadoras pero esterilizantes. Frente a la complejidad de la realidad, el terapeuta puede privilegiar una causalidad única, como Luis hacía al atribuir todos sus problemas a sus padres.

Para terminar, dos palabras sobre la evolución de la terapia. Vi a Luis durante dos años a razón de una vez por semana. No faltó nunca a una sesión. Quizá lo más impresionante, y lo más gratificante del trabajo con él fue su curiosidad por su mundo interno y la profunda satisfacción de irse conociendo poco a poco y de ir viendo el mundo diferentemente. Con el avance de la terapia, Luis comenzó a traer recuerdos de los padres de un signo muy diferente a los iniciales. Por ejemplo, recordó las baldosas que había instalado con su padre en la granja, la satisfacción del trabajo bien hecho y el orgullo de su padre por la habilidad de su hijo. Al final de la terapia, Luis “recuperó” un recuerdo “olvidado” o, mejor dicho, un recuerdo que se había mantenido inerte por incompatibilidad con su equilibrio defensivo inicial. Su padre también había abandonado los estudios a la misma edad que él, se había puesto a trabajar y los había retomado más tarde con la ayuda, y bajo la impulsión, de un tío paterno particularmente comprensivo. Es lo que acabó por hacer él mismo. Escogió derecho.

Del último mes de la terapia, recuerdo dos cosas. La primera, un acto fallido: se olvidó por primerísima vez de una sesión, le recordé que debía pagarla. Su reacción fue de sorpresa, de desilusión y de cólera. Descubrió allí que yo no era tan idealmente comprensiva como su tío paterno, pero pudimos hablarlo tranquilamente y siguió viniendo a las sesiones. Tomé este acto fallido como una materialización del necesario trabajo de des-idealización. Luis podía ahora arriesgarse a faltar a una sesión y a descubrir que yo no era la soñada terapeuta toda comprensión y amor. Y que él tampoco, en su relación conmigo, era todo bondad.

La segunda cosa que recuerdo, fueron ciertas reflexiones sobre la ausencia de sus padres durante la infancia. Un día Luis me dijo: “Es curioso, ya no lo veo tan claro, es como si ya no tuviera tanta importancia”. Pensé que una cierta transformación de sus fantasmas inconscientes le había permitido una visión nueva del pasado, de manera que los recuerdos podían adquirir sentidos nuevos y valores diferentes. Esto me hace pensar en una cita que debo a Juan Manzano. Ha sido atribuida a varios autores, entre ellos Guillermo de Ockham, y dice: “Para todo problema complejo hay una solución simple: es falsa”. Lo que, aplicado a la psicoterapia del adolescente y a los nuevos métodos de crianza, me hace pensar en la complejidad de la vida, la incertidumbre de nuestros modelos teóricos y la capacidad de los niños, de los adolescentes, de los adultos, e incluso de los psicoterapeutas, de sobrevivir a los cambios y de integrarlos.

BIBLIOGRAFÍA

Abella A. (2008): La construction, entre une psychanalyse des contenus et une psychanalyse des processus: transformation ou défense?, Rev. Franç. Psychanal., 5: 1631-40.
Ellenberger H. F. (1970): El descubrimiento del inconsciente. Historia y evolución de la psicología dinámica, Madrid: Gredos, 1976.
Freud S. (1914): «Recuerdo, repetición y elaboración», Ed. Biblioteca nueva
Freud S. (1932): Nuevas lecciones introductorias al psicoanálisis, p. 3170-1. Ed. Biblioteca nueva
Makari G. (2008): Revolution in mind. The creation of psychoanalysis. HarperCollins.
Manzano J. (2007): La part des neurosciences dans les constructions psychanalytiques. L’exemple du développement précoce. Rev. Franç. Psychanal. 2: 327-37.
Pragier G. et Faure-Pragier S. (1990): Un siècle après l’Esquisse: nouvelles métaphores? Métaphores du nouveau. Rev. Franç. Psychanal., LIV, 61395-1500.

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