Sociedad Española de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y del Adolescente

Teléfono: 640 831 951sepypna@sepypna.com
Domicilio social: C/ Sta. Isabel, 51 - 28012 Madrid
Aula formación: C/ Montesa, 35 - 28006 Madrid

Perspectivas actuales entre neurociencia y psicoanálisis

PDF: alonso-perspectivas-actuales-neurociencia-psicoanalisis.pdf | Revista: 30 | Año: 2000

Alonso del Campo, Urbano
Universidad de Granada

Bettini, Marco
Universidad de Granada

Comunicación presentada en las “VII Jornadas de psicoanálisis en el Universidad” Facultad de Medicina. Lleida 31 marzo y 1 de abril de 2000

Introducción

La compleja y vieja problemática de las relaciones entre psicoanálisis y ciencia –cuestionamiento ya planteado abiertamente desde los orígenes del psicoanálisis, y en el que se señalaban también sus limitaciones y dependencias– ha vuelto a plantearse en los últimos lustros (1), sobre todo a partir de las interpretaciones hermeneúticas y la filosofía de las ciencias.

El panorama actual del psicoanálisis y de la terapia psicoanalítica se caracteriza por un clima de renovación, por intentos de revisión de las viejas problemáticas y hacer surgir otras no formuladas previamente; por la preocupación de incrementar la efectividad de la terapia y especialmente, por la búsqueda de modelos integradores que expliquen más satisfactoriamente la complejidad de la actividad psíquica.

En este intento se ha reactualizado un tema que tuvo un lugar preeminentemente en las preocupaciones científicas y clínicas del fundador de psicoanálisis (2): que ha estado más o menos marginada en el ámbito de algunos psicoanalistas de la línea ortodoxa y que adquiere hoy día, una ocupación y preocupación prioritaria entre los psicoanalistas con una actitud más abierta y en sintonía con el verdadero espíritu de Freud en su relación con las ciencias biológicas.

Después del largo e interminable viaje polémico en el que se repiten una y otra vez los argumentos desde posiciones encontradas, e irreconciliables en muchos casos (3), parece llegado el momento de intentar una cierta unificación del saber psicológico en el que las aportaciones experimentales y perspectivas clínicas no excluyen necesariamente el punto de vista de la corriente dinámico-clínica.

Caminamos hacia un saber psicológico en el que las afirmaciones sobre la conducta inconsciente inferida no sea necesaria y apriorísticamente descartada. y, por tanto, el psicoanálisis comience a ser considerado como una pieza fundamental en la explicación de la “conducta”. (cfr. C. Domínguez, Creer después de Freud. Ed. Paulinas, Madrid, 1992, 18)

El amplio y genérico campo del comportamiento no puede ser contestado en general, sino a través de un trabajo sobre las formas específicas de articulación en las que cuestiones tan importantes y complejas como las relativas a las pulsiones, la emoción, la sexualidad, las modalidades de existencia del inconsciente, la represión, la escisión mental o los tipos de angustia… pueden ser abordados desde modelos no excluyentes, sino integradores.

Hoy reaparece este intento integrador con nuevo interés y más amplias perspectivas, sobre la base de unos criterios más objetivos y con actitudes más desapasionadas y menos beligerantes, desde el amplio campo de la neurociencia. La abundante bibliografía sobre estas cuestiones está suscitando un renovado interés no sólo teórico, sino también clínico. Recientes trabajos, a algunos de los cuales haremos especial referencia (4) dan prueba de ello.

José Antonio Menéndez Ruiz y Mariano de Iceta, en una reciente revisión de algunos de estos trabajos, constatan no obstante, que en el diálogo/confrontación entre el psicoanálisis y las neurociencias se siguen manteniendo, con frecuencia, la oposición y el aislamiento. Las posiciones se sitúan, como ha sido habitual, a lo largo de un amplio espectro que va desde los que consideran que el psicoanálisis es una disciplina “autocontenida”, es decir, delimitada en torno a un objeto de estudio y a una metodología de investigación que no requiere ni aportes ni validación del exterior, hasta aquellos que piensan que los descubrimientos sobre la biología del cerebro dejarían obsoleto al psicoanálisis como una disciplina no científica.

Frente a estas posturas extremas que se han sucedido durante años, quedándose en compartimentos estancos y en actitudes incluso de cerrazón mental e inmovilismo conceptual y –por tanto en posturas dogmáticas y acientíficas– resultan del mayor interés y prometedores los trabajos que intentan elaborar un marco conceptual en el cual se puedan estudiar las articulaciones y las formas de interacción entre los diferentes sistemas del psiquismo y los circuitos neurofisiológicos. Estos autores, en número cada vez más creciente, con sensibilidad científica y rigor metodológico, en lugar de plantearse los problemas desde la oposición y el enfrentamiento, lo hacen con un planteamiento más socrático, preguntándose cómo lo psíquico, lo representacional o las inscripciones en el psiquismo que resultan de los intercambios subjetivos provocan modificaciones en los circuitos neurofisiológicos, y cómo la estructura de éstos, junto a los niveles hormonales, repercuten sobre el mundo representacional.

UN CAMINO HACIA LA INTEGRACIÓN Y COMPLEMENTARIEDAD

Esta sugerente tentativa no es de hoy, si bien en nuestros días cobra singular importancia y amplitud. Rof Carballo –profundo conocedor de las ciencias biomédicas y del psicoanálisis, tanto en su obra específica sobre Biología y Psicoanálisis (1972), como a través de sus interesantes investigaciones en el campo de la patología psicosomática (1950, 1985) nos ha tenido informados y atentos de la importancia de los distintos niveles de conocimiento científico y diferente metodología en los complejos problemas de lo biológico y lo psíquico. Tanto sus trabajos sobre la Patología de los sistemas de autovigilancia de 1971 en los que expone el parangón entre los dos grandes sistemas que en el organismo defienden la “mismidad”, es decir, la individualidad de cada ser vivo, a saber, la teoría autoinmunitaria del envejecimiento defendida en versiones diferentes por Sir Mcfarlane Burnet y por Walford, y la tesis de la vigilancia inmunológica, así como los estudios llevados a cabo desde mediados de este siglo en la escuela de Rochester, singularmente por Engel y Schmale sobre los sentimientos de desvalimiento y de desesperanza (helplessness y hopelessness) como factores cruciales en la psicosomática y “senda final” de alteraciones profundas de la salud, ponen de manifiesto la fecundidad de esta perspectiva integrativa. Sabemos también que múltiples observaciones han venido a corroborar los trabajos de Green, indicando que pacientes que sufrían leucemias y linfomas con cierta frecuencia habían experimentado la enfermedad a partir de marcadas “‘perdidas afectivas”, determinando en ellos una reacción de entrega o de abandono. A pesar de la abundante bibliografía sobre este tema desde hace unos ochenta años esta tesis ha tropezado con el más tenaz escepticismo, como se quejaba el propio Rof Carballo.

En los últimos lustros podemos acercarnos a esta problemática con posturas más razonables, objetivas y cercanas al tener un mejor conocimiento de la complejidad de las estructuras cerebrales y de su funcionalidad, contribuyendo a un mejor acercamiento entre las, muchas veces insalvables, orillas que separan las ciencias biológicas y el psicoanálisis.

Esta articulación de la que hablamos no borran las separaciones entre ambos dominios del saber –el del psicoanálisis y el de la neurociencia–, ni pretenden reducirse el uno al otro, sino que este intento integrativo permite seguir progresando en las cuestiones que les son propias. Estas precisiones clarificadoras nos parecen absolutamente necesarias, pues sus objetivos tan racionales como loables no pueden hacernos olvidar que la obra de Freud está indisolublemente unida al propósito fundamental de la investigación psicoanalítica: el inconsciente; por tanto, a lo que, por definición es lo marginado, lo rechazado, lo que no puede ser visto. De lo que se sigue, con elemental lógica, que la “superación” del psicoanálisis anhelado por algunos puede significar una defensa frente a la complejidad de la estructura y dinámica del inconsciente, bien por creerlo superado, bien por haberlo “domesticado” y “objetivado” en forma de saber teórico o de pura técnica adaptativa.

No puede considerarse esta relación entre biología y psicoanálisis como una especie de eclecticismo complaciente. En “Nuevas lecciones introductorias al psicoanálisis” (1932), Freud escribió: “Pero no esperéis la buena nueva de que la lucha en torno del análisis haya llegado a su fin con su reconocimiento como ciencia y su admisión en la Universidad. La lucha continúa, si bien con maneras menos dolorosas. Además, se ha formado en la sociedad científica una especie de amortiguador entre el análisis v sus adversarios, constituido por gentes que admiten algo del psicoanálisis, si bien bajo condiciones harto regocijantes, y rechazan clamorosamente otras cosas, siendo dificilísimo adivinar en qué fundan tal selección. Probablemente en simpatías personales…” (O.C., III, 3179)

Para hacer explícita referencia a este proceso integrativo entre biología y psicoanálisis, vamos a hacer una breve cala en algunos de los autores a los que hemos hecho alusión al comienzo de este trabajo.

La clave del artículo de E.R. KANDEL constituye, ante todo, una invitación a los psicoanalistas a colaborar con los biólogos actuales, más específicamente con los estudiosos de la neurociencia cognitiva para revisar y rehacer las tesis metapsicológicas, dando a estas hipótesis una más rigurosa base científica que el autor considera perfectamente posible. Este trabajo está escrito con un profundo respeto por la validez y relevancia del psicoanálisis como un conjunto de hipótesis que han influido poderosamente en el siglo XX y siguen con posibilidades de abrir nuevas perspectivas y más amplios horizontes. Esta colaboración entre neurociencia y psicoanálisis es y debe ser recíproca.

Para Kandel el psicoanálisis de Freud ha mostrado ampliamente su fecundidad en la primera mitad del siglo XX, pues ha revolucionado nuestro modo de entender la vida mental con su aportación decisiva a la gran problemática derivada de la dinámica del inconsciente en el conocimiento de las funciones psíquicas, en la psicopatología y en la ciencia psicológica en general. A partir de esta segunda mitad del siglo, según el autor, ha mostrado lamentablemente un declive, pero sería un error apostar por el reemplazo del psicoanálisis por la biología, ya que “el psicoanálisis todavía representa el más coherente e intelectualmente satisfactorio punto de vista sobre la mente (5). Si el psicoanálisis quiere reconquistar su influencia e influjo intelectual, necesitara cultivar, más que el impulso de respuesta a las posturas de hostilidad y rechazo, implicarse constructivamente en relación con la neurociencia, por parte de aquellos que se ocupan de él y que se preocupan también por formular una teoría más realista y sofisticada de la motivación humana. Mi objetivo en este artículo es sugerir un camino por el cual el psicoanálisis se pueda revitalizar a sí mismo mediante el desarrollo de una relación estrecha con la biología en general y con la neurociencia en particular” (l.c. pág. 505)

Estos supuestos llevan al autor a establecer los puntos de interacción que él considera prioritarios para llegar a un mejor conocimiento del funcionamiento mental. El psicoanálisis debe ser un elemento necesario y enriquecedor no sólo para comprender mejor el funcionamiento mental, sino para el propio avance de la investigación en neurociencias.

Muchos creen que sería suficiente el acercamiento de la psicología cognitiva al campo del psicoanálisis; Kandel no es de esta opinión; al contrario, mantiene que la verdadera esperanza para que el psicoanálisis recupere el vigor intelectual que le corresponde deberá conjuntarse especialmente con la neurociencia cognitiva con el intento de desarrollar una nueva perspectiva sobre el funcionamiento mental y sus trastornos.

Aunque estemos aún muy lejos de una comprensión biológica satisfactoria sobre los procesos mentales complejos, señala los específicos campos de la memoria y el deseo como los principales protagonistas del interés de la investigación biológica en el siglo XXI, haciendo hincapié en que las respuestas que encuentren a estas importantes cuestiones sólo podrán ser fructíferas y significativas si se forjan a partir del esfuerzo mancomunado entre las ciencias biológicas y el psicoanálisis. El campo referencial entre ambos campos es extraordinariamente plausible y alentador para este autor, aunque el logro probablemente no será tan halagüeño ni tan fácil de conseguir corto plazo.

Al descender al nivel de las exigencias metodológicas, Kandel es más crítico con el psicoanálisis y menos original, pues repite argumentaciones que han sido objeto de amplia discusión tanto desde el punto de vista de la ciencia positiva, como desde la filosofía de las ciencias y de la hermenéutica. Para este autor entre los factores que han contribuido a la crisis del psicoanálisis está lo que ha llamado una metodología restrictiva”, vinculada al mito de la asociación libre y a la interpretación. Y considera que si este método dio abundantes frutos durante muchos años, hoy la observación clínica de los pacientes individuales no es suficiente para garantizar su carácter científico, pues está demasiado sometido al sesgo del experimentador. Desde esta misma línea argumentativa, Kandel insiste en que el psicoanálisis no ha desarrollado técnicas de control, y sin esta exigencia no es posible, afirma, distinguir entre la especificidad semántica y los hechos (6).

Propone también este autor que los Institutos psicoanalíticos acercándose a las técnicas de control deberían introducir el método de registros de las sesiones clínicas, manteniendo, lógicamente los principios más elementales de la ética profesional y respeto a la intimidad de la persona y con las salvedades y concesiones del propio paciente (7).

Es obligado reconocer que ha existido un problema institucional en el psicoanálisis respecto al aislamiento de este tipo de investigación empírica y de constatación de hechos en que han permanecido las instituciones psicoanalíticas, no habiendo propiciado a sus miembros contextos empíricos y de fácil cuestionamiento interrogativo a sus postulados. Kandel aboga porque el psicoanálisis necesita encontrar recursos y metodologías nuevas y complementarias, así como organizaciones renovadas para llevar a cabo su investigación. Es de agradecer esta buena intención de Kandel, pero ya hemos hecho alusión a estos nuevos métodos y técnicas de investigación en marcha desde hace años, aunque sea deseable su mayor generalización e intensificación. Pero sin excluir esta posibilidad, no debe olvidarse que las luchas, escisiones e incluso sectarismo de las escuelas psicoanalíticas ha provenido también de la “domesticación”, secuestro y “castración” por parte de la “ortodoxia freudiana”, manteniendo posturas rígidas e inmovilistas, o reduciendo las posibilidades psicoanalíticas a “injustificadas atenuaciones” (S. Freud: Autobiografía, 1925) en un elemento más en manos del sistema para acomodar al sujeto a los sistemas ideológicos o políticos dominantes.

El desarrollo del trabajo de Kandel tiene, como punto de partida, considerar que la biología puede llevar a cabo profundas contribuciones para la comprensión de los procesos mentales inconscientes en la psicopatología o a la comprensión del efecto terapéutico del psicoanálisis. En concreto sugiere ocho áreas en las que el trabajo conjunto puede ser particularmente fructífero: 1) La naturaleza de los procesos mentales inconscientes; 2) La naturaleza de la causalidad psicológica; 3) Causalidad psicológica y psicopatología; 4) Experiencias precoces y predisposición psicopatológica; 5) El preconsciente, el inconsciente y la corteza prefrontal; 6) Orientación sexual e impulso biológico; 7) Psicoterapia y cambios estructurales en el cerebro; 8) Psicofarmacología y Psicoanálisis.

El trabajo de Regina PALLY, según algunos comentaristas, es uno de los más interesantes aparecidos en los últimos tiempos relativos a las investigaciones que tratan de establecer vínculos y más avanzados descubrimientos en el campo de las neurociencias con los conocimientos clásicos y más recientes del psicoanálisis.

El objetivo y primer eje referencial del trabajo, según la intención de la autora “es aportar luz sobre los circuitos cerebrales de la emoción y demostrar cómo dichos circuitos se aplican a una amplia gama de aspectos clínicamente relevantes: ansiedad, trastornos psicosomáticos, sentimientos de apego y comunicación no verbal”.

La autora toma como punto de partida que “la función de la emoción es coordinar el cuerpo y la mente”. Basada en esta hipótesis, “la emoción organizaría diferentes funciones psicológicas: la percepción, el pensamiento, la memoria, la respuesta fisiológica, la interacción social y el comportamiento en general, proporcionando los medios óptimos para adaptarse a la situación concreta que genera la emoción”. Pero la emoción no sólo conectaría la mente y el cuerpo del individuo, sino también la mente y el cuerpo a nivel interindividual. A través de algunas precisas ejemplificaciones, la autora pretende confirmar su tesis central. A este respecto escribe: “Bajo el influjo del miedo, estamos dispuestos a interpretar los estímulos como peligrosos, tener pensamientos atemorizantes, recordar cosas que nos asustaron, mostrar mayor disponibilidad metabólica para enfrentarnos al peligro y provocar comportamientos tales como “quedarnos paralizados”, huir o pelear para intentar evitar la amenaza. Las emociones que experimenta el bebé por la angustia de separación organizan su estado bioconductual de modo que provoca en el cuidador respuestas consoladoras” (cfr. L c. 349).

El segundo gran eje teórico que trata de fijar la autora y desarrollar en su artículo es el de establecer el puente de unión entre la neurociencia de la emoción y el psicoanálisis, pues ambos se centran en mecanismos inconscientes. Para la neurociencia, la mayor parte del proceso emocional se procesa independientemente del conocimiento consciente del sujeto. Se trata, ciertamente, de un inconsciente biológico dirigido y actuado por la estructura y las limitaciones de los circuitos neuronales y de la neurofisiología. En este sentido, añade la autora, también podría aplicarse para la neurociencia la metáfora psicoanalítica de que los sentimientos conscientes no son sino la punta del iceberg de una realidad mucho más compleja. la información verdaderamente significativa se encuentra, con frecuencia, más allá del comportamiento manifiesto. Para la neurociencia, los hallazgos fisiológicos, conductuales y tecnológicos (el PET, la resonancia magnética, etc.) constituyen el contenido manifiesto de circuitos cerebrales inconscientes.

Tras una breve alusión histórica con referencias a CLARAPEDE (1911), quien proporcionó la primera demostración clínica de que la emoción podía tener lugar- de forma inconsciente, o a las aportaciones de hace más de un siglo con la teoría de W. JAMES (1884) sobre la emoción, en la que propondría que los sentimientos no provocaban reacciones conductuales, sino que, en parte las conductas sí podrían causar los sentimientos, y reconociendo que la realidad es mucho más compleja, pasa la autora a ofrecer un esquema general del procesamiento emocional, considerado esquemáticamente como una constelación de: a) la valoración del estímulo en cuanto a su relevancia para el organismo; es decir, en cuanto a su significación integral para el organismo (8); b) los cambios cerebrales que resultan de esta valoración, ya que tras ella, esos centros envían mensajes al tronco cerebral y al hipotálamo que, a su vez, son los responsables de los cambios cerebrales y corporales de la emoción (9); c) la retroacción hacia el cerebro de esos cambios cerebrales y corporales que, al ser reenviados al cerebro representan como parte de la experiencia, sucediendo esto a nivel inconsciente (10). Estas referencias y síntesis del proceso emocional se basa, entre otros, en los importantes trabajos de Le DOUX (1994, 1995, 1996), DAMASIO (1994,1995) y JOSEPH (1996).

Para ejemplificar el funcionamiento de los circuitos cerebrales de la emoción y afianzar su tesis de que el cuerpo juega un papel activo en la vida mental, REGINA PALLY elige como modelo las investigaciones realizadas sobre el miedo, basada en los estudios de LE DOUX (1994, 1995, 1996) y DAVIS (1992).

Considera el miedo como un logro evolutivo que facilita la detección y la respuesta ante el peligro, siendo esto común con los animales.
En relación con el trabajo terapéutico, resalta que una vez establecido el condicionamiento al miedo, éste es relativamente permanente; no se elimina por completo, sino que tan sólo se inhibe. Análogamente sucedería con los trastornos de ansiedad.

Desde el punto de vista neurológico, hay que destacar el importante papel que juega la amígdala, tanto en la recepción de los estímulos (inputs), como en la emisión de las respuestas (outputs) y cómo la información llega por dos vías diferentes, una más rápida, la subcortical, y otra más lenta, la cortical, respondiendo a estímulos más complejos.

La segunda gran estructura en el circuito cerebral, en relación con el miedo, sería el hipocampo, en el que juega un papel decisivo, ya que su participación en la memoria permite informar sobre la localización contextual; es decir, permite evitar el peligro antes de que ocurra, al relacionar situaciones diferentes. Asimismo, puede activar el miedo en situaciones que fueron, pero ya no son peligrosas. Finalmente, en situaciones de gran estrés, puede llegar a deteriorar el recuerdo consciente de situaciones traumáticas. Esto implica que, a la vez que se reprime el recuerdo consciente de una experiencia traumática, se puede reforzar el recuerdo emocional inconsciente de dicha experiencia a través del circuito de la amígdala cerebral. Fenómeno ampliamente explicado en la teoría psicoanalítica.

Estos estudios empíricos ponen de manifiesto la existencia de un doble circuito del procesamiento emocional: por un lado, un circuito que pasa por la corteza involucrando al hipocampo, y por otro, un circuito que pasa por la amígdala y que es capaz de producir reacciones emocionales de miedo sin conciencia ni recuerdo consciente.

La última parte del trabajo de la Dra. R. PALLY está dedicado a la aplicación de los mecanismos biológicos referentes a fenómenos concretos, especialmente relacionados con las alteraciones somáticas, el fenómeno del “apego” y la comunicación no verbal. Alteraciones todas ellas de extraordinaria importancia para el psicoanálisis.

En relación con los trastornos psicosomáticos, la autora ejemplariza su hipótesis mostrando cómo niveles crónicamente elevados de la activación autónoma (neurovegetativa) pueden causar síntomas físicos crónicos de ansiedad; o cómo niveles elevados de cortisol de forma crónica, pueden deteriorar el sistema inmunológico o contribuir a la formación de úlceras.

El fenómeno del “apego” y los efectos de comunicación no verbal son ejemplos de cómo los individuos se regulan recíprocamente entre sí psicobiológicamente. Incluso esta hipótesis parece aplicable a las diadas adulto-adulto, y no sólo en la relación madre-bebé.

Tanto las respuestas de separación como las de unión estarían mediatizadas por diferentes neuroreceptores, los benzodiacepínicos en las primeras y los opiáceos/endorfinas en las segundas. Todas ellas con referencia especial con la amígdala.

Respecto a la comunicación no verbal se enfatiza, una vez más la neuroregulación entre individuos manifestando la influencia inconsciente que tiene sobre la biología, la emoción y conversación verbal del otro.

Las comunicaciones no verbales pueden llevar información sobre los estados bioemocionales entre individuos, regulando de esta forma el funcionamiento biológico de ambas personas en una cadena que va desde la expresión facial (el músculo estriado), pasando por la modulación autónoma (sistema neurovegetativo) de las funciones corporales (músculo visceral), hasta los sentimientos subjetivos asociados con la emoción.

La comunicación no verbal estructuraría inconscientemente todas las formas de intercambio verbal –la referencia a la obra de DAMASIO parece obligada–, lo cual es de gran significación en cuanto a sus repercusiones en la terapia psicoanalítica. En el ámbito de la terapia psicoanalítica, el intercambio emocional no verbal puede ser tan importante como el verbal. Esto es lo que ha llevado a muchos analistas a decir que el hecho más importante de la terapia, no es el modo o la técnica empleada, sino el hecho de la relación entre analista y analizado. Analista y paciente, efectivamente, pueden influirse recíprocamente mediante comunicaciones no verbales de emociones procesadas inconscientemente. Cómo se comunican, incluso cómo se comportan puede ser tan importante, y a veces más, que lo que se dicen. Los problemas de la transferencia y contratransferencia adquieren desde estas bases biológicas una perspectiva de mayor hondura, realismo e interés para los que desconfían de estos complejos fenómenos de la terapia analítica.

Un tercer estudio de gran interés, del que queremos hacer siquiera mención, es el relacionado con los “modelos integradores” de Hugo BLEICHMAR sobre “El tratamiento de las crisis de pánico y el enfoque modular-transformacional” (1999).

El propio autor ha destacado y sintetizado el interés que ofrecen los trastornos de pánico en esta cuestión central que nos ocupa. Transcribimos sus propias palabras como introductorias a esta compleja problemática.

“Los trastornos de pánico ofrecen un interés que excede la importancia clínica que de por sí presentan pues sirven para examinar los múltiples niveles de articulación existentes entre sectores del inconsciente, entre el inconsciente y la conciencia, y entre lo representacional y lo neurobiológico. Desde esta perspectiva, constituyen un terreno apto para poner a prueba al enfoque “modular-transformacional” en su intento de fundamentar la psicopatología y el tratamiento desde una perspectiva no reduccionista que dé cuenta de la complejidad del funcionamiento psíquico.
Freud fue el primero en hacer una descripción semiológica detallada del ataque de pánico con sus temores asociados de muerte inminente o de volverse loco, delimitando el síndrome y separándole de la “angustia expectante” (Freud, 1895).
Diferenciación que un siglo después se mantiene tal cual, siendo reproducida en el DSM-IV al distinguirse entre el trastorno de pánico y el de ansiedad generalizada, dominada ésta por la expectativa ansiosa de supuestos peligros que el sujeto avizora para sí o los suyos. En cuanto a la etiología del ataque de pánico, Freud consideró que era de causa biológica, no por una reminiscencia del pasado o por un conflicto neurótico. Pensó –y es aquí donde no tenemos por qué seguirle– que lo que le subyacía era la excitación descargada en el cuerpo por un estancamiento de la libido debido a la insatisfacción de la pulsión sexual. No interesa –resulta insostenible a la luz de los conocimientos actuales– la teoría de la libido estancada como causa de la angustia, o que su origen sea exclusivamente biológico, pero sí es digna de consideración la necesidad de tener también en cuenta la particularidad biológica de los que padecen crisis de pánico. Las investigaciones de los últimos años aportan pruebas demasiado fuertes como para ser ignoradas acerca de los componentes neurofisiológicos que justificarían porqué algunas personas ante conflictos o situaciones traumáticas que en otros no se acompañarían de los trastornos neurovegetativos que forman parte del ataque de pánico, en ellas, las manifestaciones corporales pasan a un primer plano (Coplan & Lydiard, 1998; Davis, 1998; LeDoux, 1998; Wiedemann, Pauli, Dengler, Lutzenberger, Birmaumer & Buchkremer, 1999; Windmann, 1998). Lo que no es de extrañar si se tiene en cuenta que lo mismo sucede con la repercusión corporal diferente con que las personas reaccionan ante conflicto o situaciones de estrés: en algunos estas condiciones se mantienen como tensión puramente mental mientras que en otras sobrevienen crisis de asma, trastornos alérgicos o inmunológicos severos, somatizaciones digestivas, artritis, etc. Es decir, procesos en el cuerpo, que es lo que también sucede en los ataques de pánico.
Por otra parte, así como ante las enfermedades orgánicas la codificación sobre los riesgos que implican y la respuesta emocional consecuente no es igual para todos los sujetos, frente a las manifestaciones corporales de la angustia habrá quienes reaccionarían con máxima sensación de peligro y otros, en cambio le otorgarían una significación más benigna. Por tanto, al examinar los trastornos de pánico debemos tener en cuenta:
El nivel de los significados y significantes (indicios o señales) que despiertan la angustia. O sea el tipo de representaciones que en cada sujeto es capaz de poner en marcha el circuito de la angustia.
El nivel neurobiológico (cerebral/hormonal) y corporal que forma parte de los mismos.
La reacción frente a la angustia, es decir, cómo el sujeto se representa cuando siente angustia, cuán peligrosa siente que la angustia es para el, las anticipaciones que hace al captar las manifestaciones de la misma.
La realimentación entre los circuitos anteriores.
¿Dónde se trabaja habitualmente en psicoanálisis cuando se encara el tratamiento de los trastornos de pánico? En el nivel de disminuir los conflictos intrapsíquicos e interpersonales que lo despiertan. Es decir, básicamente en el nivel de significados y significantes que actúan como fuentes de angustia. Nivel terapéutico efectivo pues si se elaboran, dependiendo del caso, la angustia de separación, la agresividad y sus consecuencias, la sexualidad, la culpa la persecución, el narcisismo, la opresión que impone el otro significativo al desarrollo del self y la pérdida del sentimiento de ser agente activo de las propias acciones, etc., se van disminuyendo las condiciones capaces de poner en funcionamiento los circuitos de la angustia. La experiencia clínica, respaldada por recientes trabajos de evaluación sobre la efectividad del tratamiento psicoanalítico, muestra que en un análisis razonablemente conducido los trastornos de pánico disminuyen de frecuencia, se amortiguan en sus manifestaciones, o llegan a desaparecer por completo en un buen numero de casos (Busch, 1995; Busch, Cooper, Klerman et al. 1991; Busch, Shear Cooper et al., 1995; Compton, 1992a; Compton, 1992b; Compton, 1992c; Compton. 1998: Niurod, 1995; Milrod, Busch, Cooper & Shapiro, 1997; Milrod Busch Hollander Aronson & Siever, 1996; Milrod & Shear, 1991a; Milrod & Shear, 1991b).
Pero, ¿resulta suficiente ofrecer como explicación del ataque de pánico que la persona que lo presenta muestre la existencia de conflictos o situaciones vitales estresantes? Volvemos a la pregunta ¿por qué alguna gente tiene problemas tanto o más severos que los que padecen ataques
de pánico y, sin embargo, la angustia no toma esa modalidad? El error tan frecuente de encontrar que dos condiciones se hallan presentes -conflicto y/o trauma, por un lado, y trastorno de pánico, por el otro- y creer que su copresencia explica todo hace olvidar los tan antiguos principios de condiciones necesarias y suficientes. El conflicto y las situaciones actuando desde el inconsciente no son condición suficiente para originar los ataque de pánico: se les debe agregar la especificidad de la reacción neurovegetativa y, sobre todo, la codificación que se haga de cuales son los peligros que la angustia conllevaría” (l.c. pp.1-3)

Esta compleja realidad psicológica va siendo estudiada pormenorizadamente por el autor, profundo conocedor del psicoanálisis y de la neuropsicología, con rigor científico y metodológico a través de las siguientes secuencias: articulación de diferentes componentes en los trastornos de pánico (angustia señal y reacción ante la angustia); la organización medular de las representaciones del self; la diferencia entre el desplazamiento y la “difusión/transformación” (génesis del sentimiento de control/descontrol de la angustia); la articulación entre el inconsciente, la conciencia y el nivel biológico; la bidireccionalidad entre el inconsciente y la conciencia; los focos de intervención terapéutica: el sentimiento del self en control; y las paradojas del setting clásico en el caso de los trastornos de pánico.

La referencia limitada que hacemos a estos estudios constituye una muestra, simplemente indicativa y ejemplarizante, de las esperanzadas perspectivas que se presentan entre los cultivadores de las ciencias neurológicas y el psicoanálisis. Realidad con la que soñó ya Freud y a la que hace alusión como una meta a conseguir.

Notas
1. Un momento decisivo en este debate fue la polémica suscitada con motivo de la celebración y publicación de las actas del simposium dirigido por H. HOOK sobre el lugar que corresponde al psicoanálisis entre las ciencias (1959), que provocó una gran corriente de opinión de que el psicoanálisis no podía ser considerado como una disciplina científica, sino como una ciencia hermenéutica. WALLERSTEIN (1986) subrayaría que la exigencia de lo evidente y su comprobación distorsionaría la esencia del psicoanálisis. Frente a los partidarios del psicoanálisis como ciencia hermenéutica, otros muchos han venido defendiendo su carácter de cientificidad con mayor o menor convencimiento, matizaciones y salvedades.

2. La obra de S. Freud está llena de referencias a esta problemática con afirmaciones muy explícitas. Freud fue traduciendo sus nuevos descubrimientos en los modelos físicos según el ideal vigente de la época para todas las disciplinas científicas. El modelo de ciencia era unívoco. La obra del fundador del psicoanálisis se inscribe en el movimiento positivista, materialista y, en parte, mecanicista el siglo XIX. Su primer proyecto coincide con el de reducir la psicología a la neurología y “estructurar una psicología que fuera una ciencia natural”, como lo expresa en el “Proyecto de una psicología para neurólogos” (O.C., 1, 211). Dos de las tres formulaciones definitorias del psicoanálisis –”método para la investigación de procesos anínicos” y “una serie de conocimientos psicológicos”– (Psicoanálisis y Teoría de la libido”, O.C., III, 2661) incluye a éste dentro de la más pura disciplina científica. Y este permanente propósito de privilegiar el psicoanálisis como ciencia y del psicoanálisis como terapéutica fue la razón fundamental, según E. Jones (“Vida y obra de S. Freud, III, 308) que le impulsó a publicar su polémico escrito “Análisis profano” de 1926 a tomar su decidida posición en favor de la admisión como psicoanalístas a los no médicos. Para Freud, en ultimo término, la verdadera contribución del psicoanálisis a la ciencia, además del descubrimiento de ser un “nuevo método de investigación” de los procesos anímicos, consistió precisamente “en la extensión de la investigación al terreno psíquico”, de forma que “sin una tal psicología, la ciencia sería ciertamente muy incompleta” (“Nuevas lecciones introductorias al psicoanálisis”, O.C., III 3191)

Sin embargo, su propia historia le convertiría en un “rebelde” frente a esta tradición. A partir del encuentro con los pacientes histéricos comienza Freud una amarga lucha entre la fidelidad y la rebeldía a los principios positivistas que había proclamado como su credo científico. Esta fidelidad total ya nunca fue posible. Muy a pesar suyo se vio forzado a proseguir un camino en el que volvería las espaldas a todo el resto de la psicología positivista de la época.

3. Uno de los objetivos y desapasionados trabajos histórico-críticos sobre esta cuestión es el de Alejandro ÁVILA ESPADA: “Contribuciones a la investigación sobre la psicoterapia psicoanalítica” en: ÁVILA ESPADA, A. y POCII, J. (Comp.): Manual de Técnicas de Psicoterapia Psicoanalítica, Madrid, ed. siglo XXI, 1994, 625-665, en el que hace posible, a la luz de la teoría de la ciencia, una reaproximación entre la ciencia y el psicoanálisis, siguiendo a EDELSON (1984); cuestión bien diferente a aproximar positivismo y psicoanálisis. En posteriores trabajos el autor ha apoyado esta misma tesis (POCH.J. y ÁVILA ESPADA, A.: “Investigación en Psicoterapia. La contribución psicoanalítica -Paidós, Barcelona, 1998)

4. PALLY, R., Emotional Processinp: The mind-body connections en International Jotunal of Psychoanalysis (1998), 79 (2), 347-362; Eric R. KANDEL, Biology and the Future of Psychoanalysis: A New Intellectual Framework for Psychiatry Revised (1999), American Journal of Psychiatry, 156 (4), 504-524; Hugo BLEICHMAR, “El tratamiento de las crisis de pánico y el enfoque “Modular Transformacional”” (1999), Aperturas PsicoRevista de Psicoanálisis, n. 3.; A.R. DAMASIO, (1999) The feeling of what happens. Body and emotion in the making of consciousness. New York: Harcourt, Brace & Company.

5. En los medios científicos de la psicología, sigue apareciendo S. Freud como la persona más influyente en la actualidad en el seno de aquellas disciplinas relacionadas con el funcionamiento de la mente y la psicopatología según el resultado de numerosas encuestas, entre las que destacan las llevadas a cabo por la Sociedad Americana de Psicología.

6. El psicoanálisis, efectivamente, tanto tiempo de espaldas al respeto de la psicología, ha podido conducirle peligrosamente a menospreciar la metodología científica. Es necesario preguntarse por la significación oculta y encubierta de un determinado comportamiento, pero su insistencia y unilateralidad en la “significación profunda”, puede llevar a una distorsión del dato que se pretende interpretar. Pero en nuestro caso no se trataría de eclecticismos metodológicos que acabarían por confundirlo todo, sino de perspectivas integradoras que se enriquecieran mutuamente. Se trataría de un diálogo fecundo sobre 10 que se observa desde una y otra técnica metodológica, en lugar de detenerse en polémicas estériles o insultos descalificadores.

7. Si es cierto que las relaciones entre la psicoterapia, en particular, la psicoanalítica, y la investigación han sido siempre problemáticas, a partir de los años cincuenta, la psicoterapia pasará por diversos ciclos. Las primeras revisiones sistemáticas sobre la investigación en psicoterapia fueron las de Rubenstein y Parloff (1962), Strupp y Luborsky (1962), en los dos volúmenes titulados Research in Psychotherapy publicados por la American Psychological Association, con un desarrollo posterior de los distintos métodos y diferentes técnicas. Específicamente los programas longitudinales de investigación del proceso y efectos del tratamiento psicoanalítico que dan origen a los sistemas de registro y banco de datos han sido puestos en marcha desde mediados de siglo. Una breve síntesis de estas líneas de investigación, así como sobre la investigación y evaluación de la efectividad de la psicoterapia, han sido recogidas por Alejandro ÁVILA ESPADA en el citado Manual de Técnicas Psicoanalíticas, pp. 640-664.

8. Esta función de evaluación se realiza desde diversos centros cerebrales, unos dependientes de los sistemas subcorticales, especialmente de la amígdala, y otros dependientes de la corteza cerebral. La amígdala sería la encargada de elaborar tipos de valoración “programados de forma innata” más simples; mientras que la corteza orbitofrontal reaccionaría a la acción más compleja, elaborando valoraciones que se constituyen a partir de la experiencia personal a lo largo de la vida. Ambas estructuras estarían estrechamente unidas tanto en las áreas corticales sensorial y motora, como en la zona limbica subcortical, el mesencéfalo y el tronco cerebral.

9. La producción endocrina estaría elaborada fundamentalmente por el hipotálamo a través del “eje hipotalámico-hipofiso-adreno-cortical”. Las respuestas del sistema nervioso Neurovegetativo (autónomo) estarían reguladas tanto por el hipotálamo como por el tronco cerebral que es el responsable de la acción sobre las vísceras internas mediante los sistemas nervioso simpático y parasimpático operando conjuntamente; y las conductas motoras estarían reguladas gracias al control de la musculatura esquelética mediante los pares craneales y la médula espinal que provocarían las “conductas emocionales”. En este trabajo se nos ofrece una buena ejemplificación de los diferentes niveles en los que se desarrolla el proceso emocional, ya que si en general existe un buen control cortical sobre el movimiento de la musculatura esquelética, éste es menor sobre las cuerdas vocales y resulta mínimo sobre la inervación autónoma de las vísceras.

10. Cuando estos cambios son procesados por las regiones cerebrales implicadas en el conocimiento consciente, contribuyen a lo que experimentamos de manera subjetiva como nuestras emociones conscientes.

Subir