Sociedad Española de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y del Adolescente

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Catalina nunca duerme sola

PDF: hayez-catalina-nunca-duerme-sola.pdf | Revista: 37-38 | Año: 2004

ESQUEMA DE ALGUNAS SESIONES POSTERIORES

Durante los tres meses siguientes, realizamos otros encuentros con Catalina, sus dos padres y/o toda la familia, con temas análogos a los que se han descrito hasta el momento:

  • A solas, Catalina habla de sí misma, de sus proyectos y las cosas que le gustan, en un fondo de alegría de vivir y del eterno grano de arena: su “hábito” no se moviliza todavía, aunque ella dice desearlo. Ocasionalmente, todavía habla todavía de sus angustias nocturnas, siempre abordadas según un enfoque cognitivo.
  • En presencia de Catalina, la madre continúa hablando, en base a nuestra demanda, de los elementos de su propio pasado, cercano y lejano. Por ejemplo, ella cuenta la muerte de su madre, que sucedió luego de una larga enfermedad: cuando esto sucedió, no pudo “deprimirse” porque estaba encinta de 8 meses y porque luego de la muerte, el abuelo materno exigió que ella mude todos los muebles de la abuela. Habla de la gentileza de esta madre, en contraste con la dureza de su suegra que le habría dicho: “no se hace un niño cuando la madre tiene un cáncer”. También recuerda la miseria de su infancia y que la pusieron brutalmente en pensión, a la edad de 12 años, por la voluntad de su padre (“yo pensé que él no me quería… en pensión no se puede llorar”).

    Nos hemos servido de estos recuerdos, para mostrar a Catalina la forma en que su mamá pudo quedar “marcada” y tener mucha pena de frustrar a sus hijos, incluso de alejarse de su hija a ciertos momentos de la noche: cuando nos expresamos de tal manera, la madre asiente con una pequeña sonrisa, lo que confirma bien que el esfuerzo de movilización reposa sobre todo sobre las espaldas de Catalina; si ella quisiera hacerlo, debería enfrentar la idea de pasar sobre ciertas faltas de su madre.

  • La crisis de pareja se detuvo un poco; el padre hizo lo que se comprometió a hacer y la madre le ha dejado hacer; por el contrario, ella se siente siempre un poco esclava de todos, sobre todo de sus niños, y, aunque los invitamos a ser un poco más cooperadores, nada cambia verdaderamente.

RESOLUCION DEL SÍNTOMA

Ocurrió que Catalina manifiesta su intención de participar en el campamento de verano de su movimiento de jóvenes. Dos días antes de su partida, los padres, en sesión sin ella, nos comentan una decisión muy reflexionada: al regreso de la niña, le prohibirán el acceso a su cuarto: “Es mejor para ella”.

Discutimos sobre la intensidad de la firmeza que los anima, llamando su atención sobre el poder reforzador negativo que podría tener un eventual regreso hacia atrás; ellos persisten en su idea. Estamos de acuerdo entonces en la manera de hablar a Catalina, esperando el día de su regreso del campo. Les prescribimos una benzodiacepina hipnótica para la niña, para ponerla a su disposición, para sostenerla en el espacio de un período de transición, por si llegaba a desearlo (8).

No se trataba de dudar de la buena voluntad ni del valor de los padres, sino de manifestar reconocimiento y compasión –anticipadas– para una posible exacerbación de la angustia de Catalina. En efecto, en un nivel estrictamente orgánico, hicimos la hipótesis que la química cerebral de la niña podría ser alterada por el aumento del estrés que la esperaba… En un nivel más simbólico, el medicamento podía aparecer como una suerte de objeto transicional que podría facilitar el momento de separación en el vínculo madre-hija, y/o como un “corta-dolor”. Y luego, para decir todo, nosotros también salíamos a vacaciones en el momento de la acción prevista!

Esta prescripción era indispensable? No es muy seguro!! Catalina quizá habría podido pasar sin esto o ser llevada a otras técnicas de gestión de su angustia, como la relajación.

Quince días después del día “J”, la familia, radiante, viene a decirnos que todo sucedió como estaba previsto: a partir de la primera noche, Catalina durmió con su hermano, con la puerta “ligeramente entreabierta”: ¡ella estaba psicológicamente lista!, recibió su casa de muñecas y además un fin de semana en Disneylandia con toda la familia.

Después de eso, nos volvemos a ver, de tiempo en tiempo, para hablar de la educación de los niños.

DISCUSION (9)

¿Por qué el síntoma de Catalina se mantuvo tanto tiempo, antes de su fácil resolución?

El ambiente que reina en la familia no es verdaderamente para la confrontación: está hecho de dulzura, de pasividad y de un poco de depresión. Los dos padres dejaron que se instale un comportamiento que, para la niña, se volvió poco a poco una adicción; fantasmas ansiosos o depresivos ocasionales contribuyeron a la vez a su instalación y a su refuerzo. Las raras veces donde ellos se atrevieron a mostrarse más firmes, sólo provocaron crispación y angustia, experiencia inscrita como un importante “refuerzo negativo”.

– ¿Adicción solamente para la niña? Ciertamente que no: la madre también, en el momento donde se volvió huérfana de una madre amada, único rayo de sol en la historia de su vida, probablemente sintió exacerbarse un doble sentimiento de soledad y de precariedad en los vínculos de filiación. De allí, la necesidad de compensar y de eternizar su vínculo madre-hija (10): los dos miembros de este vínculo concluyeron tácitamente un compromiso remarcable: autorizar (y autorizarse) el crecimiento y la autonomía el día… y encontrarse la noche para vivir algo de dulce, la una cerca de la otra.

Incluso, se tomaron ciertas disposiciones aún durante el curso del trabajo, para que este “momento de sueño”, no afecte demasiado la vida conyugal ni la comodidad de cada uno (el diván al lado de la cama, antes que la cama). Entonces, no existía una vivencia de trasgresión, ni de incomodidad.

– Y el padre y esposo, ¿cuál fue su rol en todo este asunto? ¡Mucho más complejo de lo que parece!

  • Quizá, la madre escogió un cónyuge cuyos rasgos de carácter le recordaban al abuelo materno: el uno y el otro aparecían como poco presentes en el cotidiano de la familia, introvertidos y torpes en la expresión de sus afectos; el padre por ejemplo, no funciona como el consolador natural de la madre, el hombre que podría seducirla y desfusionarla un poco de su hija (12).
  • Pero otras dimensiones de la personalidad del padre son la inversa de lo que era el abuelo: no es autoritario, salvo cuando está demasiado enojado o frustrado… y nos hemos preguntado incluso si él no estaba habitado por ciertos miedos infantiles ligados a la idea de afirmarse (el abuelo paterno parece haber sido muy duro). No exploramos suficientemente esta pista, que habría podido explicar el que él hubiese dejado instalarse ciertos “malos hábitos”, y que haya transmitido contenidos de ansiedad a su hija.

¿Por qué una familia tan pasiva consultó?

No es a nosotros a quiénes la familia se dirigió primero: colegas no psi habían intentado ya erradicar el “problema”, probablemente sin buscar entender bien el sentido profundo.

¿Qué buscaba esta familia donde estos médicos? ¿Quería ponerse en paz con una especie de super-yo cultural, imponiendo que los niños respondan a las normas estándar? ¿O es la madre, portadora de duelos no hechos, que, de manera más depresiva y más inconsciente, necesitaba delegar una vez más al destino –representado por la autoridad médica– la separación de su niña reencontrada? ¿O bien, desafiar victoriosamente los golpes del orden social?… Tantas motivaciones que, con otras todavía, podían estar trabajando en esta situación.

En lo que nos corresponde, creemos poder decir que esta familia llegó donde nosotros por coincidencia, siguiendo dócilmente la demanda del neuropediatra que fue consultado primero. Pero rápidamente los malentendidos fueron aclarados y un vínculo profundo se creó tanto de un lado como del otro.

¿Cuál pudo ser el efecto de la psicoterapia?

El ambiente de la psicoterapia fue tranquilo, en espejo de lo que era la familia.

Cada uno fue invitado a decir y a ser escuchado activamente: no fue fácil con estas personas avaras de palabras, que tuvimos que motivar a expresarse; sin forzarlas ni irritarnos frente a su ritmo lento y a su débil capacidad espontánea de introspección… Ellos probablemente se sintieron aceptados tal como eran, lo que les dio confianza e incrementó el deseo de ir hacia delante en la vida, abandonando el síntoma, como el niño que termina por abandonar el chupón.

En el curso de nuestros intercambios, la madre pudo recordar imágenes traumáticas, muy a menudo en compañía de su hija. Al mismo tiempo que esto le ayudaba a cicatrizar su presencia, se proponían vínculos entre su pasado y los comportamientos actuales, vínculos que paradojalmente, aligeraban el peso obligatorio de estos últimos. Este esquema teórico no es original: estamos aquí en el mundo de las terapias madre-hijo tan bien descritas por Cramer, Lebovici y otros, no añadiremos nada más al respecto.

Catalina por su lado, recordó algunos fantasmas ansiosos arcaicos, entre otras representaciones mentales. Incluso si éstos tenían que ver con los traumatismos maternos y fueron abordados indirectamente a través de la terapia madre-hija, el trabajo cognitivo brevemente señalado pudo constituir una ayuda en el proceso.

Algunos proclaman por lo tanto la incompatibilidad de una terapia centrada en la introspección, ya sea con momentos de intervención cognitiva, ya sea con otros más centrados en el intercambio de ideas pedagógicas concretas. A pesar de que faltan estudios específicos sobre este tema, deseamos sin embargo, testimoniar que esta pretendida incompatibilidad no la vivimos en nuestra práctica (Hayez, 2201). ¡Pero, que no nos hagan decir otra cosa que lo que decimos!: terapias “puras” en su referencia de escuela pueden conservar mucho valor; pedimos solamente que no se refute tampoco, en el nombre de a priori teóricos, el valor de terapias “mezcladas”, como lo fue ésta y como lo son tantas otras en el cotidiano de nuestras prácticas: si queremos recordar bien que el hilo conductor es tomar en cuenta al sujeto… que los consejos o intervenciones cognitivas que enunciamos solo son propuestas y que hay que preguntarse sobre la manera en la cual el sujeto las vive y respetar su posición con respecto a esto, ¿por qué no recurrir a ellas como complemento de la escucha, que permanece la actitud fundamental?

Conjuntamente con la escucha, les contamos, verbalmente y a través de una actitud de conjunto, al menos la convicción siguiente: estamos hechos de originalidad, una mezcla de fuerzas de progresión y otras que quisieran dejarnos en el mismo lugar, incluso arrastrarnos hacia atrás en el hilo de nuestra vida; entonces un comportamiento no conforme a los estándares culturales, no debe ser combatido “por principio”: si se manifiesta de manera no destructiva y que debe ser modificado un día, es que habrá diálogo con respecto a él y que la persona comprometida habrá demostrado una adhesión sincera a la idea de este cambio, porque espera una felicidad más grande, una mayor congruencia en su proyecto de vida del momento.

Pero esta convicción en cuanto al derecho de cada uno a ser como es, por sincero que sea en los familiares, no se vive habitualmente, sin que exista también la tendencia inversa y es así mismo para nosotros: habitualmente aceptábamos a Catalina y a su familia como eran, nos alineamos a su ritmo… pero cada cierto tiempo, por diversas razones, vivíamos, incluso expresábamos el deseo de un cambio más rápido; esta oscilación, esta ambivalencia es perceptible en el resumen de la terapia, donde todas las intervenciones no van en el mismo sentido.

He aquí, la ilustración más contundente: hemos dicho a menudo, en voz alta, que había que dejar a Catalina decidir los objetivos y los medios de la gestión de su síntoma, pero hemos dejado hacer a los padres, el día donde ellos quisieron dar un último empujón: podríamos protestar diciendo que Catalina implícitamente quería la misma cosa, pero esta legitimación me parece un poco simple…

Nuestra ambivalencia, probablemente no ha constituido una fuerza destructora: es simplemente un reflejo de lo que pasa en la vida, frente a aquellos con quienes nos implicamos positivamente: cuántas veces no vivimos esta oscilación entre la aceptación de lo que ellos son y el deseo de cambiarlos; el respeto que les debemos exige esto, que a nuestros proyectos sobre ellos, nosotros sepamos fijarles límites para no caer en la violencia moral.

Queda por hablar sobre el lugar creado para el padre de Catalina. Durante largo tiempo, nosotros lo hemos tomado tal como él era y como quería la homeostasis familiar, entonces no lo hemos cuestionado: sabiduría y tolerancia, pasividad… ¿o rivalidad inconsciente con él en nosotros? ¡Sin duda un poco de todo esto!

Podríamos también decir que –durante todo el tiempo– contribuimos a su posición… o entonces, que tomando nosotros mismos, el lugar de un hombre implicado, hemos preparado lentamente el regreso del padre, volviendo a habituar a la madre y a la niña a lo que el discurso y la implicación masculina podía tener de positivo. Este rol, evidentemente, no podíamos tenerlo durante largo tiempo y a la primera señal de alarma proveniente del padre, bajo la forma de una crisis conyugal y familiar, hemos atraído a éste a la familia, con alguna que otra ida y venida.

El final de esta historia fue así: sin muchas historias.

(1) Para simplificar la lectura, recurrimos a veces a las abreviaciones siguientes: C = Catalina; J = Julián; M = mamá de Catalina; P = papá; AM = abuela materna (y de la misma forma: AOM; AP; AOP).
(2) Excelentes descripciones e ilustraciones de este enfoque figuran en el artículo de Susan Spence ¨Cognitive therapy with children and adolescentes: from theory to practice¨ (Spence, 1994).
(3). Las sesiones siguientes igualmente, esta exigencia mínima decidida de común acuerdo será controlada. No habrán más problemas con respecto a esto. De esta manera, ellos hacen una experiencia positiva de autoridad.
(4). Podría tratarse de lo que se vivió en el momento de la muerte de la abuela materna y de la llegada de Julián… pero, quizá también de experiencias más precoces tales, que los dos dramas citados podrían constituir estímulos reactivadores.
(5) Sin embargo, ellos nunca hablaron de una crisis grave en la pareja; estamos entonces en el puro registro de un imaginario reactivado por duelos no elaborados.
(6) ¿Por qué este consejo? Racionalmente, porque no deseamos que el retraimiento de Catalina se incremente más; y por otro lado, la experiencia nos había indicado que la escalada de la violencia y de rabia con respecto a Catalina solo había conducido a la crispación y a un aumento de la angustia. Si se quiere hablar de contratransferencia, al menos, podemos preguntarnos si no nos interponemos, como una madre ansiosa, entre Catalina y su padre y/o si nosotros no resentimos en algo su manera de querer cambiar algo en nuestro estilo de terapia suave.
(7) El futuro de esta terapia, sin embargo no ha confirmado completamente esta idea: algunos meses más tarde, fueron los padres quienes tomaron la firme decisión de la separación… pero fue en un momento en donde, si bien Catalina no lo había pedido explícitamente, podíamos especular que estaba lista y que la mayoría de su ser estaba de acuerdo con esta separación.
(8) Ellos lo usaron durante dos meses, pero de manera cada vez más distanciada.
(9) Esta discusión se elaboró con la ayuda de tres colegas, a quienes nos gustaría agradecer: la señora C. Morelle, doctora en psicología y los doctores Ph. Kinoo y M. Mertens, pedopsiquiatras.
(10) Podemos imaginar que el hecho de enviar a Catalina en su cuarto recordaba a su madre, el dolor de su envió al internado.
(11) Incluso podemos preguntarnos si él no encuentra en parte su propio ser en este vínculo madre-hija tan fuerte (¿que lo deja en paz, que le recuerda su propio Edipo?).

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