Sociedad Española de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y del Adolescente

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La depresión en niños y adolescentes en Chile: apuntes para una psicoterapia de la depresión infantil desde un enfoque constructivista-evolutivo

PDF: depresion-ninos-adolescentes-chile.pdf | Revista: 51-52 | Año: 2011

PROCESO PSICOTERAPÉUTICO

La psicoterapia constructivista evolutiva, resulta una mirada novedosa e integradora de los modelos teóricos existentes dentro de la psicología y proporciona un marco teórico de gran valor en las intervenciones con niños y adolescentes. La psicoterapia se transforma en un proceso dinámico y dialéctico generando esquemas cognitivos, los que se construyen en la actividad personal e histórica del sujeto (Macurán, 2003).

El sujeto en desarrollo está sujeto a procesos de equilibración que permiten la anulación del egocentrismo, accediendo a la auto-reflexividad; por otro lado la centración y descentración perturban o facilitan la apertura a la experiencia; finalmente la reversibilidad será esencial para permitir la permeabilidad y movilidad del sujeto, donde hay un proceso dinámico en búsqueda del equilibrio. Estos elementos son medulares para abarcar las posibilidades de cambio estructural de los sujetos (Macurán, 2003).

La psicoterapia está enfocada a entregar herramientas a las personas que les permitan mejorar su calidad de vida a través de cambios en su conducta o estructuración del mundo. En terapia infantil se debe considerar: el funcionamiento personal del niño, la edad, etapa de desarrollo (Cruz & Roa, 2005), género, nivel cognitivo, apreciación del tiempo, etapa emocional, intereses, cultura y estilo personal, la relación del niño con el ambiente de los adultos y la relación del niño entre pares (Ronen, 2003). La terapia debe participar activamente en el ambiente natural del niño, familiarizarse con las figuras importantes de su mundo y su lenguaje.

El terapeuta debe hacerse cargo del factor motivación, debe crear una relación de significativo afecto con el niño, crear un clima de confianza y adaptar la terapia tanto en términos de lenguaje como de conceptos y pruebas que le resulten entretenidas (Rose y Edelson, 1988, en Ronen, 2003).  Además debe integrar correctamente la información que recolecte de padres, profesores y compañeros sobre el niño (Shirk y Russel, 1996, en Ronen,  2003).

En este sentido, el terapeuta es un actor de vital importancia dentro del proceso psicoterapéutico, siendo él, capaz de propiciar cambios significativos en el paciente, mediante una relación “empática, colaboradora, respetuosa, y a veces, reverencial, cuando se afronta la comprensible referencia al cambio” (Macurán, 2003, p.24).

Desde la perspectiva constructivista evolutiva, el papel del terapeuta está definido como un acompañante en el desarrollo, que debe guiar a la persona hacia mejores equilibrios, explorando las posibilidades de enfrentamiento y solución de los problemas (Macurán, 2003). De esta forma, el terapeuta tiene ciertos objetivos centrales a seguir, los cuales deben ir orientados hacia: desarrollar cambios estructurales profundos; facilitar el proceso de diferenciación y objetivación de la realidad; logrando la integración  (Macurán, 2003). En este proceso, la empatía con el paciente juega un rol fundamental, en donde se deben respetar los ritmos evolutivos, siendo el terapeuta una herramienta que pueda participar del proceso social de reconstrucción del significado (Macurán, 2003).

Según Kegan (1982 en Macurán, 2003), el  papel del terapeuta incluye: proteger oportunidades de conciencia para la evolución de significado; brindar un ambiente para el desarrollo; unirse a la persona en el proceso de construcción de significados; ofrecer reconocimiento social, para que el paciente así pueda ver el problema y dejar de sentirlo; proveer experiencias que sean capaces de informar a la persona sobre los límites y contradicciones de su forma de construir el mundo; estar del lado del conocimiento más que del lado del saber.

Desde este enfoque, las fases de la psicoterapia son factibles de ser divididas en 3 etapas, según Sepúlveda (1998 en Macurán, 2003), éstas dan cuenta de los pasos para el logro de determinados objetivos:

  • a) Autoobservación: se considera como una fase de exploración. El objetivo aquí es propiciar la diferenciación del sí mismo, lograr autorreconocimiento a través de herramientas que permitan la visualización y compresión de la unidad del sentido de la experiencia. Dentro de esta etapa se debe formar el vínculo terapéutico, donde la tarea del terapeuta es acoger y contener al paciente, mezclando un vínculo protector. Desde la perspectiva piagetana, implica el reconocimiento de la organización de las estructuras afectivas, cognitivas y morales del sujeto.
  • b) Experimentación: dentro de esta etapa se confrontan hipótesis que se han logrado en relación a la manera de organizar y procesar información y la interacción con el medio. El objetivo es propiciar la acomodación de nuevos elementos, impulsando la transformación de estructuras cognitivas. En otras palabras, permite la experimentación de nuevas formas de construcción de significado, relacionándolas con la experiencia vital del sujeto. Desde la perspectiva piagetana, esta etapa supone la recuperación de los equilibrios, al lograr la regulación entre asimilación y acomodación. Esto podría llevar a una organización más funcional de las estructuras y procesos psicológicos.
  • c) Integración: reorganización e integración del sí mismo mediante la abstracción reflexiva. Esta fase correspondería al cierre del proceso terapéutico, donde se propicia que el sujeto logre la integración e independencia necesaria para poder mantener relaciones sociales más adaptativas. Desde la perspectiva piagetana, se generan equilibraciones maximizadoras que implican el mejoramiento de la equilibración. Hay transformaciones estructurales profundas que influyen en la eficacia de adaptación del sujeto, lo que es logrado mediante la modificación sujeto-objeto. Así, se logra un sujeto que es capaz de organizar y dirigir adaptativamente su experiencia.

A MODO DE CONCLUSIÓN…

El enfoque constructivista-evolutivo ofrece un marco comprensivo para la depresión, que permite entenderla como un proceso psicopatológico marcado por el desequilibrio, surgido dentro del desarrollo del individuo. Así, es posible elaborar criterios que se deben considerar para la elaboración e implementación de una psicoterapia que considere los aspectos diferenciales del fenómeno y que respete su individualidad. El diagnóstico no guía en sí el tratamiento sino la comprensión de los síntomas en contexto del desarrollo evolutivo de cada sujeto, por lo que es posible un tratamiento diferenciado y personalizado, sin que por ello se pierda la rigurosidad terapéutica.

Esta terapia apunta al desarrollo de la persona consigo mismo y con el contexto. En la psicoterapia se ve reflejado en la comprensión de mecanismos ambientales óptimos o protectores del desarrollo logrando la formación, corrección o consolidación del desarrollo psicológico, donde el terapeuta es un “acompañante” en este proceso (Sepúlveda, 2008) que es un proceso de co-construcción con el paciente para que logre aquellos equilibrios necesarios, y así conseguir transformaciones profundas en las construcciones de la identidad personal, del sí mismo. Esta potenciación de sí mismo, del desarrollo personal influiría fuertemente en la capacidad de evitar recidivas.

En relación a la psicopatología esta teoría la aborda desde una visión “procesual”, en donde la persona no es capaz de procesar su experiencia de una manera flexible, abstracta ni generativa (Ruiz, 2004). Por lo tanto, la depresión infantil constituiría una patología evolutiva que supone un conflicto psicológico originado en la vivencia de amenaza frente a la pérdida de la organización del sí mismo lograda. La que puede ser restituida. Por lo que a este desarrollo subyace la idea de progreso. Esta teoría, entonces, iría mucho más allá del conocimiento de las características del proceso de desarrollo, también la comprensión de las dinámicas de generación de significados y la relación particular que entabla el individuo consigo mismo y con su entorno superando el individualismo.

Esto ilustra un cambio de perspectiva, marcando una gran importancia por un interés del análisis funcional de las estructuras de conocimiento y de su desarrollo.

La depresión aparece conceptualizada como un desequilibrio producida dentro del proceso del desarrollo del infante o adolescente, lo que se da al ocurrir una rigidización de ciertas estructuras, en lo que influyen variados factores con los que el niño tiene contacto.

Todas estas contradicciones o problemas pueden generar que el niño no pueda sortear ciertas dificultades, cayendo en un proceso psicopatológico, en vez de un proceso normal de desequilibrio. La manifestación de este desequilibrio y malestar, puede ser variada, existiendo un amplio espectro de las distintas formas de expresión, yendo desde la pena y la rabia hasta síntomas que son más propios de algún trastorno más severo. Esto, lamentablemente, hace que el diagnóstico y la comprensión del cuadro, en especial de la depresión infantil, sea dificultoso, tornando más complejo el proceso de psicoterapia.

En la diferenciación y comprensión de la sintomatología es de gran relevancia el tener en cuenta la distinción entre la depresión infantil y la adulta, ya que en la primera los síntomas pueden ser más observables, pero más complejos de diferenciar, por su amplio espectro al ser manifestada. En la depresión adulta, hay más recursos para verbalizar, comprender y comunicar vivencias, por lo que los síntomas pueden ser “más internos”, en el sentido de tener menor visibilidad y que pueden captarse a través de un proceso conversacional.

DISCUSIÓN

El psicólogo constructivista evolutivo, se interesa por cuestiones que giran más bien en torno a la descripción, explicación y modificación de un determinado resultado o una secuencia de ellos. En ello, el papel del terapeuta es de vital importancia dentro del proceso psicoterapéutico, tanto para su desarrollo como para su éxito. Él es quien debe ser  capaz de generar cambios en el paciente, a partir de los fenómenos propios de la persona y del cuadro que presente. Este terapeuta debe poder comprender las necesidades específicas el niño o adolescente, tomar ese desequilibrio presente, el grado de flexibilidad que tenga el niño y otros elementos, tales como la capacidad de acomodación y asimilación (y la regulación entre ambos) y poder orientarlos dentro de la terapia para lograr una recuperación del equilibrio. Esto se logra al flexibilizar los procesos acomodativos, los que darían la posibilidad de que el niño llegue a tener una mejor adaptación, tanto afectivo como cognitiva.

Así, el terapeuta no debiera tomar el diagnóstico del niño como una guía para la terapia, sino que debe tomar ese elemento como una herramienta para lograr establecer estas necesidades evolutivas para finalmente restablecer el equilibrio, haciendo el niño sea más flexible, generativo y “más abstracto”, de acuerdo al nivel del desarrollo en el que este se encuentre. En otras palabras, lo que el terapeuta debe lograr, es el potenciar el desarrollo del niño, a través de los diversos cambios significativos alcanzados durante el período de psicoterapia.

Para lograr esto, el terapeuta debe formar un vínculo de respeto y empatía, el cual se va manifestando de maneras diferentes dentro de las distintas etapas del tratamiento, siempre respetando el propio ritmo evolutivo del paciente, ayudándolo a construir y reconstruir los distintos significados que éste posee del mundo, de los otro y de sí mismo. De esta forma, el terapeuta tiene misiones diferentes que cumplir en cada etapa del proceso, primero confirmando al paciente, conteniéndolo y luego, progresivamente ir adoptando estrategias capaces de crear cambios importantes, propiciando la contrastación de hipótesis del paciente en su vida cotidiana por ejemplo.

Así, el terapeuta constructivista acompaña al paciente en todo el proceso, explorando el crisol de posibilidades del niño o adolescente para el enfrentamiento de los problemas, procurando en todo momento que pueda ser llevado a cabo el proceso de diferenciación  y objetivación de la realidad, haciendo del paciente una persona más autónoma.

Por lo tanto, el papel del terapeuta vendría siendo una especie de catalizador de ciertos procesos en el individuo, en donde es el paciente quien trabaja con ayuda del psicólogo, siendo éste una especie de herramienta para el paciente.

El terapeuta ve al niño o adolescente como otro, como una persona y no como una cosa que hay que arreglar y corregir. Siempre valida la experiencia de ese otro, como persona, mas esto no quiere decir que sencillamente deje a la persona tal como está, sino que ayuda a equilibrar ciertos procesos en un momento determinado de su continuo vital. Este punto es muy importante, ya que permite determinar qué elementos deben ser considerados para realizar el proceso terapéutico, qué elementos de la experiencia del niño o adolescente deben tomarse para así constituir un todo que pueda guiar la labor del terapeuta, qué cosas trabajar en el contexto de terapia, qué cosas resignificar y reelaborar para que se pueda restaurar el equilibrio, llegar a una mayor diferenciación e integración de sí mismo.

Este enfoque no se limita a resolver el problema puntual, sino que es capaz de ir más allá de la contingencia actual que afecta al paciente, haciéndolo realmente un individuo autónomo, que pueda utilizar nuevas y distintas estrategias a futuro. Estas posibilidades, ventajas y alcances de este enfoque son factibles gracias a la organización de la psicoterapia, de sus fases, objetivos y consideraciones, que configuran el real aporte del enfoque constructivista evolutivo. Si se ve al niño desde una perspectiva del desarrollo y desde la teoría constructivista, permite acercarse a él de una manera diferente, considerando las características evolutivas que inciden en la construcción de su conocimiento del mundo y de él mismo logrando finalmente a una flexibilización de estructuras.

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