Sociedad Española de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y del Adolescente

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Hiperactividad y trastornos de la personalidad II: sobre la personalidad límite

PDF: lasa-hiperactividad-trastornos-personalidad2.pdf | Revista: 34-35 | Año: 2003

Los autores americanos, con su terminología característica, describen en este cuadro las siguientes alteraciones:

  1. Trastornos de la regulación de afectos:
    • Ansiedad generalizada, reacciones de pánico, miedos.
    • Desorganización del comportamiento.
    • Variabilidad y oscilaciones emocionales intensas.
    • Reacciones extrañas de ansiedad.
  2. Comportamiento social alterado:
    • Conductas de desinterés y evitación.
    • Alteración de las relaciones con compañeros.
    • Trastornos en las relaciones afectivas / Ambivalencia intensa.
    • Falta de empatía y expresión de afectos hacia el otro.
  3. Alteraciones cognitivas:
    • Irracionalidad e ideas ilógicas.
    • Irrupción de pensamiento mágico y neologismos.
    • Repeticiones y desconexiones del pensamiento.
    • Fallos en la diferenciación realidad-imaginación.
    • Reacciones de perplejidad y confusión.
    • Fantasías de omnipotencia y gandiosidad.
    • Hiperinvestimiento e identificación con personajes dotados de poderes imaginarios excepcionales.
    • Identidad confusa (“Difusión de identidad”).
    • Inquietudes paranoides.

Desde una perspectiva psicoanalítica, en una línea semejante a la de los trabajos de Otto Kernberg con el border-line adulto, es Paulina F. KERNBERG quién más atención ha dedicado, en la literatura anglófona, al tratamiento y comprensión de los trastornos de conducta y de la personalidad del niño, y en particular a la patología narcisista, borderline y antisocial (P.F. KERNBERG, 1991; P.F. KERNBERG y cols, 2000).

Una de las peculiaridades de su toma de posición es que ha insistido en que la psiquiatría americana reconozca la existencia de trastornos psicopatológicos de de la personalidad en el niño. Ha criticado la “ironía” de la respuesta habitual de las compañías de seguros responsables del pago de prestaciones sanitarias que, para negarlo sistemáticamente (“ese diagnóstico no esta incluido en nuestro listado informatizado para pacientes de esa edad”), se apoyan en que el DSM-IV no incluye ningún trastorno de la personalidad en la infancia y adolescencia (por definición, para el DSM-IV, todos se inician “al principio de la la edad adulta”, con una única matización respecto al trastorno de personalidad antisocial, que comenzaría “desde los 15 años”). De hecho, al ser el único sistema de diagnósticos “oficialmente reconocido”, funciona como lo que en nuestro país denominaríamos un auténtico “catálogo de prestaciones”.

P.F. Kernberg ha insistido en demostrar la evidencia clínica de que existen ciertos trastornos específicos de la personalidad que, ya en la infancia, permiten diferenciar a ciertos niños por sus rasgos, tanto de conducta y relación como intrapsíquicos, y que además persisten y condicionan su desarrollo ulterior, prolongándose a veces hasta la vida adulta, sobre todo en los casos no abordados con recursos terapéuticos específicos, que necesariamente deben incluir diferentes tipos de intervenciones psicoterapéuticas, tanto con niños como con sus padres.

Su comprensión de la psicopatología borderline se basa en una visión del desarrollo desde la perspectiva de la interacción recíproca entre las relaciones objetales y su repercusión en la organización del aparato psíquico (11). Para ella hay una distorsión (y no una fijación) del desarrollo, viéndose afectados los procesos de separación-individuación, y por ello la consolidación del funcionamiento yoico (y la integración del superyo) y la estabilidad de la identidad. En consecuencia, fracasan al utilizar estrategias de afrontamiento –“coping”– inadaptadas (en otros términos: mecanismos defensivos ineficaces), que afectan tanto a las relaciones familiares (en particular a la interiorización de la imagen y función materna), como a las relaciones con sus compañeros, y a sus capacidades cognitivas, motoras y perceptivas.

También ha señalado, muy agudamente en mi opinión; cómo la actitud y concepción del terapeuta condiciona la elección del tipo de tratamiento y puede condicionar, incluso, el pronóstico clínico. Para ella es porque tendrá consecuencias clínicas, por lo que no da igual pensar que se trata de una fijación o de una distorsión del desarrollo; ni tampoco pensar que se trata de una inestabilidad pasajera o por el contrario estructural; o pensar que el borderline es un psicótico.

Y no es casual que introduzca estas cuestiones, aparentemente “conceptuales” al iniciar el capítulo del tratamiento. Por ejemplo señala que si alguien ignora que el niño borderline puede utilizar defensivamente su propia debilidad yoica y cree que se trata de un defecto yoico irreversible, provoca con su expectativa negativa “una profecía autocumplida… al hacer inalcanzable para el niño la interacción terapéutica” (basta recordar aquí como ilustración clínica las situaciones frecuentes en las que un niño recurre a “hacerse el tonto” o a mostrarse incapaz para una tarea, por obvias razones relacionales tales como evitar una situación de fracaso o hacerse ayudar regresivamente).

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