Sociedad Española de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y del Adolescente

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Hiperactividad y trastornos de la personalidad II: sobre la personalidad límite

PDF: lasa-hiperactividad-trastornos-personalidad2.pdf | Revista: 34-35 | Año: 2003

EL PASO FALLIDO POR EL PERÍODO DE LATENCIA

Una de las características que resaltan, en negativo, la trascendencia evolutiva del trastorno border line es la ausencia, en su funcionamiento psíquico, de las complejas adquisiciones psíquicas que caracterizan y constituyen la esencia del período de latencia, particularmente importante para el desarrollo en general y para la organización de la personalidad en particular.

Resumiendo, las principales carencias del border-line afectan:

  • a la consolidación del placer del funcionamiento psíquico (capacidad de desplazamiento simbólico; investimiento del conocimiento; canalización y vitalidad permanentes de la curiosidad);
  • al equilibrio entre el placer del control y el control del placer (corporal y mental): habilidades motrices; satisfacciones autoeróticas tanto en la capacidad de “moderar” y “adecuar” la masturbación sexual directa como a la de desarrollar la “masturbación mental”: erotización de la fantasía, juegos mentales tales como el placer de rememorar, la elaboración de reglas mnemotécnicas, listas y colección de conocimientos, etc.
  • a la capacidad de sublimación (modulación de pulsiones agresivas; expresión de afectos eróticos indirectos: ternura, pudor, nostalgia);
  • a la integración de sentimientos ambivalentes y aceptación de las limitaciones propias de la “elaboración depresiva” (reconocer y tolerar virtudes y defectos propios y ajenos; equilibrio entre pulsiones agresivas y reparadoras, capacidad de soportar la rivalidad en la competición y complicidad de los juegos reglados);
  • al progreso de la autonomía y distanciamiento, físico y afectivo, respecto a los padres (y a la correlativa interiorización de figuras parentales consistentes y estables).

Esta breve enumeración condensa en realidad el resultado de un prolongado y costoso trabajo de elaboración psíquica que constituye el nucleo esencial del desarrollo psíquico (y de la organización de la personalidad) en el período de latencia, permitiendo el acceso a algo –aparentemente tan trivial, cuando un niño va bien, y tan complicado en caso contrario–, como es la adaptación escolar con la complejidad de aprendizajes y de relaciones sociales que conlleva.

También desglosa la cantidad y complejidad de operaciones psíquicas que se ocultan bajo otros conceptos y denominaciones que, con su aparente simplicidad, de un lado se han extendido excesivamente y de otro categorizan y uniformizan situaciones clínicas diferentes y complejas. Me estoy refiriendo a nociones tales como “inmadurez afectiva”, “intolerancia a la frustración”, “dificultad en el control de impulsos” y otras, que fácilmente son consideradas no solo como constituyentes de un conjunto psicopatológico o síndrome específico, sino también como atribuibles a una etiología neurobiológica unitaria. La importancia de esta visión está en que no solo puede afectar a la comprensión de los síntomas, pudiendo dejar de lado factores diversos y complejos (evolutivos, familiares, biográficos, traumáticos), sino también a las opciones terapéuticas.

REPERCUSIÓN DE LA PUBERTAD Y ADOLESCENCIA

Cambios corporales

El impacto de las modificaciones corporales, y la turbulencia hormonal y pulsional concomitante, suponen vivencias de difícil integración y metabolización para el border-line. Es así porque además del plus de tensión y excitación que añaden, también sobrecargan la inseguridad y vacilaciones de una frágil y oscilante identidad, agravando su ya natural tendencia al desbordamiento mental. A su vez este desbordamiento pulsional, afecta a su imagen corporal, –que se ve afectada ahora por el añadido de significaciones vinculadas al empuje de tensiones agresivas y sexuales–, y que estárá directamente imbricada con la construcción de su “nueva” identidad.

En otro trabajo (22) he descrito las tres tipologías de imagen corporal que se construyen en la adolescencia.

El cuerpo “cómplice” corresponde a una imagen del cuerpo, vivido como amigo-compañero, que ayuda a consolidar un proyecto de nueva identidad. Se corresponde con un narcisismo tolerante, con una buena imagen de sí mismo, y con un ideal del yo alcanzable. Las actitudes hacia el cuerpo que la acompañan consisten en adornarlo y embellecerlo (maquillaje, tatuajes, pearcings), cuidarlo (ropa, higiene, cosméticos), trabajarlo (disciplina deportiva, dietas y ascetismo protector). Evidentemente resulta de la prolongación de buenas experiencias corporales previas, y de su integración psíquica, en la latencia.

El cuerpo “prótesis”, trata de compensar las fragilidades de la identidad, y la “baja autoestima”, en una inflación narcisista y megalómana de la imagen corporal, destinada a camuflar debilidades e inseguridades. La exageración en los signos de “fortaleza” corporal, su excesiva y a veces grotesca visibilidad, los cambios continuos de aspecto por un mimetismo inmediato con modelos de identificación muy pasajeros y variables, y sobre todo el que no ocurran como fenómeno que consolida su pertenencia a un grupo de coetáneos, suelen caracterizar al border-line. La necesidad de construirse una falsa apariencia, con exageradas manifestaciones de fuerza y provocación, puede llegar a la necesidad de recurrir, para confirmar su fortaleza, a la agresión repetida de los más débiles (niños y ancianos, vagabundos, homosexuales, y, como ocurre a diario en un contexto de institución terapéutica, a los “más subnormales” o “más locos”).

El cuerpo “adverso” se caracteriza por ser vivenciado como incontrolable y explosivo, y, en diferentes grados, detestable y culpable de todo malestar psíquico. Esta imagen se corresponde con la necesidad de que la rabia narcisista destructiva encuentre una víctima sobre la que descargarse.“Te odio, te castigo, te destruyo” son, a menudo, las palabras con que en ciertos diarios expresan los adolescentes esta tendencia autoagresiva hacia su cuerpo decepcionante y responsable de su malestar. Pero, sobre todo, los sentimientos que les llevan a todo tipo de actos y conductas con las que agreden a su cuerpo, como si les fuera ajeno. La variedad y frecuencia de ataques, estéticos y físicos, a su cuerpo es de sobra conocida: desde las quemaduras, escarificaciones, multiperforaciones, etc., hasta otras variantes “ascéticas” de punición y privación de placer, o de imposición de cadenas, “grilletes”, y otras cargas y aditamentos pesados y ferruginosos. En las variantes más extremas las tendencias suicidas, o el flirteo permanente con el riesgo extremo, que además queda banalizado y negado con una actitud de prepotencia, plantean situaciones clínicas muy difíciles.

Como es fácil de deducir los adolescentes border-line construyen su imagen corporal conforme a las dos últimas variantes, que corresponden a su insuficiente equilibrio narcisista y a las oscilaciones de su autoestima. Pero su expresión, a traves de la imagen y la conducta corporal, puede ayudarnos a abordar esta problemática subyacente que, por sus dificultades de verbalización e introspección, resulta difícilmente accesible.

Influencias externas y diagnóstico clínico

El paso por la adolescencia tiene algunas características generales que se superponen y refuerzan aspectos de funcionamientos propios o prevalentes de ciertos tipos de personalidad y que pueden inducir a errores clínicos al tomar fenómenos pasajeros como elementos de un diagnóstico definitivo. En nuestra experiencia conviene considerarlos, en principio, como situaciones transitorias, esperando para confirmar un diagnóstico de trastorno de la personalidad a la observación más prolongada de “macrosecuencias” evolutivas. También ocurre que el carácter grupal y compartido de ciertas actitudes y conductas nos dificulta el distinguir si ciertas alteraciones son “sociales” o “patológicas”.

En particular, y en primer lugar, conviene valorar cuidadosamente situaciones frecuentes que a cualquier adolescente le aproximan al funcionamiento border-line tales como:

  • las oscilaciones habituales normales del tono afectivo y relacional que pueden tener particular intensidad y duración;
  • su tendencia natural a la discontinuidad, inconstancia y volubilidad, que condiciona cambios permanentes, interrupciones injustificadas, entusiasmos perecederos y “bajones inexplicables”;
  • las dudas y confusión respecto a su nueva identidad
  • la facilidad con que deforman, por razones emocionales y afectivas, o aún más por usar sustancias tóxicas, su criterio de realidad.

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