Sociedad Española de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y del Adolescente

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Las identificaciones en el niño

PDF: utrilla-identificaciones-nino.pdf | Revista: 17-18 | Año: 1994

M. Utrilla Robles
Directora del Instituto de Psicoanálisis. Asociación Psicoanalítica de Madrid.

Ponencia presentada en el VIII Congreso Nacional de la Sociedad Española de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y del Adolescente (S.E.P.Y.P.N.A.) que bajo el título “La identidad y sus trastornos” tuvo lugar del 21 al 23 de octubre de 1994 en Toledo.

INTRODUCCION

Las interesantes conferencias que hemos escuchado plantean una gran cantidad de problemas tanto teóricos como prácticos y que nos obligan a interrogarnos sobre las diferentes clases de terapias, la utilización del adjetivo psicoanalítico y en suma, la especificidad del psicoanálisis.

Una de las cuestiones que han sustentado nuestras intervenciones es la de las posibles diferencias entre psicoanálisis y psicoterapia (tema que ya ha derramado mucha tinta y sobre el que volvemos constantemente). No sería de extrañar que al abordar la temática de este Congreso, las cuestiones sobre la identidad analítica se hagan patentes.

Por eso, mi propósito sería el de llegar, después de evocar algunas teorizaciones sobre las identificaciones, a conceptualizar algunos aspectos que definen el psicoanálisis en general y más particularmente el psicoanálisis de niños.

Iniciaré las reflexiones intentando abordar la situación en la que todo psicoanalista se encuentra trabajando en lo que podríamos llamar, psicoanálisis aplicado; es decir, practicando psicoterapias variadas (breves, de apoyo, psicodrama, psicoterapias grupales, de familias, de pareja, observación de bebés, interacciones madre-hijos, etc.).

Esta gran variedad de prácticas que pueden ir desde las entrevistas más insólitas (demandas hechas por terceros, ya sean personas o instituciones) hasta la preparación de una psicoterapia, la indicación precisa de cualquier variedad psicoterapéutica, etc., exige una capacidad conceptual que a la vez sea amplia y por este mismo hecho se hace más rigurosa, para diferenciar (y al mismo tiempo respetar) otras conceptualizaciones y prácticas no psicoanalíticas (bioenergética, gestalt, sistémica, conductista, etc.) y para no confundirse con ellas. La confusión sólo podría acarrear la indiferenciación y la pérdida de la identidad conceptual. Creo que esta distinción, aunque sea difícil de hacer, es necesaria, porque toda práctica (y razón de más cuando se trata de los sentimientos y las vivencias humanas) exige una actitud de investigación para no transformar la relación (llamada terapéutica) en un acto de sumisión, sugestión o dominio; riesgos muy sutiles por la diferencia que existe entre una persona que sabe y otra que se supone no sabe (ya que pide una terapia).

La situación del terapeuta (investido de una cierta autoridad) puede precipitarle en una cierta confusión, que se nos clarifica cuando diferenciamos los tres puntos de vista de cualquier observación:

  1. Observación llamada naturista: el observador centra su observación en el objeto observado sin intentar interferirlo y menos modificarlo. El ejemplo clásico es el de los etólogos.
  2. Observación fenomenológica: el observador se interesa por el fenómeno sabiendo que sus conclusiones pueden ser el resultado de sus interferencias.
  3. Observación psicoanalítica: el observador centra su investigación en los fenómenos relacionales que ocurren entre su paciente y él mismo; así, no solamente interfiere en el fenómeno, sino que intenta modificarlo (por las interpretaciones llamadas psicoanalíticas). Por estas y otras razones, uno de los puntos esenciales del psicoanálisis es la transferencia – contratransferencia que permite elaborar los procesos psíquicos.

De todo lo anterior, podemos deducir que para practicar tanto el psicoanálisis como las terapias psicoanalíticas, es necesario haber adquirido una suficiente identidad analítica: Estamos en el tema central de este Congreso.

LA NOCION DE IDENTIDAD

La noción de identidad, como se ha venido diciendo, tiene un aspecto polisémico ya que connota a la vez lo idéntico y lo diferente. Pero también tiene referencia en la teoría psicoanalítica a las nociones de self, de sentimiento de continuidad, de narcisismo, de individuación, de unificación de las huellas mnémicas (tal y como R. Diatkine define el sentimiento de identidad), de constitución de la personalidad, y en suma, de funcionamiento mental. Como se decía en un Congreso: cuando se tira de un concepto, aparece toda la teoría psicoanalítica.

Lo que nos caracteriza y nos individualiza es la resultante de una serie de procesos psíquicos que organizan y definen nuestra neurosis particular. Esta neurosis –del común de los mortales– puede teorizarse desde una perspectiva metapsicológica a diferencia de las teorizaciones que podemos hacer de la relación analítica.

Por eso, sobre todo en psicoanálisis infantil, tenemos que distinguir la diferencia que existe entre teorización, psicoanálisis aplicado y psicoanálisis practicado, llamado también situación analítica.

Si desde la teorización o incluso la aplicación de teorías analíticas a otras situaciones, las dificultades conceptuales no parecen muy grandes (en realidad con un conjunto de teorías podríamos comprender cualquier fenómeno), en la práctica cotidiana la complejidad es sin límites.

Para diferenciar estas situaciones creo que S. Levobici, ha hablado de las tres clases de neurosis: la neurosis infantil (la neurosis teórica desarrollada en la metapsicología), la neurosis del niño (la neurosis particular de cada uno, dependiente de su propia historia y sus características psíquicas) y la neurosis de transferencia (esa neurosis, también particular, creada en la situación analítica).

Entre los procesos psíquicos que van a organizar nuestra neurosis particular tenemos que destacar el de las identificaciones; no solamente por su proximidad semántica con la identidad, sino porque constituyen una de sus bases esenciales.

Como el concepto de identificación creo que es uno de los que menos se prestan a confusiones en las teorías analíticas, en estas reflexiones me centraré más específicamente en la utilización que en la relación analítica con niños (neurosis de transferencia) podemos hacer de los múltiples procesos de identificación y sus posibles interpretaciones, no solamente en la escucha analítica, sino también en el momento de formular una intervención que llamamos interpretativa. Más aún, ya que la interpretación es lo que más identifica al psicoanalista y da “señas de identidad” (para retomar el titulo de la novela de J. Goytisolo) al proceso interpretado.

Sin embargo, en la práctica corriente con niños, el psicoanalista que trabaja en una consulta, que hace psicoterapias (ya sean breves o de otras denominaciones), intervenciones terapéuticas o psicodrama, tiene que tener muy claro en qué situación está utilizando sus conocimientos; ya que no es lo mismo hacer una interpretación de psicoanálisis aplicado o de relación psicoanalítica (neurosis de transferencia). Este punto de vista no es unánime entre los psicoanalistas, sobre todo para los que defienden que las mismas interpretaciones pueden ser útiles en cualquier situación.

Si se puede organizar una neurosis de transferencia, es porque el psiquismo del niño es capaz de dar un sentido particular a las palabras del analista (como dice R. Diatkine). Este es un punto de una gran importancia, ya que creer que cualquier niño y en cualquier situación es capaz de comprender y procesar lo que se le dice, sería anular que existan capacidades psíquicas diferenciales. Sería como pensar que cualquier palabra emitida en cualquier situación, puede ser integrada por cualquier persona. Este hecho desvitalizaría la identidad analítica, como podemos suponer.

Hablar de psicoanálisis infantil específicamente sobreentiende que se deben precisar las indicaciones y las posibilidades evolutivas: aspecto heurístico de la práctica psicoanalítica.

El psicoanálisis infantil también tiene su identidad (que le diferencia de otras prácticas psicoterapéuticas), por eso, a partir de algunas consideraciones generales, intentaré especificar lo que me parece más característico en el psicoanálisis infantil.

IDENTIFICACIONES

Si la noción de identificación parece fácilmente asequible por su casi visualización (parecerse a alguien), en la teoría psicoanalítica se presenta, metafóricamente hablando, como un árbol con múltiples ramificaciones. Identificaciones primarias, secundarias, o identificaciones con todo su arsenal de adjetivos como imágenes caleidoscópicas: identificación oral canibalística, identificación histérica, identificación adhesiva, identificación al agresor, identificación narcisista, etc.

El mismo Freud dio versiones diferentes del proceso, no solamente para indicar sus características precoces, sino también evolutivas. Pero, sobre todo, para incidir en los procesos de cambio psíquico que implican. Es natural, pues, que al hablar de cambio, no se dé una definición estática e inamovible. Como dice R. Diatkine, todo cambio psíquico implica una identificación.

Clásicamente (y no me extenderé demasiado en este tema) se viene hablando de los tres periodos en Freud 1917 (Duelo y melancolía), 1921 (Psicología de las masas) y 1923 (El yo y el ello). Otros autores añaden textos importantes en otros escritos de 1914, 1924 y en las cartas a Fliess.

Resumiré brevemente:

  • En el 14 Freud dice que el ser humano tiene dos objetos de investimiento sexual (más tarde veremos la importancia de esta noción): él mismo y la mujer que le cuida. Y añade que de ahí presuponemos el narcisismo primario de todo ser humano. Evidentemente, se trata de la elección de objeto narcisista y de la elección de objeto por apuntalamiento.
  • En el 17 dirá que la identificación es el estadio (¡casi elevada al rango de etapa!) preliminar de la elección de objeto y su primera forma de expresión ambivalente: el yo, elige un objeto, quiere incorporarlo, devorándolo según las características de la fase oral canibalística. Hablando de los procesos de duelo, va a describir la identificación narcisista que es el sustituto del investimiento del objeto perdido.
  • En el 21, las nociones de investimiento e identificación se superponen (la identificación es la primera manifestación de un vínculo afectivo) y más tarde (en el 23) precisará que la identificación narcisista es un proceso frecuente y típico que tiene una función importante en la formación del yo y contribuye a formar lo que llamamos carácter. Cuando describe el ideal del yo, nos dirá que tras este ideal existe la identificación más importante: identificación al padre de la prehistoria personal (añadiendo que se trata de los padres).
  • Llegamos al 24 donde “ los investimientos de objeto son abandonados y reemplazados por una identificación. La autoridad de los padres se introyecta en el yo y forma el núcleo del superyo… Las tendencias libidinales ligadas al complejo de Edipo son desexualizadas en parte y sublimadas, es lo que pasa en toda transformación en identificación…”.

Podríamos deducir que existen tres fuentes de identificación (como lo recuerda C. Chiland):

  1. La identificación es la manera más original de vínculo afectivo a un objeto;
  2. Es, por vía regresiva, substituto de un vínculo objetal libidinal (es decir, un mecanismo de defensa contra el sentimiento de pérdida de un objeto);
  3. Puede surgir cada vez que se percibe –una cierta comunidad– con una persona que no es objeto de pulsiones sexuales.

En cuanto al proceso, podemos resumir dos movimientos: la proyección del ideal del yo en un objeto y la introyección del objeto perdido. Recordemos también que además de la proyección, existe una ambivalencia hacia el objeto y una modificación del yo por apropiación de las cualidades del objeto.

Es evidente que las teorizaciones sobre identificación no están agotadas, ni en la teoría freudiana, ni en las otras escuelas, ya que además de su íntima interconexión con los conceptos de investimiento, deseo, alucinación, huellas mnémicas, proyección, introyección, pulsiones parciales, masoquismo y narcisismo, entre tantos otros; tenemos que contemplar toda la producción fantasmática y el problema de las defensas en general, tal y como lo mostraron las dos importantes comunicaciones (T. Olmos y E. Moreno) en nuestro último simposio sobre el tema (II Simposio de la Asociación Psicoanalítica de Madrid, 1994)

Para terminar, solamente desearía subrayar algunos aspectos:

Si retomáramos la evolución de las teorías sobre el trauma (ver mi último artículo) constataríamos que la presencia física de un objeto no es tan importante como el investimiento pulsional que de él pueda hacerse: la efracción de la para-excitación (que prepara el traumatismo psíquico) se produce cuando el acontecimiento encuentra un deseo inconsciente que paraliza momentáneamente el funcionamiento del preconsciente y como consecuencia, de la organización de las fantasías. Por eso el acontecimiento en si, solamente puede resultar traumático cuando previamente han sido investidos algunos de sus componentes; de la misma manera, la ausencia o la pérdida de un objeto no sería tan importante como la ausencia o la pérdida de su investimiento. Ahora bien, la descripción de los procesos psíquicos exige, a menudo, la utilización de metáforas siempre y cuando se las considere como tales y no como realidades (por ejemplo: decir que la ausencia de la madre podría provocar un sentimiento catastrófico, sería una metáfora para designar que el investimiento de la madre es frágil e inconsistente).

La descripción de los procesos psíquicos en términos hiperrealistas: por ejemplo, partículas que se meten o se sacan de un cuerpo, no deja de ser, como dice R. Anguelergues, una formulación mecánica y desvitalizante. Por eso, la manera de escuchar y de comprender incide en la relación analítica y sobre todo en la interpretación. De ahí que, la relación analítica será el terreno específico de los procesos de cambio psíquico, es decir, de las identificaciones.

LAS IDENTIFICACIONES EN LA RELACION ANALITICA

Cuando pasamos de la teoría a la práctica (como una teoría de la práctica y no lo contrario), nos encontramos con los grandes problemas en psicoanálisis, tanto en el infantil como en el de los adultos. Sin embargo, creo que en psicoanálisis de niños la cuestión es mucho más compleja, ya que tanto el encuadre y la escucha como la interpretación comunicada, revisten otras características que en los adultos. También debemos considerar que si en psicoanálisis de adultos parece más clara la diferencia entre psicoterapia y psicoanálisis, en la práctica con niños puede desaparecer esa diferenciación, ya sea porque el psicoanalista juega con el niño, porque improvisa un psicodrama o porque utiliza objetos (juguetes) para darles una significación simbólica. Todas estas variedades del encuadre merecerían matizaciones teóricas que no son fáciles de hacer, por eso muchos psicoanalistas dan más importancia al encuentro con el niño que al encuadre.

El encuentro

El encuentro con un niño plantea de inmediato el problema de la identificación. A través de dos ejemplos: de R. Diatkine y D. D. Winnicott intentaré plantear algunos interrogantes.

Estamos acostumbrados a escuchar de R. Diatkine que la relación analítica representa un acontecimiento para cualquier niño. Ante un adulto que tiene una actitud insólita (a la que el niño no está acostumbrado), el niño se encuentra sorprendido y se reorganiza, ante lo inacostumbrado, de dos maneras: o bien por un trabajo mental, o bien por una serie de sistemas regresivos que, en general, toman forma en la acción motora. De cualquier manera, lo que dice, representa (en dibujos o escenificaciones) o hace, puede ser interpretado en función de ese personaje, sobre todo que la novedad de ese encuentro inhabitual tiene que ser retomada y familiarizada en la continuidad de la historia psíquica del niño; las defensas que se organizan tienen la finalidad de controlar y disminuir el investimiento de alguien que resulta molesto.

En otros términos, M. Ody habla de la dificultad de encontrar una distancia adecuada con el niño por el lenguaje y la comprensión de sus procesos psíquicos.

Para que se cree con el niño un proceso elaborativo, es necesario que el analista comunique con el pequeño paciente. En esto también incide Winnicott. Es evidente el aforismo de que nadie puede identificarse a quien previamente no ha podido identificarse a él. Así, cuando el analista comunica por la palabra un movimiento psíquico que se supone reside en la frontera entre el preconsciente-consciente, esa comunicación produce una sensación de extrañeza: como si algo interior hablara cuando en realidad esas palabras proceden del interlocutor. Extrañeza que podemos vincular con los momentos del descubrimiento entre el yo y el entorno (yo, no yo) o con toda la significación semántica de la expresión – comprendido (con prendido). En ese terreno todos hemos hecho la experiencia de alguien que diga lo que pensamos pero no podemos decir, sintiendo una sensación de extrañeza.

El encuentro produce también excitación y como consecuencia desconfianza ante el aumento de esa excitación, que pone en marcha mecanismos defensivos (en general de apropiación) para disminuirla. Por eso, cuando en ese contexto el niño descubre algo de él mismo, el investimiento (tanto libidinal como agresivo) de su interlocutor podrá transformarse en identificación (es decir, transformación de sus propias producciones mentales).

Para que estos fenómenos se produzcan son necesarias una serie de condiciones (como veremos en el ejemplo de Winnicott): la escucha neutra del analista, que no está predeterminada por la comprensión forzada de los síntomas, ni de la constelación familiar. Una actitud de interés por el funcionamiento mental y no por la construcción rápida de la historia personal, lo que también excluye el miedo al niño, miedo representado por sonrisas, excitación, propuestas inmediatas de dibujos o juegos psicodramáticos, muestras de afecto para evitar el investimiento agresivo, o reacciones maníacas con chorros de palabras que inundan el campo relacional. Pero sobre todo, una escucha de las asociaciones psíquicas provenientes del propio niño y no inducidas por el psicoanalista (como compensación a inhibiciones importantes caracterizadas a menudo por el miedo al niño), aún menos por explicaciones teóricas, incluso en términos analíticos.

La escucha

En psicoanálisis infantil es raro no escuchar en una sesión un – “cómo” – (hago como mi papá, mamá, u otro personaje del entorno) y también una repetición por parte del analista del -haces cómo, etc.

Un ejemplo característico es el de Carine (que creo todos conocen ya que aparece detalladamente en “El Psicoanálisis Precoz”, de J. Simon y R. Diatkine): Ya en la primera sesión, Carine dice “… soy una señora, voy a hacer visitas”. En las sesiones siguientes Carine toma roles diferentes hasta que interrumpe sus juegos y pega a la muñeca: “Mala, ¡mala, te lo mereces!”.

En ese momento (interrupción que presupondría una irrupción en su funcionamiento defensivo de una carga libidinal) es cuando la analista interviene; más o menos en este sentido: cuando desea suplantar a su madre, cree que ésta piensa de ella lo mismo que Carine piensa de la muñeca. Mala, mala, te lo mereces. Intentemos reflexionar en esta secuencia:

Carine hace como si fuera una señora mayor, la analista la dice que ella podría pensar como la madre.

Sin pretender juzgar la oportunidad de esta intervención (oportunidad que sólo pertenece a la analista y su manera de pensar) quisiera hacer algunas consideraciones para ilustrar mis hipótesis: la verbalización del cómo (que podríamos pensar constituiría una interpretación sobre las identificaciones) puede, en ciertas circunstancias, hacer consciente lo preconsciente, pero sin aportar esa modificación del proceso psíquico que encontramos en el caso de Judith (expuesto por R. Diatkine y retomado en mi libro sobre Interacciones terapéuticas). En este caso (que no expondré por su extensión) Diatkine comunica a Judith su ambivalencia y no sus deseos identificatorios. Verbalizar la identificación podría impedir el proceso identificatorio (idea que tomo de M. Fain cuando se refiere a que la palabra puede matar la cosa) y frenar el proceso de cambio inherente a ella. Debo precisar que la verbalización por parte de la niña: “yo soy una señora”, no me parece indicar un proceso de identificación tampoco, por varias razones: porque la verbalización representa la parte consciente (y el proceso identificatorio es inconsciente) y porque está enunciada en una situación de juego real y no de juego psíquico, tal y como Winnicott describe el proceso terapéutico: dos áreas de juego que se superponen.

El ejemplo de Winnicott me parece muy ilustrativo en el problema de la escucha y la no interpretación de movimientos identificatorios. Se lo expongo brevemente: está tomado del primer caso de la consulta terapéutica).

Liro

Liro era un niño finlandés que presentaba los siguientes síntomas: encopresis, dolores de cabeza y dolores abdominales. Cualquier psicoanalista ante esta sintomatología, tal vez se hubiera centrado en comprender el sentido de los síntomas e incluso indagar su relación con sus identificaciones. Sin embargo, Winnicott no cesa de decirnos que lo importante para él es establecer una comunicación con el niño teniendo muy en cuenta que el que dirige la entrevista es el entrevistado.

La lectura detallada del encuentro con Liro es toda una lección de psicoanálisis: Winnicott va siguiendo las asociaciones del niño sin demasiadas interferencias, en una situación que yo llamaría de neutralidad. En los primeros dibujos compartidos, el psicoanalista no sabe el rumbo que toma la entrevista, pero se da cuenta que el niño tiene una mano “ de pato”. Liro dibuja un pato y ni siquiera en ese momento Winnicott interviene (podríamos pensar que era una buena ocasión para invitar a que el niño hablara de su mano) y espera a que el propio niño pueda hablar de su malformación. Esa posibilidad va surgiendo acompañada de sentimientos de Liro en relación con las circunstancias de su vida y es a partir de la verbalización de esos sentimientos cuando Winnicott deduce que Liro desea ser aceptado tal y como es. Punto central desde donde van a surgir todas las demás temáticas: madre que tiene el mismo defecto, que no aceptó al bebé, que deseó las operaciones quirúrgicas, etc.

En el curso de la entrevista el niño habla de sus deseos de parecerse a su padre, del hecho de tener lo mismo que la madre, etc. Como veremos más tarde no considero estas verbalizaciones como procesos identificatorios (¡me gustaría suponer que Winnicott tampoco!).

Pienso personalmente que la escucha neutra permitió a Winnicott llegar a esas conclusiones y también al niño a transmitirlas. La deducción que Winnicott hace le parece a él mismo algo inesperado, que sorprende tanto al niño como al analista.

A partir de este ejemplo comprenderemos fácilmente que el encuentro no consiste en hablar, escuchar o reconstruir una historia, sino de contactar con el psiquismo siguiendo el proceso asociativo.

La escucha neutra, no predeterminada para comprender los síntomas, ni tampoco incluso los contenidos manifiestos, permite seguir con delicadeza ese proceso asociativo.

No abordaré aquí un tema de tanta envergadura, solamente comentaré que el proceso asociativo es un índice de la capacidad del niño para organizar, por una actividad mental, la situación de encuentro insólita.

Saber detectar esa actividad mental sin encerrarla en una aspiración ideal de toma de conciencia, o un deseo de tener un interlocutor con las mismas características de nuestro propio pensamiento (identificación narcisista) presupone una actitud, por parte del analista, con capacidad de espera, de sorpresa, de descubrimiento yo lo llamo – actitud de investigación.

Ahora bien, habría que entenderse en cuanto a la lectura que cada uno hacemos de la expresión –proceso asociativo–. Cuando alguien habla se sobreentiende que está utilizando una serie de ideas asociadas las unas a las otras. En este caso se trataría más bien de un fenómeno asociativo, pero no de un proceso.

Cuando el psicoanalista escucha esa serie de ideas conectadas por lo que él deduce como un denominador común (o varios) que tienen una relación con la teoría que le habita (para emplear una expresión de Winnicott), en términos de fantasías inconscientes (o en otros términos), tampoco podríamos deducir que está escuchando un proceso asociativo. Para abordar esta espinosa cuestión remito al lector al libro de D. Braunsweig y M. Fain “El día, la noche” donde describen los procesos psíquicos bajo el modelo del proceso onírico, el valor del relato sustentado por los pensamientos latentes y situado siempre en relación a los dos tiempos esenciales del funcionamiento mental (tal y como Freud lo describe en el caso Emma).

En este sentido me parecen ilustrativas las sesiones de Luis descritas por la Dra. Concha Santos en un artículo “Algunos aspectos del rol organizador de las fantasías de escena primaria” (Revista APM. Mayo 1986). La Dra. Santos hace unas intervenciones a partir de una serie de asociaciones del niño, lo que permite una mayor fluidez del preconsciente para que las asociaciones de palabras puedan llegar a tener una significación para él. La aparición de dos personajes el Caballero Blanco y Barbapapá, condensan como en un sueño el esposo de la terapeuta (Cabaleiro) y el padre del niño (con barba). Las sucesivas interpretaciones que recogen la rivalidad con su esposo y con el padre, relacionándolas con los dolores de cabeza que tiene, parecen, más tarde, reorganizar fantasías de escena primaria que, se supone, mantenían activas las tendencia regresivas (impidiendo la represión exitosa de las pulsiones sádico-anales).

La interpretación

Se trata de la actividad más difícil para cualquier psicoanalista, por eso no podría ni resumir los numerosos trabajos que sobre el tema existen, ni siquiera esbozar la problemática.

M. Ody en su “rapport” para el Congreso de Lenguas Francesas, va abordando algunos de sus múltiples aspectos: la distancia óptima en el lenguaje de la comunicación con el niño en situaciones muy variadas: consultas, tratamientos psicoterapéuticos breves, psicoanálisis, etc. Creo que su lectura nos hace pensar tanto en el caso de Judith como en el de Liro: la importancia de las primeras comunicaciones, el hecho de seguir el funcionamiento mental del niño sin deseos de dirigirlo hacia una comprensión de síntomas relatados por los padres, el favorecer por intervenciones vinculativas la fluidez del preconsciente, el permitir la emergencia de asociaciones que nos desconciertan por su carácter inesperado, el no dar más importancia al proceso simbólico que a cualquier otro proceso… en una palabra: el permitir la improvisación.

Dicho de esta manera todo esto parecería fácil y tal vez aceptable por la mayoría de psicoanalistas. En realidad en la práctica cotidiana y en el terreno del hacer-pensar, la relación con el niño comporta momentos de tensión insospechados. Podríamos abordarlo así: los intentos (como R. Diatkine los
describe) de familiarizar, por parte del niño, a ese personaje molesto (psicoanalista) implican la reactivación de fantasías orales canibalísticas (apropiárselo) con todo su corolario sádico-anal (dominación, manipulación, control, etc.) que pueden traducirse en el aquí y ahora por un aumento extraordinario de la angustia (proporcionalmente a la falta de mentalización alimentada por las actividades motoras). En este contexto podemos suponer que toda la actividad defensiva se pone en juego… y el niño propone juegos para consolidarla y perpetuarla. Si los juegos, en vez de servir de para-excitación protectora, se transforman en excitantes (actitudes condescendientes del psicoanalista), el niño debe recurrir a defensas de carácter, que revisten, a veces, tanta fuerza que obligan al psicoanalista a perder su función –su identidad–. Así, la palabra del terapeuta pierde también su valor comunicativo. Se llegan así a crear escenas donde los dos protagonistas o se aburren o perpetúan los juegos forzados que acentúan el inmovilismo psíquico. No pasa nada, ningún cambio psíquico es posible.

No es raro que en estas situaciones, tanto niños como padres estén encantados. Cuando no pasa nada, los padres suelen sentirse asegurados de que nadie pueda hacer mejor que ellos y los niños se sienten valorados por haber manipulado así a todos los adultos. M. Fain lo llama “la comunidad de la renegación”.

IDENTIFICACIONES HISTERICAS

Sin llegar a estos extremos de la renegación compartida, desearía resaltar el problema de las identificaciones histéricas cruzadas entre niños y psicoanalistas. Nadie se extrañaría que cualquier adulto cuando se pone a jugar por el suelo con un niño, regresa y esa regresión tiene matices diferenciales de otras regresiones ya que supone una vuelta hacia su propia infancia (sin necesidad de una vuelta a una etapa libidinal precisa). En esta situación, el psicoanalista tiene que desarrollar un trabajo mental especifico para conservar su neutralidad psicoanalítica, su escucha imparcial y la comprensión del funcionamiento mental del niño. Y este trabajo no se adquiere por simple entrenamiento, como algunos analistas de adultos piensan, sino por una serie de elaboraciones personales que permiten la transformación de las identificaciones primarias narcisistas en identificaciones histéricas; esta transformación organiza la excitación y proporciona los contrainvestimientos necesarios para contener esas excitaciones.

De esta manera el mecanismo de la contención está preparado para que la identificación histérica permita la introyección.

Veamos más en detalle:

La identificación histérica para Freud es la identificación a la persona odiada. Para la niña, sería identificarse a la madre, por ejemplo, con un síntoma, para sustituirla y así realizar la fantasía de incesto con el padre. Ahora bien, en múltiples escritos (sobre todo en “La interpretación de los sueños”) Freud amplifica las significaciones de esta identificación: Al desear al mismo tiempo sustituir a la madre e impedirla cualquier satisfacción sexual, la identificación histérica comporta siempre una insatisfacción. Esta insatisfacción permitirá la puesta en marcha de otros procesos psíquicos: la renuncia del objeto, el mantenimiento del investimiento, el contrainvestimiento y finalmente la represión ; represión que garantiza la desexualización y la introyección.

Una autora francesa, J. Schaeffer ha estudiado en detalle estos procesos partiendo de dos ideas: lo que ella llama identificación contra y préstamo. Contra, porque la niña no se identifica con la madre sino contra ella (persona odiada). Contra la madre pero también contra el deseo de ésta hacia el padre. Por eso, la erotización persiste en la insatisfacción (persistencia que mantiene el investimiento). El préstamo se refiere a que en la identificación histérica se toma prestado el cuerpo de otro. De ahí que la otra persona pueda introyectarse sin peligro, puesto que a la vez está dentro y fuera del psiquismo ya que representa lo propio y lo ajeno. Añadiría que en esta situación de préstamo, el odio está contrainvestido y como sabemos, la energía de ese contrainvestimiento mantiene la represión; pero a su vez, como la teoría de la represión nos enseña, toda represión es desexualizante y la desexualización es el paso previo a las posibilidades sublimatorias.

Con todo este desarrollo comprenderemos mejor la función introyectiva que Freud dio a la identificación histérica, función que a su vez permite “ una buena renuncia del objeto externo”.

Freud ejemplifica estos movimientos psíquicos en el sueño llamado de “La bella carnicera”. Se lo recuerdo brevemente:

“Quiero dar una cena pero sólo tengo un poco de salmón ahumado. Quiero hacer compras pero recuerdo que es domingo y todas las tiendas están cerradas. Quisiera llamar a la tienda pero el teléfono está estropeado. Debo, pues, renunciar a dar una cena”.

Freud dice que el deseo expresado en ese sueño es un deseo de la paciente de identificarse a una de sus amigas: si le ofrece una buena comida, la amiga se pondrá guapa y más atractiva para su marido. Así, identificándose a esa amiga, expresa el deseo que el deseo de su amiga no se satisfaga. Freud dice “la enferma se conforma a las reglas del pensamiento histérico” cuando expresa celos hacia la amiga poniéndose en su lugar en el sueño e identificándose a ella por la creación de un síntoma: el deseo de un deseo insatisfecho (según J. L. Donnet).

CONCLUSION

En la práctica psicoanalítica con los niños se nos plantea con mayor agudeza la problemática de las identificaciones, ya que identificación significa cambio psíquico. Pero sobre todo porque identificación no es un proceso que surja espontáneamente (como podría imaginarlo cualquier persona, es decir solamente por la mirada, el espejo e incluso la relación afectiva). El proceso identificatorio, como cualquier proceso, implica una serie de transacciones (Freud diría: comercios) psíquicas que van desde los simples investimientos a la complejidad de las introyecciones.

Las introyecciones no son tampoco movimientos psíquicos sencillos (como la palabra lo indicaría: la presencia de otro bastaría para introyectarlo). Sabemos que no se introyecta solamente por mirar a alguien, ni por escucharlo ni siquiera por la relación. Las introyecciones son resultantes de un trabajo psíquico complejo. A lo largo de estas reflexiones he intentado estudiar la delicada trama de los procesos de identificación que se organizan en la situación analítica con niños. Situación que implica la elaboración de las circunstancias en las que el niño puede organizar un trabajo mental gracias a las intervenciones del psicoanalista. Trabajo que irá transformando los investimientos en identificaciones histéricas para preparar el terreno de las introyecciones y de las sublimaciones.

Las intervenciones del analista (cuando su identidad se ha consolidado) pueden organizar un trabajo psíquico si surgen de una escucha neutra, para que el proceso asociativo compartido transforme ese encuentro insólito en un verdadero proceso de identificación, es decir, de cambio.

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