Sociedad Española de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y del Adolescente

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El enigma del síntoma y sus caminos en la psicoterapia psicoanalítica de niños y adolescentes: un caso clínico

PDF: caso-clinico-enigma-sintoma-psicoterapia-psicoanalitica.pdf | Revista: 51-52 | Año: 2011

EL REENCUENTRO CON DIANA Y CON LA MUERTE: MÁS ALLÁ DEL SÍNTOMA

Tres años después de haber dejado de ver a Diana recibí la llamada telefónica de su madre. Parecía como si quisiera saludarme, después me relata que a Diana –quien tiene ya trece años- una compañera escolar le ha descubierto algunas pastillas en su bolso, le había dicho que se iba a suicidar y que tenía que ayudarla, no debía contarlo a ningún adulto, sería en una fiesta que iban a organizar.

La amiga de Diana, no tolera la angustia y avisa en el colegio. Entonces llaman a los padres y les comentan lo que está sucediendo con Diana.

La madre se muestra sorprendida, el padre impactado, pues comprobó que su hija le robó unas pastillas de su maletín médico que no eran de riesgo, pero lo hizo.

Comentan que Diana había estado ansiosa y mucho más irritable que cuando me consultaron por primera vez, pero que negaba necesitar ayuda alegando que no quería ser catalogada como “la loca de casa”. Su madre sintió que podría ayudarla  sin intervención profesional mejorando su comunicación con ella.

Al volver a ver a los padres de Diana, me doy cuenta, que ellos insisten en su relato de “la familia feliz”, incluso ha mejorado su situación económica y están por comprar casa nueva, sus dos hijos varones se desarrollan con gran éxito escolar y social. La madre de Diana ya está trabajando, ha hecho varios cursos de Tanatología y ahora ayuda a los enfermos terminales y sus familias. Está fascinada con el trabajo de “ayudar a bien morir”. En mi contratransferencia, el afecto es paralizante, “¿ayudar a bien morir a Diana?”.

Mi primera recomendación es una evaluación lo antes posible con la Psiquiatra de niños y adolescentes así como la necesidad de retomar el tratamiento, conmigo o con quien Diana quiera. A pesar de que ellos consideran que es un gesto manipulador y tal vez lo es,  ello no disminuye la gravedad y el riesgo.

La Psiquiatra en su valoración del caso  de Diana no indica medicación, pero si  retomar su tratamiento psicoanalítico. Me informa que la chica tiene una compulsión particular y peligrosa por cortar cosas  que los padres le relataron: puede cortar su ropa, de hecho recientemente hizo trizas la colcha que cubre su cama.

Diana acepta, con mucha resistencia venir a consulta. Está silenciosa, no habla, con una mezcla de vergüenza y triunfo. Relata el evento de las pastillas como un juego “no soy tonta, ni loca, no me iba a matar, a ver si así me hacen caso”. Sólo al final de esta sesión su semblante parece un poco triste. Pero la rabia y hostilidad lo invaden todo.

Diana ha crecido, está más delgada y alta, bonita, su pelo mejor cuidado, sus uñas pintadas de negro que ahora es su color preferido para vestir.

No es fácil hacer un contrato terapéutico con ella pues rechaza toda ayuda. Evocamos  su última sesión, hacía tres años,  y le recuerdo su comentario de la amiga que quería morir y la otra chica que sí murió por un suicido. Ahora ella está en ese lugar y no sabemos porqué. Tras esta intervención Diana finalmente acepta venir, a pesar de la rabia y desconfianza.

Esta segunda etapa del tratamiento duró casi dos años y resultó una verdadera “guerra campal”, es decir, una puesta en escena de la pulsión tanática en todo lo referente a su vínculo con la terapeuta. Diana estableció una reacción transferencial cargada de odio y hostilidad de una fuerza impactante, lograba detectar en que puntos podía herir más a la analista. “Era culpable de tenerla prisionera, de juzgarla loca, era odiosa, fea, vieja, el pelo y su aspecto desagradable”. En su ataque de envidia y rabia, el cuerpo de la analista era uno de sus blancos favoritos. ¿Sería el cuerpo lastimado de su madre? Obviamente esto no era aceptado por ella. Así, sus sesiones oscilaban entre rabia, odio y hostilidad, o bien un silencio retador y que costaba mucho trabajo tolerar.

La vida interna de Diana, estaba entre el odio y el vacío. ¿Qué vacío era? En su negativa a hablar, decidí a propósito y con la compañía de mi supervisora,  tolerar el silencio mientras yo usaba un libro con el título de “Tanatología” bien visible en la portada del libro.

Diana rápidamente se dio cuenta y entonces entre su silencio y hostilidad después de algunas sesiones relató un sueño con gran placer: “soñé que tu te morías, tenías sangre por todo el cuerpo, estabas toda cortada, en pedazos. Yo era libre”. Verbaliza su deseo de que en realidad sea así. Lo relaciono con el daño corporal de su madre y Diana se enfurece, pero acepta hacer un relato o cuento con el contenido del sueño. No pudo llevarlo a terreno muy simbólico, pues lo que tenía que ser un cuento, resultó una dramatización peligrosa durante la cual hizo algunos cortes con la tijera a las cortinas del consultorio y pintó sus manos y las mías con tinta roja cuyas huellas tardaron en borrarse varios días.

Recuerdo una sesión agotadora y muy intensa para ambas. Pero a partir de esa dramatización la agresión continuó siempre a nivel verbal y no cortaba cosas en casa, también estaba cuidando más su cuerpo.

LA CONTRATRANSFERENCIA EN LAPSUS

Ante semejante carga afectiva, en una de las entrevistas con la madre de Diana, de tono dulce como siempre, me habla sobre lo difícil de mi trabajo. Diana se expresa sobre mí con mucha rabia siempre y hasta se burla, se niega a venir pero siempre está puntual para sus sesiones. Continúan las peleas con su mamá, pero con menor intensidad y se ha distanciado de la relación con su tía materna. Tiene más amigas y amigos en la escuela. Sale con más frecuencia con ellos y sus notas escolares van bien, parece menos enfadada consigo misma y con su cuerpo pues ya no lo oculta tanto en su vestimenta. Se le ve menos irritable y mucho más vital.

Aprovecho para que la madre de Diana me hable de los afectos que la rabia de esta chica le generan a ella. Lo evade de la misma forma que cuando aludimos a los daños en su cuerpo. “Diana tiene que acostumbrarse a una mamá así, no es mi culpa y yo lo he superado por completo, nunca he estado deprimida, ni me he querido morir por eso, ella tiene menos razones aún”.

Entonces viene mi lapsus. Al confrontar a la madre con su dificultad en la relación con Diana por ser mujer y estar creciendo iba a decirle: “ella está tan dolida” y en su lugar digo: “ella no está tan jodida”. Su madre se queda perpleja, no responde, como si no lo hubiera escuchado. Se lo hago notar, le comento que debe tener que ver con la intensidad del tratamiento y pido disculpas por mi manera de decirlo, pero seguramente habrá una parte de verdad. Ella lo niega. “Nunca le tendría envidia por estar bien, eso me hace muy feliz y que sea bonita también, aunque no se cuide mucho”.

En las sesiones siguientes, Diana se queja de que su madre ha estado furiosa con ella por lo que yo le dije: “eres tonta y mala psicóloga, no debes contar lo que te dicen los pacientes”. Le aclaro que lo he dicho yo y que ella nunca lo ha puesto en palabras, pero que sí es lo que siente. Diana con mucha rabia me dice “ahora me entiendes, como se lo tuviste que decir para que escuchara, nunca escucha, es perfecta”.

A partir de este momento las sesiones ya no pasaban por el silencio, pero Diana seguía con sus ataques. Empezó a hablar un poco más de sus amigos y de un chico que le gustaba. Comenta que le hacía ilusión estar terminando ya la secundaria, su arreglo personal estaba mejorando notablemente. Hacia el final del curso escolar apareció su negativa a venir. Alude cansancio, pero es el retorno de la resistencia y el temor de continuar el trabajo terapéutico. Constantemente hacía referencia a que ella no estaba loca.

Por otra parte, finalmente la madre de Diana acepta que se siente molesta y dolida conmigo. Comenta que tal vez ella no se había dado cuenta de que sus afectos hacia Diana tuvieran que ver con su propio defecto físico. En esta entrevista a la que también asiste el padre, su actitud es más participativa, comenta que Diana se está acercando más a él y que se muestra más amigable. Nuevamente dicen que están cansados de la negativa de Diana a continuar con el tratamiento y que para ellos también está resultando muy doloroso y plantean el final del análisis.

Ahora les explico que veo más claramente que cuando el dolor y la rabia son tan fuertes ellos tienden a huir, lo mismo que Diana. Ante sus insistencias acepto que Diana pueda dejar de venir, pero si ella y sus padres admiten que hemos descubierto conflictos muy dolorosos que están sin elaborar.

Los padres y Diana quieren marcharse y huir. Sin embargo, esta vez aceptan de buen agrado y sobre todo ella, que necesitan asistir a una terapia familiar porque ahora está evidenciado que Diana no es el único problema de casa, simplemente es quien puede actuar la agresión de todos. El padre esta vez es quien más participa para comentar que seguirán la indicación que les he dado “necesitan ayudar a Diana y ayudarse todos”.

Así terminó mi experiencia terapéutica con Diana. En el Colegio estaba mejor, tenía un novio, amigos y su cuerpo cada vez estaba más cuidado y menos escondido.

Este caso me enseñó mucho sobre la contratransferencia intensa y paralizante, en consonancia con la rabia y hostilidad puesta en transferencia por la paciente, incluso en deseos actuados francamente destructivos acerca del cuerpo de la terapeuta y la presencia de la pulsión de muerte como sello en el vínculo de madre e hija. En estos casos es más importante aún, buscar escucha en la supervisión, en los grupos de estudio y en nuestros propios análisis. Pues es complejo el trabajo analítico con sujetos objetos de la fuerza del narcisismo dañado de una madre que ha sido proyectado con tal intensidad en la relación con su hija.

Diana me mostró que no todos los casos son éxitos terapéuticos y menos que menos sencillos y que el trabajo de psicoterapia requiere de humildad y de una constante revisión de nuestros afectos y reacciones contratransferenciales. Es por esta enseñanza que se escribe este trabajo y que conlleva también un agradecimiento a esta chica y sus padres, así como a mi analista y a mi supervisora de aquel tiempo.

REFLEXIONES  TEÓRICAS FINALES

En algunas de las reflexiones teóricas posibles sobre este caso, la primera es recordar los trabajos de Klein (1994) sobre la lucha entre amor y odio que aparece en la primera infancia y que opera en el psiquismo para toda la vida.

La fuerza del amor tiende a preservar la vida, los impulsos destructivos a potenciar la pulsión de muerte, pero con ellos, se da lugar a los mecanismos de reparación de las fantasías de destrucción que cuando no son elaboradas se convierten en actitudes destructivas contra los objetos y el propio yo.

Diana no había elaborado la posición depresiva, no había podido reparar el cuerpo destruido de su madre, -que en su fantasía había dañado ella misma-, y ahora su cuerpo tendría que pagarlo. Al llegar la adolescencia este conflicto se reactualiza en su propio cuerpo femenino como el de su madre, al convertirse ella misma en habitante de un cuerpo de mujer, pero que no estaba dañado físicamente.

Mc.Dougall (1996) habla de la importancia del conflicto pulsional arcaico y fusional con los objetos primarios como fuente poderosa de perturbaciones en la estructura de la autoimagen narcisista, que se convierten en “ser el espejo del otro”. Era Diana el espejo del cuerpo dañado de su madre, la cual a su vez no era capaz de mirarse sino a través de su hija como “la que tiene conflictos y está dañada”.

Winnicott (1993) explica con claridad, que los niños y niñas que deben batallar contra una defensa organizada de su madre contra la depresión y tristeza, hacen la reparación no solamente de su propia destructividad -como en la posición depresiva kleiniana-, sino de las tendencias destructivas de su madre. El logro es reparar algo que es de la madre, por ello viven en una profunda insatisfacción personal y requieren pasar por un análisis donde el material estará muy cargado de destrucción para poder pasar a la construcción. Es el odio reprimido e inconsciente de la madre hacia ellos, bajo una capa de ternura especial, es la agresión velada, lo que para el paciente será mucho más difícil integrar.

Diana estaba atrapada en un conflicto preedípico y presentaba características de un trastorno de tipo narcisista como el que describe F. Kernberg (1992) con un Yo grandioso y vulnerable que tiene la necesidad de ser el centro de atención y que no permite al niño obtener ninguna gratificación por sus logros escolares o personales,  que mostrarán inhibición en el juego, aburrimiento y nada del material del consultorio o sala de juego tendrá valor para ellos. Tienden a devaluar a los demás todo el tiempo. Sin embargo, cuando el juego aparece puede tomar proporciones psicóticas -sin perder el sentido de realidad- en lo que se refiere al contenido de la agresión. Así es como se puede literalmente describir el juego que Diana representaba en la dramatización de su sueño del cuerpo de la terapeuta cortada en pedazos y sangrando, que finalmente terminó con los tijeretazos en las cortinas del consultorio y las manchas de tinta en las manos que no se borrarían tan fácilmente y que daban cuenta de una escena siniestra. Es importante empatizar con este tipo de juego y no tratar de minimizarlo pues da cuenta de cómo el niño es considerado por los padres no por sí mismo, sino como un apéndice de ellos.

F. Kernberg (1992) continúa explicando que los chicos con trastornos narcisistas son generalmente desagradables y controladores. Producen en el otro la sensación de no servir para nada y el riesgo es que mediante la identificación proyectiva el analista asuma lo proyectado como si le fuera propio. Es aquí donde la supervisión de estos casos es muy valiosa. Realmente detrás de toda esta devaluación y control de los demás existe una depresión enmascarada.

El constante rechazo de Diana a ser cuidada y querida por la analista muestra el miedo a sentirse invadida lo que puede significar, como señalan Jara et al (2001), que las experiencias de dependencia e intimidad son anheladas, pero vividas como una amenaza al frágil sentido de identidad de los adolescente con pensamientos suicidas y que en realidad indican dificultades del desarrollo temprano y una defensa mortífera contra el desamparo. La  intolerancia a los afectos dolorosos produce el efecto de huída donde el conflicto se pretende resolver en el cuerpo real propio y ajeno. Esto conlleva ineludiblemente a severas  dificultades tanto en el proceso de separación como en la vivencia de la sexualidad.

Pombo (2005) escribe que la identidad del cuerpo propio está en juego en el proceso adolescente y si en este proceso los síntomas atañen a dañar o dañarse es porque hay un desajuste de la intrincación pulsional y la pulsión de muerte domina la escena de lo corporal. Cada cuerpo tiene su memoria del dolor y la calma, de la satisfacción y el desamparo, de la vida y la muerte. Cada sujeto es portador de lo inédito de su existencia en la memoria corporal que se constituye en huellas mnémicas a partir del cuerpo reconocido por la madre. Señala que para acceder al “sí mismo” corporal se comenzará un complejo proceso de separación del otro que encuentra pleno auge en la adolescencia que es el tiempo de reunir la identidad psíquica con los cambios del cuerpo y el encuentro con la sexualidad adulta.

Finalmente, Casas de Pereda (2008) habla sobre el juego infantil como la puesta en escena en transferencia y dice que la praxis psicoanalítica es un acto que como el lapsus o el síntoma tienen un lado de ficción que los enmascara y que lo verdadero  del deseo inconsciente se podrá revelar en los efectos de la transferencia. El niño y el adolescente en su discurso, gesto, juego y palabra dicen de su dolor, de su rabia, de su amor, dicen sin saber que dicen (como el lapsus) porque juegan y discursean con los objetos y con la figura del analista, a veces también con su cuerpo. Al final el síntoma del niño refleja siempre la verdad inconsciente de la pareja parental.

Diana en su proceso terapéutico “cortado en trozos” como las cortinas de la sala de juegos y un tanto “sangriento con manchas de tinta”, representaba todo un reto para elaborar una estrategia donde la palabra y el juego pusieran equilibrio al desajuste de las pulsiones. La transferencia intensa, intrincada a su vez en el amor y el odio  puesta en juego por esta adolescente ha sido inolvidable, tanto como para servir de tema a esta comunicación.

Bibliografía

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  3. F. Kernberg P. (1992). La psicoterapia en niños con patologías narcisistas. Cuadernos de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y el Adolescente. 13/14, 31-50.
  4. Jara, S.; González, S.; San Miguel, P. y Urizar, M. (2001). Aproximación a las tentativas de suicidio en los adolescentes. Cuadernos de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y el Adolescente.31/32, 115-139.
  5. Klein, M. (1994). Amor, Culpa y Reparación. En Obras completas Vol. 1. México: Paidós (Orig. 1937).
  6. Leivi, M. (2001). El síntoma en la clínica analítica. Psicoanálisis APdeBA. XXIII/2, 341-355.
  7. Mc. Dougall, J. (1996). Alegato por una cierta Anormalidad. México: Paidós (Orig. 1978).
  8. Mc. Dougall, J. (1998). Las Mil y una caras de Eros: La sexualidad humana en busca de soluciones. Paidós: México (p.13).
  9. Pombo, J. (2005). Identidad anoréxica: cuerpo adolescente y sexualidad. En N. Corral (coord.) Nadie sabe lo que puede un cuerpo (pp. 146-159). Madrid: Talasa
  10. Ulrikse, V. (2002). Construcción del encuadre en psicoanálisis de niños. Revista Uruguaya de Psicoanálisis. Nº96, 24-30.
  11. Winnicott, D.W. (1993). Desarrollo del tema del inconsciente de la madre, tal como se descubre en la práctica psicoanalítica. En Exploraciones Psicoanalíticas I. Paidós: México (Orig. 1969).

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