Sociedad Española de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y del Adolescente

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Conceptualización teórica acerca de las denominaciones de la violencia juvenil

PDF: conceptualizacion-teorica-violencia-juvenil.pdf | Revista: 51-52 | Año: 2011

Susana Quiroga
Dra. en Filosofía y Letras con Orientación en Psicología, UBA, 1983. Lic. en Psicología, Facultad de Filosofía y Letras, UBA. Miembro Titular en Función Didáctica (APA) y Full Member of the International Psychoanalytic Association (IPA). Categorizada como Investigadora Categoría I (CIN). Investigadora certificada en la University College London. Profesora Titular Consulto, UBA. Directora del Programa de Actualización en Clínica Psicoanalítica de las Patologías Actuales. Directora del Programa de Psicología Clínica para Adolescentes, Sede Regional Sur, UBA. Directora del Proyecto UBACYT 2008-2010 P049. Autora de Del goce orgánico al hallazgo de objeto y Patologías de la Autodestrucción.

Glenda Cryan
Dra. en Psicología, UBA; Lic. en Psicología, UBA. Investigadora Asistente del CONICET. Docente de la Cátedra I de Psicología Evolutiva II: Adolescencia. Investigadora de apoyo en los Proyectos UBACYT 2004-2007 P069 y 2008-2010 P049.

RESUMEN

El objetivo de este trabajo es reflexionar acerca de las conceptualizaciones teóricas y de las denominaciones que se utilizan habitualmente para referirse a la violencia juvenil, especialmente desde el punto de vista psicodinámico.

Los adolescentes violentos presentan dificultades técnicas y metodológicas para su abordaje, dado que se caracterizan por desconexión afectiva y cognitiva y conductas amenazantes de odio y descalificación del otro combinadas con estados de vacío mental y desvitalización. Dado que la mayoría de los pacientes son derivados por instituciones externas, resulta de fundamental importancia realizar un diagnóstico específico.

En primer lugar, se presenta una delimitación de los diferentes términos que se utilizan habitualmente para referirse a la violencia (conflicto, agresividad, agresión, violencia, delincuencia) así como también las diferentes conceptualizaciones de la violencia realizada desde diversas escuelas teóricas, incluyendo los desarrollos realizados acerca de la violencia juvenil.

En segundo lugar, se presenta la conceptualización psicodinámica de la violencia, la cual incluye los desarrollos metapsicológicos freudianos y postfreudianos, en el que se hará referencia en un apartado especial a la díada vincular primaria.

Por último, se incluye un caso clínico en el que se articulan los desarrollos teóricos expuestos. PALABRAS CLAVE: violencia juvenil – conceptualización teórica – desarrollos freudianos y postfreudianos.

ABSTRACT: THEORETICAL CONCEPTUALIZATION ABOUT THE YOUTH VIOLENCE DESIGNATIONS

The aim of this paper is to reflect upon the theoretical conceptualizations and designations which are commonly used to refer to youth violence, especially from the psychodynamic point of view.

Violent adolescents show technical and methodological difficulties to be approached since they are characterized by emotional and cognitive disengagement and threatening behavior involving hatred and disqualification of the others, in combination with mental emptiness episodes and devitalization. Since most patients are referred by external institutions, it is of crucial importance to carry out a specific diagnosis.

First, we present the boundaries to the different terms commonly used to refer to violence (conflict, aggression, aggressiveness, violence, crime) as well as several conceptualizations of violence, accomplished by different theoretical schools, including developments about youth violence.

Secondly, we present the psychodynamic conceptualization of violence, which includes the freudian and post-freudian metapsychological developments, in which the primary dyad will be referred to under a separate link.

Finally, we include a case in which the exposed theoretical developments appear articulately. KEY WORDS: youth violence – theoretical conceptualization – freudian and post-freudian developments.

1. Introducción

En la Universidad de Buenos Aires funciona desde el año 1997 el Programa de Psicología Clínica para Adolescentes (Directora: Prof. Dra. Susana E. Quiroga), en donde se asisten a adolecentes tempranos, medios y tardíos con conductas antisociales y autodestructivas. Las características de este tipo de adolescentes y el contexto psicosocial en el que se desarrollan hacen que los adolescentes y sus familias estén expuestos a situaciones de alta vulnerabilidad y riesgo. Estas características incluyen reiterados traumas infantiles, desamparo psíquico y físico, migraciones, cambios de estructura familiar, desaparición o muerte dudosa de los progenitores en un contexto de delincuencia, consumo y tráfico de drogas, pudiendo ser víctimas de abuso físico y sexual (Quiroga y Cryan, 2004, 2005 b; Quiroga, Emborg, González, Pérez Caputo, y Fernández, 2002; Quiroga, Nievas, Domínguez, González, Emborg, et.al, 2003, Quiroga, Nievas, Maceira, González y Dominguez, 2005).

En líneas generales, los adolescentes violentos presentan dificultades técnicas y metodológicas para su abordaje, dado que se caracterizan por desconexión afectiva y cognitiva y conductas amenazantes de odio y descalificación del otro combinadas con estados de vacío mental y desvitalización. Es por ello, que se creó y desarrolló un dispositivo diagnóstico-terapéutico denominado Grupo de Terapia Focalizada- GTF específico para el abordaje terapéutico de la violencia juvenil. El estudio y análisis de la eficacia terapéutica de este dispositivo se enmarca dentro de los Proyectos de Investigación UBACyT 2001-2003: P056, UBACyT 2004-2007: P069 y UBACyT 2008-2010 P049 (Directora: Prof. Dra. Susana E. Quiroga), subsidiados por la Universidad de Buenos Aires.

En la Unidad de Violencia de este Programa, la mayoría de los pacientes son derivados por escuelas, juzgados e instituciones de acción social. Es por ello que resulta de fundamental importancia realizar un diagnóstico específico acerca de las conductas violentas por las que son derivados.

El objetivo de este trabajo es reflexionar acerca de las conceptualizaciones teóricas y de las denominaciones que se utilizan habitualmente para referirse a la violencia juvenil, especialmente desde el punto de vista psicodinámico.

En primer lugar se presentará una delimitación de los diferentes términos que se utilizan habitualmente para referirse a la violencia así como también las diferentes conceptualizaciones de la violencia realizadas desde diversas escuelas teóricas, incluyendo los desarrollos realizados acerca de la violencia juvenil. En segundo lugar, se presentará la conceptualización psicodinámica de la violencia, la cual incluye los desarrollos metapsicológicos freudianos y postfreudianos, en el que se hará referencia en un apartado especial a la díada vincular primaria. Por último, se incluirá un caso clínico en el que se articularán estos desarrollos teóricos.

2. Desarrollos acerca del concepto de Violencia

2.1 Delimitación de Conceptos: Conflicto, Agresividad, Agresión, Violencia y Delincuencia

Algunos términos son utilizados con frecuencia en forma indiscriminada para describir a los adolescentes violentos; es por ello que resulta importante conocer el alcance de los mismos. En este punto, se presentan las definiciones más abarcativas acerca de estos términos, a través de la delimitación de los conceptos de conflicto, agresividad, agresión, violencia (que será desarrollado más ampliamente en el próximo punto) y delincuencia.

El término conflicto suele ser definido, en general, como el conjunto de factores que se oponen entre sí. Desde el psicoanálisis se considera al conflicto como constitutivo del ser humano (Laplanche y Pontalis, 1996) y desde diversos puntos de vista: conflicto entre el deseo y la defensa, conflicto entre sistemas (Inc-Prec-Cc) y conflicto entre instancias (yo, ello y superyo). Además de ello se puede considerar el conflicto entre pulsiones, el conflicto edípico y el conflicto con lo prohibido o el superyo. La resolución del conflicto implica un trabajo orientado a la obtención de un nuevo equilibrio psíquico, más estable que el anterior.

Con respecto a la agresividad, la misma representa la capacidad de respuesta del organismo para defenderse de los peligros potenciales procedentes del exterior (Echeburúa, 1989). Esto implica considerar a la agresividad como una respuesta adaptativa de los seres humanos que forma parte de las estrategias de afrontamiento de que disponen los mismos. En este sentido, Lolas (1991) distingue tres dimensiones en la noción de agresividad: una conductual a la que denomina agresión, una fisiológica que apunta a los concomitantes viscerales y autonómicos y que forma parte de los estados afectivos, y por último, una vivencial o subjetiva a la que denomina hostilidad y que califica la experiencia del sujeto. Esta conceptualización de la agresividad permite afirmar que  todas las personas son agresivas pero no necesariamente violentas.

En forma directamente relacionada con la agresividad, se encuentra el término de agresión, ya que el mismo remite a la conducta mediante la cual la potencialidad agresiva se pone en acto. A través de esta conducta, se puede entender que la agresión comunica un significado a través de las diferentes formas que adopta (motoras, verbales, gesturales, posturales, etc.). Esta conceptualización de la agresión permite observar que la misma tiene un origen (agresor) y un destino (agredido); en este punto resultan fundamentales los desarrollos de Benyakar (2003), quien plantea que el rasgo fundamental de la agresión es que el ejecutor del daño se presenta abiertamente como tal, emitiendo signos que alertan al destinatario y que le permiten desarrollar modos de defenderse.

A diferencia de la agresión, la violencia tiene, por el contrario, un carácter destructivo sobre las personas y los objetos, lo cual supone una profunda disfunción social. Continuando con los desarrollos de Benyakar (2003), el autor sostiene que lo que diferencia a la agresión de la violencia, es que en esta última el ejecutor del daño aparece enmascarado, solapado y no permite al otro advertir la amenaza contenida en la situación, alertarse y defenderse; esto implica que la fuente productora de violencia no puede ser identificada por el agredido. Es interesante considerar la diferenciación que realiza Echeburúa (1989) acerca del término violencia: por un lado se encontraría la violencia  que se desencadena en forma impulsiva o ante diferentes circunstancias tales como el abuso de alcohol, el fanatismo político o religioso, una discusión, etc. y por otro, la violencia que se presenta, como en el caso de la personalidad psicopática, de una forma planificada, fría y sin ningún tipo de escrúpulos.

Por último, el concepto de delincuencia implica un significado diferente a los anteriores, ya que la misma se refiere a la transgresión de los valores sociales vigentes en una comunidad en un momento histórico determinado. En este sentido, la delincuencia puede acompañarse o no de conductas violentas (Echeburúa, 1989).

Como se puede observar en estas conceptualizaciones, la delimitación de estos términos a menudo no es muy clara y pueden llevar a confusiones al intentar realizar un diagnóstico adecuado. Sin embargo, a modo de síntesis, se pueden considerar algunas características particulares que los distinguen: el conflicto es constitutivo del ser humano, la agresividad representa la capacidad de respuesta del organismo para defenderse de los peligros potenciales procedentes del exterior, la agresión remite a la conducta mediante la cual la potencialidad agresiva se pone en acto, la violencia tiene un carácter destructivo sobre las personas y los objetos imposibilitando la defensa, y la delincuencia implica la transgresión de valores sociales pudiendo estar acompañada o no de conductas violentas.

2.2 Conceptualización de la Violencia

La raíz etimológica del término violencia remite al concepto de fuerza, dado que es la combinación de dos palabras en latín, la raíz “vis” (fuerza) y el participio “latus”, de la palabra “fero” (acarrear, llevar). Esto significa que la palabra violare, violencia, en su origen etimológico tiene el sentido de acarrear fuerza hacia. Es interesante considerar que en la palabra violencia surge la palabra fuerza, la misma que emplea Foucault (1979) para referirse al poder como una fuerza material, una acción que se ejerce para controlar el deseo del otro. Por lo tanto, la violencia presupone el uso de la fuerza, dimensión del poder donde hay alguien que lo posee y lo ejerce, y alguien que está desposeído y lo sufre (Angelino, 2006). Por otro lado, la raíz “vis” forma parte de palabras de significado contrapuesto tales como violación o virtud: violación como forzamiento y negación de la voluntad del otro que es negado como individuo o como persona mediante el uso de la fuerza material y virtud como fuerza de ánimo, fuerza del valor, propio de la fuerza moral.

Desde la perspectiva de la mitología griega, la Violencia era una divinidad alegórica pagana llamada Bia por los griegos. En este punto, Misgalov (1986) expresa que era hija de la ninfa Efigia y del gigante Palas, y junto con sus hermanas la Fuerza (Cratos) y la Victoria (Niké) y Zelos, vivió desde su niñez en el Olimpo, protegida por Zeus. En la Ciudadela de Corinto hubo un templo dedicado a la Violencia y a Némesis, quien más que una divinidad era una fuerza divina, abstracta, que mantenía el orden y el equilibrio entre el poder, la riqueza y la belleza excesivos. A la Violencia se la terminó considerando  como la diosa de la venganza y suele ser graficada como una mujer armada con una coraza que con una maza mata a un niño.

En el marco del “Informe mundial sobre la violencia y la salud. Maltrato y descuido de los menores por los padres u otras personas a cargo”, realizado por la Organización Mundial de la Salud- OMS, Krug, Dahlberg, Mercy, Zwi, y Lozano (2003), definen la violencia como el uso intencional de la fuerza o el poder físico, de hecho o como amenaza, contra uno mismo, otra persona o un grupo o comunidad, que cause o tenga muchas probabilidades de causar lesiones, muerte, daños psicológicos, trastornos del desarrollo o privaciones. Esta definición comprende tanto la violencia interpersonal como el comportamiento suicida y los conflictos armados, cubriendo también una amplia gama de actos que van más allá del acto físico para incluir por un lado, las amenazas y las intimidaciones, y por otro lado, las numerosísimas consecuencias del comportamiento violento tales como los daños psíquicos, las privaciones y las deficiencias del desarrollo que comprometen el bienestar de los individuos, las familias y las comunidades. Desde esta perspectiva, la violencia es subdividida en tres grandes categorías de acuerdo con el comportamiento del autor del acto violento: por un lado se encuentra la Violencia dirigida contra uno mismo (comportamientos suicidas y autolesiones); por otro, la Violencia interpersonal (dividida en dos subcategorías: a- violencia intrafamiliar o de pareja que incluye el maltrato de los niños, la violencia contra la pareja y el maltrato de los ancianos y b- violencia comunitaria que incluye la violencia juvenil, los actos violentos azarosos, las violaciones y las agresiones sexuales por parte de extraños así como también la violencia que se lleva a cabo en establecimientos como escuelas, lugares de trabajo, prisiones y residencias de ancianos); y por último, la Violencia colectiva (conflictos armados dentro de los estados o entre ellos, genocidio, represión y otras violaciones de los derechos humanos, terrorismo y crimen organizado).

Más allá de esta definición abarcativa realizada por una prestigiosa institución internacional, la violencia ha sido conceptualizada desde diferentes perspectivas teóricas, que a continuación se exponen brevemente.

Desde los conceptos de la psicología conductual, Echeburúa (1989) plantea que la violencia tiene un carácter destructivo sobre las personas y los objetos y supone una profunda disfunción social. El autor reconoce la existencia de predisponentes psicosociales en el desarrollo de las personalidades antisociales en la adultez, que aluden al conjunto de circunstancias que favorecerían la emergencia de conductas violentas. Entre estos predisponentes incluye el abuso infantil, el nivel socioeconómico bajo, la residencia en barrios marginales y en viviendas hacinadas, la falta de escolaridad suficiente, el subempleo, la humillación, el castigo físico sistemático, la ruptura familiar y el aprendizaje social que facilita la adopción temprana de conductas antisociales así como también la búsqueda de reforzamientos alternativos poco convencionales. En la misma línea que Echeburúa, del Corral (1989) afirma que el mejor predictor del delito violento en la vida adulta surge de la interacción entre cierta vulnerabilidad psicológica y una historia de abuso y/o violencia familiar.

Desde una perspectiva social, Franco (1993) explica que la violencia no puede ser considerada como un conjunto de hechos que suceden aisladamente, sino que debe ser comprendida como un proceso. Este proceso se desarrolla a partir de condiciones estructurales del individuo y el contexto en el cual toma lugar, haciendo que en ocasiones seamos víctimas de la violencia o por el contrario, agentes activos, cómplices o tolerantes de la violencia. En esta línea, la modalidad abusiva del ejercicio del poder emerge en sistemas humanos donde existen interacciones abusivas facilitadas por un sistema de creencias y valores que las justifican (Garrido, 2002).

Desde el punto de vista de la psiquiatría, Basile (1999) explica que la violencia ocurre cuando se rompe el balance entre los impulsos y el mecanismo de  control del yo, lo cual significa que si bien una persona puede tener fantasías o pensamientos violentos, a menos que se pierda el control, éstos no se convierten en actos. Esta definición implica que cualquier situación que produzca un incremento de los impulsos agresivos en el contexto de una disminución de control, puede producir actos violentos.

Con respecto a la conceptualización psicodinámica de la violencia, como se expresó anteriormente, la misma será profundizada en el tercer punto. En este apartado, sólo se mencionará una definición de la violencia realizada por Rojas, Kleiman, Lamovski, Levi y Rolfo (1990) quienes la caracterizan como el ejercicio absoluto del poder de uno o más sujetos sobre otro, que queda ubicado en un lugar de desconocimiento, es decir, no reconocido como sujeto de deseo y reducido en su forma extrema a puro objeto. Esta conceptualización alude al uso del poder al igual que la definición planteada desde la OMS e implica considerar, de alguna manera la violencia por su eficacia. Desde este punto de vista, la eficacia de la violencia consiste en anular al otro como sujeto diferenciado, sumiéndolo en una pérdida de identidad y singularidad que señala el lugar de la angustia.

2.3 Conceptualización de la Violencia Juvenil

Con respecto a la conceptualización de la violencia juvenil, la misma plantea dificultades en la definición operacional, debido a la variedad de posturas teóricas y de las implicaciones y restricciones que cada una conlleva. En este punto, Kazdin (1993) plantea que al referirse a la violencia juvenil y/o a la conducta antisocial en niños y adolescentes, suelen utilizarse diversas denominaciones, entre las que se encuentran los términos conducta disruptiva, trastorno de la conducta, agresión, comportamiento delictivo y conducta externalizada.

Considerando nuevamente el ““Informe mundial sobre la violencia y la salud. Maltrato y descuido de los menores por los padres u otras personas a cargo”, realizado por la Organización Mundial de la Salud- OMS, Krug, Dahlberg, Mercy, Zwi y Lozano (2003) definen la violencia juvenil como aquella que afecta a personas de edades comprendidas entre los 10 y los 29 años. Para los autores, la violencia juvenil abarca un abanico de actos agresivos que van desde la intimidación y las peleas hasta formas más graves que incluyen el homicidio. En este informe, destacan que si bien algunos niños presentan problemas de comportamiento en la primera infancia que van derivando hacia formas más graves de agresión al entrar en la adolescencia y suelen persistir en la vida adulta (Huizinga, Loeber y Thornberry, 1995; Nagin y Tremblay, 1999; Stattin y Magnusson, 1989), la mayoría de los jóvenes que se comportan de forma violenta suele hacerlo durante períodos más limitados, en especial en la adolescencia, y tras haber mostrado pocos o ningún signo de problemas de comportamiento durante la infancia (Satcher, 2001).

En la misma línea, Reza, Krug y Mercy (2001) destacan que la violencia juvenil es una de las formas de violencia más visibles en la sociedad. Para los autores, ésto se debe a que en todo el mundo, la comunicación radial, televisiva y/o periodística informan diariamente sobre la violencia juvenil de pandillas en las escuelas y en las calles. Lamentablemente, en casi todos los países, los adolescentes y los adultos jóvenes son tanto las principales víctimas como los principales perpetradores de esa violencia. En este sentido, plantean que los homicidios y las agresiones no mortales que involucran a jóvenes aumentan enormemente la carga mundial de muertes prematuras, lesiones y discapacidad. En concordancia con estas ideas, Dahlberg y Potter (2001) expresan que la adolescencia y los primeros años de la edad adulta constituyen un período en que la violencia, así como otro tipo de comportamientos se expresan con mayor intensidad. LeBlanc y Frechette (1989), por otra parte, destacan que los jóvenes que tienden a delinquir sólo durante la adolescencia en busca de emociones suelen realizar estos actos en compañía de un grupo de amigos.

Los desarrollos realizados por Madaleno (2001) en la línea de la OPS/OMS muestran que la violencia juvenil es motivo de preocupación de la sociedad en general y que, aunque ha sido interpretada o definida desde diversos puntos de vista, el hecho trascendente es que es una violencia que no responde totalmente al encuadre de la violencia que manifiestan los adultos. La autora considera que la violencia juvenil es multicausal y permite reconocer la existencia de distintos factores: estructurales (desigualdad, pobreza, bajo nivel de desarrollo de la sociedad, falta de oportunidades de educación y trabajo); institucionales (carencias familiares, impunidad y desconfianza, mala calidad de educación, instituciones como la policía o la justicia) y directos o facilitadores (disponibilidad de armas, consumo de alcohol y drogas, falta de recreación y de espacios para actividades físicas). Por otra parte, entiende que es necesario incluir la perspectiva de género en este grupo etáreo, debido a que en la perspectiva tradicional, la mujer es en la mayoría de los casos la víctima de la violencia y el varón el victimario, pero en la violencia juvenil se agregan creencias compartidas acerca de que los varones son percibidos como más violentos que las mujeres. Esta percepción se refleja tanto en el estigma social asociado a ser varón como en las expectativas sociales impuestas en los adolescentes varones que incluyen por ejemplo el conformar pandillas juveniles, jugar videojuegos violentos, tener mayor cantidad de peleas violentas como forma de solución de conflictos, etc.

Con respecto a la asociación de la violencia con otras patologías y/o comportamientos, resultan interesantes los desarrollos de Satcher (2001), quien plantea que el problema de la violencia juvenil no puede ser considerado en forma aislada de otros comportamientos problemáticos. En este punto, entiende que los jóvenes violentos presentan además otros problemas asociados tales como el ausentismo escolar, el abandono de los estudios y el abuso de sustancias psicotrópicas, caracterizándose por ser mentirosos compulsivos y conductores imprudentes y estar afectados por tasas altas de enfermedades de transmisión sexual. Sin embargo, destaca que no todos los jóvenes violentos tienen problemas significativos además de su violencia ni todos los jóvenes con problemas son necesariamente violentos; por lo tanto considera fundamental conocer cuándo y en qué condiciones se presenta el comportamiento violento de acuerdo con el desarrollo de la persona para poder ayudar, de esta manera, a planificar intervenciones y políticas de prevención orientadas a los grupos de edad más críticos. En la misma línea, Farrington (2001) y Miczek, DeBold, Haney, Tidey, Vivian y Weerts (1994) destacan que en los jóvenes que presentan comportamientos violentos y delictivos, es frecuente encontrar la presencia de alcohol, drogas o armas, lo cual aumenta las probabilidades de que se produzcan lesiones graves e incluso la muerte, ya sea del atacante o del agredido.

Estas conceptualizaciones de la violencia juvenil se corresponden con lo expresado por Quiroga (1994, 2001), quien sostiene que desde el punto de vista intrapsíquico, se considera que la adolescencia constituye el momento de mayor capacidad vital de un individuo, pero también el de mayor posibilidad de riesgo. Esto se debe a que la inermidad psíquica del adolescente lo pone en una situación de desamparo frente a la realidad que le resulta traumática por carecer de elementos mentales que posibiliten una ligadura representacional adecuada.

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