Sociedad Española de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y del Adolescente

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Las intervenciones del psicoanalista en psicoanálisis con niños

PDF: janin-beatriz-intervenciones-psicoanalista-ninos.pdf | Revista: 53 | Año: 2012

Psychoanalysts’ interventions in child psychoanalysis

Este trabajo ha sido publicado en una versión anterior en Cuestiones de Infancia No 4. (1999). Ha sido modificado y corregido para esta publicación.

Beatriz Janin
Psicóloga Psicoanalista, Directora de las Carreras de Especialización de Psicoanálisis con Niños y con Adolescentes de la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales (en convenio con la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires), Directora de la revista “Cuestiones de Infancia” y Profesora de posgrado en diferentes universidades.

RESUMEN

A lo largo de este artículo se desarrollan las diferentes modalidades de intervención del psicoanalista en el trabajo con niños partiendo de la premisa de que se opera sobre un sujeto en estructuración. Se describen los diferentes lenguajes que los niños emplean y se exponen tanto las diversas formas que toma la consulta como los modos del trabajo psicoanalítico con los niños y sus padres. Se hace una distinción entre interpretaciones e intervenciones estructurantes.

ABSTRACT

The different manners of intervention which the psychoanalist may use when working with children are discussed throughout this paper, under the premise that we are dealing with a subjet in the process of structuration. The different languages children use are described as well as the different complaints the parents make when seeking professional advice and the ways in which psychoanalytical work with children and their parents can take place. A line is drawn between interpretations and structuring interventions.

RESUMÉ

Au long de cet article on développe les différentes modalités d’intervention du psychanaliyste dans le travail avec des enfants, en partant de la prémisse que l’on opère sur un sujet en structuration. On décrit les différents langages qu’emploient les enfants, et l’on expose les formes diverses que prend la consultation, ainsi que les modes du travail psychanalytique avec les enfants et leurs parents. Une distinction est faite entre interprétations et interventions structurantes.

El psicoanálisis de niños nos convoca a repensar la teoría psicoanalítica en su complejidad. Nuevos interrogantes, nuevos desafíos, nos convocan cotidianamente.

Lugar de controversias, de discusiones apasionadas, de puesta a prueba de todo el andamiaje teórico, podemos decir que el psicoanálisis con niños es un espacio privilegiado para la investigación.

A la vez, los problemas que viene suscitando son muchos y arduos. Uno de ellos es el de las intervenciones del analista, que tienen que ver con la cura y con las metas clínicas.

Considero que la especificidad del psicoanálisis con niños reside en dos factores : 1) la inclusión de los padres en el análisis del niño, lo que plantea la cuestión de las intervenciones con ellos y 2) el que las intervenciones con el niño pueden ser estructurantes, o, mejor dicho, pueden motorizar la estructuración, ser disparadoras de una transformación estructurante.

Es necesario tomar en cuenta la diversidad de conflictivas que se pueden presentar, los diferentes funcionamientos psíquicos, el predominio pulsional, las defensas, el tipo de pensamiento, para pensar las intervenciones sin caer en recetas que no dicen nada.

La herramienta principal que utilizamos es nuestro propio psiquismo, y esto implica que la formación teórica es fundamental, que sin teoría no podemos trabajar, pero que la teoría debe haber sido “digerida”, haber pasado por uno mismo.

“Tiene dificultades en la escuela…”, “Llora por cualquier cosa…”, “Se hace pís …”, “Quizás yo tenga la culpa …”, “Salió al padre …”, “¿Qué le pasa ?…”, “¿Por qué esto a mí? …”, “¿Qué debemos hacer? …”

Y el consultorio se puebla de quejas, de pedidos, de reproches. Va apareciendo desordenadamente una historia y apenas si podemos vislumbrar de quién nos hablan, un alguien que, a veces, ni tiene claramente un nombre (“se llama… pero le decimos… y también …”), ni una fecha de nacimiento (“fue el ocho, no, el dieciocho, pero de otro mes”).

Angustias, sensaciones de desesperanza (“ya probamos todos los métodos, desde castigarlo a mimarlo, y no hay resultados”), temores, exigencias, inundan el consultorio. Como psicoanalistas, estamos convocados desde la primera llamada a escuchar un pedido. ¿A quién llaman, qué esperan?…Odios, amores, traiciones… se presentifican.

-“Decíle que saliste con ese tipo”. -“¿Y cuando dijiste que estabas trabajando y te fuiste con otra?”. -“Pero eso qué importa, si vinimos a hablar de Juan, no de nosotros? El problema es que él no atiende en la escuela”. -“Él no le presta atención al niño y la madre de él ni lo mira.”. -“Vos tampoco estás nunca en casa y tus padres prefieren a los hijos de tu hermana.”.

Y me veo zambullida en un vértigo de acusaciones, preguntas, hipótesis, peleas pasadas y presentes.

Múltiples historias…. de ellos, del niño, de las generaciones precedentes…

Y uno puede intentar forzar un orden. Pedir datos, responder preguntas y tranquilizarlos y tranquilizarse con un “este niño está enfermo, necesita tratamiento, tantas dosis de sesiones, un cambio de colegio, que no se le dé de comer en la boca o que se lo saque de la habitación de los padres”.

Pero es claro que la teoría psicoanalítica nos enseña otras cosas. Por ejemplo, que no es una modificación conductual impuesta por otro la que puede generar cambios en la estructura psíquica. Que no será a partir de una indicación o de un consejo que alguien pueda hacer consciente sus deseos, que la sexualidad insiste en la búsqueda del placer y que no hay sentido común ni recomendación capaz de eliminarla.

Y es que también aquí se trata de la sexualidad, de los deseos, de las prohibiciones. Lo que insiste en el juego de repeticiones es lo que vamos descifrando en el niño y en sus padres.

Pero además, ¿quién detenta el saber sobre lo que se debe hacer con un niño? ¿Quién puede ubicarse como juez de amores y odios? ¿Quién podría enseñar cómo ser madre o padre?.

Intentaré fundamentar lo que pienso que es operar psicoanalíticamente con aquellos que consultan por un niño, y con el niño mismo, entendiendo que el análisis no es una empresa moralizante, ni un desempeño autoritario para satisfacer demandas manifiestas. La propuesta es operar teniendo en cuenta la complejidad psíquica, tanto en niños como en adultos.

Ubicarse como psicoanalista con los padres implica escuchar todo su discurso sin establecer privilegios a priori, intentar el rastreo en su historia infantil, dirigirse a ellos, no para dar información acerca de lo que supuestamente le ocurre a un tercero, sino remitiéndolos a sus propias vivencias, sentimientos e ideas.

Así, aparece una queja: “N. está insoportable”, y podemos preguntarnos: ¿Para quién?, ¿qué es lo que le resulta insoportable al que habla?, ¿qué experiencias puede relatar?, ¿cómo se fue construyendo en su historia el ser insoportable?

Y no hay clichés posibles. Cada caso nos sorprende por la manera particular en que se entraman deseos, fantasías, normas e ideales y el modo en que esto a su vez se expresa en un trastorno o un síntoma.

Al recobrar la infancia, las viejas y eternas pasiones, todo aquello que un niño reactualiza en un adulto va siendo traducido a palabras y reconocido como propio.

Sólo la sobreinvestidura de las representaciones que determinan la conducta manifiesta de los padres podrá abrir, a través de la reorganización del campo representacional, posibilidades creativas en la relación con el hijo.

El dejar abiertas preguntas e inquietudes posibilitará un camino reflexivo que una rápida respuesta, inevitablemente sustentada en la ideología de una determinada cultura, obturaría.

Consultar por un hijo implica generalmente una herida narcisista. Herida que genera dolor. Aquel en que se depositaron los sueños, en el que se centraron las expectativas, ¿tiene dificultades? y, además, ellos, los padres ¿no son suficientes para resolver sus problemas? Un sinfín de ilusiones se derrumban. Ilusión del hijo perfecto, producto de padres ideales. Ilusión de que el modelo de niño se personifique y que colme y calme toda angustia. Y, a veces, la angustia es insoportable. Se niegan a tener entrevistas, no quieren hablar…

También están aquellos padres que tienden a sostener la desmentida. En lugar del dolor aparece entonces la negación de toda dificultad. “Venimos porque nos mandan”, dirán. “En casa está todo bien, es perfecto. Pero la maestra dice que tiene que tratarse.” Son otros adultos los que han dictaminado en estos casos que el niño tiene problemas y que requiere ayuda. Y la aceptación de este dictamen se torna insoportable.

Desde los padres que afirman “es un sol, pero sufre” hasta aquellos que insisten: “es insoportable, es terrible, no hay nada que haga bien”, todas las gamas y posibilidades se despliegan en la consulta.

A lo largo de las primeras entrevistas, la historia de cada uno de los padres y su historia como pareja se presentifican en el relato que hacen de las dificultades del niño.

Si pensamos estas entrevistas como anamnesis, lugar para recabar datos, o situación en que se establece una “alianza”, estaremos operando con una teoría de la historia como acumulativa, con una idea de la constitución psíquica que nos lleva a buscar “hechos” traumáticos. Estaremos suponiendo que hay un registro “objetivo” de sucesos y por consiguiente, que los padres funcionan a pura conciencia.

Pero si pensamos que la historia es una construcción retrospectiva de los acontecimientos pasados ; que el psiquismo se va estructurando signado por vivencias que dejan huellas que se enlazan y reorganizan , que hay otros que erotizan, dan una imagen de sí, son modelos de identificación e imponen normas e ideales ; que cuando madre y padre hablan, Ello, Yo y Superyó están en juego ; que aquéllos que preguntan, piden, se quejan, están a su vez marcados en una cadena de repeticiones, tendremos que pensar que los padres también son consultantes y tendremos que escucharlos psicoanalíticamente.

Fantasías, deseos (inconscientes y preconscientes), temores, identificaciones y repeticiones van desplegándose en tanto son escuchados como consultantes. La remisión a esa historia, la descripción de situaciones concretas vividas con el niño y la verbalización de fantasías (en especial acerca de lo que es para ellos ser madre o padre), produce transformaciones en el modo en que el niño es investido e identificado por los otros.

En el pedido de que un niño sea curado está generalmente implícito un modelo adaptativo que se intenta imponer. Sólo podremos escuchar, y señalar las identificaciones que están operando, ya que aceptar el pedido nos colocaría en una posición imposible. Quisiera recordar lo dicho por Freud, en relación al análisis de adultos: “Sin duda, el médico analista es capaz de mucho, pero no puede determinar con exactitud lo que ha de conseguir. El introduce un proceso, a saber, la resolución de las represiones existentes; puede supervisarlo, promoverlo, quitarle obstáculos del camino, y también por cierto viciarlo en buena medida. Pero, en líneas generales, ese proceso, una vez iniciado, sigue su propio camino y no admite que se le prescriban ni su dirección ni la secuencia de los puntos que acometerá.” (Freud, 1913, pág 132).

Las transformaciones, entonces, supondrán poner en movimiento un proceso que reestructure lo coagulado, pero no podremos poner “objetivos” marcados por la cultura. En todo caso, nuestra meta será la liberación de potencialidades creativas en el niño y en los padres.

Si lo que hacemos es desandar caminos para ir haciendo conscientes los deseos, prohibiciones e ideales, hemos renunciado entonces a ese lugar de padres omnipotentes, jueces o magos que conocen el misterio del “niño perfecto”.

El lugar dado al analista del niño por parte de los padres posibilita pensar el lugar que se le ha otorgado al niño y el espacio psíquico que él ocupa.

Hay veces que lo que predomina en ellos es la desmentida de la diferencia, de la existencia singular de ese niño, en tanto pérdida del niño maravilloso que nunca fue.

Una cuestión que me interesaría remarcar es que a lo largo de estos años, me he encontrado muchas veces con un estilo de padres que parecían inabordables, cuya presentación era : “yo ya sé que estoy mal, pero no quiero meterme en eso.” O : “Yo ya hice varios intentos de terapia, pero ninguno resultó.” Con lo que me encontré, en estos casos, fue, invariablemente, con un nene o una nena desesperados, que suponían que nadie los escucharía, que se los juzgaría y que reclamaban desde un cuerpo de adulto un espacio psíquico, un lugar en el mundo de un otro.

Mujeres y hombres que se derrumban al primer embate y a los que el analista del hijo puede brindarles un espacio de contención que les posibilite reconocerse como padres, con sus dudas y contradicciones.

Hay padres que no pueden hacerse cargo de la maternidad o la paternidad si un otro no los habilita a ello. O que suponen que cualquier acercamiento es un acercamiento incestuoso.

La asunción de la maternidad y de la paternidad no son fáciles. Es siempre un lugar conflictivo, en el que se juegan deseos contradictorios, viejas identificaciones, antiguos modelos.

Green, en De Locuras Privadas, afirma, refiriéndose a la clínica psicoanalítica con pacientes que presentan estados fronterizos, :“Lo que se demanda del analista es algo más que sus capacidades afectivas y su empatía ; es, de hecho, su funcionamiento mental, porque las formaciones de sentido han sido puestas fuera de circuito en el paciente.” (Green, 1990, pág 59). Esto se debe tener en cuenta en el trabajo con los padres porque, más allá del diagnóstico, es muy frecuente que las transferencias que se ponen en juego sean masivas y confusas.

Que los padres incidan en el niño y que las vivencias ocupen un lugar fundamental, no implica pensar que es lo externo lo que determina el funcionamiento psíquico. En principio, es un interno-externo indiferenciado, pero en el que no podemos eludir el poder creativo de la psiquis.

Cuando trabajamos con los padres, hablamos fundamentalmente de ellos y las referencias que hacemos al hijo son en función de conflictos de ellos que se entraman con los del niño.

Y cuando trabajamos con el niño tendremos en cuenta qué es lo que hace el niño con su percepción de la realidad psíquica materno-paterna y con los juicios derivados de ella.

Qué escucha él de los padres, cómo los ve?. ¿Qué es lo que él hace con esa realidad?.

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