Sociedad Española de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y del Adolescente

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Aportes del psicoanálisis al conocimiento de la mente del niño: El juego

PDF: colas-aportes-psicoanalisis-juego.pdf | Revista: 25 | Año: 1998

3B-5) Ataques al juego, en la psicoterapia: A través del ataque al juego, el niño escenifica una relación interna, que tiende a impedir la toma de conciencia, el reconocimiento de sus necesidades, deseos o fantasías. La severidad de ese funcionamiento puede llegar a dañar gravemente las posibilidades de maduración mental, y del yo. Intentaré mostrar diferentes manifestaciones de ello.

Pueden surgir momentos puntuales, durante una psicoterapia, de ataque al juego, y a la relación terapéutica. Entremezclados con una finalidad defensiva, predominando un funcionamiento maníaco, con ataques anales, de desprecio hacia la terapia, el terapeuta, los diversos objetos y juguetes, convirtiéndolo todo en algo sin valor. Todo ello para evitar acercarse al reconocimiento de lo valioso, o deseable que el terapeuta representa, y al tiempo evitar el sentimiento de necesidad y de dependencia subsiguiente, que le despierta. Sentimientos próximos a la posición depresiva, que no son tolerados, y que defensivamente le lleva a un funcionamiento maníaco.

A veces difícil de diferenciar del funcionamiento narcisista, como un Yo grandioso (P.F. Kernberg: “La psicoterapia en niños con patología narcisista”), aquí resaltaría el componente de engaño, más o menos presente e intenso, como forma de ataque al tratamiento, unido a ataques más directos como ya he descrito.

Juegos engañosos: Los he detectado ante la presencia de sentimientos de intensa voracidad, y envidia, en el niño. A veces proyectivamente los depositan en el terapeuta, sintiendo la relación persecutoria. Recuerdo un niño, que trajo estos sentimientos a través de “unos piojos que saltan y pican mi cabeza”. Vimos sus tretas engañosas para no hablar de estos sentimientos, por ej. jugando juegos tranquilos, como si él fuese bueno y todo transcurría sin problemas. O demostrándome todo lo que sabía hacer, sus conocimientos, habilidades, etc. O recurriendo a ataques anales abiertos (pedos malolientes, pedorretas, denigrándome como profesional, insultos, …), buscando convertirme en alguien muy desvalorizado. Justamente para no tener que sentir voracidad, ni envidia. (Como un piojo).

Estos juegos, demasiado tranquilos, generalmente me ponen alerta, cuando me cuesta estar atento, poder seguirles, y me aburro. Posiblemente a causa de la disociación afectiva que acompaña al juego. A veces el niño te dice que está jugando en plan broma o que te ha engañado, cuando le interpretas algo. Dejándote en una situación, en la que te sientes sin argumentos, y sin la capacidad de pensar, dejando sin validez lo que hayas dicho. A una situación parecida, te lleva el niño que de repente, se sale del juego, y se sitúa en un plano racionalizador, como si fuese él el adulto, y tú el niño que juega y que tiene esas fantasías.

En esos momentos el clima del juego, su papel, la tarea terapéutica, así como tu capacidad de pensar, es cuestionada, atacada. Sintiéndote confuso, dado que el ataque va dirigido directamente a tu capacidad profesional, a través del medio de comunicación y de elaboración que ofrece el espacio de juego. Son momentos muy intensos contratransferencialmente, por la agresividad que te despierta, y que te puede llevar a actuar con alguna pseudointerpretación. Uno debe contenerse, saber esperar el momento para entender lo que pasa.

El funcionamiento engañoso, como ya he descrito, puede ser ocasional y temporal, como acción defensiva ante determinado conflicto. También puede ser expresión de una organización más establecida, siendo la constante durante largos períodos de tiempo en el tratamiento.

Describiré el caso de un niño de 6 años y medio, con una sintomatología encoprétrica y de enuresis, dificultades de lenguaje en tratamiento logopédico. Utilizando su gran inteligencia de una forma racional con fines muy narcisistas. Necesité casi un año, para poder tener una idea de lo que estaba ocurriendo. Me sentía confuso, en las sesiones el niño solía decirme lo que pasaba con su pis y caca, de forma muy racional, con expresiones anatómicas. Tenía dificultad en pararle y preguntar, cuando lo hacía me interrumpía y seguía hablando, ignorando lo dicho por mí. Su funcionamiento, me recordaba las ideas descritas por Bion, sobre la Arrogancia (en Volviendo a pensar).

Cuando jugaba, hablaba al tiempo de una forma imparable, incontinente, intentaba seguirle, pero al final provocaba en mi la confusión y el adormecimiento, costándome escucharle y pensar. Relataré una sesión.

El niño retoma un sueño, traído en otra sesión, en la que proyectivamente lo colocaba en su edredón, que era el que lo tenía (pesadilla de serpientes, erizos, y drácula). Mientras habla del sueño, se pone a jugar, dice que se olvidaron de una flor, que empieza a tapar con plastilina, (esto le lleva mucho tiempo), cuando finaliza dice, ”parece una roca”.

Yo me voy adormeciendo, cada vez más, tengo que hacer un gran esfuerzo para ocultar mis deseos de bostezar. Intento rescatarme de esa situación, y caigo en la cuenta que se me olvidaba que empezó hablando del sueño, y observo la relación entre su juego de ocultar la flor con plastilina y sus palabras, que me envuelven de tal forma que no puedo seguir recordando, se me olvida el sueño – flor.

Tras mostrárselo. Descubre la flor.

En la sesión siguiente, comenta que se le olvidan sus deberes.

Yo asocio con la temática de la sesión anterior. Le digo. Lo mismo que al ocultar la flor, ya no es vista y se te olvida, también te puede pasar, con tus deberes, como con los sueños.

Me habla de “un malo que deja ciego a otro, para no ver y le corta la cabeza”.

En ese momento me cuesta seguirle, me despisto, costándome ver lo que dice y pensar. Se lo interpreto transferencialmente, que él también puede tener deseos que yo no vea, ni piense sobre él.

Contesta. “igual yo me quedo ciego por ver la T.V.”, pasando a hablarme de un cuento de engaños, y que él no tiene miedos.

Le comento. Que para no sentir esos miedos, como en la pesadilla, se queda ciego, y busca dejarme a mí ciego, para no ver, tapando, ocultando y todo con sus palabras engañosas, como la plastilina con la flor.

Este niño trae transferencialmente, una parte de él que busca confundir, engañar y ocultar, sus emociones, sueños, tareas y capacidades yoicas (deberes). Ello me permitió entender, cómo atacaba su capacidad de enterarse de algo interno, como sus ganas de orinar y defecar. El niño me dibujaba su cuerpo, como un terreno de batalla, donde los mensajes del ”pito” o del “culo” diciendo que tenían necesidades, no llegaban a la cabeza. Entonces venían los accidentes, como él los definía (encopresis, enuresis). Lo mismo se accidentaba en la sesión, olvidándose de hablar de sus sueños, de sus emociones, de lo hablado en otra sesión, … Así como también buscaba que yo me accidentara al quedarme confundido y ciego.

Ruptura del juego. Ruptura de la función elaborativa:

Este funcionamiento lo he observado en niños psicóticos, donde como dice Bion, se ataca el vínculo, así como la capacidad de pensar del yo. Recurriendo a unos mecanismos de identificación proyectiva patológica, evacuando en objetos externos la realidad interna, que se convierte en persecutoria. La intensidad de estos mecanismos lleva a una ruptura con la realidad.

Comentaré la sesión de un niño, con un diagnóstico de psicosis desorganizativa, del que ya he hablado antes. Es hijo único, presenta graves problemas de aprendizaje, no sabe leer ni escribir. No sabe jugar, no entiende las reglas de los juegos de otros niños, observándoles mientras juegan, no tiene amigos. Padece de crisis epilépticas fotosensibles al sol, con tratamiento farmacológico. Describiré una sesión.
Al entrar al despacho me coge de la mano y me lleva a la ventana, a enseñarme algo que no entiendo. Luego va a la mesa de juegos, va sacando juguetes, (mientras lo hace observo que se le caen las hojas y el lápiz al suelo). Cuando se da cuenta reacciona de forma muy enfadada contra estos objetos, llamándoles locos y amenazándoles con castigar, (tono de voz muy enfadado).

Luego me habla de un muñeco que es malo.

¿Por qué? Le pregunto.

“Rompe la casa”, me contesta.

Y por qué la rompe? Le pregunto.

“Es un perro”, (hace gestos de castigarlo), me dice. “Le rompo el pelo”, (arranca el pelo a un muñeco de trapo), y “ahora le corto la cabeza” (tono de voz muy agresivo), y “le tiro a la basura”, (tira a la papelera el muñeco, las hojas y el lápiz).

A continuación va a la ventana, mira al sol, le hace gestos que parecen de saludo, exclamando. “Vete a la mierda”.

¿Por qué? Le pregunto.

“Es malo”, me contesta.

¿Es malo el sol como el perro? Le pregunto.

“Sí”. A continuación se tumba en el suelo, en la zona iluminada por el sol, saca las piezas de un puzzle, las mira sin intentar colocarlas, …, hace un gesto de locura, llevándose el dedo a la cabeza. Luego hace un ruido de sirena de ambulancia, y vuelve a hacer otro gesto de saludo al sol desde el suelo.

De alguna el niño está mostrando sus ataques a su capacidad de pensar (arrancar el pelo, cortar la cabeza), así como al propio juego como espacio mental. Todo ello ante percepciones, sentimiento e ideas internas, que él no soporta, porque son malas. (representadas en el perro).

Estas capacidades yoicas (de jugar, pensar, dibujar) cortadas, son tiradas a la basura, a través del muñeco, lápiz y el papel. Inicialmente en la papelera del despacho y seguidamente al sol, “que es malo”. Como una escenificación de esa identificación proyectiva patológica, que de usar inicialmente un objeto cercano referido a mí (la papelera del despacho), recurre a otro más alejado y distante, el sol.

La consecuencia de todo ello es el fracaso del yo, cuando tumbado en la zona del suelo iluminado por el sol, hace un gesto de locura, por su incapacidad de usar su cabeza y sus capacidades mentales, de juego, dibujo, …, que han sido atacadas, “cortadas”, y evacuadas. Mira las piezas del puzzle, sin intentar colocarlas, transmitiéndote la gravedad de su situación, por el ruido de la ambulancia.

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