Sociedad Española de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y del Adolescente

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Los trastornos del comportamiento en el sistema de protección a la infancia y adolescencia: la conducta de los menores y el papel de los profesionales

PDF: galan-conducta-menores-papel-profesionales.pdf | Revista: 43-44 | Año: 2007

4. DISCUSIÓN

Nuestro estudio aporta dos bloques de resultados que consideramos complementarios; el primero de ellos supone un intento por conocer las dimensiones exactas de los trastornos del comportamiento en los recursos residenciales de nuestro sistema de protección; la segunda parte indaga acerca de las vivencias, necesidades, actitudes y planteamientos de los profesionales implicados.

4.1. Trastornos del comportamiento en los menores

Respecto a la primera parte del estudio, los resultados indican que la incidencia de conductas problemáticas en la población de los recursos residenciales del sistema de protección en Extremadura es algo mayor que la recogida en la población general. La necesidad de contar con unas cifras con las que establecer comparaciones nos llevó a utilizar, de forma meramente orientativa, los ítems del LMC como criterios diagnósticos del DSM-IV. De esta forma encontramos que los criterios del DSM-IV (American Psychiatric Association, 1995) para el trastorno negativista desafiante se cumplen en el 24,7 % de los sujetos, y los del trastorno disocial en el 20,6 %. En este sentido, podemos tomar como elementos de comparación los datos de prevalencia ofrecidos por el DMS-IV para los trastornos negativista desafiante (2-16 %) y disocial (6-16 % para varones, 2-9 % para mujeres). También podemos considerar la cifra del 8 % de la población infanto-juvenil, aportada por el Proyecto Esperi (Pinto, 2004), o del 5,83 % de conducta antisocial en el estudio de González, García y Tapia (2002) con escolares de entre 6 y 15 años.

Si nos remitimos a población en recursos del sistema de protección, una referencia especialmente interesante es la del trabajo de Díaz-Aguado, Martínez y Martín (2002); en su investigación, los educadores de centros residenciales (entre los que se incluían algunos de medidas judiciales) informaban de la presencia de conductas antisociales (robar, delitos en general, agredir a los compañeros, saltarse las normas de convivencia) en más del 30 % de los casos.

Para captar las implicaciones de estas cifras se hace necesario introducir algunas matizaciones:

  • Aunque inicialmente los valores obtenidos parecen altos, hay que destacar que la mitad de los sujetos presentaban uno o ningún indicador de conducta anti-normativa; y además, que los cinco comportamientos con mayor incidencia revisten poca gravedad (como tener pataletas o discutir con adultos), y que pueden considerarse en cierta medida como normativos. Es decir, un elevado grupo de menores muestran un comportamiento adaptado a las normas (por ejemplo, el 42,3 % de la muestra no presenta ninguna conducta negativista desafiante, y el 53,6 % ningún comportamiento disocial).
  • Si bien las conductas muy problemáticas son poco frecuentes, su presencia puede ayudar a explicar el clima de violencia que a veces es atribuido a los recursos residenciales. En efecto, considerando el colectivo de menores institucionalizados de nuestra Comunidad, encontramos que en el último año los educadores de referencia han identificado a cinco menores que han robado enfrentándose a la víctima, a tres que han forzado a alguien a una actividad sexual, y a uno que ha provocado un incendio con el deseo de hacer daño. No obstante, una limitación de nuestro estudio es que no recogió si esas conductas antisociales habían sido ejecutadas necesariamente después del ingreso del menor en el recurso residencial, o si más bien se habían producido anteriormente.
  • En el sistema de protección pueden estar presentes conductas muy problemáticas cuya gravedad implica una separación del menor respecto a un recurso residencial normalizado y la derivación a centros especializados; en estos se cuenta con una mayor capacidad de contención y con intervenciones específicas sobre los comportamientos seriamente disruptivos. Extremadura no cuenta con un centro especializado en trastornos del comportamiento, por lo que algunos menores con conductas especialmente graves son derivados a centros situados fuera de la Comunidad. Así, en los momentos de realizar esta investigación, había trece menores en un total de tres centros residenciales fuera de Extremadura. Por definición, en todos estos casos existen serios problemas de comportamiento.
  • No hay diferencias en niveles de conducta antinormativa en función de la edad o el carácter del recurso (centro de acogida versus unidad reducida de convivencia); en el caso de la duración de la estancia en el recurso residencial, las diferencias aparecen en conducta negativista (con un descenso) y no en la disocial. Por otro lado, sí existen diferencias significativas en función del sexo, de modo que los varones muestran más conductas disociales que las chicas, lo que no ocurre en relación a las conductas negativistas y desafiantes.

4.2. Las necesidades y actitudes de los profesionales

El segundo bloque de resultados de nuestra investigación se centra en los equipos educativos que trabajan con los menores en los recursos residenciales. Los datos obtenidos pueden ser divididos en tres grandes apartados:

  1. Nivel de satisfacción con la actividad profesional
    Al estimar los niveles de satisfacción de los educadores con su labor profesional, aparece una valoración positiva de la actividad laboral. En efecto, la satisfacción de los educadores con los distintos aspectos de su trabajo es media o alta; entre otros ámbitos, el de las relaciones (con los niños, los adolescentes, los compañeros, la dirección, o con uno mismo) es de los mejor valorados. De forma complementaria, advertimos que el desempeño de la actividad profesional tiene un significado positivo para los trabajadores (calificada como una tarea difícil que consideran un reto y una oportunidad). Al plantearse cuán disponibles están algunos recursos útiles para enfrentarse a situaciones difíciles, se advierte que en gran medida se dispone de proyectos educativos y de la posibilidad de encontrar el apoyo del grupo. Por otro lado, esta imagen positiva no oculta la preocupación de muchos profesionales en torno a cuestiones salariales y de las implicaciones personales de su trabajo (perspectivas de futuro o posibilidad de compatibilizar la ocupación con otras actividades).

    Estos datos son similares a los que aparecen en el estudio de Díaz-Aguado, Martínez y Martín (2002), donde la mayoría de los profesionales se manifestaban bastante satisfechos con las relaciones que establecían en el Centro, definiendo su trabajo como “un reto por el que merece la pena esforzarse”; además, decían encontrar el apoyo necesario para llevarlo a cabo, aunque consideraban muy conveniente incrementar su estabilidad y el reconocimiento que recibían. Finalmente, rechazaban de forma mayoritaria, aunque no unánimemente, una definición de su situación que reflejara indefensión (como “estar quemado”).

    Los resultados obtenidos parecen contrastar con la impresión que se desprende de los contactos informales con los profesionales. En efecto, es habitual que éstos sitúen en un primer plano un discurso pesimista, centrado en la queja y que enfatiza la desilusión ante el trabajo que se realiza. En cambio, cuando se les ha cuestionado acerca de sus valoraciones en el marco de una investigación, lo que revelan es una tendencia al compromiso y la satisfacción. Evidentemente, existe la posibilidad de que los sujetos que han participado en la investigación hayan sido precisamente aquellos más motivados en su actividad profesional, y que esto haya introducido cierto sesgo en el estudio; no obstante, los resultados de esta investigación siguen teniendo un gran valor en cuanto que estamos considerando las manifestaciones de un grupo muy numeroso de los profesionales que atienden en el día a día a los menores.

    Respecto a las diferencias entre los profesionales según el tiempo trabajado, parece evidente que hay una pérdida de satisfacción cuando se pasa de los tres años desempeñando la labor, y que este descenso se mantiene hasta que se entra en el grupo de diez años de antigüedad. Lo mismo ocurre en cuanto al significado de la actividad laboral, de modo que el compromiso con la labor empeora y se piensa más en el trabajo como una tarea imposible en la que no se ven resultados, como un lugar estresante en el que continuamente se fracasa, o donde no hay una oportunidad de satisfacción personal. Esta evolución estaría apuntando a la existencia de un proceso de burnout. Surge la duda de por qué los profesionales con más de diez años de antigüedad están algo más satisfechos que sus compañeros con algún tiempo menos. Es muy posible que aquellos profesionales con más de diez años de trabajo estén especialmente motivados por su labor, y que por ello no hayan aprovechado las oportunidades para solicitar un cambio de puesto a lo largo de todo ese tiempo.

  2. Necesidades de los profesionales
    Los altos niveles de satisfacción con la labor realizada no se basan en considerar como ideal el contexto de trabajo. En efecto, los profesionales consideran necesario introducir cambios en numerosos aspectos del recurso residencial, desde condiciones laborales (estabilidad, salario, reconocimiento, formación), hasta los medios de trabajo (el entorno físico, recursos materiales, número de profesionales), pasando por el desarrollo de proyectos educativos o la provisión de apoyo psicológico a menores y educadores. Este último dato es especialmente significativo:

    • La petición de apoyo psicológico para los menores es el ítem con mayor puntuación. Parece existir una conciencia de que algunas de las dificultades de los menores deben ser abordadas en un espacio psicológico, y no sólo educativo.
    • La petición de ayuda psicológica para los propios profesionales también ocupa un lugar importante; habría que indagar acerca de si se solicita un asesoramiento técnico o más bien una intervención psicológica sobre uno mismo; el hecho de que esta petición sea más frecuente conforme mayor es la antigüedad en el puesto de trabajo (con un ligero descenso para el tramo superior a los diez años), apunta a los procesos de burnout de los que hablábamos arriba. En este sentido, no debemos olvidar que estamos considerando un ámbito laboral de especial riesgo, tal como muestran algunos estudios realizados en este contexto. Por ejemplo, en la investigación de Ochoa de Alda, Antón y Carralero (2006) el 80 % de los trabajadores de acogimiento residencial puntuaba en escalas de burnout, encontrando además una relación entre su presencia y la vivencia de situaciones de violencia.

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